Aut¨®mata del alma
No s¨®lo no es cierto que la Tierra sea el eje del sistema solar, sino que, para colmo de soledades, nos hallamos suspendidos en un rinc¨®n oscuro de la galaxia.Se dice que hay 15.000 millones de a?os por detr¨¢s nuestro y que antes de este largo est¨ªo hubo otros en los que el Universo se dilat¨® y contrajo como una pasi¨®n.
El firmamento ya no existe. Hay por ah¨ª estrellas que explotan y huyen a distancias completamente inasibles.
Tampoco se detiene nunca el inventario de part¨ªculas at¨®micas. Acaba de descubrirse a unos kurks (a los que los cientificos-poetas llaman encanto, extra?eza y hasta verdad) que configuran otro m¨¢s all¨¢ ilimitado de la materia, y ya nadie sabe nada de ella.
En cuanto al hombre, las claves, las motivaciones y los empujes de cada uno ya no vienen de arriba (lo sobrenatural), pero tampoco de abajo (el sexo, el poder o la muerte). Resulta que todo est¨¢ escrito en un min¨²sculo programa de DNA (¨¢cido desoxirribonucleico) que se guarda en lugar mucho m¨¢s rec¨®ndito que el cielo o el coraz¨®n.
Siempre hay pensamientos que liquidan los misterios sobre la base de la existencia de un sumo hacedor. Y as¨ª, el trueno (y la opresi¨®n y la infelicidad) resultan -es dif¨ªcil entender c¨®mo- m¨¢s soportables. Sin embargo, he aqu¨ª que detr¨¢s del trueno est¨¢ el rayo; tras ¨¦l, fuerzas el¨¦ctr¨ªcas que chocan, y tras ellas, el campo electromagn¨¦tico, el campo gravitatorio, las interacciones d¨¦biles y fuertes, y un caos absoluto de luz y de materia. Para este tipo de pensamientos lo dificil es ahora saber d¨®nde empieza la obra de Dios, en qu¨¦ consiste la creaci¨®n, y hasta qu¨¦ clase de ser todopoderoso es ese capaz de organizar semejante confusi¨®n. Dentro de cinco siglos -el mismo tiempo que ha tardado en homologar a Galilelo-, la Iglesia deber¨¢ aceptar tal cantidad de enigmas que se hace dif¨ªcil
imaginar en qu¨¦ va a quedar su misi¨®n consoladora.
Nunca como en nuestro tiempo el conocimiento hab¨ªa generado tantos descubrimientos y, a la vez, tantas inc¨®gnitas. Por encima de los temores que suscita, ¨¦sta es la grandeza de la ciencia. Tan grande como su carrera implacable hacia el desvelamiento de esos misterios. La persecuci¨®n de lo desconocido forma parte esencial del hombre, y la ciencia, con el permiso de la Mosofia, es uno de los modernos veh¨ªculos de esa persecuci¨®n.
Si existe un dios, ese dios reside en el interior de los enigmas que la ciencia despliega d¨ªa a d¨ªa ante nuestros ojos. Es un dios como tendencia, un dios al que se hostiga, un dios que s¨®lo es en la interioridad del hombre y cuya ¨²nica tarea consiste en fecundar sus sue?os.
Desde lejanos tiempos el hombre ha imaginado, proyectado y construido una larga serie de artefactos -aut¨®matas- en los que se hace presente un sue?o ancestral: parecerse a Dios, imitar a Dios en una de sus m¨¢s admiradas potencias: crear, reproducir una criatura semejante al propio hombre.
El ordenador (uno de los productos de esa ciencia que se pregunta) representa una culminaci¨®n en la larga historia de los aut¨®matas. No s¨®lo ser¨¢ el responsable de que consigamos reproducir los movimientos del cuerpo humano, leit motiv, del pasado de esa historia, sino que, adem¨¢s, podemos permitimos el lujo de ambicionar con realismo algo mucho m¨¢s sonado: crear el alma.
Dentro de poco tiempo, un diminuto procesador electr¨®nico de im¨¢genes devolver¨¢ la vista a un ciego. Devolver la vista a un ciego no es otra cosa que devolverle una parte del alma.
S¨®lo corresponde a una parcela del intrincado mecanismo l¨®gico de la mente, es cierto, pero ?se hab¨ªa visto antes a un chimpanc¨¦ o a una monta?a jugar al ajedrez como ahora hacen algunos programas inform¨¢ticos?
Hay problemas combinatorios que s¨®lo un ordenador puede abordar y resolver con acierto. Pronto habr¨¢ una electr¨®nica que, si no llega a la entera reproducci¨®n del cerebro humano, poco le va a faltar.
Los especialistas dicen con cierta iron¨ªa: la inteligencia artificial es una cuesti¨®n de 10, 20, 50 0 100 a?os. En cuanto a la discusi¨®n sobre qu¨¦ y qu¨¦ no es la inteligencia humana (o las emociones, que hasta ah¨ª llegan los discursos), baste decir que, aunque a trozos, la copia del alma existir¨¢ tarde o temprano.
La pregunta es: ?qu¨¦ clase de aut¨®mata animado vamos a crear?
El debate se localiza hoy lejos de aqu¨ª: en las universidades americanas de vanguardia, bajo el manto protector de las multinacionales de la inform¨¢tica. Por
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lo que pudiera ser, conviene prepararse ante el resultado de este debate, porque a todos va a trascender.
Acaso el dios que inspire los nuevos aut¨®matas sea el dios del para¨ªso y ¨¦stos sirvan un mundo de alegr¨ªa, de goce de sentidos, de arte. No es f¨¢cil desembarazarse de la utop¨ªa (adem¨¢s de enigmas, la ciencia genera utop¨ªas como nadie) de un mundo que disponga energ¨ªa infinita. Si los fabricantes de aut¨®matas consultan s¨®lo los buenos or¨¢culos, d¨ªa llegar¨¢ en que la tradici¨®n eterna del trabajo se habr¨¢ trasladado a un planeta muerto y aqu¨ª todo ser¨¢ un vivir en armon¨ªa con la naturaleza.
T¨®mese un ejemplo m¨¢s pr¨®ximo: si nos lo permiten, pronto podremos acceder a cualquier obra literaria, o de pintura, o de cine, con s¨®lo apretar una tecla. Eso es valioso; la vida -o sea el alma- tambi¨¦n se nutre de contemplaci¨®n.
Leopardi, un poeta de n¨ªtida inspiraci¨®n divina, propuso el establecimiento de una academia de sil¨®grafos que abriera un concurso para otorgar premios por la invenci¨®n de tres aut¨®matas. El primer premio se dar¨ªa al aut¨®mata-hombre incapaz de calumniar, de sentir envidia y de divulgar un secreto. El segundo premio seda otorgado a quien construyera un hombre de vapor artificial (era el vapor la fuerza por excelencia en tiempos de Leopardi), que s¨®lo ejecutara actos de virtud y de magnanimidad.
El tercer premio iba a concederse al aut¨®mata capaz de realizar los deberes de una mujer fiel y que se conservara siempre como fuente de felicidad conyugal (una combinaci¨®n sin precedentes, dicho sea de paso).
Sin embargo, al igual que el dominio de la tecnolog¨ªa nuclear puede conducirnos a una devastaci¨®n jam¨¢s conocida, la consecuci¨®n de una r¨¦plica del alma, del aut¨®mata supremo; puede configurar un mundo de densa tiniebla.
Seg¨²n cu¨¢l sea la fuerza triunfante en el debate, es m¨¢s que probable que mientras hagamos el amor un detector electr¨®nico eval¨²e el ritmo de nuestro jadeo y nos diga al terminar: debe usted beber menos. Y, lo que es peor, seguiremos su consejo.
De seguir as¨ª las cosas, acabaremos todos en el est¨®mago magn¨¦tico de un ordenador. Censados, almacenados, vigilados y, para colmo, convencidos de que era necesaria una cruzada antiterrorista con derecho a casi todo.
Ser¨¢ que el aut¨®mata del alma imita al dios-diablo. El mismo dios que presidir¨¢ satisfecho el velo de nuestros a?icos porque cierto d¨ªa convenimos que la instalaci¨®n de aut¨®matas-misiles en nuestro suelo (o la alianza con sus instaladores, es lo mismo) era justa y necesaria.
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