Musical sobre Nicaragua
Se trataba de una amenaza totalmente real. Un avi¨®n nicarag¨¹ense, de dos h¨¦lices y motor de gas¨®leo, no lograba nunca traspasar la barrera del sonido, pero, rateaba a media altura sobrevolando el espacio a¨¦reo de Los ?ngeles con desfachatez y tomaba fotograf¨ªas con una m¨¢quina Polaroid de los puntos cruciales que quiz¨¢ muy pronto iban a ser bombardeados. El miedo de la poblaci¨®n tambi¨¦n era ver¨ªdico. Los grandes canales de televisi¨®n y las emisoras de radio daban sucesivos partes de la situaci¨®n. Al parecer, varias guaguas desvencijadas repletas de milicianos que entonaban canciones revolucionarias con el pu?o fuera de la ventanilla sub¨ªan desde las maniguas del tr¨®pico en direcci¨®n a Washington por carreteras de Segunda, e inciertas formaciones de bajeles o gabarras con ca?ones de bucanero, multiplicados en la imaginaci¨®n popular, se hallaban listas para efectuar el desembarco en una playa del este o del oeste. Ante el inminente peligro de invasi¨®n a cargo de este ej¨¦rcito tan hostil, los hombres del Pent¨¢gono se hab¨ªan reunido en sesi¨®n continua, los peri¨®dicos lanzaban ediciones extraordinarias, al presidente Reagan las ojeras le llegaban a la rodilla, los estrategas extend¨ªan febrilmente los mapas sobre la mesa del estado mayor y el Comit¨¦ de Defensa Nacional, que llevaba sin dormir m¨¢s de una semana, elaboraba el magn¨ªfico esquema de la resistencia. Los ciudadanos de Norteam¨¦rica hab¨ªan sido alentados a abrir trincheras en el asfalto de las ciudades, a levantar barricadas con sacos terreros en las esquinas calientes. De hecho, todo el mundo se encontraba ya en pie de guerra y no pod¨ªa verse una sola ventana que no estuviera taponada con un colch¨®n. Por su parte, los comentaristas pol¨ªticos explicaban a los oyentes la clase de enemigo que ten¨ªan enfrente.Ind¨ªgenas medio salvajes
Nicaragua era un diminuto terreno, bastante lejano, cuyos habitantes, en general po bres y de poca estatura, acababan de recobrar el orgullo, se hab¨ªan lavado la cara hab¨ªan realizado algunas malas lecturas, se hab¨ªan quitado las lega?as de los ojos y, deslumbrados por la propia miseria, estaban dispuestos a atacar de forma suicida a los pueblos de la vecindad, empezando por Estados Unidos. Se trataba de unos ind¨ªgenas medio salvajes con mucha fiereza en la mirada. ?Qu¨¦ se pod¨ªa hacer? Antes de darse por perdido, Estados Unidos hab¨ªa convocado con urgencia al Consejo de Seguridad de la ONU y hab¨ªa pedido ayuda angustiosamente a sus amigos de Europa. De hecho, en la ONU no se vislumbr¨® ninguna soluci¨®n, pero en tanto all¨ª parloteaban los delegados adversos con brazadas in¨²tiles, en el occidente cristiano se hab¨ªan formado unas brigadas internacionales que en este preciso instante acud¨ªan ya en auxilio de su aliado. Los diversos banderines de enganche, repartidos por todos los pa¨ªses industriales, no se nutr¨ªan de audaces redentores, j¨®venes rom¨¢nticos e intelectuales aventureros, sino de gente establecida, muy formal, muy mayor y con la cartilla de ahorros en regla: verdaderos se?ores con abrigo loden y pluma de pato en el sombrero, damas con estolas de vis¨®n, viejos cl¨¦rigos con sotana, banqueros de papo reluciente, altos ejecutivos de empresa con pasador de oro en la corbata, dulces abuelas con mechas violetas en el pelo y otros clientes asiduos de las pasteler¨ªas. Con gran fervor tambi¨¦n se alistaban en esta cruzada de socorro a Estados Unidos los pol¨ªticos de derechas, los l¨ªderes centristas, los cancilleres socialdem¨®cratas, los jefes de gobierno socialista y un resto de personal cualificado que tiene prohibida la carne de cerdo en las comidas, aunque para esta excursi¨®n repart¨ªan bocadillos de pan ¨¢cimo. Presidiendo los batallones de voluntarios pod¨ªa verse a Margaret Thatcher, a Helmut Kolh, a Frangois Mitterrand, a Felipe Gonz¨¢lez, a Bettino Craxi, a Manuel Fraga y a Mario Soares, junto con h¨¦roes de la canci¨®n, divos del cinema, artistas de la literatura y muchos famosos de las revistas del coraz¨®n a quienes el grito de las armas hab¨ªa sorprendido en plena temporada de esqu¨ª en los Alpes. Otros s¨®lo colaboraban a trav¨¦s de la organizaciones de silencio. Desde el Vaticano hasta la abad¨ªa de Canterbury se hab¨ªa extendido un hermetismo compacto, y mientras tanto las brigadas internacionales iban llegando a Nueva York en sucesivos barcos o en aviones de puente a¨¦reo, y todos cantaban a coro fragmentos wagnerianos y baladas de vaquero.
En el teatro de Broadway estaba a punto de levantarse el tel¨®n y por cajas corr¨ªa el nerviosismo propio de un gran estreno musical. En los camerinos se daban la ¨²ltima mano de maquillaje las estrellas, se o¨ªan las voces del regidor, sonaban los timbres de aviso y por los pasillos deambulaban envueltos en perfume los distintos cuerpos de baile: guerrilleros con sedas verdes muy ce?idas, paracaidistas con chorreras plateadas y macutos de amianto, soldados revolucionarios con el dise?o del Che Guevara servido por la firma Saint Laurent, mercenarios rubios con el casco militar lleno de flores, instructores rusos de mirada torva bajo el sombrero de fieltro.
-iM¨ªster Hope! ?M¨ªster Hope! ?A escena!
-?Todo listo?
-?Maldita sea! ?Ese foco!
-?Qu¨¦ sucede ahora?
-Iluminen completamente el decorado del fondo. Hay que echarle toda la luz a la selva.
-?As¨ª?
-Un poco menos. Esto no es un incendio.
-iM¨ªster Hope! ?M¨ªster Hope! ?A escena!
El p¨²blico m¨¢s elegante que uno pueda concebir abarrotaba este espect¨¢culo de Broadway donde a los invitados se les ser v¨ªa una botella de champ¨¢n en forma de misil. De pronto se hizo la oscuridad en la sala, estall¨® el primer acorde de la orquesta y una inmensa coreograf¨ªa incandescente en escenarios rotatorios de varios planos, altillos y pasarelas comenz¨® a agitarse al son de los desgarrados trombones de varas y grandes bater¨ªas de m¨²sica brutal. Adornado con un chaqu¨¦ azul el¨¦ctrico con lentejuelas, el actor Bob Hope se acerc¨® a las candilejas para ser elevado sobre un poyo luminoso con la sonrisa entre las dos orejas, mientras bailaba un n¨²mero de claqu¨¦ y se sacud¨ªa los zapatos con un bast¨®n fosforescente. Realmente, el espect¨¢culo consist¨ªa en una guerra. A la izquierda del foro aparec¨ªa un panel electr¨®nico con todos los botones rojos parpadeando se?ales de alerta. En las fachadas de unos rascacielos se proyectaba la sombra de un aeroplano nicarag¨¹ense de dos h¨¦lices en misi¨®n de reconocimiento y por la derecha se ve¨ªa llegar una flota remando en botes de cart¨®n. Una potente melod¨ªa lo acaparaba todo. Los papagayos emit¨ªan gritos tropicales mezclados con el canto de grillos en la selva, y all¨ª se encontraba un corro de guerrilleros barbudos con ojos de fuego tramando un plan de ataque. En un decorado de la Quinta Avenida de Nueva York ciudadanos normales simulaban abrir zanjas en el asfalto o levantar barricadas en las esquinas y otros pon¨ªan el colch¨®n en las ventanas.
-?Qu¨¦ es eso?
-Camiones.
-Parecen de verdad. Resulta incre¨ªble.
-?Se nos est¨¢n echando encima!
-El efecto es fascinante.
-Estos tipos van a ganar.
Truenos de bombas
Ejecutando pasos de baile moderno por las diversas rampas ascend¨ªan soldados revolucionarios, desde el cielo ca¨ªan paracaidistas y un estruendo de cazabombarderos, carros de combate con inscripciones sovi¨¦ticas y el tableteo de ametralladoras checoslovacas, todo bien conjuntado con la orquesta de un centenar de profesores, hac¨ªa vibrar el vientre de los espectadores. Daba la sensaci¨®n de que el ej¨¦rcito de Nicaragua iba a apoderarse de la civilizaci¨®n occidental y Bop Hope estaba all¨ª para impedirlo. Con el bast¨®n fosforescente apuntaba hacia el Consejo de Seguridad de la ONU, que a rengl¨®n seguido se pon¨ªa a cantar una melod¨ªa sentimental, de tipo campestre, o acuciaba a los hombres del Pent¨¢gono, y entonces ellos realizaban un n¨²mero de ballet muy aplaudido. La primera parte de la funci¨®n se cerr¨® con una danza masiva y descoyuntada bajo truenos de bombas y el sonido de maracas ardientes. Los guerrilleros de la revoluci¨®n, aunque acicalados con sedas y boinas de terciopelo, hab¨ªan alcanzado su objetivo. Pr¨¢cticamente todo el territorio de Estados Unidos se encontraba en poder de Nicaragua.
-?M¨¢s champ¨¢n?
-Oh, s¨ª, gracias.
-?Te gusta, querida?
-Qu¨¦.
-El musical.
-La coreograf¨ªa est¨¢ bastante bien. Tal vez demasiado realista. Al enemigo se le ve muy guapo.
Pero en el segundo acto cambi¨® el panorama. Cuando los nicarag¨¹enses ya se hab¨ªan aposentado en la conquista y celebraban la victoria bebiendo el ron de la cantimplora, en el horizonte, tenuemente, comenz¨® a sonar una especie de coro vikingo que se dilataba en el espacio por momentos. Todas las pasarelas se iluminaron y por distintos puntos del foro los invitados al estreno vieron aparecer prietos batallones de se?ores maduros con abrigo loden y una pluma de pato en el sombrero, damas con estolas de vis¨®n, viejos cl¨¦rigos con sotana, altos ejecutivos de empresa, abuelitas visionarias y lindas muchachas que el d¨ªa anterior hab¨ªan ido a la peluquer¨ªa. Las brigadas internacionales acababan de llegar en auxilio de Estados Unidos y sus componentes ven¨ªan cantando un fragmento de Wagner capitaneados por Bob Hope, resplandeciente de lentejuelas. Por las rampas de escena, moviendo las caderas, bajaban Margaret Thatcher, Helmut Kolh, Fran?ois Mitterrand, Bettino Craxi, Mario Soares al frente de respectivas comparsas de carnaval, y entonces el teatro de Broadway se llen¨® de un color inenarrable. Plumas, mallas, bailarinas de largas piernas, penachos, bisuter¨ªa, ca?onazos de luz y de m¨²sica, paneles con hirvientes se?ales rojas de alerta, rayos l¨¢ser, rel¨¢mpagos de muslos femeninos.
Ante semejante avalancha, los guerrilleros nicarag¨¹enses hab¨ªan huido sobrecogidos de pavor.
-?Ves lo que yo veo?
-S¨ª.
-Aquel de all¨¢ es Felipe Gonz¨¢lez.
-A su lado est¨¢ Fraga.
-Vienen bailando como los boys de la revista de La Latina.
-Eso es.
Despu¨¦s de una poderosa: danza en com¨²n se incendi¨® la escalinata principal del escenario por donde se arr¨ªa a las superestrellas en la apoteosis. En un momento los jefes de fila de las brigadas internacionales y los m¨¢ximos pol¨ªticos de occidente abrieron un pasillo en el borde de la rampa, se?alando con el brazo en alto la gran aparici¨®n. Se corri¨® la cortina y desde all¨ª arriba inici¨® el majestuoso descenso el presidente Reagan, con calzas negras, corpi?o de oro, los mofletes pintados de azul, los zapatos de tac¨®n de aguja, el casco de gladiador y una capa de pavo real. Re¨ªa a carcajadas dentro del estallido de la m¨²sica. Estados Unidos se hab¨ªa salvado. Ahora aquellos salvajes de la selva iban a recibir su merecido.
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