Un maestro liberal de la historia
En mis a?os mozos tuve el atrevimiento de terciar en una disputa breve que, all¨¢ por 1948, sostuvieron don Claudio S¨¢nchez-Albornoz y Francisco Ayala sobre el destino hist¨®rico de Espa?a. Ello dio ocasi¨®n a mi primer contacto epistolar con don Claudio. Luego le conoc¨ª, en 1956, en su lugar de trabajo, en la calle Viamonte, 414, de Buenos Aires. Se hallaba enfrascado entonces en la redacci¨®n de Espa?a, un enigma hist¨®rico, el anticastro corno algunos dec¨ªan. Me impresion¨® su actividad, su labor con los medios necesariamente limitados de que dispon¨ªa all¨ª. Hab¨ªa levantado de la nada un Instituto de Historia de Espa?a, hab¨ªa consolidado la edici¨®n de los Cuadernos de Historia de Espa?a, hab¨ªa formado un plantel de disc¨ªpulos que le segu¨ªan con entusiasmo. Tuve ocasi¨®n de comprobar su humanidad desbordante, su garra de maestro.Poco despu¨¦s se public¨® el libro mencionado, denso de contenido hist¨®rico, envuelto en las formas de un enfrentamiento pol¨¦mico, que dio lugar a una discusi¨®n extendida, y a veces agria, con las consiguientes tomas de partido por unos y por otros. Don Claudio ha sido -genio y figura- un polemista nato. Tres de sus principales obras nos dan la medida del polemista: En torno a los or¨ªgenes del feudalismo, contra las tesis del historiador alem¨¢n Heinrich Brunner; Espa?a, un enigma hist¨®rico, contra la interpretaci¨®n de Am¨¦rico Castro; por fin, y en r¨¦plica a Men¨¦ndez Pidal, su Despoblaci¨®n y repoblaci¨®n del valle del Duero.
El propio don Claudio ha hecho hincapi¨¦ en su doble cualidad de historiador y de polemista. Todav¨ªa en los ¨²ltimos a?os de su vida ha tomado muchas veces la pluma para defender sus tesis cient¨ªficas de las revisiones, de los nuevos planteamientos con que algunos j¨®venes historiadores han pretendido contradecirlas.
El polemista revela principalmente la cualidad temperamental del luchador; el investigador de la historia pone de manifiesto el sentido de la responsabilidad, no s¨®lo cient¨ªfica, sino tambi¨¦n c¨ªvica, ante la sociedad de su ¨¦poca. La historia requiere ser investigada y escrita con libertad de esp¨ªritu. Para intentar aproximarnos al conocimiento del pret¨¦rito necesitamos esa libertad que nos proporciona el convencimiento de que la verdad se abre paso por s¨ª misma y s¨®lo el error necesita complicidad. La investigaci¨®n y la reflexi¨®n, que son los dos tiempos creadores del quehacer hist¨®rico, necesitan de la libertad para no caer en los dogmatismos y en la servidumbre de las ¨®pticas aberrantes que a veces imponen.
Un ser libre
Pero la historia no es s¨®lo una creaci¨®n desde la libertad, sino que el propio sentido de la historia no es otro que el que le confiere la lucha del hombre por la realizaci¨®n cada vez m¨¢s plena de su vida como ser libre. Al recibir el Premio Feltrinelli, en 1971, eligi¨® como motivo de su disertaci¨®n, en la Academia dei Lincei, el tema Historia y libertad. Expuso en aquella ocasi¨®n solemne la quintaesencia de su saber hist¨®rico y del sentido que ten¨ªa para ¨¦l la historia. En la encrucijada del mundo actual, en la que la libertad del hombre puede extraviarse por mil caminos, la historia se ofrece a nuestra consideraci¨®n, desde el fondo de viejas resonancias crocianas y de la profesi¨®n de fe religiosa del autor, como la haza?a de la libertad.
Esta es la gran lecci¨®n de don Claudio sobre la historia. Ha confesado ¨¦l c¨®mo una y otra vez se ha formulado la cuesti¨®n. ?Han sido los hombres libres para elegir su camino? ?Lo son a¨²n? ?Lo ser¨¢n ma?ana? Frente a la respuesta del determinismo materialista, don Claudio adopta la respuesta de la libertad. "Me niego a admitir", dir¨¢, "que el Hombre, con may¨²scula, y por tanto las comunidades humanas, no sean libres de elegir su futuro y que seamos prisioneros de leyes econ¨®micas que no podemos quebrantar".
El hombre que, en contra de la opini¨®n de Sartre, no est¨¢ condenado a ser libre, "tiene el maravilloso privilegio de poder llegar a serlo", ense?¨® don Claudio. Esa es la condici¨®n excepcional que distingue al ser humano de todos los dem¨¢s seres existentes en el universo, y la "espec¨ªfica tarea del historiador consiste en el conocimiento de la batalla del hombre" por afirmar tal condici¨®n. El sentido de la historia se convierte as¨ª en "la ¨²ltima p¨¢gina de la aventura creacional de Dios".
Una y otra vez, con unas palabras u otras, don Claudio se ha referido a la espiral de la libertad por la que avanza el hombre en su recorrido hist¨®rico, al zigzagueante ir y venir, al progreso y a las ca¨ªdas, a los momentos lurr¨²nosos y a los milenios sombp¨ªos. "La historia ha presenciado la lenta y dif¨ªcil ascensi¨®n del hombre hacia el pleno desarrollo de su personalidad espiritual, hacia una vida material cada vez m¨¢s digna, hacia su creciente jerarquizaci¨®n social, hacia la aut¨®noma disposici¨®n de s¨ª mismo, hacia la integral realizaci¨®n de su aut¨¦ntica condici¨®n de hombre".
Ascensi¨®n asc¨¦tica
Ascensi¨®n lenta y dif¨ªcil, ascensi¨®n asc¨¦tica, valga el pleonasmo, pero subida hacia lo alto a fin de cuentas, como esperanzadora meta. "He dicho y repetido", escribe S¨¢nchez-Albornoz, "que la historia es la haza?a de la libertad y la libertad, la haza?a de la historia. Que el hombre ha podido tener historia, es decir, avanzar hacia un ma?ana mejor, porque a natura fue dotado por Dios de libertad". As¨ª ha ido alcanzando metas en la l¨ªbertad del pensamiento, de la acci¨®n, en la libertad pol¨ªtica, en la liberaci¨®n de la miseria y del dolor. "Pero que nadie se enga?e", a?ade, "pensando que est¨¢ cercano el fin de la navegaci¨®n milenaria... Est¨¢ a¨²n lejos la conquista por el hombre de todas las libertades precisas para asegurar la integral realizaci¨®n de la funci¨®n que como tal le corresponde en este mundo de tejas abajo". Porque la historia es tambi¨¦n una continua guerra c¨ªvil del hombre contra s¨ª mismo "por las mil y una proyecciones de la complej¨ªsima y polifac¨¦tica textura humana en el vivir diario de las comunidades hist¨®ricas".
La historia nos permite de este modo entrever las luces y sombras del pasado, y nos asoma tambi¨¦n al horizonte del futuro, en el que presumiblemente encontraremos esperanzas luminosas y amenazas sombr¨ªas. Proseguir¨¢ el dominio de la naturaleza por el hombre, pero tal vez le amenace "la esclavizaci¨®n econ¨®mica, pol¨ªtica, ps¨ªquica y cultural". Sin embargo, el hombre es esencialmente libertad y dejar¨¢ de serlo si la pierde. Esta es la suprema ense?anza de, un gran maestro.
La dilatada vida de trabajo de don Claudio ha concluido. En la ¨²ltima carta que recib¨ª de ¨¦l, con la pluma ya un poco temblona, donde antes el pulso era firme, me dec¨ªa: "Avanza mi viaje al m¨¢s all¨¢". Ahora que ha alcanzado el t¨¦rmino de ese viaje quisiera evocar los versos de Joan Maragall, en una traducci¨®n del Cant espiritual, que el propio don Claudio recordaba en la muerte de un amigo: "Y cuando venga la hora tenebrosa / en que estos ojos de hombre se me cierren, / ¨¢breme t¨², Se?or, otros m¨¢s grandes / para poder mirar tu rostro inmenso. ?Nacimiento mayor sea mi muerte!".
Vicente Palacio Atard es historiador.
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