"El gusto no es el resultado de la acumulaci¨®n, sino del olvido" se?ala el etn¨®logo y fil¨®sofo Claude L¨¦vi- Strauss
Durante los a?os de la segunda guerra mundial residi¨® en Estados Unidos, donde se relacion¨® estrechamente con el ling¨¹ista Roman Jakobson, y a su regreso a Francia ejerci¨® la ense?anza superior, fue profesor en el Colegio de Francia y elegido miembro de la Academia Francesa. Recientemente se ha publicado en Francia su libro Paroles donn¨¦es (Palabra dada), en el que se recogen los res¨²menes de sus cursos en el Colegio de Francia, desde 1959 a 1982.Pregunta. Dice usted en el pr¨®logo de su reciente libro, Paroles donn¨¦es (*), que todos sus libros y art¨ªculos proceden de sus clases. ?A qu¨¦ se debe este punto de partida obligado?
Respuesta. No me gusta ni hablar ni escribir. Nadie tiene obligaci¨®n de escribir, pero, cuando se es profesor, uno no tiene m¨¢s remedio que hablar. Las clases constituyen una buena oportunidad para perge?ar unos papeles. Una vez que se ha hecho esto, queda muy poco camino que recorrer para llegar a escribir. Las clases, pues, ayudan bastante.
P. Al tiempo que aparece Paroles donn¨¦es, se vuelve a publicar en Francia, en edici¨®n de bolsillo, Tristes tropiques. Si volviese hoy a escribir este libro, ?ser¨ªa distinto?
R. Escrib¨ª Tristes tropiques en cuatro meses, a la buena de Dios sin darle ninguna importancia, y al leer las pruebas para esta nueva edici¨®n, pens¨¦ que, si fuese una persona exigente, lo reescribir¨ªa de cabo a rabo. Sin embargo, perder¨ªa en ese caso parte de su espontaneidad, la cual sirve para compensar muchos de sus defectos. Adem¨¢s, ya no tengo la misma edad: Tristes tropiques deja traslucir un entusiasmo del que actualmente carezco.
'La moda estructuralista'
P. En este momento, 30 a?os despu¨¦s de haberse publicado el libro, algunos cr¨ªticos proclaman "el final de las ciencias humanas". ?Qu¨¦ piensa usted de este diagn¨®stico?R. Eso es absurdo, tan absurdo como la moda de las ciencias humanas que imper¨® hace 20 a?os. Son modas de Par¨ªs y no hay que darles demasiada importancia.
P. Cuando afirmaba usted, en el pr¨®logo de Le regard ¨¦loign¨¦, que el estructuralismo hab¨ªa pasado de moda, ?lo dec¨ªa sin amargura?
R. Sin la m¨¢s m¨ªnima amargura. Lo que me irritaba, por el contrario, era la moda del estructuralismo, porque se basaba en ciertos malentendidos. Prefiero que no se hable del estructuralismo antes que considerarlo como panacea universal. Las gentes cultas descubrieron de repente las ciencias sociales, a las que hasta entonces hab¨ªan ignorado, aunque actualmente prefieren deleitarse con otras cosas. Sin embargo, eso no nos impide seguir trabajando como siempre.
P. De hecho, la interacci¨®n entre la historia y la etnolog¨ªa, que usted resalt¨® el a?o pasado en la Conferencia Marc Bloch, pronunciada en la Sorbona, demuestra la vitalidad de las ciencias humanas.
R. En 1948 publiqu¨¦ un art¨ªculo sobre Historia y etnolog¨ªa, donde llegaba a la conclusi¨®n de que ambas disciplinas no pod¨ªan subsistir la una sin la otra. Por consiguiente, cuando luego se me acus¨¦ de haber pasado por alto la historia, se me hizo un reproche injustificado. No s¨®lo el etn¨®logo puede ayudar al historiador, ya que este ¨²ltimo tambi¨¦n contribuye a la labor que aqu¨¦l realiza.
En la conferencia que pronunci¨¦ en la Sorbona intent¨¦ demostrar que a los etn¨®logos nos interesa la historia tal como la entienden los historiadores de la escuela de Los Anales, es decir, la historia de largos periodos, la historia de las mentalidades, etc¨¦tera, aunque tambi¨¦n los aspectos m¨¢s cotidianos (la "peque?a historia"), dado que nuestros estudios sobre el parentesco nos han obligado a prestar una atenci¨®n casi obsesiva a cuestiones tales como las filiaciones, las alianzas matrimoniales y las dinast¨ªas nobiliarias, de las cuales no quer¨ªan ya ocuparse los historiadores. En ellas encontramos elementos que nos permiten ilustrar numerosos aspectos de la organizaci¨®n social y del funciona miento de las sociedades que ana lizamos.
'Etnolog¨ªa y colonialismo'
P. El primer curso que imparti¨® en el Coll¨¨ge de France, en 1959, se trataba del Futuro de la etnolog¨ªa. ?Qu¨¦ les dir¨ªa usted a sus alumnos si volviese a repetir esas clases?R. Creo que les dir¨ªa, m¨¢s o menos, las mismas cosas. La etnolog¨ªa se enfrenta con una doble problem¨¢tica y una doble labor. En primer lugar, el material sobre el que trabajaban los etn¨®logos desaparece a un ritmo sumamente r¨¢pido, el cual se ha acelerado a¨²n m¨¢s en los ¨²ltimos a?os. Hay que multiplicar los esfuerzos con el fin de recoger todo lo que se pueda antes de que desaparezca. Por otra parte, lo que desaparece en sentido etnol¨®gico no llega a perderse del todo. A medida que los pueblos estudiados por los etn¨®logos consiguen la independencia pol¨ªtica, se hacen m¨¢s due?os de sus destinos.
El otro aspecto del que me ocupaba por aquel entonces me parece asimismo cada vez m¨¢s cierto. Durante una primera etapa, el etn¨®logo se encontr¨® con un abanico de culturas distintas de la suya, a las que pod¨ªa tener acceso gracias a la dominaci¨®n colonial. Me parece que este caso paradigm¨¢tico tiende a generalizarse en el conjunto de las sociedades, puesto que cuanto m¨¢s se orienta la civilizaci¨®n hacia un tipo de modelo uniforme (el que impone Occidente) m¨¢s diferencias surgen en el seno de este inmenso magma. El etn¨®logo est¨¢ llamado a desarrollar su trabajo en cualquier lugar donde al hombre le resulte extra?a su cultura o su propia identidad.
P. Acaba usted de referirse al colonialismo. Es uno de los pocos problemas pol¨ªticos de los que se ha ocupado en sus escritos.
R. Al etn¨®logo le resulta dif¨ªcil hablar del colonialismo, puesto que sin este fen¨®meno quiz¨¢ no habr¨ªa existido la etnolog¨ªa. Ello se puede aplicar al caso de Francia, pero tambi¨¦n a la etnolog¨ªa en general, que naci¨® como ciencia, anglosajona en el siglo XIX. Siguiendo los pasos del colonizador, los etn¨®logos descubrieron valores que aqu¨¦l hab¨ªa despreciado, pero que desde su punto de vista eran esenciales, y ello en dos sentidos distintos: porque se trata de elementos objetivos del patrimonio humano y porque cada sociedad tiene una belleza que le es propia.
Los etn¨®logos nos encontramos en una situaci¨®n parad¨®jica: debemos nuestra existencia a aquello que ha destruido todo lo que para nosotros tiene alg¨²n valor. Por tanto, en mi condici¨®n de etn¨®logo, no me es f¨¢cil hablar del colonialismo de forma objetiva.
'Desconfianza hacia el compromiso'
P. ?Y como ciudadano?R. Como ciudadano, me hubiera gustado que el colonialismo no hubiese surgido nunca; al menos, preferir¨ªa haber vivido en una ¨¦poca anterior o, si se quiere que sea un poco m¨¢s c¨ªnico, en una etapa de su desarrollo, que permitiese al hombre desplazarse con rapidez por toda la tierra, mucho antes de la fase de destrucci¨®n de la que es responsable.
P. En cuanto a la pol¨ªtica en sentido amplio, ?por qu¨¦ ha manifestado usted siempre la misma desconfianza hacia el compromiso o la reflexi¨®n pol¨ªtica?
R. ?No siempre! En mi juventud fui pol¨ªticamente muy activo. A mi entender, mi postura obedece a dos motivos principales. En primer lugar, a medida que me dedicaba cada vez m¨¢s a la etnolog¨ªa, iba contemplando con m¨¢s distanciamiento la historia de la sociedad y me daba cuenta de que las cosas que se consideran esenciales y dram¨¢ticas en un determinado momento dejar¨ªan de tener importancia dentro de unos cuantos siglos. Por otra parte, fui pacifista durante los a?os anteriores a la guerra. Luego viv¨ª la dr?le de guerre y el cataclismo y dej¨¦ de confiar en mi criterio pol¨ªtico, aunque eso no significa que no tenga reacciones pol¨ªticas. Las experimento todos los d¨ªas, pero, como son viscerales o epid¨¦rmicas, no tienen demasiado valor, por consiguiente.
Si se quiere tener criterio pol¨ªtico, no hay m¨¢s remedio que seguir un m¨¦todo racional es decir, dedicarse a conocer la cosa pol¨ªtica. Eso es lo que ha hecho, por ejemplo, Raymond Aron durante casi toda su vida. Es una meta completamente leg¨ªtima, aunque exige plena dedicaci¨®n. De haberla elegido, tendr¨ªa que haber dejado de lado la etnolog¨ªa.
'A?oranza del pasado'
P. ?Su postura no obedece tambi¨¦n al hecho de que ha querido cuestionar siempre el papel de profeta del intelectual?R. Acabo de hablar de la historia. Una de las razones por las que me abstengo de formular predicciones es porque estoy profundamente convencido de la contingencia de los acontecimientos y de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de cara a conocer lo que va a suceder en el futuro inmediato. ?ste depende, a mi entender, de circunstancias imprevisibles; por eso me siento incapaz de opinar.
P. Parece como si filosof¨ªa personal estuviese muy enraizada en el pasado. En Regard ¨¦loign¨¦ condena el arte moderno, la pintura moderna, la pedagog¨ªa moderna
R. Le voy a contar una an¨¦cdota. Fui, como todo el mundo, a ver la exposici¨®n de Manet en el Grand-Palais; me impresion¨® su combinaci¨®n de genialidad y de impotencia, y pens¨¦ que si Manet se hubiera dejado llevar por lo genial habr¨ªa vuelto, sin duda, al pasado. Por el contrario, y por desgracia, la pintura moderna se ha inclinado en ¨²ltima instancia hacia otro aspecto.
En el Grand-Palais hab¨ªa tambi¨¦n otra exposici¨®n, a la que no prest¨® atenci¨®n el p¨²blico, sobre pintura napolitana del siglo XVII. Gracias a ella descubr¨ª a un pintor genial del que ignoraba hasta su nombre: Artemisa Gentileschi. Tambi¨¦n admir¨¦ las obras de otro artista que no recuerdo: unas eran naturalezas muertas impresionantes que, al igual que ocurre con Proust, daban una dimensi¨®n l¨ªrica, por no decir cosmol¨®gica, a los objetos humildes. ?C¨®mo quiere que no me sienta atra¨ªdo por el pasado?
P. ?Hay que tomar esta an¨¦cdota como una par¨¢bola?
R. S¨ª, por supuesto. Sin embargo, perm¨ªtame a?adir, para no parecer demasiado negativo, que me habr¨ªa parecido muy bien que la exposici¨®n de Manet hubiese sido visitada (como lo fue) por 8.000 personas diarias, siempre y cuando hubiesen visto primero la otra. El contraste entre la muchedumbre, por un lado, y el vac¨ªo, por otro, muestra, sin embargo, que el gusto no es el resultado de la acumulaci¨®n enriquecedora de lo que le ha precedido, sino de su supresi¨®n y olvido.
* Plon, 284 p¨¢ginas, 1984.
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