Los que viven de la calle
LA IDEA de la profesionalizaci¨®n de la mendicidad, emitida por algunas autoridades, puede dar una versi¨®n equivocada de lo que est¨¢ sucediendo y emparentarla con viejos mitos de patio de Monipodio, novel¨®n de Victor Hugo o ecos de la ?pera de tres cuartos. M¨¢s a¨²n si se le a?ade la muy cl¨¢sica de que estos desheredados rechazan la ayuda institucional. Es cierto que una mendicidad prolongada puede producir una especie de dramaturgia de -la actividad -elecci¨®n de lugares, exhibici¨®n de miseria, tono de voz del pedig¨¹e?o, relato de una historia...- que pueda hacerla m¨¢s rentable; pero dif¨ªcilmente se puede creer que la mendicidad sea una vocaci¨®n, una dedicaci¨®n y una elecci¨®n de vida con preferencia a cualquier otra, como ser¨¢ tambi¨¦n dif¨ªcil creer que las instituciones previstas tienen hoy la capacidad suficiente y los fondos necesarios como para absorber toda (ni siquiera una parte) la mendicidad, abierta o encubierta, que ha sido ocasionada por una crisis econ¨®mica que nadie ignora y por una crisis social que, por una parte, es fruto de esa crisis; por otra, de una modificaci¨®n profunda de la relaci¨®n mano de obra producci¨®n, y, en fin, por una considerable insolidaridad.Estas condiciones han arrojado a la calle, y a tratar de vivir de ella, a un n¨²mero muy elevado de personas, principalmente en las grandes ciudades, en virtud de una especie de ley pr¨¢cticamente mundial de movimiento centr¨ªpeto de la miseria. Las autoridades de esas ciudades tratan de sacudirse lo que ven como una plaga, y hasta de relegarlo como pueden a los barrios extremos, para mantener la tensi¨®n superficial del centro de la ciudad. Tratan, con arreglo a las funciones que les parecen suyas, de inventariar, limitar, dar permisos o retirarlos, acotar lugares. Quiz¨¢ sea una oficializaci¨®n de la miseria frente a la llamada profesionalidad, una especie de colegiaci¨®n de los pobres. Las medidas que se toman son a veces inveros¨ªmiles, como la que en Madrid pretende que los m¨²sicos ambulantes renuncien al modesto material electr¨®nico de sus instrumentos: puede ser perseguible el volumen, el abuso de los decibelios, pero no la forma de elaboraci¨®n del sonido, que a veces es intr¨ªnseco a los instrumentos de que disponen o manejan. La persecuci¨®n a los vendedores ambulantes que no tengan licencia se realiza tambi¨¦n, a veces, con crueldad, con una incautaci¨®n -indudablemente legal- de la pobre mercanc¨ªa con la que a veces se hunde en la miseria definitiva a quien trata de subsistir. Es cierto que los derechos de los comerciantes establecidos deben ser respetados, desde el momento en que se les aplican toda clase de impuestos para obtener por lo menos estos derechos, y que los viandantes tienen tambi¨¦n el derecho a ser defendidos contra solicitudes a veces impertinentes. Pero la apreciaci¨®n de que estamos en circunstancias cr¨ªticas que afectan gravemente a sectores cada vez m¨¢s amplios de la poblaci¨®n debe mitigar la represi¨®n. Incluso se tiene la idea de que muchos de los que viven de la calle est¨¢n en la ¨²ltima frontera que les separa del delito real, y que se pueden ver lanzados a ello si se fuerza la situaci¨®n del delito municipal.
Muchas veces los ciudadanos que presencian actitudes contundentes de la polic¨ªa urbana contra mendigos, vendedores ambulantes o m¨²sicos callejeros se ponen de parte de las v¨ªctimas, aunque ello no impida, naturalmente, la actuaci¨®n legal y ordenada de los guardias; quiz¨¢ alguna vez evite alg¨²n exceso de celo o de violencia. Demuestran esas reacciones una forma de conciencia social, de percepci¨®n popular del problema, que debe ser tenida en cuenta.
La vieja defensa frente a esta degeneraci¨®n forzosa de la sociedad sigue siendo, a lo que se ve -y emitida ahora por personas muy distintas de las que sol¨ªan utilizarlas-, id¨¦ntica a su t¨®pico: la profesionalidad, la alusi¨®n a las negativas a recibir la ayuda institucional, la acusaci¨®n de que estas personas "se niegan a integrarse" son formas que terminan expandiendo la idea del desvalido como "vago", "sucio" o "marginado". La simple observaci¨®n de que hace algunos a?os estas capas sociales extremas no exist¨ªan y ahora s¨ª no indica un cambio psicol¨®gico en las poblaciones hacia la vagancia, sino un cambio de estructura econ¨®mica y social hacia peor. Acusar a las v¨ªctimas es una defensa poco limpia, que adem¨¢s tiene el efecto de limitar la solidaridad ciudadana.
El esfuerzo que est¨¢n haciendo todos aquellos que tratan de mejorar la situaci¨®n de las capas de poblaci¨®n afectadas por esta. crisis es loable: desde el Consejo Superior de Menores a los ayuntamientos y las entidades privadas o semip¨²blicas de caridad. Su capacidad, sin embargo, est¨¢ desbordada: sus centros, sus presupuestos, su personal o sus capacidades legales tienen los l¨ªmites estrechos que corresponden, por su parte, a la crisis econ¨®mica y social: no dan m¨¢s de s¨ª. Quiz¨¢ una de las formas posibles de hacer frente a la situaci¨®n como se pueda, en espera de que las condiciones del pa¨ªs var¨ªen lo suficientemente como para absorber este problema, seajener consciencia de la situaci¨®n real y comprender que si las calles de las ciudades espa?olas sufren, con arreglo a moldes ideales, por la presencia desagradable de los que tratan de vivir de ellas, y por lo que suponen de creaci¨®n de mala conciencia para todos, es porque representan una situaci¨®n grave, pero existente: es el s¨ªntoma visible de una enfermedad m¨¢s profunda. Algunas formas de tolerancia, de permisividad, de comprensi¨®n y de ayuda, y alguna atenci¨®n presupuestaria y moral mayor a las instituciones que tratan de atajar el s¨ªntoma, pueden ir ayudando a sacar adelante la situaci¨®n; un exceso de represi¨®n puede, por el contrario, agravar las cosas.
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