La democracia y el espejo
La democracia es voz con tan buena prensa como escasa salud generalizada o entendimiento correcto y suficiente. Si hubi¨¦ramos de hacer caso y dar por buenas y fiables a las declaraciones solemnes y proclamadas y a las actitudes p¨²blicas y estereotipadas, los usos democr¨¢ticos tendr¨ªan que ser hoy considerados como uno de los valores m¨¢s firmemente extendidos por todo el mundo, lo que evidentemente no es as¨ª, ya que el sinn¨²mero de citas electorales que se han ido produciendo en las ¨²ltimas semanas, y bajo reglas y convocatorias aparente y falsamente comprometidas con la idea, ense?an un talante bien distinto. Filipinas, Panam¨¢, El Salvador, Ir¨¢n y tantos otros ejemplos continuamente repetidos nos muestran una y otra vez la mueca de un destino que insiste en ense?arse y en permanecer tr¨¢gico e ineludible.Los mecanismos que forman las v¨¦rtebras de la democracia son, por desgracia, delicados, muy delicados, y tentadoramente f¨¢ciles de burlar. Cualquier elecci¨®n depende de m¨²ltiples y variados condicionantes que todos han de ajustarse a la m¨¢s escrupulosa ortodoxia si aspiran a conservar su car¨¢cter de instrumentos aptos para asumir la transmisi¨®n del voto popular. Algunos de ellos, incluso, son anteriores a la propia y te¨®ricamente libre expresi¨®n de ese voto, por cuanto s¨®lo una educaci¨®n adecuada y masiva puede garantizar que se difuminen los idola theatri y aparezca l¨ªmpidamente dibujada la verdadera voluntad popular. Tal exigencia comprometer¨ªa no tan s¨®lo los casos indicados, sino tambi¨¦n no pocas de las convocatorias que se producen en pa¨ªses aparentemente libres de la amenaza tercermundista. Pero aun dando por buena la intuici¨®n ciudadana (trance que, en ocasiones, es capaz de dejar en rid¨ªculo a los m¨¢s avezados expertos en la tergiversaci¨®n demag¨®gica), todav¨ªa permanecen serias dudas acerca de las elecciones construidas en torno a un censo dudoso, amenazadas por las coacciones de la guerrilla o del propio poder, y condenadas a un casi seguro e inevitable pucherazo a la hora de los recuentos. Nada de esto es excepcional ni sorprendente, pero lo que s¨ª resulta asombroso es que, pese a tal, la democracia permanezca como un valor deseable.
La a?oranza democr¨¢tica universal, con escasas y ef¨ªmeras excepciones, es un fen¨®meno nuevo en la historia del mundo. Hasta hace poco eran notables y numerosas las voces alzadas en contra de tal sistema, que se ten¨ªa por pernicioso para el procom¨²n, deformante de las conciencias e in¨²til y digno de persecuci¨®n. Los reg¨ªmenes totalitarios de la generaci¨®n anterior no escond¨ªan sus ascos por la f¨®rmula de gobierno que parte de Europa -y muy escasos pa¨ªses fuera de ella- hab¨ªa elevado al rango constitucional. De hecho, la tarea iniciada en la ¨¦poca de la Ilustraci¨®n no hab¨ªa podido adquirir, como entonces se pretendi¨®, carta de universalidad, ni siquiera en el terreno de las, tan a menudo poco peligrosas declaraciones program¨¢ticas. El mundo en 1939 no era, ni mucho menos, el de la fe en la democracia, y el acontecimiento internacional de m¨¢s peso en aquel tiempo, el de la reci¨¦n terminada guerra civil espa?ola, hab¨ªa constituido en realidad una prueba de fuego ganada por los ideales que le eran contrarios. Pero la segunda gran guerra que iba de inmediato a desencadenarse signific¨® no tan s¨®lo la derrota de unas utop¨ªas dif¨ªciles de conciliar, sino la extensi¨®n urbi et orbi de las aspiraciones democr¨¢ticas. Sin necesidad, por otra parte, de variar apenas los modos y las intenciones.
Resulta sorprendente que unos valores sociales procedentes de las polis asamblearias griegas, unos valores que no pudieron ni siquiera sostenerse a la hora de la aparici¨®n del imperio ateniense, se hayan convertido en espejo y gu¨ªa -por muy te¨®ricos que se quiera- de una multitud de pueblos y de situaciones ajenos de ra¨ªz a aquellos condicionantes. El resultado puede, a veces, anticiparse de forma tan tremenda como segura, pero siempre permanecer¨¢ la duda sobre el poder de la democracia como ideal. ?Podr¨ªa ser que la invocaci¨®n continua y reiterada funcionase a la manera de detonante capaz de sobreponerse a sus enormes inconvenientes? Tenemos, desde luego, un ejemplo bien a mano: en Espa?a, a lo largo de toda una generaci¨®n, hubieron de mudarse los modos hasta el punto de que los inventos locales -la democracia org¨¢nica, por ejemplo- llevaron, no sin sorpresa, a la situaci¨®n actual. De tanto invocar al lobo, acab¨® el lobo apareciendo.
Pero, no s¨¦ si por fortuna o por desgracia -m¨¢s bien creo que por fortuna-, Espa?a no es Filipinas, ni Panam¨¢, ni -ya que estamos- Nicaragua o Cuba. Puede ser que ah¨ª radique gran parte de la diferencia y que los anhelos democr¨¢ticos est¨¦n vinculados, para su realizaci¨®n, a las famosas condiciones objetivas en las que se han enterrado las esperanzas de no pocos pa¨ªses. La democracia podr¨ªa acabar siendo tan s¨®lo una soluci¨®n no traspasable, y el ideal ilustrado de la universalidad, una m¨¢s de las muchas utop¨ªas que hemos tenido que ir abandonando. O quiz¨¢ estemos viviendo a¨²n ¨¦pocas muy primitivas del devenir hist¨®rico y nos aguarde, a la humanidad como sujeto, un tiempo mejor all¨¢ por las calendas griegas. En cualquier caso, la f¨®rmula de optar por la democracia torpe y desmadejada, all¨¢ donde se encuentre, no parece ser peor que cualquier otra. Aunque desde nuestra actual y privilegiada circunstancia pueda sonar a pret¨¦ritas tomaduras de pelo.
, 1984.
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