La broma no tuvo gracia
A los presidentes les gusta decirnos que la vida no es agradable, y que no lo es, sobre todo, para ellos mismos. Hay muchas cosas que nosotros podemos hacer y los presidentes no. No se les puede decir que no hay mesas disponibles en el restaurante. No pueden pasarse dos d¨ªas al tel¨¦fono intentando averiguar por qu¨¦ no se ha recogido la basura. No pueden perder un avi¨®n. Una vida desgraciada, realmente, si se tienen en cuenta sus privaciones; eso sin mencionar la mayor injusticia de todas: los presidentes no pueden bromear sobre la bomba nuclear.Esto ¨²ltimo es todav¨ªa m¨¢s injusto, porque es discriminatorio. El resto de los norteamericanos -con excepci¨®n, quiz¨¢, de los miembros del Pent¨¢gono- tienen libertad para hacer este tipo de chistes. (...)
Pero los presidentes no pueden permitirse comentarios agudos. No les ser¨¢ admitido ni dentro ni fuera de sus fronteras.
Hay una raz¨®n muy buena para ello. Son los ¨²nicos con poder para hacer estallar las bombas. Tienen las claves, los c¨®digos y la autoridad. Esto significa, en su sentido m¨¢s tremendo, quiz¨¢ no comprensible para el resto, que tienen tambi¨¦n la responsabilidad. El trueque es absolutamente sencillo: si les otorgamos nuestro respeto a su funci¨®n, a cambio exigimos que contemplen nuestros sentimientos y nuestra necesidad de saber que son serios.
Es este entendimiento el que ha roto Reagan con su espeluznante comentario sobre el bombardeo a los rusos. Nos duele ser tan duros en nuestro juicio, pero la broma no tiene gracia.
17 de agosto.
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