Cajal y el chimpanc¨¦
La conmemoraci¨®n del quincuag¨¦simo aniversario de la muerte de Cajal me ha llevado a recordar ante una asamblea de hombres de ciencia uno de los m¨¢s notables hallazgos de W. K?hler, el psic¨®logo que durante la primera guerra mundial estudi¨® en Tenerife la inteligencia de los chimpanc¨¦s.La m¨¢xima haza?a cient¨ªfica de nuestro gran sabio consisti¨®, como tantos saben, en demostrar con hechos y en explicar con ideas que el tejido nervioso no es una red continua de formaciones inacabadamente celulares, sino un conjunto discontinuo de verdaderos elementos biol¨®gicos, las c¨¦lulas que desde entonces llamamos neuronas. Aconteci¨® el suceso en el a?o 1888, en una modesta casa del coraz¨®n de Barcelona. He aqu¨ª c¨®mo lo recuerda el sabio: "La nueva verdad, laboriosamente buscada, y tan esquiva durante dos a?os de vanos tanteos, surgi¨® de repente en mi esp¨ªritu como una revelaci¨®n". Repentina revelaci¨®n; tal es el modo como el gran hallazgo cient¨ªfico suele aparecer en la mente de su descubridor. Atenido a su propia experiencia, as¨ª lo pens¨® tambi¨¦n el genial fisi¨®logo CI. Bernard: "La idea a prior? surge en la mente del sabio con la rapidez del rel¨¢mpago, como una revelaci¨®n", escribi¨®. Idea a priori: la feliz ocurrencia s¨²bita con que, a reserva de lo que luego diga el experimento, se le hace inteligible al sabio un problema al que no sab¨ªa c¨®mo meterle el diente.
Pasemos de los sabios a los chimpanc¨¦s. Entre los que K?hler estudiaba, el m¨¢s listo era Sult¨¢n. ?Hasta d¨®nde podr¨ªa llegar el talento de este superdotado antropoide? Para averiguarlo, K?hler hizo pasar hambre a Sult¨¢n y coloc¨® fuera de la jaula y de su alcance un apetitoso pl¨¢tano. Dentro de la jaula hab¨ªa varias ca?as. Sult¨¢n trat¨® de alcanzar el pl¨¢tano con una de ellas y fracas¨®. Luego tom¨® dos, una con sus dos extremos huecos, las empalm¨® y, sujetando con la mano el empalme, trat¨® de atraer hacia s¨ª la fruta deseada. Nuevo fracaso. Tras varias horas de ensayos infructuosos, el pobre Sult¨¢n, visiblemente desesperado, tom¨® las ca?as, se recluy¨® en el fondo de la jaula y pareci¨® entretenerse jugando con ellas, hasta lograr que la ca?a fina se introdujese en el extremo de la gruesa y quedase encajada en ella. Sigui¨® maniobrando y consigui¨® que fuesen tres las ca?as empalmadas. Sult¨¢n hab¨ªa resuelto el problema que le desazonaba, atrapar y comerse el pl¨¢tano, y as¨ª lo mostr¨® la expresi¨®n de alegr¨ªa de su rostro. Como sujeto activo de una ocurrencia que le permit¨ªa inventar un instrumento ¨²til y resolver un enojoso problema vital, hab¨ªa vivido en su psique la gozosa sorpresa que el psic¨®logo K. B¨¹hler, estudiando la conducta de hombres adultos ante el problema de comprender acertijos dif¨ªciles, a?os atr¨¢s hab¨ªa denominado Aha-Erlebnis, vivencia del ?aj¨¢! La s¨²bita revelaci¨®n de que hablaron CI. Bernard y Cajal, ?ser¨¢ no m¨¢s que una versi¨®n superior y m¨¢s compleja de la vivencia del ?aj¨¢! del chimpanc¨¦ Sult¨¢n? En cualquier caso, ?que relaci¨®n existe entre ellas?
El problema propuesto por los hallazgos de K?hler ven¨ªa a ser un correlato psicol¨®gico-experimental del que Darwin y Huxley hab¨ªan suscitado cuatro decenios antes, cuando extendieron a la especie humana la doctrina biol¨®gica de El orden de las especies y, frente a la ingenua interpretaci¨®n literal del texto b¨ªblico entonces vigente, afirmaron resueltamente el origen evolutivo de nuestra especie a partir de especies antropoides intermedias entre ella y los simios hoy conocidos. ?Podr¨ªa encontrarse un missing link, un eslab¨®n perdido que objetivamente demostrase la transici¨®n real de aqu¨¦lla a ¨¦sta? Desde el resonante hallazgo de los restos ¨®seos de un presunto antropopiteco (Java, 1891) hasta los no menos resonantes descubrimientos recientes de Leakey, Arambourg y otros en el norte de Kenia y en el sur de Etiop¨ªa, toda la humanidad culta ha vivido con apasionamiento esta afanosa b¨²squeda de huesos f¨®siles en que se hiciera patente la conversi¨®n biol¨®gica de una especie todav¨ªa antropoide en otra ya humana; m¨¢s precisa y t¨¦cnicamente, de un australopiteco en un hom¨ªnido. Porque, entre los actuales paleont¨®logos, la secuencia Australopithecus africanus Australopithecus (u Homo) habilis - Horno erectus - Homo sapiens es aceptada como la m¨¢s plausible.
Dos problemas, pues, ¨ªntimamente conexos entre s¨ª, el paleontol¨®gico y el psicol¨®gico-experimental. El primero: ?cu¨¢ndo y c¨®mo unos restos ¨®seos permiten concluir que la figura y la presumible conducta del animal a que pertenecieron eran todav¨ªa antropoides o eran ya humanas? El segundo: ?en qu¨¦ medida y de qu¨¦ modo las ocurrencias resolutivas y las invenciones t¨¦cnicas de los antropoides son equiparables a las ocurrencias resolutivas y las invenciones t¨¦cnicas de los hombres? En definitiva: ?es homog¨¦nea o no lo es la conversi¨®n evolutiva del g¨¦nero Australopithecus en g¨¦nero Homo? Por tanto: ?en qu¨¦ se asemejan y en qu¨¦ difieren la revelaci¨®n que ilumin¨® a Cajal ante ciertas preparaciones microgr¨¢ficas de tejido nervioso y la vivencia del ?aj¨¢! que experimentaba el chimpanc¨¦ Sult¨¢n ante sus ca?as empalmadas? Fascinantes preguntas, tanto para la ciencia positiva como para la especulaci¨®n antropol¨®gica, e incluso para cualquier hombre preocupado por saber lo que como hombre es.
La condici¨®n humana de unos restos f¨®siles queda plausiblemente demostrada por dos ¨®rdenes de hechos: la forma anat¨®mica de aqu¨¦llos (cr¨¢neo y arco superciliar, dentadura, pelvis) y la presencia de guijarros artificialmente tallados (indudablemente, con fines utilitarios) junto a tales restos. La aparici¨®n de huellas
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reveladoras de fuego o procedentes de un rito funerario es notablemente posterior. Pero ante unos restos ¨®seos o dentarios, ?hay siempre plena seguridad ,cient¨ªfica para afirmar tajantemente que son antropoides y no humanos o humanos y no antropoides? Por otra parte ?no hay autores que atribuyen a los australopit¨¦cidos ciertos ¨²tiles de piedra encontrados en los yacimientos olduvenses?
Acerqu¨¦mosnos ahora.al planteamiento psicol¨®gico-experimental del problema. Los chimpanc¨¦s, no s¨®lo los de K?hler, son capaces de construir instrumentos t¨¦cnicos; no s¨®lo el animal humano es faber o instrument¨ªfico. Los chimpanc¨¦s pueden aprender -por tanto, saber- , que una pieza de pl¨¢stico coloreado - significa aceptaci¨®n y que otra de distinto color significa negaci¨®n (Premack); lo que demuestra que no s¨®lo es -o puede ser- sapiens el Homo, que tambi¨¦n lo es el Pan troglodytes, el chimpanc¨¦, un simio antropoide. Los chimpanc¨¦s aprenden a utilizar signos verbales (Gardner, Premak) y los cercopitecos -hace pocos d¨ªas se expon¨ªa el hecho en estas mismas p¨¢ginas- emiten sonidos que funcionan como palabras significativas; por lo cual, llamar diferencialmente loquens, hablante, al g¨¦nero homo no deja de ser una restricci¨®n abusiva de esa presunta peculiaridad humana.
M¨¢s a¨²n. Movidos por un instinto social, los simios son capaces de abnegaci¨®n y sacrificio. Tom¨¢ndola de Brehm, Darwin cita la siguiente conmovedora observaci¨®n: "Un gran n¨²mero de babuinos atravesaba un valle; parte de ellos hab¨ªa llegado ya a la cima de la monta?a; los restantes estaban a¨²n en la hondonada.Esta fracci¨®n del reba?o fue atacada por una jaur¨ªa de perros; pero los monos viejos bajaron de roca en roca con las bocas abiertas y profiriendo tan feroces gru?idos que los perros se pusieron precipitadamente en fuga. Otra vez fueron los perros lanzados al. ataque. Entre tanto, todos los babuinos hab¨ªan ganado las alturas, a excepci¨®n de uno joven, como de seis meses, que desde lo alto de una roca, cercado por la jaur¨ªa, daba gritos de angustia. Entonces se vio que uno de los monos m¨¢s fuertes volv¨ªa a descender de la monta?a, iba derecho hacia el joven, le rescataba y, gritando con fiereza, le llevaba en triunfo junto a sus compa?eros de manada. Los perros", a?ade el relato, "quedaron demasiado sorprendidos para oponerse a ellos". El instinto social, concluye Darwin, se convirti¨® en instinto moral, en altruismo. Consecuencia, hacer de la moralidad una caracter¨ªstica diferencial de g¨¦nero Homo, llamar, Homo moralis a nuestra especie es olvidar que tambi¨¦n al babuino podr¨ªa llam¨¢rsele Papio moralis. A este respecto, la reciente Sociobiolog¨ªa de E. O. Wilson colmar¨¢ las medidas del lector curioso.
?D¨®nde, pues, acaba el animal y empieza el hombre? Si la diferencia entre la animalidad y la hominidad es realmente cualitativa y esencial, de clase y no de grado, ?d¨®nde est¨¢, en qu¨¦ radica, cu¨¢les son sus primeras y m¨¢s elementales manifestaciones? El hombre es un animal que puede prometer (Nietzsche),que se angustia ' ante el problema de su inmortalidad (Unamuno), que asc¨¦ticamente puede decir "no" a la satisfacci¨®n de sus instintos (Scheler), que se ve obligado a hacer su propio ser, y que, por tanto, no tiene naturaleza, sino historia (Ortega), que necesariamente tiene que atenido a la realidad y no s¨®lo a los est¨ªmulos que de ella proceden, que, en consecuencia, es "animal de realidades" (Zubiri). Bien. Pero ?cu¨¢ndo y c¨®mo se expres¨® todo esto en la transici¨®n del g¨¦nero Australopithecus al g¨¦nero Homo, all¨¢ en la remot¨ªsimia prehistoria, y en, qu¨¦ la revelaci¨®n vivida por el sabio Cajal ante sus preparaciones microgr¨¢ficas se distingue esencialmente de la vivencia del ?aj¨¢!, del inventivo Sult¨¢n ante sus ca?as empalmadas?
No con ¨¢nimo de resolver para siempre estos problemas, pero s¨ª con el prop¨®sito de responder con cierta precisi¨®n intelectual a las preguntas que nos formulan, habr¨¢ que seguir pensando sobre ellos. No me parece descabellado suponer que entre los lectores de este diario hay no p1bcos a quienes preocupa lo que en ¨²ltimo t¨¦rmino quieren decir cuando a s¨ª mismos se llaman hombres.
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