Por un museo m¨¢s eficaz y transparente
Por la importancia inigualable de sus fondos y la correspondiente complejidad que acarrea una adecuada tutela de los mismos, el Museo del Prado debi¨® estar dotado de autonom¨ªa administrativa desde hace mucho tiempo. Ha sido ¨¦sta una de las m¨²ltiples carencias que ha padecido nuestra primera pinacoteca a lo largo de toda su historia, una historia de pat¨¦tica supervivencia frente a la indiferencia, la incomprensi¨®n, el error o la simple instrumentaci¨®n demag¨®gica de los pol¨ªticos de turno. Las huellas de este pertinaz e insensato desvar¨ªo son desgraciadamente tan visibles e irreparables que no merece la pena hacer el recuento.Pero lo peor de todo es, sin duda, el da?o moral: el profundo descr¨¦dito social que se ha creado en torno a todo lo que se refiere a esta venerable instituci¨®n. ?C¨®mo no va a producirse recelo, si, por poner un ejemplo reciente, al poco de declararse con rimbombante estereofon¨ªa la gratuidad de acceso a los museos estatales nos enteramos de que el Prado mismo no puede abrir todas sus salas simult¨¢neamente al p¨²blico o que ha sido objeto de dos agresiones impunes?
Con todo, lo peor -insisto- es la inseguridad moral, surgida de la imposibilidad de hallar responsables, siempre encubiertos por la densa niebla de un escalaf¨®n que, cual escala de Jacob, se perd¨ªa en el cielo ministerial. Entre otras ventajas, como la evidente de una mayor agilidad gestora, la autonom¨ªa del Prado significa para m¨ª la conquista de la transparencia: poder aislar con claridad las necesidades, los medios y los fines, y, en funci¨®n de todo ello, poder valorar con igual nitidez la parte al¨ªcuota de responsabilidad que corresponde a los pol¨ªticos como tales, a los directivos como t¨¦cnicos y a los patronos como asesores.
Como advert¨ª en su momento, y luego desgraciadamente ha venido siendo corroborado por los hechos, el Museo del Prado no puede ya ser la plataforma de empresas pol¨ªticas publicitarias, entre otras cosas porque, dadas las circunstancias, el eslogan empleado se volver¨¢ indefectiblemente contra el que lo ingeni¨®. En este sentido, la autonom¨ªa, como la gratuidad de acceso, son iniciativas que o confirman su bondad por el tratamiento que reciben o se convertir¨¢n en nuevas e in¨²tiles piedras de esc¨¢ndalo.
Una autonom¨ªa sin sinecura
En teor¨ªa, un Prado aut¨®nomo podr¨¢, por de pronto, dise?ar su propia pol¨ªtica art¨ªstica y administrativa; podr¨¢ gastar directamente sus propios ingresos y gestionar con independencia otras fuentes de financiaci¨®n subsidiarias; podr¨¢, en fin, llevar a cabo la planificaci¨®n global de un programa sin temor a imprevisibles interferencias. No creo que sea, por lo dem¨¢s, ninguna sinecura, pues todas y cada una de estas nuevas posibilidades encierran otras tantas no eludibles responsabilidades, que ahora s¨ª podr¨¢n ser analizadas a la luz del d¨ªa. Ahora bien, a pesar de todo, el Prado es y ser¨¢ econ¨®micamente deficitario, lo que obliga a precisar qu¨¦ recursos extraordinarios le van a ser asignados y qu¨¦ -instrumentos jur¨ªdico-administrativos va a poseer para solventar sus problemas espec¨ªficos.
Por primera vez en su historia, el cargo de director de la instituci¨®n va a significar el ejercicio directo de un poder real, que no se limita a cuestiones de cempetencia museol¨®gica o historiogr¨¢fica, atribuibles a los conservadores especialistas, sino a un sinf¨ªn de otros muchos menesteres. El director deber¨¢, pues, elaborar y exponer p¨²blicamente un programa completo, y han de se?alarse los cauces y las instancias ante las que tendr¨¢ peri¨®dicamente que responder de ¨¦l. Una de ellas me imagino que ser¨¢ el patronato, que en lo sucesivo deber¨¢ ser totalmente independiente tanto del ministerio como de la propia direcci¨®n.
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