La voz de la otredad
San Eros escuch¨® el canto de un p¨¢jaro y se ech¨® una siesta de 300 a?os. "Maravillarse", ya dijo el irland¨¦s lord Dunsany, "es en el hombre santidad". Tal capacidad de deleite no se alcanza con el alma a barbecho, ni tampoco parece ser un privilegio reservado a la jerarqu¨ªa, tenga o no plaza en el santoral. Seguramente era un hombre sensible. Don ¨¦ste, por lo visto y por lo inusual del milagro, m¨¢s bien ajeno a la trayectoria de la especie.Octavio Paz no bati¨®, por ahora, la plusmarca de san Eros, pero lleva un buen pico maravill¨¢ndose y compartiendo esos signos elegidos del alma. Es, desde luego, un hombre sensible. Rara especie a la que no se ajusta el espejo plano. Que irradia con luz propia, en itinerarios po¨¦ticos que jalonan la aventura literaria del siglo, y que absorbe el resplandor de los otros, mediando y recreando, en permanente iniciaci¨®n y alquimia.
Fuego y agua. Emoci¨®n y reflexi¨®n. Cultivar y ser fecundado. Crear y amar la creaci¨®n. En 1945, el eterno aprendiz sube, bajo un sol de justicia, hacia la caba?a de Robert Frost, en Nueva Inglaterra. Toma aliento a "la sombra de un olmo y piensa: "El sonido del agua vale m¨¢s que todas las palabras de los poetas". Y, sin embargo, cu¨¢nto entusiasmo, cu¨¢nta b¨²squeda, para acercar el misterio de la palabra al instante de la llamada o la acequia.
El desaf¨ªo, por m¨¢s que a veces parezca in¨²til, no s¨®lo vale est¨¦ticamente la pena, sino que obedece a un imperativo moral. Dimensi¨®n ¨¦sta de la conciencia que no procede ni se deriva de la disposici¨®n creativa, sino que le es consustancial.En el reino de la literatura, pocos idilios han resultado tan intensos y felices comoe el que mantienen Octavio Paz y la poes¨ªa. Un amor que se contagia y que invita, por si existieran dudas, a repudiar la relaci¨®n fr¨ªgida que se empe?an en divulgar las escuelas estructurales del aburrimiento.
Um amor, por otra parte, que se alimenta en la vivencia radical de la libertad, y eso, casi siempre, significa nadar contra corriente, disidencia.
El territorio de lo po¨¦tico es el ¨¢mbito dom¨¦stico donde dialogamos con nosotros mismos y es el continente inmenso y plural de la otredad donde resuenan los ecos de la diferencia, la diversidad y la excepci¨®n.
Poetizar a cielo abierto tiene como prolongaci¨®n natural pensar la diferencia, y esa humilde exploraci¨®n de los otros, del env¨¦s del mundo donde suelen cobijarse las pulsiones aut¨¦nticas, desvela la naturaleza muerta y vac¨ªa de algunas empresas de la modernidad, como el af¨¢n homogeneizador y un universalismo uniformista.
No son ¨¦stas las varas que sirvan para medir el mundo. El regreso a la diversidad es para Octavio Paz "uno de los pocos signos positivos en este terrible fin de siglo". Malos o no los presagios, bien est¨¢ que san Eros y Xochipilli, deidad de la danza, las flores y la primavera, no nos dejen de la mano.
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