?Cuidado con el eclipse!
Suele pasar que nuestros protectores oficiales le cogen tal gusto a su labor tutelar que acaban por inaugurar peligros tan s¨®lo por el placer de librarnos de ellos. Padecemos una oleada de asfixiante paternalismo, que, como todo el mundo debe saber, no es m¨¢s que la versi¨®n ?o?a del autoritarismo. El otro d¨ªa tuvimos una prueba fehaciente de ello cuando se anunci¨® un eclipse solar observable en toda Espa?a. Confieso un inter¨¦s mediocre por cualquier fen¨®meno que un cient¨ªfico pueda prever o explicar: de la ciencia s¨®lo me interesan los cachivaches que fabrica, tan ingeniosos, superfluos, l¨ªricos y atroces. Lo dem¨¢s no me lo creo. Mi modelo siempre ha sido el esc¨¦ptico pay¨¦s de aquella tertulia de la que hablaba Josep Pl¨¢ en el Quadern gris, que cuando otro contertulio -entusiasta de las luces y el progreso- anunciaba triunfalmente: "Para ma?ana, a las cinco, el observatorio dice que habr¨¢ eclipse", le respond¨ªa con sorna: "Ya ser¨¢ a las cinco y cuarto...". De todas formas, las cosas que transcurren en el cielo siempre gustan, y recuerdo de peque?o alg¨²n eclipse muy celebrado que vimos los de mi colegio desde La Concha, a trav¨¦s de fragmentos ad hoc de botellines de cerveza. Pues resulta que, sin saberlo, nos est¨¢bamos jugando la vida. Cuando hace unos d¨ªas nos advirtieron del pr¨®ximo espect¨¢culo solar, el tono fue decididamente apocal¨ªptico: "No se les ocurra mirarlo... lesiones irreparables en la c¨®rnea (o en la escler¨®tica o donde fuere) ... los ni?os peligran... los cristales ahumados no son protecci¨®n suficiente... cieguitos todos, pobrecitos m¨ªos". Tal se dir¨ªa que el eclipse era un paso m¨¢s en la escalada de la inseguridad ciudadana y el sol un drogadicto con un mono lunar, amenazando las retinas del c¨¢ndido personal. Severamente conclu¨ªa el mensaje admonitorio, tras descartar gafas oscuras y culos de botella como instrumentos seguros de observaci¨®n: "La ¨²nica forma de contemplar sin riesgo el eclipse, es verlo en televisi¨®n".
Nada. Ni una palabra sobre la misteriosa belleza de la sombra que hurta el sol, ese lobo que lo devora seg¨²n las mitolog¨ªas escandinavas. Ni una referencia a la amplia estirpe novelesca de los eclipses, de la que recuerdo ahora aquel que, al final de Las minas del rey Salom¨®n, salv¨® la vida a Alan Quatermain y sus amigos en una situaci¨®n comprometida. Ni siquiera una nota de sano y rom¨¢ntico entusiasmo cient¨ªfico ante el inusual fen¨®meno (iaviada habr¨ªa estado la astronom¨ªa si los curiosos de ¨¦pocas remotas hubieran considerado nocivo para la retina escudri?ar el sol y las estrellas!). S¨®lo amenazas para la salud, reconvenciones, ?o?er¨ªas y finalmente un esfuerzo m¨¢s para promocionar el ¨²nico medio a trav¨¦s del cual puede verse el mundo sin perjuicio: la televisi¨®n. Hace unos a?os, maestros ingenuos y confiados habr¨ªan sacado a los ni?os de sus fastidiosas clases para llevarles a ver el eclipse a trav¨¦s de cristales turbios y caleidoscopios dom¨¦sticos; hoy, el s¨ªndrome del d¨ªa despu¨¦s se impone, y por milagro no les han hecho bajar al s¨®tano para evitar las radiaciones letales. Algo me dice que apunta aqu¨ª, literalmente, un nuevo oscurantismo...
Antes o despu¨¦s, todo es nocivo. Lo que peor sienta a la salud es vivir, como demuestra suficientemente el desenlace de cada existencia. Pero el torvo exceso de prudencia mata tambi¨¦n y no mucho despu¨¦s que la inconsciencia. De modo que es mejor mirar de cuando en cuando al sol cara a cara y pase lo que pase. A ello, sin embargo, nos aconsejan ominosamente a renunciar nuestros mentores. La observaci¨®n sin filtros -o incluso con ellos- del eclipse puede da?ar la vista; la contemplaci¨®n de la realidad, para qu¨¦ hablar: no va a quedarnos ¨®rgano sano. Se nos recomienda no mirar de frente al misil, ni al parado, ni a la droga, ni al fan¨¢tico/tan¨¢tico de la bandera de enfrente que se refleja especularmente en el brillo de la propia. Todos esos fen¨®menos peligrosos deben ser filtrados por la televisi¨®n para poder ser percibidos sin irreparable da?o. El que saque la cabeza de debajo del ala y abra los ojos se est¨¢ jugando la retina, el p¨¢ncreas y la trompa de Eustaquio. Vaya, vaya, vaya. El h¨¦roe popular del d¨ªa es ese alcalde ped¨¢neo que, fusilado experimentalmente (por cierto, ?qu¨¦ interesantes ejercicios preparatorios ocupan a esas unidades especiales!), sab¨ªa sin abrir los ojos que todo era una broma, que las balas eran de fogueo y que no hab¨ªa mala voluntad por ninguna parte. As¨ª se conserva la pupila, la alcald¨ªa y el resuello, por lo menos hasta que llegue lo irreparable... Por lo dem¨¢s, ninguna belleza queda impune y todas arrastran su cortejo de sombras, tr¨¢tese de un eclipse o del amor furtivo, sea la poes¨ªa o la libertad. ?Valdr¨¢ la pena arriesgarse? Val¨¦ry ya se?al¨® que el sol proyecta una enorme sombra de tortuga, bajo la cual el esforzado Aquiles permanece veloz, jadeante, inm¨®vil.
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