Muerte de un aficionado al riesgo
Fue Orson Welles quien dijo, hace ya tiempo, que a la izquierda norteamericana surgida del New Deal de Roosevelt, y en especial a la rut¨ªlante izquierda del cine de Hollywood, no la destruyeron, a caballo de los a?os cuarenta y cincuenta, el senador Joseph McCarthy y su Comit¨¦ de Actividades Antiamericanas, sino que ella se mat¨® a s¨ª misma. Muri¨® aquella efirnera esperanza, en frase textual de Welles, de dram¨¢tica visualidad, "ahogada en sus propias piscinas". Joseph Losey era, hasta ayer, uno de los pocos supervivientes de este naufragio en aguas de lujo.Joseph Losey, como cineasta aficionado al riesgo, ha sido discutido, y algunos aspectos de su obra son efectivamente discutibles, pero hubo siempre en ¨¦l un rasgo que quedaba fuera de toda discusi¨®n, incluso para sus detractores. Era su singular inteligencia, su manera honda de escarbar en sus ra¨ªces y en las de su mundo, que era el de la burgues¨ªa intelectual sajona. Losey, a su manera, despiadada y luminosa, volvi¨® sobre s¨ª el diagn¨®stico de Orson Welles y afirm¨®: "Sin la lista negra de McCarthy yo ahora tendr¨ªa tres cadillacs, dos piscinas, muchos millones de d¨®lares y estar¨ªa muerto".
Muchos de sus compa?eros de lucha murieron as¨ª, ahogados en sus piscinas de lujo, pero Losey sobrevivi¨® intacto, tal vez porque, al contrario de los que, como ¨¦l, tuvieron que exiliarse de las garras del fascismo norteamericano, supo aclimatarse a otros climas morales y profesionales. Edward Dmytryk volvi¨® a casa con las orejas gachas; Preston Sturges extravi¨® su enorme talento en el barco que lo trajo a Europa. Otros se quedaron all¨ª, medio olvidados. Unos se hundieron, como John Garfield; otros emergieron de nuevo, como Abrahain Polonsky. Pero Losey se afinc¨® en Europa y la hizo suya. La penetraci¨®n de su inteligencia, su condici¨®n afinada de intelectual le ayud¨® -y esto no es frecuente en los hombres de cine- a poner en un solo registro sus im¨¢genes y sus ideas, de tal manera que el hombre pol¨ªtico y el de cine, el intelectual y el narrador, coincid¨ªan f¨¦rreamente en ¨¦l.
?sta es la llave maestra de su influencia en los j¨®venes cineastas europeos de los a?os sesenta, cuando comenz¨® a perder poder de convocatoria el puzzle ideol¨®gico de la nueva ola francesa y se inici¨®, tras de su eclipse, una fren¨¦tica b¨²squeda de caminos por donde escapar del laberinto de un cine que comenzaba a devorarse a s¨ª mismo. En Losey se vio el encuentro natural de ideas y de formas que, hasta ¨¦l, parec¨ªan imposibles de hacer coincidir.
Mientras otros cineastas de su generaci¨®n, como Nicholas Ray y Robert Rossen, consum¨ªan sus cenizas; o, como Welles, segu¨ªan su camino en solitario; o, como Kazan, se sumerg¨ªan con su talento a cuestas en la cara oculta de la vida norteamericana; o, como Abraham Polonsky y Dalton Trumbo, extraviaban su talento; o, como Jules Dassin, se trivializaban; Joseph Losey sobrevivi¨®, en cambio, sin apenas una mutaci¨®n, casi sin esfuerzo.
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