La dictadura del heterosexismo
Todav¨ªa hoy en numerosos ambientes causa esc¨¢ndalo, o como m¨ªnimo estupor, o¨ªr que una mujer dice que es lesbiana. A m¨ª estas reacciones me resultan, cuando menos, curiosas, ya que amar a otra mujer, sentirse atra¨ªda por mujeres, es algo que nosotras, las feministas lesbianas, vivimos con la mayor naturalidad, como algo cotidiano, como un sentimiento que no necesita de sesudos argumentos que lo justifiquen.Una afirmaci¨®n como ¨¦sta puede resultar chocante. Hoy d¨ªa, sobre lesbianismo -o sobre homosexualidad en su caso-, se manifiestan muchas opiniones del m¨¢s variado tipo, pero rara, rar¨ªsima vez, en ellas se plantean las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo como algo tan satisfactorio, tan leg¨ªtimo, tan natural, como las relaciones entre personas de distinto sexo.
Habr¨¢ quien dir¨¢ que exagero, que en la actualidad son ya muchas las personas que as¨ª lo plantean. Perm¨ªtaseme, cuando menos, dudarlo. Porque ?a qu¨¦ viene, entonces, el casi, casi inevitable: "?Ustedes, por qu¨¦ son lesbianas?", de los coloquios y debates cuando de lesbianismo se est¨¢ tratando? Cuando poca, poqu¨ªsima, gente se ha preguntado: "?Y yo, por qu¨¦ soy heterosexual?, ?por qu¨¦ no soy capaz, por qu¨¦ rechazo la posibilidad de sentir atracci¨®n hacia personas de mi sexo?". No nos enga?emos: hoy d¨ªa sigue siendo necesario responder con 1.000 razones sesudas, pensadas, argumentadas, para demostrar la evidencia: que sentir atracci¨®n hacia personas del mismo sexo, que amar a las mujeres -en nuestro caso- es algo bueno, leg¨ªtimo, satisfactorio. ?Que est¨¢ muy bien, vamos! ?A qu¨¦ viene el esc¨¢ndalo o el estupor ante mujeres u hombres que siempre, o en determinados momentos de sus vidas, se sienten er¨®ticamente atra¨ªdas y atra¨ªdos por otras mujeres u otros hombres respectivamente? Sencillamente, a que no se nos considera, a las personas, como seres sexuales, sino como seres heterosexuales. O, dicho de otra manera, a que es la sociedad, y solamente ella, quien nos obliga a ser exclusivamente heterosexuales. Y, en lo que tiene de particular la consideraci¨®n social del lesbianismo, es innegable el peso del pensamiento profundamente machista que podr¨ªa resumirse as¨ª: es imposible que existan relaci¨®n y goce sexuales entre mujeres sin la presencia masculina. Lo que, en el fondo, tiene todo que ver con la no consideraci¨®n de las mujeres como sujetos -que no objetos- sexuales, tan querida del patriarcado.
De lo anterior f¨¢cilmente puede deducirse que para las feministas (tanto para las que mantienen preferente o exclusivamente relaciones heterosexuales como para las que mantenemos preferente o exclusivamente relaciones lesbianas), para nosotras, las personas, las mujeres y los hombres, somos seres sexuales.
A?os ha que visiones desprejuiciadas, libres de anteojeras sexistas, describen el impulso o pulsi¨®n sexual de los seres humanos como algo enormemente flexible, de una plasticidad tal que las respuestas er¨®ticas de las personas son de una gran variedad: un hombre, una mujer, pueden erotizarse en situaciones bien distintas y ante personas u objetos bien diferentes. Tal es la variedad, que resultar¨ªa in¨²til intentar definir con precisi¨®n los elementos que determinar¨ªan las preferencias sexuales de hombres y mujeres. In¨²til, igualmente, intentar extraer generalizaciones. El impulso sexual en las personas estar¨ªa, pues, caracterizado porque su objeto de deseo no est¨¢ predeterminado y las preferencias sexuales de cada cual es algo que tiene que ver con su historia individual. Historia individual inmersa -obvio resulta se?alarlo- en una historia colectiva, en una sociedad muy concreta.
Y la nuestra es una de esas sociedades en las que, con mayor o menor elegancia, con mayor o menor brutalidad, el lesbianismo y la homosexualidad est¨¢n condenados. Sociedades en las que, de un modo o de otro, se nos obli-
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ga a orientar nuestro deseo sexual hacia personas de distinto sexo. Y es que el lesbianismo y la homosexualidad no encajan ni bien ni mal en las normas de estas sociedades.
Una de estas normas es la norma heterosexual. Nos llevar¨ªa demasiado espacio rastrear en la historia hasta encontrar las causas que explican por qu¨¦ la heterosexualidad ha llegado a ser norma de obligado cumplimiento. Simplificando un poco, en cualquier caso, no resulta aventurado afirmar que en la base de la imposici¨®n de la conducta heterosexual se halla una hip¨®crita (?c¨®mo puede seguirse defendiendo en la actualidad?) equiparaci¨®n entre sexualidad y procreaci¨®n y tambi¨¦n -al menos en el ¨¢mbito de la tradici¨®n judeocristiana- un rechazo, un miedo al placer sexual y una especie de necesidad compulsiva de justificar este placer, tan poco espiritual, con la existencia de alg¨²n fin m¨¢s sublime, como el que parece atribuirse al hecho de traer hijos al mundo.
As¨ª, pues, nos educan en la norma heterosexual desde que nacemos: "A las mujeres s¨®lo les pueden gustar los hombres, y a ¨¦stos, s¨®lo las mujeres". De una u otra manera, nos inculcan la idea de que la sexualidad son las relaciones sexuales entre mujeres y hombres, m¨¢s legitimadas si pasan por un juzgado o por un altar, y mejores a¨²n si de ellas hay una descendencia.
Es tan fuerte la presi¨®n de estas ideas, cuenta la sociedad con tantos medios y tantas instituciones para mantenerlas -la familia patriarcal est¨¢ en la base-, que la inmensa mayor¨ªa de la gente acaba, consciente o insconscientemente, crey¨¦ndose la gran falacia de que somos seres heterosexuales, de que solamente sentimos atracci¨®n sexual, deseo er¨®tico, hacia las personas del otro sexo. La norma heterosexual, el deseo heterosexual convertido en norma, es tan aceptada socialmente, que mucha gente llega incluso a negar la evidencia cuando siente atracci¨®n sexual hacia alguien de su mismo sexo. ?Cu¨¢ntas mujeres, cu¨¢ntos hombres no han sublimado, alguna o muchas veces en su vida, los sentimientos que les despertaban amigas o amigos, respectivamente? Sentimientos turbadores, inconfesables, que hab¨ªa que reprimir, desvirtuar, sublimar, negar en suma, porque aceptarlos en su verdadero sentido no encajaba en las normas de conducta sexual socialmente sancionadas. La fobia hacia la conducta hemosexual o lesbiana es algo tan personalmente interiorizado en sociedades homof¨®bicas como la nuestra que, en muchos, much¨ªsimos casos individuales, aqu¨¦lla ha podido m¨¢s que el deseo o sentimiento propios.
Hasta tal punto se ha equiparado sexualidad con heterosexualidad, que la mayor¨ªa de la gente que mantiene relaciones sexuales con personas de distinto sexo considera que esto es lo normal, lo leg¨ªtimo, lo natural. Y no reparan en la idea de que, de hecho, la heterosexualidad se ha convertido en norma de obligado cumplimiento. Cuando todo en esta sociedad empuja en esa direcci¨®n, creo que, honestamente, resulta dif¨ªcil defender la idea de que se elige libremente la heterosexualidad. Cuando la opci¨®n lesbiana o la homosexual no aparecen en nuestras vidas, cotidianamente, como opciones sexuales leg¨ªtimas, tan satisfactorias y normales como la opci¨®n heterosexual; cuando en cuentos infantiles, novelas, teatro, poes¨ªa, o desde la radio, Prensa, cine o televisi¨®n, es la pareja heterosexual el modelo que se brinda por doquier; cuando desde la infancia a las ni?as se les van adjudicando novios y a los ni?os novias; cuando en ambientes progresistas se siente mucha incomodidad al tener que defender a lesbianas y homosexuales porque se tiene miedo a que te vayan a confundir si los defiendes; cuando se exige que lesbianas y homosexuales nos comportemos con seriedad en la calle y reprimamos nuestros sentimientos amorosos; cuando, con el C¨®digo de Justicia (??) Militar en la mano, se sigue condenando a soldados y marineros por su conducta homosexual... Cuando todo esto y mucho m¨¢s ocurre en relaci¨®n a opciones sexuales que no sean la heterosexual, ?qui¨¦n puede atreverse a decir, honestamente, que la heterosexualidad no se ha convertido en una obligaci¨®n en esta sociedad?
As¨ª -no pudo ser de otro modo-, junto a la norma heterosexual, malconviviendo con lo que se considera normal, las dem¨¢s opciones sexuales se desarrollan contra viento y marea, brutalmente reprimidas a veces, de mala gana toleradas otras. "Enfermedad, degeneraci¨®n, vicio, error de la naturaleza, inmadurez sexual..." Con ¨¦stos y otros ep¨ªtetos se ha nombrado -y descalificado- y se sigue nombrando a la opci¨®n homosexual y lesbiana.
Espero que nadie se escandalice si digo que una sociedad heterosexista que disimula mal su homofobia cuando no hace ostentaci¨®n de ella es una sociedad enferma. Una sociedad que no s¨®lo hace desgraciadas y desgraciados a lesbianas y homosexuales, sino que impide, mediatiza el libre desarrollo de la vida sexual de sus gentes normales al limitar y constre?ir a la heterosexualidad las diferentes opciones sexuales en las que puede expresarse el impulso, el deseo sexual de mujeres y hombres. Heterosexualidad en la que se manifiesta, como en los dem¨¢s ¨¢mbitos de la vida, el predominio, la prepotencia de los hombres sobre las mujeres.
El tan tra¨ªdo y llevado 1984 ha sido el a?o elegido por la Asociaci¨®n Internacional de Lesbianas y Homosexuales como un a?o de acci¨®n en todo el mundo. Para septiembre, se prepara la celebraci¨®n de una conferencia internacional y una marcha en la ciudad de Nueva York. De este modo, este a?o, la conmemoraci¨®n anual el 24 de junio del D¨ªa Internacional por la Liberaci¨®n de Lesbianas y Homosexuales adquiere unas caracter¨ªsticas particulares. A los cuatro vientos queremos difundir ideas tan elementales como que todo el mundo tiene derecho al placer, al disfrute, al gozo, a la alegr¨ªa, a la comunicaci¨®n, que se logran en el desarrollo de una sexualidad no opresora, gratificante. Y que nadie tiene derecho a convertir en norma de obligado cumplimiento ninguna de las posibles formas de desarrollar nustra sexualidad, ninguna de las opciones sexuales posibles.
Si defendemos estas ideas de libertad sexual, de no imposici¨®n, de negarnos a la normalizaci¨®n de nuestras vidas, lo hacemos con el convencimiento de que vale la pena atreverse a vivir la sexualidad desafiando todo tipo de limitaciones, vengan ¨¦stas de donde vengan, ya que nadie tiene derecho a inmiscuirse en nuestra vida sexual. Y, por el contrario, toda persona, sea cual sea su opci¨®n sexual, tiene el leg¨ªtimo derecho a disfrutar de una vida sexual satisfactoria y placentera.
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