La gangrena / 2
"Se detiene a un hombre... Este hombre deja, en ese mismo momento, de tener una existencia personal". ?Qui¨¦n dijo esto? ?Cu¨¢ndo lo dijo? ?A qu¨¦ se refer¨ªa? ?Se tratar¨¢ quiz¨¢ de un actual y naturalmente insensato apologista del terrorismo? As¨ª escrib¨ªamos en el anterior art¨ªculo, cuando hicimos una interrupci¨®n dedicada a quienes, ante relatos como ¨¦ste, piensan que. se est¨¢ obstaculizando la tarea de la polic¨ªa en su lucha por el orden p¨²blico; y de ah¨ª a suponer una colaboraci¨®n -y hasta afirmarla- con los grupos armados hay muy corto trecho, sobre todo a la luz -es decir, a la sombra- de la legislaci¨®n antiterrorista, que tambi¨¦n ha sido observada con seria preocupaci¨®n por Amnist¨ªa Internacional, cuya simpat¨ªa por la violencia revolucionaria no parece, al menos, muy evidente. A este respecto, un escalofr¨ªo parece recorrer la conciencia de los juristas dem¨®cratas, por no hablar sino de ellos, ante la lectura de lo que va a ser, si Dios no lo remedia, la ley org¨¢nica "contra actuaci¨®n de bandas armadas y elementos terroristas, y de, desarrollo del art¨ªculo 55-2 de la Constituci¨®n Espa?ola". Art¨ªculo que se refiere, como se sabe, a "suspensi¨®n de los derechos civiles y libertades".Pues bien, aquel texto en cuesti¨®n -sobre que el detenido es despersonalizado- est¨¢ escrito en el siglo XVIII por Pietro Verri. Estaba yo leyendo estos d¨ªas sus Observazioni sulla tortura cuando, una vez m¨¢s, ha aparecido bien visible el temible monstruo de las profundidades como en aquellas fant¨¢sticas pel¨ªculas japonesas en las que la vida cotidiana en las m¨¢s grandes y, al parecer, aseguradas ciudades se ve de pronto sumida en un indescriptible caos, en raz¨®n del terror de un monstruo que surge de las profundidades del oc¨¦ano y cuya existencia era ignorada por el conjunto de lo que en algunas partes llaman la ciudadan¨ªa, y el hombre de la calle en otras. ?Ignoraba asimismo el hombre de la calle durante el nazismo lo que estaba sucediendo en las cloacas del sistema? Son preg¨²ntas que, uno se hace algunas veces. La jeta del monstruo ha aparecido, como dec¨ªa, incluso en algunas revistas de circulaci¨®n popular. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con ello? ?A qu¨¦ conduce decir una y otra vez lo mismo porque, efectivamente, est¨¢ sucediendo lo mismo? Pero tambi¨¦n hay quien no dice siempre lo mismo; y en este plano he de situar un articulito muy claro que ha aparecido estos d¨ªas (*).
Me turba pensar, en la actual lectura de las observaciones de Pietro Verri sobre la tortura, que tales observaciones se produjeron en el siglo XVIII; como las de Cesare Becearia, tan conocidas y m¨¢s citadas cuando se habla de estos temas: el cap¨ªtulo XVI de su famoso libro De los delitos y las penas, que trata precisamente "De la tortura". En Beccaria est¨¢ ya -?habr¨¢ que recordarlo?- el criterio de que el dolor (causado por la tortura) no puede ser "el crisol de la verdad", y el de que "con este m¨¦todo se pretende borrar la infamia causando infamia". Verdad que ya parec¨ªa definitivamente adquirida en aquel siglo y que" era acompa?ada, naturalmente, aparte estos criterios de eficacia, con la condena ¨¦tica de tales pr¨¢cticas, que afecta al m¨¦todo por mucho que ¨¦ste se presente como eficaz a los efectos de la persecuci¨®n de los delitos; a lo que hay que a?adir todas las dudas necesarias sobre la consideraci¨®n de determinados actos como delitos frente a las instancias de una legalidad que tantas veces cubre y encubre la opresi¨®n.
Una gran mentira
Como saben muy bien quienes se hayan ocupado de este asunto, Pietro Verri escribi¨® su trabajo -el cual me parece que se public¨® a t¨ªtulo p¨®stumo, ya a principios del siglo XIX, acosado como ¨¦l se vio quiz¨¢ por las presiones que en su medio se manifestaban a prop¨®sito de tan grave tema- sobre los sucesos de 1630 en Mil¨¢n, cuando la gran peste que nadie que haya le¨ªdo la novela de Manioni Los novios podr¨¢ olvidar, y particularmente sobre la historia de aquellos sucesos que escribi¨® Giuseppe Ripamonti (cr¨®nica en la que Manzoni se bas¨® para su novela). La requisitoria de Verri se basaba fundamentalmente en el hecho de que una gran mentira se cre¨®, durante tan terrible tragedia, en funci¨®n de la tortura a que fueron sometidos unos ciudadanos, a los que se forz¨® a confesar, bajo el martirio, que hab¨ªan untado ciertas murallas de Mil¨¢n con no s¨¦ qu¨¦ potingues letales. La cosa empez¨®, en la atm¨®sfera creada por cierta informaci¨®n oficial llegada de Espa?a, con que unas buenas vecinas milanesas en medio de la cat¨¢strofe de la peste, afirmaron haber visto a cierta persona -que inmediatamente se convirti¨® en un sospechoso individuo, al que se someti¨® a indecibles tormentos untar con misterioso y pest¨ªfero ung¨¹ento algunas partes de una muralla. Una columna infame se erigi¨® despu¨¦s en memoria del hecho, all¨ª donde hab¨ªa estado la casa de un pobre barbero al que se atribuy¨® un papel clave en aquella fant¨¢stica conspiraci¨®n, fruto podrido de la colaboraci¨®n ciudadana de la ¨¦poca.
Lo de menos es, sin embargo, la an¨¦cdota, por mucho que sea el espacio que Verri le dedica en su op¨²sculo. A partir de su cap¨ªtulo VIII est¨¢ lo que podr¨ªainos llamar la teor¨ªa sobre esto que, bastantes a?os despu¨¦s, habr¨ªa de llamarse gangrena: la tortura. Esto es: "la pretesa ricerca della verit¨¤ co'tormenti". Tambi¨¦n, dice Verri, "si pu¨° chiamare interrogatorio". Durante el siglo XX, ya bastante avanzado, en la guerra de Argelia, reaparecer¨ªa, dudosarnente glorioso, el t¨¦rmino question. ?Una ilusi¨®n, entre otras, del siglo XVIII, la desaparici¨®n de la tortura como pr¨¢ctica infamante? As¨ª es o as¨ª parece, como podr¨ªa decir siempre nuestro gran Pirandello. Menos pirandellianos que nuestro amado Pirandello, nosotros s¨ª hablamos con gran certeza de que aquel sue?o del siglo XVIII fue una ilusi¨®n; pues han pasado ya demasiados tiempos como para que a¨²n hoy pudi¨¦ramos seguir recostados en la creencia de que la vergonzosa pr¨¢ctica ha desaparecido o est¨¢ en el trance de desaparecer, ni siquiera en las ¨¢reas en las que, desde el siglo XVIII, ha venido siendo legalmente abolida.
La palidez de Galileo
Aquel siglo que se llam¨® de las Luces produjo, ciertamente, claridades te¨®ricas como las que ahora estamos refiriendo, hasta el punto de que cuando de este tema se, trata (por poner un ejemplo) apenas es necesario hacer otra cosa, hoy mismo, que reproducir con algunos matices aquel pensamiento, el cual sigue siendo v¨¢lido, naturalmente, tanto porque fue l¨²cido (o iluminado, como gustan decir los italianos) como porque los objetos de aquel pensamiento permanecen, casi intactos, en nuestros d¨ªas.
Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XVIII se pudo pensar que el siglo siguiente ser¨ªa el de la abolici¨®n real de los tormentos policiacos y judiciales, cuyo recuerdo qu¨¦dar¨ªa arrumbado entre los m¨¢s deplorables de la historia de la especie humana, que acaso llegara a recordar como una fantasmal pesadilla que la historia de la cultura europea ha producido textos como el Malleus maleficarum, por no poner m¨¢s que un ejemplo. Im¨¢genes como la de la palidez de Galileo Galilei cuando "se le muestran los instrumentos", llegar¨ªan a ser ininteligibles. Nunca, nunca m¨¢s, lo que Verri llam¨® "una pr¨¢ctica tanto atroce e crudele, tanto inutile, tanto ingiusta...". ?Pero c¨®mo, viene a decir Verri, esta pr¨¢ctica ha podido prevalecer "anche fra popoli colti e mantenersi sino al giono d'oggi"? (Para nuestros lectores que no lean el italiano: "?C¨®mo ha podido prevalecer esta pr¨¢ctica de la tortura incluso en los pueblos cultos y mantenerse hasta hoy mismo?".)
Pero el esc¨¢ndalo -en estos pueblos tan cultos como se supone que sean los nuestros- contin¨²a hoy mismo, tant¨ªsimos a?os despu¨¦s del escrito de Pietro Verri. Larga es, en efecto, la historia de la tortura en Europa y en Am¨¦rica despu¨¦s de tanta formal abolici¨®n. Por lo que se refiere concretamente a Espa?a, hay poco o demasiado que decir: es una instituci¨®n que siempre est¨¢ aqu¨ª, envenenando nuestra vida, y que en los ¨²ltimos a?os presenta casos -que no excepciones- tan espeluznantes como lo que, glosando a Lovecraft, podr¨ªamos llamar el horror de Almer¨ªa, Arregi, Espa?a, Vivas, Cast¨¢n o Muruetagoiena.
Lo m¨¢s grave de la cosa es que durante el franquismo pod¨ªa pensarse l¨®gica la persistencia de esta columna infame como pilar de un sistema extremadamente reaccionario, pero tambi¨¦n era posible imaginar que tal situaci¨®n no podr¨ªa reproducirse en la posteridad de aquel r¨¦gimen. Aqu¨ª el error, incluso de quienes no abrig¨¢bamos grandes esperanzas sobre los sucesores del franquismo. ?Todo igual en ese aspecto? ?Todo a¨²n peor? Hasta ah¨ª no pod¨ªan llegar ni las m¨¢s pesimistas previsiones.
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