Los ca?ones del hemiciclo
La historia del actual hemiciclo, como figura topogr¨¢fica de la discusi¨®n parlamentaria, se remonta a la C¨¢mara francesa surgida de las luchas revolucionarias. La del abanico no es una novedosa disposici¨®n geom¨¦trica de asientos, porque esa misma arquitectura asamblearia es la que utilizan los jud¨ªos en la sinagoga, especialmente en el ritual de la lectura de los pasajes de la Tora: los varones adultos componen un ordenado semic¨ªrculo frente a la mesa de lectura y son llamados a la recitaci¨®n de los textos sagrados seg¨²n un turno fijado de antemano.La originalidad del hemiciclo ,civil frente al religioso consisti¨® en transformar la unanimidad del semic¨ªrculo de fieles en pluralidad de ciudadanos: exactamente en abanico de opiniones pol¨ªticas. Pero en el origen de la C¨¢mara, como record¨® Paul Goodman, exist¨ªa un elemento que con frecuencia suele olvidarse. Durante la Revoluci¨®n Francesa, los debates pol¨ªticos eran vigilados estrechamente por el pueblo: un par de ca?ones directamente controlados por las masas apuntaban constantemente al hemiciclo, por si acaso los representantes del abanico popular se exced¨ªan en sus atribuciones democr¨¢ticas. La presi¨®n popular no s¨®lo era ejercida por el voto, sino por la bater¨ªa. El punto de vista del p¨²blico era el punto de mira de los ca?ones.
Desde los inicios de la segunda revoluci¨®n industrial, el exacto lugar de aquella artiller¨ªa de grueso calibre lo ocupan los ca?ones electr¨®nicos de la televisi¨®n. Y de la misma manera que antes los oradores de la tribuna pensaban m¨¢s en las respuestas de la ca?oner¨ªa que en las r¨¦plicas de sus se?or¨ªas, ahora suben al estrado del hemiciclo con los dos hemisferios cerebrales obsesionados por el punto de mira de las c¨¢maras que los enfilan, conscientes de que su futuro pol¨ªtico depende m¨¢s del ojo electr¨®nico que del o¨ªdo parlamentario. No se trata de convencer a los convencidos ni de persuadir a los adversarios, redundante y vano ejercicio oratorio, sino de seducir a las masas que est¨¢n al otro lado del televisor.
Empate permanente
Eso explica el empate permanente. Desde aquella vez que Nixon se estrell¨® contra la desarmante telegenia de Kennedy, los oradores suben al estrado con el gui¨®n bien aprendido. Ya nadie aspira a ganar por goleada, y todos sus esfuerzos se concentran en una defensa herm¨¦tica, en el mejor estilo de la Real Sociedad. La prueba es que en las puntuaciones posteriores siempre suele imperar la l¨®gica del 50%, el arte del fifty-fifty, la obscenidad del duopolio, el simulacro de lo binario. La presencia de las c¨¢maras en la C¨¢mara ha reducido el abanico de la pluralidad al paipai de la paridad.
Con una clamorosa excepci¨®n planetaria, de categor¨ªa prenixoniana: don Manuel Fraga. Este hombre no escarmienta. Seguramente, acostumbrado a un hemiciclo en el que ni hab¨ªa ca?ones populares ni bater¨ªas electr¨®nicas , sube el gallego a la tarima no a buscar el empate, no a seducir al p¨²blico, no a recuperar la imagen perdida, sino dispuesto a dirigir su vieja artiller¨ªa pesada de ca?¨®n aculebrinado contra esas implacables artiller¨ªas audioviduales m¨¢s potentes que las de Navarone.
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