La cuesti¨®n irlandesa
LAS ENTREVISTAS que acaban de celebrar en la residencia de Chequers, cerca de Londres, Margaret Thatcher y el primer ministro de la Rep¨²blica de Irlanda, Garrett Fitzgerald, han dado lugar a una negociaci¨®n seria y apretada; han hablado durante unas nueve horas cara a cara y han debido abordar m¨¢s temas de los que aparecen en el breve comunicado que ha sido hecho p¨²blico. No obstante, ¨¦ste contiene puntos m¨¢s prometedores de lo que cab¨ªa esperar; no parece que haya sido una reuni¨®n m¨¢s, como tantas otras, en que cada uno repite posiciones fijadas de antemano y luego todo sigue igual. En el texto del comunicado, vale la pena llamar la atenci¨®n, en particular, sobre dos aspectos significativos: en primer lugar, se dice que "la identidad de la mayor¨ªa y de la minor¨ªa debe ser reconocida, respetada y reflejada en el sistema pol¨ªtico y de seguridad". Por primera vez, el Gobierno de Westminster reconoce la identidad de los cat¨®licos y nacionalistas irlandeses, que son la minor¨ªa pero que representan una poblaci¨®n considerable, sin la colaboraci¨®n de la cual el norte de Irlanda no es gobernable. El t¨¦rmino de identidad es sin duda ambiguo; pero introduce en todo caso un nuevo factor en cualquier negociaci¨®n ulterior sobre el problema de Irlanda; factor hasta ahora rechazado por el Reino Unido. El segundo aspecto digno de menci¨®n es que los dos primeros ministros consideran como "objetivo compartido" lograr .una paz duradera y la estabilidad en Irlanda del Norte". Esta frase implica que Margaret Thatcher admite un grado determinado de responsabilidad del Gobierno de la Rep¨²blica de Irlanda acerca de la situaci¨®n en el Ulster. La decisi¨®n de celebrar una nueva cumbre en fecha pr¨®xima, en los primeros meses de 1985, confirma esa especie de compromiso de compartir, como m¨ªnimo, las opiniones respectivas sobre eventuales soluciones para Irlanda del Norte.Desde hace tres siglos, la cuesti¨®n irlandesa ha sido una herida abierta, fuente de angustias casi permanentes para la corona brit¨¢nica. En 1920, el Gobierno de Westminster tuvo que plegarse a la formaci¨®n del Estado Libre de Irlanda que es el actual Eire, y que ocupa la mayor parte de la isla de Irlanda. Pero al mismo tiempo incorpor¨® los seis condados del Ulster al Reino Unido, con una poblaci¨®n mezclada de cat¨®licos que se sent¨ªan separados del nuevo Estado y al que consideraban su patria aut¨¦ntica, y de protestantes que, por el contrario, ve¨ªan en el v¨ªnculo con Londres la garant¨ªa de que seguir¨ªan dominando la parte norte del territorio irland¨¦s. Se abri¨® as¨ª un nuevo per¨ªodo de violencias, que ha alcanzado sus cotas m¨¢s altas, m¨¢s tr¨¢gicas, de muertes, atentados y sufrimientos en los ¨²ltimos 14 a?os. Se calcula que, desde 1969, 2.300 hombres, mujeres y ni?os han muerto y 24.000 personas han sido heridas en mayor o menor grado. Esta terrible experiencia demuestra que la soluci¨®n no puede ser ni la de expulsar a los ingleses ni la de aplastar a los cat¨®licos irlandeses.
Un nuevo esfuerzo para buscar una soluci¨®n operativa y pragm¨¢tica se ha puesto en marcha mediante la constituci¨®n del Nuevo Foro para Irlanda, en el que han tomado parte los tres principales partidos de Dubl¨ªn, Fianna Fail, Fine Gael y laborista, y el partido representativo de las tendencias reformistas entre los cat¨®licos del Ulster, el SDLP (partido social dem¨®crata y laborista). El Foro present¨® en el mes de mayo pasado tres f¨®rmulas posibles para abordar la cuesti¨®n irlandesa: un Estado ¨²nico, que englobara el Norte en la actual rep¨²blica, con garant¨ªas plenas de respeto a su religi¨®n e identidad para los protestantes; una soluci¨®n federal o confederal; y una responsabilidad compartida de los Gobiernos de Londres y Dubl¨ªn para la administraci¨®n del Ulster, mediante la creaci¨®n de un ¨®rgano ejecutivo conjunto. Hasta ahora, a pesar de la insistencia del Gobierno irland¨¦s, el Gobierno de Margaret Thatcher se hab¨ªa negado a abordar la discusi¨®n de esas eventuales soluciones. Tal negativa, al menos en la forma, se mantiene. Sin embargo -y ello no resulta excesivamente sorprendente si recordamos el papel del pragmatismo en la historia brit¨¢nica-, el comunicado aprobado en las conversaciones de Chequers parece abrir la puerta a una evoluci¨®n en el sentido de la tercera de las propuestas hechas por el Foro. Cabe suponer que estos primeros pasos, por t¨ªmidos y ambiguos que sean, suscitar¨¢n oposiciones muy fuertes, tanto en Londres como en Dubl¨ªn, y, sin duda, en sectores extremistas del Ulster. Por ello el futuro no es claro. Sin embargo, Margaret Thatcher, irreductible y cerril en algunos aspectos de su pol¨ªtica, ha sabido retroceder en cuestiones que parec¨ªan intocables para la tradici¨®n brit¨¢nica, como la de Hong Kong.
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