El toro mir¨®n
Ahora el toro de casta es mir¨®n. Sale del pase y se queda mirando a la rubia. S¨ª, esa que hace estragos en el tendido. Sesudos taurinos y eruditos en tauromaquia aseguran que los toros se caen o se quedan mirando a la rubia porque no tienen casta, y que los que tienen casta, se caen o se quedan mirando a la rubia porque tampoco la tienen. El que sabe, sabe. Lo que m¨¢s admira de los hombres de ciencia es lo bien que se explican.Los Guardiola de Mar¨ªa Luis Dom¨ªnguez se quedaban mirando a la rubia. Si los Guardiola de Mar¨ªa Luisa Dom¨ªnguez, cuyos toros gozan fama de tener casta m¨¢s que ningunos otros, en aplicaci¨®n del anterior postulado resulta que tampoco la tienen, ya pueden ir cerrando la tienda y dedicar las plazas al arriesgado juego de la rana. Los Guardiola de Mar¨ªa Luisa Dom¨ªnguez siempre fueron g¨¦nero de inquietante fiereza, que reservaba las empresas para los toreros modestos, pues los principales no se atrev¨ªan con ellos.
Plaza de Las Ventas
3 de junio. Decimonovena corrida de feria.Tres toros de Maria Luisa Dominguez, correctamente presentados y apagados; segundo, tercero y cuarto de Terrubias, uno de media arrancada, los dos restantes bravos y con casta. Pepe Luis Vargas. Dos pinchazos y estocada ca¨ªda (silencio). Pinchazo al encuentro, otro, bajonazo y aviso (palmas y tambi¨¦n pitos cuando saluda). Espartaco. Pinchazo y bajonazo (silencio). Dos pinchazos bajos, estocada y descabello (silencio). Curro Dur¨¢n. Estocada desprendida (oreja). Estocada trasera tendida y descabello (petici¨®n y vuelta).
Ayer, en cambio, eran el tonto de la pandereta. Sal¨ªan farrucos, echando bilis por la boca y chispas por los ojos, recib¨ªan una primera vara encelados, metiendo los ri?ones , y un ratito m¨¢s tarde ya estaban lelos. Por la mirada se les iba la fuerza y tomaban con desgana los enga?os que les ofrec¨ªan sus matadores. El primero, de Pepe Luis Vargas, ni con desgana los tomaba. El quinto, de Espartaco, sin gusto por la golosina, pues en cuanto sent¨ªa en la cara el roce franela portador de ella, la rechazaba, para buscar a la rubia. El sexto, de Curro Dur¨¢n, con santa resignaci¨®n; o quiz¨¢ con casta resignaci¨®n, que es m¨¢s propio.
Naturalmente, los toreros estuvieron tan artistas y cumplidores como permit¨ªan las miradas de sus oponentes. Vargas se pon¨ªa delante del que abri¨® plaza para que el embistiera algo, y le hubiera dado lo mismo ponerse delante de la Cibeles. Espartaco daba pases, bastante mediocres, al quinto. En uno de ellos, el Guardiola, que no estaba en lo que deb¨ªa estar (ten¨ªa el pensamiento puesto en la rubia) le le peg¨® una voltereta sin querer.Curro Dur¨¢n se afanaba en acompa?ar la embestida de su resignado Guardiola, y unas veces le sal¨ªa armoniosa, otras violenta. En cierta ocasi¨®n perdi¨® pie Dur¨¢n y cay¨® a la arena cuan largo es. El Guardiola mugi¨®: "Pobre se?or, se ha ca¨ªdo en el barro y va a tener que mandar el traje al tinte". Mugi¨®, pero no hizo por ¨¦l; quiere decirse, que no le ayud¨® a levantarse, ni nada. En realidad, cualquier cosa que sucediera en el ruedo importaba poco pues, con el aguacero, a la gente le bastaba con que el diestro diera pases, le tra¨ªa sin cuidado c¨®mo, y que acabara pronto.
El cumplimiento de sus obligaciones laborales lo garantizaba Dur¨¢n, y la brevedad tambi¨¦n, pues destaca con la espada, cobra unos estoconazos de abrigo. El de su primer toro fue excelente. Ese su primer toro s¨ª ten¨ªa casta, y lo parec¨ªa. No estaba a la rubia, sino a embestir con fiereza. Era de otro hierro, el que llaman Terrubias, igual que el hermano que le antecedi¨® y el que le sucedi¨®. Y ten¨ªa mucho que torear. Cuando Curro Dur¨¢n le daba la distancia adecuada, consent¨ªa y obligaba, el toro segu¨ªa el enga?o encelado, sin problemas; cuando lo hac¨ªa al reves, surg¨ªan el acos¨¢n y el derrote. Muchos pases violentos hab¨ªa dado y muchos apuros hab¨ªa pasado Dur¨¢n hasta que encontr¨® la t¨¦cnica torera adecuada, y entonces cuaj¨® buenas series de naturales y derechazo. No val¨ªan la oreja, de todos modos, pero el estoconazo s¨ª la vali¨® y se la concedieron.
Los problemas y las virtudes del Terrubias de Dur¨¢n se repitieron con el cuarto. Pepe Luis Vargas sufri¨® numerosos arreones y desarmes de este toro, un entrepelao serio y con trap¨ªo, que quiz¨¢ se qued¨® sin picar, y no pudo con ¨¦l. Le hab¨ªa recibido con unos bonitos lances a la ver¨®nica, en los medios, juntas las zapatillas, y su ¨¢nimo era de triunfo, pero ten¨ªa demasiada casta delante.
El segundo de la tarde, que fue bravo en varas, se qued¨® con media arrancada y Espartaco le porfi¨® valent¨®n. La verdad es que, desde el tendido, no le hac¨ªan mucho caso, pues la gente estaba m¨¢s preocupada por guarecerse de la lluvia y aun no se le hab¨ªa pasado el enfado contra la autoridad y los toreros por la celebraci¨®n de la corrida, que se debi¨® suspender.
Tampoco hubi¨¦semos perdido nada. El toro mir¨®n no hace fiesta. Del quinto, que pudo ser un gran toro, la gente dec¨ªa que estaba manipulado; se escuchaban indignadas voces al respecto, y algunos m¨¢s pr¨¢cticos solicitaban a gritos la intervenci¨®n de la brigada antidroga. La afici¨®n, ya se sabe, aun no se ha enterado de que todo el problema consiste en que los toros no tienen casta, seg¨²n afirman los taurinos; ni los Guardiola, siquiera. As¨ª que no hay remedio, y esta es la opci¨®n que ofrece el taurinismo: o aplaudir o contemplar en silencio el pintoresco espect¨¢culo del toro mir¨®n que se pega costaladas.
Babelia
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