Tiempo para la evocaci¨®n
Chick Corea-Mahavishnu Orchestra.VIII Festival de Jazz de Vitoria.
Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria,16 de julio.
JOS? RAM?N RUBIO,
El Festival de Vitoria no pudo comenzar mejor, con lleno total y gran ovaci¨®n de saludo para la primera estrella: Chick Corea, pianista voluble, perejil de todas las salsas. Luego, cuando Chick termin¨®, los aplausos fueron m¨¢s tibios y se entremezclaron con algunos silbidos. Chick Corea hace muchas cosas, y se ve que a algunos les gustan unas que no eran las de esta vez.
Y, sin embargo, el recital de piano solo de Chick Corea si algo ha demostrado es que a este hombre le sobran todas las alharacas. Corea estuvo desigual, con momentos en que recordaba sus primeras improvisaciones para ECM -lo mejor que ha hecho-, junto a otros pasajes en los que uno echaba en falta a Herbie Hancock.
Pero, a¨²n as¨ª, vimos a un Chick Corea encajado, lo mismo en sus propias composiciones que en la recreaci¨®n de temas ajenos, como el bonito So in love, de Cole Porter. Incluso las fla menquer¨ªas de siempre le salie ron como con m¨¢s sustancia. Y, cierto, no puede reprimir la sen sibilidad delicuescente de aque llos desencantados del jazz libre a quienes les dio de golpe por la melancol¨ªa y por querer ser Erik Satie. Pero hasta esa sensibilidad parece haber cobrado sentido, como una -porcelanita mona a la que por fin se le encuentra sitio en la vitrina.
Un campe¨®n de tenis
Despu¨¦s de Corea sali¨® su amigo John McLaughlin con un revival de la hist¨®rica Mahavishnu Orchestra, y ya la evocaci¨®n fue total. Ah¨ª es nada, otra vez el McLaughlin, al que los cr¨ªticos franceses compararon con un campe¨®n de tenis, todo vestidito de blanco y jugando a ser el que m¨¢s corre de un troupe de r¨¢pidos. Menos mal que no sac¨® la guitarra de dos m¨¢stiles, y que al final Billy Cobham se cay¨® del cartel, porque si no hubi¨¦ramos acabado llorando de pura nostalgia.
Con todo, se ve que esta m¨²sica a¨²n engolosina a los j¨®venes porque junto a McLaughlin estaba lo mejor de la nueva generaci¨®n blanca. Por ejemplo, Mitch Forman, que nos admir¨® a los teclados como nos hab¨ªa admirado al piano con Stan Getz y la orquesta de Gerry Mulligan. O, por ejemplo, Bill Evans, el saxofonista al que descubri¨® Miles Davis para luego no dejarle tocar, y que aqu¨ª toc¨® mucho el soprano y hasta tuvo oportunidad de explorar el lado oscuro del saxo tenor.
O el sustituto de Cobham, Dan Gottlieb, bater¨ªa que exhibi¨® una fuerza impresionante, y una colecci¨®n a¨²n m¨¢s impresionante de platillos con los que hizo un solo recitalero, en plan ruidito por aqu¨ª, ruidito por all¨¢. O el bajista, que resalta su pertenencia a las nuevas generaciones llam¨¢ndose Jon¨¢s, como si fuera un personaje de Alain Tanner.
El 'toque de distinci¨®n'
A fuerza de solos, estuvieron mucho rato, y eso retras¨® lo que los organizadores han llamado el toque de distinci¨®n, o sea, la jam session final. En ella, Chick orea y la Mahavishriu cubrie ron el expediente con un n¨²mero y luego, ante el ¨¦xito, remataron la faena con una versi¨®n de All blues tan nost¨¢lgica como cha pucera, en la que todos cumplieron mal que bien, pero quienes mejor se lo pasaron fueron ellos dos, Corea y McLaughlin. Los viejitos.
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