Espa?a y Marruecos, la hora final
El tiempo se acaba. Tal y como est¨¢ planteado el problema y sus alternativas, ¨¦stas pueden ser del diablo o de la cordura. Espa?a debe adelantarse a los acontecimientos que, inevitablemente, se producir¨¢n en el Magreb y concluir as¨ª uno de sus cap¨ªtulos hist¨®ricos m¨¢s complejos y determinantes de su propio acontecer contempor¨¢neo como pueblo y como Estado. Dig¨¢moslo ya claramente: Espa?a debe sorprenderse a s¨ª misma y ofrecer negociaciones sobre Ceuta y Melilla al Gobierno marroqu¨ª.Hablar ahora, todav¨ªa a tiempo, de negociaciones no es entreguismo, sino perspectiva. El informe de Marruecos est¨¢ siempre en el primer caj¨®n, pero nunca se abre. Abrimos, en cambio, una pol¨ªtica de manos abiertas ante el muro: presencia pol¨ªtica en Argel y militar en Rabat. Queremos asegurarnos con todos y no tenemos a ninguno.
De que Ceuta y Melilla son tan espa?olas como M¨¢laga o Huelva no hay duda posible. Pero esto no nos vale como moneda de cambio. Sin olvidar bajo ning¨²n concepto la sensibilidad aut¨¦ntica de los espa?oles que all¨ª nacieron -igual que sus abuelos- y all¨ª viven todav¨ªa, est¨¢ claro que nadie quiere una guerra por el pasado, exceptuando a los ingleses, que son los ¨²nicos capaces de afrontarlas y, encima, de ganarlas.
Espa?a tiene en estos d¨ªas una oportunidad hist¨®rica que no debe desaprovechar porque muy posiblemente no volver¨¢ nunca a presentarse. Ambos Gobiernos atraviesan una relativa pausa en sus graves problemas internos y no hay crispaciones recientes. Es el momento. Ofrezcamos nuestros derechos, nuestra historia, nuestros bienes y esfuerzos, nuestra generosidad y poder soberanos. Y qued¨¦monos con mucho de ello al actuar desde la paz con fuerza, no desde la fuerza de unos acontecimientos incontrolables. Y merezcamos el respeto de las dem¨¢s naciones. Porque, no nos enga?emos de nuevo: si queremos mantener la bandera en Marruecos, no tendremos absolutamente a nadie detr¨¢s nuestro. Ni nuestra m¨ªtica amistad con los pa¨ªses ¨¢rabes -que saltar¨ªa en pedazos-, ni la hermandad de los pueblos hispanoamericanos -que nos dejar¨ªan solos luego de recordarnos la historia compartida-, ni mucho menos Europa, y no digamos ya el Tercer Mundo. El clamor ser¨ªa universal, y de tal magnitud que paralizar¨ªa, instant¨¢neamente, cualquier reacci¨®n de fuerza espa?ola.
Los pueblos, que son quienes hacen posible la historia de los pol¨ªticos, se merecen algo m¨¢s l¨²cido que la simple repetici¨®n de viejos clich¨¦s desgastados por el uso. Ellos son todav¨ªa -y m¨¢s a¨²n en el Islam- los que poseen las facultades de arrancar los retratos oficiales del poder. No se olvide que negociar con Marruecos no ser¨¢ nunca como hacerle, con el Benelux o con Italia. En 49 horas, en un pa¨ªs que tiene un 38% de su poblaci¨®n sumido en los niveles de la pobreza absoluta y con un movimiento interno isl¨¢mico en franca expansi¨®n -agazapado tras el aparente control del propio Hassan II como presidente del Consejo Superior de Ulemas- pueden pasar tantas cosas corrio para romper cualquier bola de cristal.
La monarqu¨ªa alau¨ª se ha sostenido por la ayuda del petr¨®leo del Golfo -y cuando ¨¦ste empezaba a presionar para buscar salidas negociables a la guerra con el Polisario se ha buscado la peligrosa inyecci¨®n del dinero libio- y el sost¨¦n formidable del paraguas norteamericano. Esto ha camblado ya. Sin victorias definitivas en el Sur, desplomados los precios mundiales de los fosfatos y con un 45% de su presupuesto invertido en gastos mil¨ªtares, la deuda marroqu¨ª se ha disparado hasta alcanzar los 11.000 millones de d¨®lares. Marruecos es hoy d¨ªa un enorme polvor¨ªn social. Uno de cada tres j¨®venes est¨¢ en paro y sin subsidio. Esto hace cerca de 650.000 cartuchos de vida convertidos en dinamita y dedicados a la violencia o al sue?o fervoroso del integrismo isl¨¢mico.
Oportunidad pol¨ªtica
Son muchos los probleimas de Hassan -su antinatural uni¨®n con Libia es muestra de ello- y lo que Espa?a tiene que hacer es negociar, simplemente, sobre la base de que existen. Cualquier cambio brusco -recu¨¦rdense los tr¨¢gicos sucesos de Nador, Alhucemas y Tetu¨¢n, o la continua persecuci¨®n estudiantil, sin olvidarnos del propio Ej¨¦rcito Real- puede hacer variar el ¨¢ngulo de oportunidad pol¨ªtica del monarca alau¨ª. Y sus escuetas palabras de afirmaci¨®n soberana sobre "esas ciudades del Norte", convertirse en una decisi¨®n dr¨¢stica. No olvidemos que las tensiones m¨¢s extremas han sido en el Rif, ese pa¨ªs montaraz y celoso de su independencia, como tan crudamente nos lo hizo ver en nuestra historia reciente. Espa?a y el Rif. Una baza sutil¨ªsima que Franco, un africano, no supo nunca descubrir. Pero Hassan II no necesita una guerra para lograr sus prop¨®sitos. Y puede tambi¨¦n concluir brutalmente su legendaria baraka, y sus sucesores no van a llamar hermano a nuestro Rey.
El viejo le¨®n brit¨¢nico ha sabido d¨®nde ten¨ªa que esconder sus garras y ha negociado decidido antes de que prescribieran sus derechos. Es el caso de Hong Kong, tan claro y tan reciente. En cuanto a la Roca y las Malvinas, sabemos perfectamente cu¨¢l es la consideraci¨®n que para el Gobierno de Su Majestad representan sus leg¨ªtimos due?os. El problema de fondo no est¨¢ en la historia de los pueblos que reclaman sus derechos, sino en la eficacia de sus gobernantes y, en ¨²ltimo extremo, en la constataci¨®n de un poder militar. Argentina tuvo su 98 en Puerto Stanley y tendr¨¢ que esperar. Nosotros tenemos una geografia clara como un cielo despejado -de igual modo que la tienen al otro lado del Estrecho- y una fant¨¢stica colecci¨®n de sentencias internacionales o de condolencias diplom¨¢ticas. Tambi¨¦n tenemos que esperar. Pero no nos van a dejar esperar en el Magreb. Tenemos tratados y documentos para empapelar cualquiera de los palacios imperiales de la monarqu¨ªa alau¨ª. No nos van a servir de nada. De nada le sirvieron a Portugal en Goa frente a las divisiones de la Uni¨®n India y de nada nos sirvieron en el S¨¢hara frente a la marcha verde. Si dejamos que el conflicto nos estalle entre las manos, no tendremos que esperar: sencillamente entregaremos. La p¨¦rdida del honor en el S¨¢hara puede ser un tebeo de aventuras con lo que eso supondr¨ªa para las instituciones militares de este pa¨ªs.
Se mire como se mire, si no se interviene ahora a nivel de Gobierno, si dejamos que el deterioro progresivo o el juego de la guerra nos confundan, el Ej¨¦rcito espa?ol tendr¨¢ que intervenir fatalmente; pero con una rigurosidad y limitaciones extremas. Sin necesidad de recurrir al mapa, la evidencia de la indefensi¨®n de nuestras posesiones en el Magreb es flagrante. Y causa estupor la creencia generalizada en una soluci¨®n militar, mientras se especula con los minutos que tardar¨ªamos en actuar con contundencia, puede que s¨ª, pero sin l¨®gica, y ya se encargar¨ªan las Naciones Unidas o nuestros aliados desde 1953 de desactivar nuestros misiles. Entonces habr¨ªa que negociar, aturdidos y a remolque del esc¨¢ndalo mundial. Y si hay algo que este pa¨ªs no puede permitirse es un fracaso militar. Espa?a y sus Fuerzas Armadas han soportado, con una entereza y disciplina impensables hace unos a?os, el goteo incesante del terrorismo. Pero mientras ETA -o quien sea- no golpee a la cabeza de este Estado, toda la naci¨®n puede permitirse el escalofr¨ªo diario de una masacre semejante. Sin embargo, un nuevo y sangriento rev¨¦s en ?frica -que ser¨ªa el ¨²ltime- provocar¨ªa a corto plazo una convulsi¨®n de imprevisibles consecuencias para todas las instituciones del Estado. Con un ej¨¦rcito se puede hacer muchas cosas contrarias a su propio esp¨ªritu o tradici¨®n, pero jam¨¢s dejarle frente a la pared desnuda para elegir entre el honor o bajar la cabeza. Pedir¨¢ siempre el honor, aunque le cueste la derrota. Y luego -no se olvide nunca esto- pedir¨¢ cuentas. Y como no ser¨¢n claras, levantar¨¢ un acta en el que se confundir¨¢n acusados, perdedores e incompetencias. Todos pagar¨ªamos por ello.
Garantizar el futuro
Espa?a no ha sabido hacer nunca una pol¨ªtica africana inteligente ni siquiera bajo el burdo prisma del inter¨¦s colonial de principios de siglo. Y luego, cuando toda ?frica se levant¨® en un grito en la d¨¦cada de los cincuenta, tampoco supimos aprovechar esa circunstancia y garantizar el futuro. La independencia de Marruecos sali¨® bien, pero muy justo -Franco perdi¨® entonces una oportunidad ¨²nica de conseguir una larga cesi¨®n de Mohammed V sobre Ceuta y Melilla, que ahora estar¨ªamos concluyendo sin traumas-, pero la intuici¨®n no es cartera obligada de gobierno, y lleg¨® Sidi Ifni, cuando en febrero de 1957 los poco m¨¢s de 4.000 ex combatientes del ALN pusieron contra las cuerdas al obsoleto aparato militar heredado de la guerra civil. No hubo otro Anual gracias a un Ej¨¦rcito que no hab¨ªa perdido la sangre fr¨ªa y a que Francia (operaci¨®n conjunta EcouviIl¨®n) nos tend¨ªa una mano con su aviaci¨®n, mientras Hassan, entonces comandante en jefe de las fuerzas armadas marroqu¨ªes, no movi¨® un solo dedo y prefiri¨® que las molestas partidas del ALN fuesen exterminadas bajo el napalm franc¨¦s o en los valientes contraataques de los paracaidistas y legionarios espa?oles.
En 1975 y en el S¨¢hara, la situaci¨®n se repite con notorias variantes. Todav¨ªa me parece ver la precipitada requisa de documentos y legajos de nuestros fondos b¨ªbliotecarios -de los que fui testigo directo- para recabar argumentos. Una imponente monta?a de papeleo oficial e hist¨®rico aplast¨® los despachos del palacio de Santa Cruz. El dictamen del Tribunal de La Haya no sirvi¨® de mucho ante la Casa Blanca, que cort¨® elegantemente la hierba bajo nuestros pies mientras el viejo general, enfermo y solo, se enfrentaba a su destino. La vergonzante retirada -un error hist¨®rico monumental al no haber anticipado antes el fantasma del POUMS o entendido la propia validez del Polisario y amparar as¨ª un Estado saharaui, con lo que eso supondr¨ªa para Canarias y para la espalda de Marruecos- se produce, y es una espina a¨²n viva que el Ej¨¦rcito no ha olvidado y que afectar¨ªa direct¨ªsimamente a la posici¨®n militar a tomar sobre Ceuta y Melilla. Sin embargo, si hubi¨¦rarnos ido a la guerra hubiese sido lavictoria -el Ej¨¦rcito marroqu¨ª era muy distinto del de hoy-, pero hubi¨¦ramos perdido la batalla internacional de la pol¨ªtica. Y entregado todo, incluso las viejas plazas del Norte.
Ceuta y Melilla son dos aspirantes a la cordura o al sacrificio colectivo. Campos atrincherados de espaldas al mar, su destino no estar¨ªa muy lejos de Dien-Bien-Fu. Su ¨²nica soluci¨®n t¨¢ctica es una huida hacia adelante, y eso significa una guerra en toda regia. En absoluto necesaria. Unanueva marcha verde, acabar¨ªa con todos nuestros planes Rallesta y los refuerzos seguros que llegar¨ªan. ?Qu¨¦ refuerzo para la inteligencia har¨ªa falta para mandar abrir fuego sobre una marea humana precedida por los yiu-yiu de las mujeres cantando? A la espaldad de los uniformes est¨¢n sus casas y familias. Y despu¨¦s, el mar. Inevitablemente se oir¨ªa la voz de ifuego! En el segundo siguiente lo habr¨ªamos perdido todo.
Hagamos una excepci¨®n a nuestra historia africana. En unas negociaciones, sin presiones l¨ªmite, podemos conseguir un per¨ªodo de transici¨®n de 10 o 15 a?os por ejemplo. Incluso m¨¢s. Olvid¨¦monos de arengas encendidas y de "garant¨ªas ciertas a la poblaci¨®n". Honor, siempre. Pero desde la sabidur¨ªa y la audacia, aunque parezcan antag¨®nicas. Cela ha dicho que Espa?a no ser¨ªa igual sin Ceuta y Melilla. Evidentemente. Como al final dejar¨¢n de ser espa?olas -entendiendo por esto el mando efectivo en ellas-, la diferencia fundamental estriba en que podamos verlo con o sin dolor. Admitida queda la nostalgia y hasta la p¨¦rdida de bienes materiales. Pero a¨²n podemos llevarnos tambi¨¦n las banderas con el m¨¢stil, sin arriar, libres al viento, incluso con el cepell¨®n de tierra o cemento como hicimos en el S¨¢hara. Las banderas de Espa?a siempre estar¨¢n en Marruecos, como lo est¨¢n en San Juan de Puerto Rico o en Baler. Ya no son nada, pero nos queda su historia. Y ¨¦sa nadie puede quit¨¢rnosla.
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