Jornada de trabajo y creaci¨®n de empleo: el objetivo de las 35 horas semanales
La creaci¨®n de empleo en los pa¨ªses occidentales se enfrenta en la actualidad con dos grandes limitaciones: la continuidad de la crisis econ¨®mica, que condiciona la obtenci¨®n de tasas elevadas del producto interior y el acelerado desarrollo tecnol¨®gico al que asistimos, ejemplificado en la automatizaci¨®n de los procesos productivos, no s¨®lo industriales, sino tambi¨¦n en los sectores terciarios, ¨²nicos creadores de empleo en la ¨²ltima d¨¦cada.Con crecimientos de la productividad, en concreto en nuestro pa¨ªs, entre el 3% y el 5% anual, se requiere una cifra de crecimiento en torno al 4%-5% del PIB para empezar a generar un saldo neto positivo de puestos de trabajo, cifra a¨²n lejana del 3% estimado por el Gobierno como resultado de la econom¨ªa espa?ola para 1984.
S¨®lo en el marco de la llamada econom¨ªa oculta, aplicando condiciones laborales por debajo de los niveles legales, y con situaciones productivas en general bastante obsoletas, se mantiene una cierta tendencia hacia la creaci¨®n de empleo. Parece como si el pa¨ªs renunciase a su propia reestructuraci¨®n optando por un camino f¨¢cil, de competir v¨ªa reducci¨®n dr¨¢stica de los costes laborales; v¨ªa que, de generalizarse, nos abre las puertas del tercermundismo, m¨¢s que la entrada hacia Europa. La v¨ªa tecnol¨®gica se alza como la ¨²nica posible para que Espa?a se enganche al carro de las sociedades avanzadas. Y, sin embargo, a mayor desarrollo tecnol¨®gico menor capacidad de generaci¨®n de empleo en el conjunto del sistema productivo.
Reducir la oferta
Dejando de lado la opci¨®n de reducir costes laborales, al menos como soluci¨®n definitiva (lo que no niega seguir en la l¨ªnea de reformas del marco laboral, que en parte contribuyen a este objetivo, tratando de evitar rigideces innecesarias), y con las limitaciones a la expansi¨®n de la demanda de trabajo que implica el desarrollo tecnol¨®gico y una crisis que no termina de ver soluci¨®n estable, s¨®lo quedan las posibilidades de o bien repartir la demanda existente o bien reducir la oferta de trabajo.
Reducir o al menos mantener el volumen de poblaci¨®n activa existente es algo que se viene impulsando ya desde hace a?os de forma directa o indirecta con diversas medidas. Directamente a trav¨¦s de distintas medidas como la prolongaci¨®n de la edad de escolarizaci¨®n obligatoria, la reducci¨®n de la edad de retiro obligatorio.
La propia situaci¨®n del mercado de trabajo auspicia, indirectamente, la retirada del mismo de amplios colectivos de poblaci¨®n activa potencial: mujeres que se recluyen en las labores del hogar, o j¨®venes que alargan de modo voluntario su per¨ªodo de estudios, son los llamados desanimados que como tal su retirada tiene car¨¢cter transitorio, y estar¨ªan dispuestos a incorporarse al mercado laboral ante un cambio en las expectativas del mismo. Pero la primera opci¨®n conlleva un enorme coste social -las jubilaciones- que agudizan los problemas econ¨®micos del pa¨ªs, (d¨¦ficit p¨²blico incontenible, etc¨¦tera) y la segunda, al margen de las tensiones sociales que, engendre (masificaci¨®n de la universidad...), no contribuye a reducir e. desequilibrio entre oferta y demanda de trabajo de forma estable.
En este contexto, la idea de repartir el traba o existente se convierte en la alternativa con mayores probabilidades de ¨¦xito a medio plazo. La idea no es tan descabellada, como se ha presentado desde algunos sectores empresariales, y conviene, no obstante, desarrollarla con medidas complementarias a la reducci¨®n de jornada que minimicen las implicaciones econ¨®micas negativas que a corto plazo pueda generar.
La disminuci¨®n de la jornada de trabajo ha sido una constante a le largo de la historia del capitalismo. Desde las 14 y 16 horas de jornada diaria de la Inglaterra de Dickens hasta las 38 y media semanales de los metal¨²rgicos alemanes hay un largo camino de unos dos siglos, pero irreversible. La utop¨ªa de Tom¨¢s Moro, las 36 horas de jornada semanal, han entrado ya en el terreno de lo posible. En suma, la din¨¢mica del sistema econ¨®mico, impulsado por un constante avance de la productividad del factor trabajo a expensas del cambio t¨¦cnico, arrastran tras de s¨ª una reducci¨®n paulatina de la jornada laboral. Sin duda, trabajar menos horas ha permitido, al margen de la coyuntura econ¨®mica concreta, mantener vol¨²menes de ocupaci¨®n, en descenso, pero adecuados a los deseos de la poblaci¨®n ¨®ccidental. Cabe incluso afirmar que en una perspectiva temporal dilatada ha abierto camino para la soluci¨®n de los problemas de empleo arraigados en las crisis c¨ªclicas del capitalismo.
El problema, en la actualidad, estriba en plantearse si de una manera voluntaria, por acuerdo o por decisi¨®n de las autoridades econ¨®micas, es posible llevar adelante una reducci¨®n de la jornada de trabajo con efectos positivos sobre el empleo -no es necesario a?adir el car¨¢cter progresivo de la media en una perspectiva social- sin da?ar m¨¢s la maltrecha situaci¨®n de las econom¨ªas occidentales y m¨¢s en concreto la espa?ola.
Empezar¨¦ por analizar los argumentos que se han esgrimido eja contra de la implantaci¨®n de la jornada de 35 horas.
Argumentos contrarios
Sobre la reducci¨®n de jornada, se ha dicho, en primer lugar, que no crea empleo porque es compensada por un aumento de la productividad, y adem¨¢s incita a inversiones encaminadas a sustituir trabajo por capital. Adem¨¢s, se argumenta que no tiene en cuenta el hecho de que muchas empresas mantengan cierto nivel de infrautilizaci¨®n de la mano de obra contratada. Ambos argumentos son irrefutables; pero que la reducci¨®n de jornada sea absorbida ¨ªntegramente por incrementos de productividad o reducci¨®n del excedente de trabajo depende la cuant¨ªa de aqu¨¦lla. Por ejemplo, la reducci¨®n de jornada auspiciada por el actual Gobierno al implantar la jornada de 40 horas semanales y 30 d¨ªas anuales de vacaciones el pasado a?o, ha supuesto una disminuci¨®n del tiempo de trabajo pactado en convenios de unas 60 horas anuales entre 1982, y 1984, es decir, aproximadamente un 1,5%, como media de la jornada laboral. Esto sobre jornada pactada, paralelamente la jornada efectiva -tiempo real de trabajo- se ha incrementado ligeramente o se mantiene constante. Con estas dimensiones en la reducci¨®n de la jornada el empleo generado por la medida, en t¨¦rminos netos, ha sido nulo.
En todo caso ha podido contribuir a que el proceso de ajuste de plantillas, intenso en nuestro pa¨ªs desde 1976, se haya desacelerado.
En segundo lugar, se ha indicado que el tiempo libre creado corre el riesgo de ser utilizado en la econom¨ªa sumergida, lo cual tambi¨¦n puede ser cierto. Sin embargo, en otro art¨ªculo publicado en EL PAIS (16 de abril de 1982) he mostrado c¨®mo dentro de la oferta potencial de trabajo para la econom¨ªa sumergida el pluriempleo ocupaba un espacio reducido y son precisamente los parados oficiales -registrados o contabilizados en las encuestas de poblaci¨®n activa- y los no oficiales (desanimados: estudiantes, amas de casa) quienes constituyen el contingente fundamental de demandantes de empleo en los mercados paralelos de trabajo.
As¨ª pues, la reducci¨®n del trabajo negro pasa en gran medida por la creaci¨®n de empleos adecuados en el mercado oficial o regular para la oferta disponible.
Por ¨²ltimo, se esgrime el argumento de, los costes de la operaci¨®n para las empresas. Si se reduce la jornada de trabajo sin alterar el nivel individual de retribuciones y se aumenta la plantilla no cabe duda de que, al menos a corto plazo, si no se modifica el volumen de ventas, el peso de los costes laborales se incrementa deterior¨¢ndose las condiciones de competitividad. Esto es cierto. Ahora bien, parece que no se est¨¢ considerando el coste, que recae sobre las empresas tambi¨¦n, de las pol¨ªticas de protecci¨®n al desempleo y la pol¨ªtica de fomento del empleo -¨¦stas, escasamente generadoras del mismo-. Cabe, pues, aqu¨ª una alternativa de cambiar una reducci¨®n de la jornada de trabajo con una estabilizaci¨®n de su coste unitario, con cargo en parte a los Presupuestos del Estado, en parte a los salarios, y, tambi¨¦n, recogiendo alg¨²n sacrificio por la parte empresarial.
Se puede esbozar una propuesta concreta pendiente de matices que recoger¨ªa los siguientes elementos:
1. La concertaci¨®n social en curso debiera incluir un acuerdo sobre reducci¨®n de jornada hasta las 35 horas semanales, en un per¨ªodo de dos a?os, en principio con car¨¢cter voluntario a negociar en cada ¨¢mbito concreto de negociaci¨®n, en funci¨®n de la situaci¨®n de empresas y sectores. No parece procedente la aplicaci¨®n de una medida. gubernativa con car¨¢cter general y uniforme.
2. En el proceso de negociaci¨®n colectiva habr¨ªa de completarse la medida de reducci¨®n de la jornada con acuerdos sobre el empleo a crear -y su organizaci¨®n-, acuerdos sobre congelaci¨®n salarial transitoria -en cuant¨ªa proporcional a los incrementos previstos y en funci¨®n del coste de empleo a generar- y sobre descuentos en la productividad en la empresa -rendimiento, absentismo, etc¨¦tera- De igual modo convendr¨ªa cuantificar el importe de la aportaci¨®n empresarial al proceso.
Mayor productividad
En este sentido, una reducci¨®n de la jornada semanal de cinco horas (de 40 a 35) ser¨ªa absorbida, en parte, bien por mejoras en la productividad, bien por elevaci¨®n del grado de ocupaci¨®n real de la mano de obra (disminuyendo el nivel de absentismo, mejorando la organizaci¨®n del proceso de producci¨®n, etc¨¦tera) y el resto, las horas destinadas a la generaci¨®n de nuevo empleo, ser¨ªa financiado con las aportaciones de trabajadores, empresarios y Administraci¨®n, de modo que se lograra mantener constante, en t¨¦rminos reales, el coste unitario de la hora trabajada. El Estado cuenta con instrumentos en su ¨¢mbito de actuaci¨®n para implementar e incentivar la aplicaci¨®n de un acuerdo sobre reducci¨®n de jornada.
Las negociaciones que en estos d¨ªas se est¨¢n desarrollando entre la Administraci¨®n y los interlocutores sociales para alcanzar un acuerdo marco es lugar adecuado para concretar los pormenores y evaluar los efectos de la implantaci¨®n de lajornada de 35 horas. Soy consciente de la dificultad de dinamizar el mecanismo de la negociaci¨®n colectiva en nuestro pa¨ªs, tradicionalmente polarizado en la variable salarial, para dar cabida a estas materias. Pero la situaci¨®n exige un esfuerzo por parte de todos y va siendo hora de desembarazamos de Inercias y tab¨²es del pasado.
La reducci¨®n de jornada es la ¨²nica v¨ªa posible, a medio y largo plazo, para alcanzar un cierto equilibrio en el mercado de trabajo, generando un flujo neto positivo de puestos de trabajo. La utop¨ªa de Tom¨¢s Moro es ya hoy una necesidad ineludible y urgente de poner en pr¨¢ctica.
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