Ceuta y Melilla
Recuerdo vagamente un art¨ªculo publicado en estas mismas p¨¢ginas y hace ya algunos meses por el fil¨®sofo Jes¨²s Moster¨ªn, en el que se argumentaba sobre el problema de Gibraltar mostrando, sucesivamente, c¨®mo no era ni un problema hist¨®rico, ni pol¨ªtico, ni de suerte otra alguna de condici¨®n, con el resultado -por simple suma de supuestos- de que en realidad no se trataba de ning¨²n problema. Seg¨²n he podido averiguar, dadas mis escasas y mal iluminadas recetas en materia filos¨®fica o de historia y glosa de la filosof¨ªa, Moster¨ªn es un se?alado defensor del racionalismo duro -si es que de tal puede calificarse al m¨¢s comprometido con la fe en la raz¨®n humana- y hombre que, en consecuencia, presta a ese tipo de argumentaciones un cr¨¦dito fuera de toda duda.Por mi parte, creo que Gibraltar s¨ª es un problema, aunque no, de cierto, f¨¢cilmente enunciable en t¨¦rminos de silogismo. Es m¨¢s, creo que Gibraltar es un problema por asociaci¨®n de muy complejas causas, con causas y vicecausas. En tanto Ceuta y Melilla se sigan viendo sometidas a la por ahora imposible de soslayar presi¨®n pol¨ªtica del reino de Marruecos, Gibraltar constituye sin duda un problema, un serio problema. Todos sabemos que se trata de casos dispares, ya que Gibraltar es un trozo de Espa?a desgajado de su tronco natural por un tratado y en ¨¦poca relativamente reciente, mientras que Ceuta y Melilla no pueden considerarse, en correcta l¨®gica hist¨®rica, sino como ciudades espa?olas; rep¨¢rese en que la primera la heredamos de los portugueses cuando Felipe II fue proclamado rey de aquel pa¨ªs, y la segunda la ocupamos antes de poner pie en la tierra firme americana (en 1496 todav¨ªa and¨¢bamos por las islas).
Pero la raz¨®n extrema bien s¨¦ que tiene poca cabida en el asunto. Si hubiera de imponer su ley, Moster¨ªn tendr¨ªa probablemente toda la raz¨®n y, en ese caso, tan s¨®lo deber¨ªamos rogarle una relectura de sus argumentos, ahora aplicados a las dos ciudades espa?olas del norte de ?frica. Pero, al margen de las razones, tambi¨¦n late una penosa imposici¨®n geogr¨¢fica que convierte en dif¨ªcil la tarea de pensar por separado en el futuro de la una y las otras plazas.
La cuesti¨®n, obviamente, es cualquier cosa antes que acad¨¦mica. Hubo ¨¦pocas, ni tan siquiera lejanas, en las que el mapa de Marruecos que se mostraba a los escolares moritos llevaba sus fronteras hasta el Guadiana o muy parecidas lindes. Poco ha de preocuparnos tal lecci¨®n de geograf¨ªa pol¨ªtica, por dos razones: porque por los a?os cuarenta los espa?oles tambi¨¦n public¨¢bamos libros atribuy¨¦ndonos medio mundo y porque -mirando ahora a nuestros vecinos y antagonistas- ni siquiera la expansi¨®n hacia el Sur puede considerarse un logro realizado por la tambaleante monarqu¨ªa del Magreb. Pero la amenaza sobre Ceuta y Melilla est¨¢ pendiente de mucho, m¨¢s pragm¨¢ticas y asequibles decisiones. ?Podremos conformarnos con la idea de que nunca pasar¨¢ la cosa del alarde verbal y la patri¨®tica chuler¨ªa dial¨¦ctica?
Los espa?oles hemos tenido en los ¨²ltimos a?os -y por fortuna- muy escasas ocasiones de planteamos la tr¨¢gica alternativa de la guerra o la cesi¨®n de alg¨²n trozo de nuestro territorio nacional- En pura y as¨¦ptica teor¨ªa, la retirada del S¨¢hara fue uno de esos trances felizmente aislado tras un siglo de tragedias y renunciaciones, pero el del S¨¢hara, viendo las cosas con serenidad y verdad, s¨ª fue un problema que no lleg¨® a merecer tal nombre. Aquella idea pintoresca -y aquel montaje de opereta- de la provincia sahariana como homenaje tra¨ªdo por los pelos ante el altar de un imperio que ni siquiera se conservaba en el recuerdo no sirvi¨® para m¨¢s cosa que para dar un punto de animaci¨®n colorista a unas Cortes que, por lo dem¨¢s, se aburr¨ªan en el caldo de cultivo de su propia y solemne
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inutilidad. Es muy probable que haya historias poco conocidas acerca de lo que supuso en t¨¦rminos econ¨®micos -de econom¨ªa subterr¨¢nea, claro es- la p¨¦rdida de las minas de fosfatos; algo m¨¢s sabemos de las miserias que han ido acechando a nuestra flota en unos caladeros que antes eran de uso interno y dom¨¦stico y punto menos que soberano. Pero nada de eso es comparable a lo que supone, en t¨¦rminos de sensibilidad nacional, la p¨¦rdida de territorio. En realidad, esta sensibilidad nacional a que aludo tanto puede ser como no ser la m¨¢scara de una sensibler¨ªa de dif¨ªcil justificaci¨®n en t¨¦rminos racionales, pero, en cualquier caso, quiz¨¢ no fuera prudente -y s¨ª absurdo- el ignorarla o el Fingir ignorarla. El S¨¢hara, en esos t¨¦rminos exactos, no fue m¨¢s que un problema secundario, aunque afect¨®, eso s¨ª, a la credibilidad de nuestro papel como ¨¢rbitrus del futuro de sus pueblos n¨®madas.
Ahora nos amenaza un problema infinitamente mayor. Nadie olvide que Ceuta y Melilla son dos ciudades espa?olas en id¨¦ntica medida en que puedan serlo cualesquiera de las andaluzas. Son nuestras, es verdad, pero est¨¢n en ?frica. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con ellas cuando el destino de Gibraltar ense?e su hasta ahora oculta soluci¨®n?, o ?qu¨¦ pasar¨ªa si el l¨¢bil e inestable reino de Marruecos perdiese antes los nervios, la debida calma o la paciencia?
El primer interrogante, tiene, por supuesto, una gr¨¢cil salida: la de la desvinculaci¨®n de situaciones hist¨®ricas y jur¨ªdicas imposibles de confundir y mezclar. Pero, ?y el segundo? ?Podr¨ªa despacharse, sin m¨¢s, en el terreno de la discusi¨®n de argumentos? Me temo que no, ya que atiende a mucho m¨¢s emotivas justificaciones y conduce directamente a dos nuevas preguntas que los espa?oles tendr¨ªamos que saber contestar. La primera es obvia: ?contamos con los medios precisos y suficientes para mantener Ceuta y Melilla ensu actual estado, es decir, como ciudades espa?olas con todas sus caracter¨ªsticas, soberan¨ªas y seguridades? La segunda, ?ay!, resulta ya m¨¢s amarga y resbaladiza porque muda la raz¨®n t¨¦cnica en raz¨®n pol¨ªtica. ?Estamos dispuestos a mantener una guerra para conservar esos dos pedazos de nuestro territorio nacional? Y no me refiero a si el Gobierno est¨¢ o no est¨¢ dispuesto a realizar las debidas proclamaciones en tal sentido, sino a aquella aludida cuesti¨®n, de la sensibilidad nacional, que no pocos espa?oles suponen caduca. A¨²n los espa?oles nos preguntamos qu¨¦ cosa es Espa?a, y yo me atrever¨ªa a sumar al cuestionario una cuesti¨®n ¨²ltima e indirecta: ?ser¨ªa Espa?a lo mismo sin Ceuta y Melilla? Por si a alguien le interesa saber lo que pienso, ah¨ª va mi respuesta: no.
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