Un mensaje del Rey
Como Rey de Espa?a quiero expresar mi agradecimiento, que representa el de toda la naci¨®n y de la inmensa mayor¨ªa de los ciudadanos, a los medios de comunicaci¨®n, que han prestado y prestan tan importantes servicios al entendimiento entre los espa?oles en estos a?os, sin duda trascendentales, para la historia de nuestro pueblo.Durante los ¨²ltimos doce meses, Diario 16 ha publicado todas las semanas un gran n¨²mero de p¨¢ginas dedicadas a lo que el peri¨®dico mismo ha llamado Historia de la transici¨®n. En unos cuadernos que al final forman ya dos gruesos vol¨²menes se han expresado muchos testimonios, seleccionados sin parcialidades ni prejuicios, de personalidades p¨²blicas en este proceso pol¨ªtico. Se han aportado tambi¨¦n relatos de buenos periodistas y de intelectuales, y de hombres y mujeres informados. A los textos se han unido documentos gr¨¢ficos de acontecimientos que forman parte ya de nuestra historia, y cuya sola presencia es muchas veces m¨¢s elocuente que las palabras.
Mi gratitud por la obra acometida por Diario 16 con su Historia de la transici¨®n corre a la par del aplauso que el intento y su realizaci¨®n han merecido, y al que el Rey de Espa?a se suma, extendi¨¦ndolo a todos los profesionales de todos los medios de comunicaci¨®n, sin cuyo noble y arriesgado esfuerzo profesional no existir¨ªan el entendimiento mutuo y el esp¨ªritu de comprensi¨®n, que felizmente animan hoy la vida nacional.
La transici¨®n es historia
De la llamada transici¨®n, yo dir¨ªa que es una continuaci¨®n de la historia de Espa?a, ajustada a las demandas del actual momento de nuestra patria y del mundo, e inspirada por valores morales de nuestro m¨¢s aut¨¦ntico y profundo patrimonio. Su protagonista ha sido el pueblo espa?ol.
Para el Rey de Espa?a, que se siente parte de ese pueblo e integrado en ¨¦l, es una inmensa satisfacci¨®n proclamarlo. Me gusta pensar y decir que el Rey no habla del pueblo espa?ol como si ¨¦ste fuera una cosa y la Corona otra.
Por un dichoso azar de la historia, la dinast¨ªa espa?ola, de la que yo soy actualmente cabeza y representante supremo, es la misma desde hace 13 siglos y 40 generaciones. Asturias, Arag¨®n y Catalu?a, la noble tierra vasca, la de Le¨®n, la de Castilla, de Valencia y de toda la Espa?a peninsular, las islas mediterr¨¢neas y atl¨¢nticas, y las entra?ables ciudades del continente vecino han sido el solar de mis mayores, la patria de mis antepasados, la raz¨®n de ser y el destino de la monarqu¨ªa espa?ola.
Igual ocurre con la Espa?a y los espa?oles de hoy, que son todos ellos no s¨®lo mis compatriotas, sino paisanos m¨ªos. Los dem¨¢s espa?oles, adem¨¢s de espa?oles, son otras cosas m¨¢s. Son catalanes, vascos, andaluces, canarios, etc¨¦tera. Tienen sus trabajos, oficios o profesiones particulares. Comparten todo ese ser y ese hacer con sus obligaciones familiares y ciudadanas. El Rey, en cambio, es un espa?ol que ha de ser tal y serlo exclusivamente en todos los momentos. Mi familia participa del honor y de la responsabilidad de ser espa?oles y nada m¨¢s que eso. La Corona en estos a?os
S¨¦ bien que son muchos los intelectuales, escritores, periodistas, pol¨ªticos e historiadores de Espa?a y de todo el mundo que afirman, sin reserva alguna, que la Corona y el Rey han sido clave de la transici¨®n espa?ola. Yo s¨®lo tengo una respuesta para esas interpretaciones tan halag¨¹e?as para m¨ª de la m¨¢s reciente historia de Espa?a. El Rey, la Corona y la dinast¨ªa no han hecho otra cosa que cumplir con su deber y afrontar, con lealtad a los espa?oles y a Espa?a, las responsabilidades que les impon¨ªan la historia de la patria y las exigencias del momento.
Yo doy gracias a Dios por haber podido aprender la disciplina del deber y el sentido del patriotismo en el hogar de mis padres y en las Fuerzas Armadas espa?olas.
La casa de los condes de Barcelona, que cuando yo nac¨ª era ya la del heredero de la titularidad de la Corona espa?ola, fue siempre un hogar espa?ol, o una isla espa?ola, en Italia, en Suiza y en Portugal. Cuando con apenas nueve a?os vine por primera vez, a Espa?a, nada me resultaba nuevo: conoc¨ªa a cientos de espa?oles, hab¨ªa o¨ªdo hablar de todas las ciudades y con todos los acentos regionales. Hab¨ªa podido ver, por ejemplo, el empe?o de mi padre por aprender el catal¨¢n, que igual que el vasco y el gallego era una lengua espa?ola como el castellano, que se habla como idioma com¨²n en la totalidad de la naci¨®n.
El destino -para los creyentes la providencia de Dios- nos hab¨ªa situado a mi padre y a m¨ª en los sucesivos eslabones de una cadena din¨¢stica, que no ten¨ªa otra raz¨®n de ser, repito, que el servicio a Espa?a. Por eso mi padre quiso que mi educaci¨®n discurriera aqu¨ª y entre espa?oles: mis estudios de bachillerato, mi formaci¨®n en las academias militares de Tierra y Aire y en la Escuela Naval, mis cursos universitarios. Y desde que cay¨® sobre m¨ª el honor de ser el Rey de Espa?a, no por un mero artificio legal, sino con el asentimiento de los espa?oles inequ¨ªvocamente manifestado ya en los primeros d¨ªas, tuve el apoyo moral y humano de mi padre, el conde de Barcelona, con toda la fuerza hist¨®rica y la responsabilidad que eso significaba para m¨ª, que tan bien conoc¨ªa, y conozco, su personalidad y que nunca he ocultado mi admiraci¨®n por ¨¦l.
Yo, en efecto, me hice cargo de todos los poderes legales del Estado, pero con una finalidad bien precisa y enunciada expl¨ªcitamente en mi primera intervenci¨®n oficial como Rey de Espa?a: "Ser Rey de todos los espa?oles".
No fue una improvisaci¨®n. Fueron unas palabras cuyo alcance estaba bien medido y a las que yo estaba resuelto a hacer honor.
Cuando no hab¨ªa instancias por las que pudiera manifestarse la voluntad nacional, al Rey le correspond¨ªan el riesgo y el privilegio de tomar las iniciativas indispensables para que Espa?a quedara, como acertadamente ha escrito un ilustre pensador de nuestros d¨ªas, en manos de los espa?oles. "Espa?a en nuestras manos" , pensaba yo, como Rey y como un espa?ol m¨¢s.
?sa es la m¨¢s noble vocaci¨®n de la dinast¨ªa espa?ola, que es mi dinast¨ªa y mi familia, y de cuya jefatura me hab¨ªa investido mi padre, desde el principio con su aliento y despu¨¦s depositando formalmente en m¨ª sus derechos hist¨®ricos.
La reconciliaci¨®n nacional
Espa?a necesitaba esa gran reconciliaci¨®n nacional que cerrara las heridas abiertas en siglo y medio y diera paso a las transformaciones necesarias para la modernizaci¨®n de la naci¨®n. Por eso, yo anim¨¦ y promov¨ª los sucesivos pasos de la reforma pol¨ªtica. Aunque los Reyes no deben tomar parte en las votaciones populares, en aquella ocasi¨®n del refer¨¦ndum de diciembre de 1976, la Reina y yo acudimos al colegio electoral correspondiente para depositar nuestros sufragios.
Tras las elecciones generales del 77, al inaugurar la legislatura el 22 de julio, yo propuse como principal tema del Parlamento la elaboraci¨®n de una Constituci¨®n que sirviera de marco para el desenvolvimiento de la vida pol¨ªtica nacional de Espa?a. Las palabras de aquel discurso, al igual que las de todos los que he pronunciado como Rey de Espa?a, podr¨ªan repetirse hoy.
Por eso reitero mi afirmaci¨®n inicial. El Rey de Espa?a no ha hecho m¨¢s que cumplir con su deber. Mi deber y mi responsabilidad tienen tres dimensiones espec¨ªficas: la pol¨ªtica, o la de hombre de Estado; la que se deriva de mi condici¨®n militar, que me otorga el honor de ser el primer soldado de la patria; y la m¨¢s ¨ªntima, en la que confluyen las dem¨¢s, de ser un espa?ol m¨¢s.
En las tareas que me ha impuesto la circunstancia hist¨®rica de ser el Rey y de haber nacido para ello nunca me he encontrado solo. He contado en todo momento con la inestimable ayuda y comprensi¨®n de la Reina, de mis hijos y de toda mi familia. En las tareas de Estado me han acompa?ado los pol¨ªticos de los diversos partidos e ideolog¨ªas, que han asumido sus funciones dentro del mareo, trazado por la Constituci¨®n. Como soldado he experimentado la leal asistencia de la disciplina y el patriotismo de las Fuerzas Armadas, en las que no han hecho mella ni las criminales agresiones de unos pocos ni torpezas ni irresponsabilidades. El Rey de Espa?a, como jefe supremo de los Ej¨¦rcitos y de la Armada, se siente orgulloso de los militares espa?oles y de la profesionalidad de que han hecho gala en el proceso de modernizaci¨®n del Estado y de la defensa nacional.
Finalmente, como espa?ol, experimento una emoci¨®n, que en ocasiones es dif¨ªcil de contener, cuando me envuelve el calor de mi pueblo.
Por una Espa?a renovada
Querr¨ªa a?adir una advertencia final. El proceso democr¨¢tico en Espa?a es un hecho hist¨®ricamente irreversible. La soberan¨ªa nacional est¨¢ en las manos de nuestro pueblo y nadie osar¨¢ arrebat¨¢rsela. La reconciliaci¨®n nacional es una realidad. Pero la tarea nacional, la de esta generaci¨®n, la de los espa?oles que han vivido la transici¨®n o han llegado a ser ya hombres y mujeres en estos a?os, no est¨¢ cumplida.
Hemos de renovar y modernizar Espa?a, cubriendo con un esfuerzo incesante, en el que no caben la fatiga o los desmayos, la distancia que todav¨ªa hoy nos separa de los pa¨ªses m¨¢s avanzados de nuestro mismo continente. No podemos ni debemos ser el ap¨¦ndice final de la comunidad de naciones en que nos vamos a integrar muy pronto. La hora presente pide de los espa?oles el impulso preciso para situar a Espa?a a la altura hist¨®rica de este final de siglo, sin merma de sus valores propios. Ellos ser¨¢n nuestra aportaci¨®n al Occidente y al mundo hispanoamericano y a la paz del mundo.
Estamos convocados a la tarea hist¨®rica de elevar nuestros niveles culturales, morales, sociales, t¨¦cnicos y econ¨®micos, para que nuestra incorporaci¨®n a las agrupaciones internacionales en las que vayamos progresivamente entrando constituya la aportaci¨®n que de nosotros se espera y que debemos ofrecer. Espa?a no es una simple yuxtaposici¨®n de un territorio vasto y en no pocos lugares esquivo y una mano de obra apreciada y con frecuencia barata.
Nuestra aportaci¨®n ha de consistir en cultura, en t¨¦cnica, en civismo, en ciencia, en ¨¦tica, en valores espirituales e hist¨®ricos. Mientras no hayamos alcanzado ese progreso no estar¨¢ terminada la transici¨®n, que no consist¨ªa simplemente en pasar de un sistema pol¨ªtico a otro, por beneficioso que haya sido para Espa?a el restablecimiento de las libertades y la recuperaci¨®n de la soberan¨ªa nacional.
Yo, como Rey de Espa?a, aspiro a que igual que la Corona fue el est¨ªmulo propulsor de la transici¨®n, sea ahora tambi¨¦n el acicate que empuje en la l¨ªnea del progreso y de la modernizaci¨®n de Espa?a.
El Rey no faltar¨¢ a esta cita con nuestro destino e invita a todos los espa?oles a que, al doblar la ¨²ltima p¨¢gina de la historia de la transici¨®n, descubran el inmenso y atractivo horizonte hacia el que hemos de orientar nuestros pasos para que los sigan las generaciones futuras, que ya est¨¢n llamando a la puerta o pronto se asomar¨¢n a la vida.
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