"Creced y multiplicaos"
En la primera Conferencia Mundial sobre "poblaci¨®n, que tuvo lugar hace 10 a?os en Bucarest, ya los sovi¨¦ticos se mostraron poco proclives a que los pueblos del Tercer Mundo controlaran su descendencia. Posiblemente no quer¨ªan perder la potencial carga revolucionaria de las multitudes fam¨¦licas en crecimiento incesante. En la segunda edici¨®n, celebrada hace poco en M¨¦xico, las cosas no han ido mejor. Los puritanos del Kremlin han recibido el apoyo de los dos actuales delegados de Dios de nuestro tiempo: el designado en virtud de las pragm¨¢ticas pol¨ªticas del Partido Republicano USA y el ancestral sucesor de san Pedro. Reagan aconseja a los pa¨ªses pobres que hagan ni?os y capitalismo, y la URSS acaba de descubrir que "la primera riqueza de un pa¨ªs son sus hombres". No deja de ser curioso que las dos superpotencias que con tan encomiable constancia y dedicaci¨®n preparan el holocausto nuclear muestren tan delicados sentimientos hacia el ser humano. En cuanto al Papa, pontific¨® una vez m¨¢s que el sexo es s¨®lo un necesario y engorroso p¨®rtico de la procreaci¨®n, y que los ni?os hay que hacerlos con unci¨®n, y si es posible, mirando al tendido.In¨²til volver a poner ante los ojos de los sufridos lectores esas cifras de la multiplicaci¨®n en el mundo de los seres humanos. In¨²til volver a insistir en que de continuar el hombre teniendo "todos los hijos que Dios quiera", habr¨¢ cinco personas por metro cuadrado dentro de 500 a?os. O sea, el mundo ser¨¢ una inmensa plataforma de autob¨²s en las horas punta. In¨²til tambi¨¦n avisar que, por eiemplo, M¨¦xico, Distrito Federal, tendr¨¢ 27 millones de habitantes en el a?o 2000, y otras 25 ciudades le ir¨¢n a la zaga. El ciudadano, por lo visto, no puede captar hechos futuros que vayan m¨¢s all¨¢ de las elecciones de 1986. Todo lo ulterior se le queda en el nebuloso mundo de la ciencia-ficci¨®n.
El empe?o de rusos y americanos en que la poblaci¨®n no disminuya puede explicarse como sabia previsi¨®n laboral y b¨¦lica, pero la obsesi¨®n de la Iglesia por controlar el sexo y descontrolar la natalidad se sale de toda v¨ªa comprensible, aunque bien es verdad que ya dice esta santa instituci¨®n que "los caminos del Se?or -y seguramente, de sus representantes terrenos- son inescrutables".
Primeramente, parece que el fundamento te¨®rico del rechazo al control de la natalidad se bas¨® en aquella b¨ªblica frase, que no sabemos si como mandato o como simple recomendaci¨®n, el Se?or dirigi¨® a Ad¨¢n y Eva: "Creced y multiplicaos". Resulta. bastante obtuso querer aplicar a 4.000 millones de seres la misma f¨®rmula que se aplic¨® a los dos ¨²nicos habitantes del planeta. Aparte de ello, los mandatos b¨ªblicos han sido siempre recibidos por los cat¨®licos con desigual fervor. A pesar del tajante e inequ¨ªvoco "no matar¨¢s", los tiranos y tiranuelos de todas las ¨¦pocas, con uniforme o de a pie, han gozado de una envidiable dicotom¨ªa moral que les permit¨ªa santiguarse con una mano y asesinar con la otra. Tambi¨¦n en la Biblia se nos dijo: "Ganar¨¢s el pan con el sudor de tu frente", y hoy, ganarlo con el sudor de las frentes de los dem¨¢s no s¨®lo no es pecado, sino que parece incluso signo de haber triunfado tanto en la tierra como en el cielo. No en balde alguien dijo que "la econom¨ªa era la continuaci¨®n de la teolog¨ªa por otros medios".
Despu¨¦s, la Iglesia ha barajado distintas justificaciones te¨®ricas para la procreaci¨®n a ultranza apoy¨¢ndose en razones morales que resisten muy mal sus propias contradicciones. Al parecer, s¨®lo la b¨²squeda de la. descendencia puede sacralizar las relaciones sexuales. Esto estaba bien mientras la Iglesia no apoy¨® el sistema de Ogino y Knaus, esos padres de unos cientos de millones de ni?os y de aquello de los d¨ªas infecundos. Desde el momento en que la pareja, con toda consciencia, utiliza los per¨ªodos
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de imposible fecundaci¨®n para tener relaciones carnales, la unci¨®n reproductora no puede evitar el convertirse en regodeo. Despu¨¦s vino la sapiente distinci¨®n entre medios anticonceptivos naturales y no naturales, que de aplicarse en el terreno de la lmedicina nos retrotraer¨ªa a la ¨¦poca de Esculapio.
As¨ª, es m¨¢s natural la utilizaci¨®n de term¨®metros anales e indicativos de secreciones para detectar los d¨ªas infecundos que el popular coitus interruptus, que ya conoc¨ªa el b¨ªblico On¨¢n. Y no digamos la fecundacui¨®n in vitro, que, a juzgar por la permisividad del Vaticano al respecto, debe ser una t¨¦cnica de las m¨¢s naturales.
Realmente, resulta extra?o que los, que tanto pontifican sobre relaciones sexuales, procreaci¨®n e hijos, sean por vocaci¨®n y por imperativo sacro, castos, solteros y sin posibilidad de tener hijos. Es un caso como el del cr¨ªtico de pintura que era dalt¨®nico, seg¨²n nos lo cuenta Buero Vallejo en su ¨²ltima obra teatral. No tiene, pues, nada de raro que exista un absoluto divorcio entre las concepciones cat¨®licas de la vida sexual y la que realmente practican la mayor parte de los creyentes. Lo malo es que un cr¨ªtico que juzgue la pintura s¨®lo de o¨ªdas tiene un reducido entorno que pueda sufrir los resultados de sus errores, mientras que la posici¨®n de la Iglesia respecto al sexo ha supuesto infortunios, sufrimientos y deformaciones morales y f¨ªsicas para millones de seres, y su intransigencia en cuanto a la procreaci¨®n constituye un suicidio de la humanidad a largo plazo, si antes no es anticipado por las bombas nucleares de esos otros dos defensores de la natalidad creciente: Reagan y Chernenko.
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