Sobre resurrecciones
Una prestigiosa revista de filosof¨ªa que anim¨® en los dif¨ªciles a?os cincuenta el vacilante y mon¨®tono mundo universitario espa?ol, va a probar a vivir nueva vida. Avalan la experiencia tan ilustres pensadores y amigos como S¨¢nchez Mazas, Ferrater Mora, La¨ªn Entralgo y Garc¨ªa Bacca. Les deseo mucha suerte y fortuna, pero me parece que se equivocan.Las revistas son seres vivos y latidores, como los personajes de las novelas, los aluviones del oto?o o las mareas del primer invierno, fen¨®menos que, todos ellos, hacen su camino sujetos a las leyes misteriosas que toleran los vaivenes, pero que tambi¨¦n se?alan, irremisiblemente, un punto final que jam¨¢s enga?a cuando llega. Y el negarse a admitirlo es algo humanamente comprensible, e incluso -tambi¨¦n y en cierto modo- admirable, pero quiz¨¢ tan in¨²til como cualquier otro desaf¨ªo al destino. La muerte tiene una dignidad que no se puede transgredir.
Hablo por boca propia y animado por mi a¨²n pr¨®xima experiencia personal. Entre 1956 -justo cuando mor¨ªa la revista que ahora va a relanzarse- y 1978 publiqu¨¦ regularmente hasta 176 n¨²meros de Papeles de Son Armadans, am¨¦n de algunos n¨²meros dobles, varios extraordinarios y un par de almanaques.
La revista naci¨® en ¨¦pocas amargas para el pensamiento espa?ol y en ella encontraron cobijo no pocas voces vetadas desde los medios oficiales o, m¨¢s sencillamente, silenciadas desde las instancias pacatas y m¨¢s yermas y aburridas. Cuando muri¨® -de muerte natural, aclar¨¦ entonces y reitero ahora- Espa?a hab¨ªa dado un vuelco emocionante y ejemplar a su historia e incluso a su propia forma de ser y acontecer. Pero ninguna de esas dos circunstancias, seg¨²n pienso, fueron determinantes ni para el parto ni para el ¨®bito y entierro. Influyeron en su justa medida, claro es, y como uno m¨¢s de los tantos y tantos otros factores que nos iban se?alando cada ma?ana el ruedo en el que hab¨ªa que lidiar, pero ni m¨¢s ni menos que cualquier otro. De repente le sobrevino la muerte y en paz: eso fue todo. No hace falta tampoco tirar por el camino c¨®modo y ponerse ni trascendente, ni solemne, ni heroico.
Varias veces me han propuesto resucitar los Papeles de Son Armadans, y para m¨ª tengo que siempre con las mejores intenciones. Hispanistas, profesores de universidad, poetas y aun pintores, a?orantes de una revista no estrictamente profesional, me han insistido en correr la aventura de una segunda ¨¦poca, a la que siempre me he negado. Los seres vivos no pueden aspirar a una nueva oportunidad, y los muertos est¨¢n bien muertos y enterrados o aventados.
.Los Papeles de Son Armadans vivieron en sus ¨²ltimos tiempos una muy sutil y prolongada agon¨ªa, y poco a poco fueron convirti6ndose en un sumidero de art¨ªculos destinados a nutrir el horro curriculum que hab¨ªa que engordar o en un burladero para los experimentos de una vanguardia quiz¨¢ tan gratuita como errada. Entiendo que todo eso no era sino el anticipo de un fin ya se?alado e incluso, de contar con los instrumentos de medida oportunos y bien afinados, predecible en sus m¨¢s exactos t¨¦rminos. Pero tambi¨¦n hubiera podido prolongarse en su c¨®moda y prestigiosa ¨²ltima enfermedad durante tiempo y tiempo, aunque al final se muri¨® tanto de vejez como de tedio.
Las segundas ¨¦pocas siempre cuentan, de entrada, con el grave lastre de la insoslayable comparaci¨®n con la primera juventud. Y quiz¨¢ sea ¨¦sa la m¨¢s cruel de las comparaciones, porque su resultado viene cantado de antemano. Si la revista tuvo el prestigio bastante como para justificar la resurrecci¨®n, cada nuevo n¨²mero sufrir¨¢ el contraste con toda la primera historia y jam¨¢s podr¨¢ sostener ese continuado pulso. Hay una f¨¢cil soluci¨®n para tales amenazas: cambiar de ra¨ªz el contenido y aun la propia raz¨®n de ser en la segunda ¨¦poca. Pero, ?para qu¨¦? Entonces a¨²n se fuerza y se tuerce m¨¢s la mueca de la renovaci¨®n, porque ya no habr¨ªa motivo alguno para el mantenimiento del nombre original y que se resucita.
La aventura que ahora emprenden mis amigos justificar¨ªa quiz¨¢ mayores palabras de aliento y menos carga de malos augurios, pero pienso que eso ser¨ªa enga?arme y enga?arles en lo que realmente pienso. Es posible que sus fuerzas y sus talentos reunidos consigan impedir lo que a m¨ª se me neg¨® en conciencia y, en tal caso, me gustar¨ªa festejar con ellos mi equivocaci¨®n. Ser¨ªa un s¨ªntoma de insospechadas consecuencias para todo aquello que, hasta ahora mismo, ven¨ªa marcado por el estigma de la ineludible desaparici¨®n, y pienso que a estas alturas de la vida, incluso esa insensata esperanza acaba por agradecerse. Pero ni aun as¨ª me volver¨ªa yo atr¨¢s en mi decisi¨®n acerca del buen entierro de los Papeles de Son Armadans, porque la excepci¨®n ajena jam¨¢s debe tomarse como norma propia.
S¨ª me gustar¨ªa, sin embargo -y en cambio y pese a todo- animar a quienes siguen insistiendo en las resurrecciones y las segundas partes para que no pierdan de todo el empe?o. Basta que lo muden un poco en direcci¨®n y sentido y que se apunten a otro proyecto de nuevo cu?o y animado por quienes tienen ahora la edad que ten¨ªamos nosotros en 1956. Ninguna revista sobra cuando nace y tampoco ninguna revista falta cuando se muere. Y siempre puede quedarnos e? consuelo de pensar en que despu¨¦s vendr¨¢n, al cabo de muchos a?os y sucesos, quienes insistir¨¢n tercamente en resucitar a los nov¨ªsimos muertos.
Copyright Camilo Jos¨¦ Cela, 1984.
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