La salud del catal¨¢n
El rector de la universidad de Barcelona, Antonio Mar¨ªa Bad¨ªa Margarit (acent¨²o su segundo nombre y su primer apellido para mantener la forma fon¨¦tica en castellano), sit¨²a al catal¨¢n entre las lenguas rotas -las que teniendo vigorosidad carecen de una estructura estatal que las apoye- y nos alerta sobre el doloroso riesgo de que su destino sea la desaparici¨®n. Bad¨ªa Margarit, en cuya Gram¨¢tica hist¨®rica catalana (1951) bas¨¦ mi inter¨¦s y mi preocupaci¨®n iniciales hacia su vieja lengua, es quiz¨¢ uno de los estudiosos a los que hay que tener m¨¢s en cuenta -y tomar m¨¢s en serio- en los asuntos relativos al catal¨¢n, desde su doble condici¨®n de fil¨®logo eminente y rector de la mayor universidad existente en su ¨¢mbito idiom¨¢tico. Bad¨ªa puede estar equivocado, claro es, y quiz¨¢ tambi¨¦n puede estar haciendo uso del aviso de navegantes en evitaci¨®n de mayores males, pero entiendo que ser¨ªa prudente el aceptar su hip¨®tesis, al menos en principio, porque, de confirmarse, ser¨ªa peor el haberla dado por improbable y absurda.Tambi¨¦n yo puedo exhibir ciertas m¨ªnimas -y aun humildes- patentes para entrar en el tercio, con la venia de quien fuere y la benevolencia del lector, ya que, como catedr¨¢tico de una universidad, la de Palma de Mallorca, perteneciente al ¨¢rea de la lengua catalana, en la modalidad que quiera se?alarse desde las instancias administrativas, como escritor comprometido con la lengua castellana y como gallego de naci¨®n y vocaci¨®n, puedo darme cuenta de lo que significar¨ªa la p¨¦rdida del catal¨¢n, o, lo que vendr¨ªa a ser lo mismo, su mantenimiento qu¨ªmicamente puro y como mera herramienta de trabajo de los fil¨®logos: una tragedia para todos nosotros los espa?oles, incluidos quienes, en su m¨¢s absoluta cerraz¨®n, entienden el conflicto ling¨¹¨ªstico como una guerra. El catal¨¢n es patrimonio m¨ªo con el mismo derecho, aunque no en la misma medida que el castellano o el gallego, o, apurando un poco el argumento, el vasco misterioso y buc¨®lico. Espa?a, para bien o para mal, incluye en su forma de ser una lengua catalana -y una gallega, y una vasca, y, obviamente, una castellana, a la que no pocos espa?oles llamamos espa?ol en uso leg¨ªtimo de la antonomasia-, y esa Espa?a ser¨ªa muy diferente, por defecto, con la desaparici¨®n de cualquiera de sus lenguas, ya que todas son espaflolas. (De pasada, y punto menos que a t¨ªtulo anecd¨®tico, recuerdo que en el Senado no consegu¨ª hacerme entender cuando intent¨¦ explicar a mis compa?eros que la voz espa?ol, considerada como antonomasia de la lengua com¨²n de los espa?oles, el castellano, es sustantivo, al paso que funciona como adjetivo cuando se aplica al catal¨¢n, al gallego o al vasco. Y as¨ª se puede decir: el castellano es el espa?ol, y el catal¨¢n es espa?ol, un idioma espa?ol, uno de los idiomas espa?oles, con el castellano, el gallego y el vasco).
Pero quiz¨¢ las escuetas declaraciones no sean suficientes para lograr el fin propuesto, esto es, para acceder a una situaci¨®n en la que el peligro denunciado no fuera posible.
El alma de un pueblo no es su lengua, sino la morfolog¨ªa y la estructura de su lengua, y la mayor¨ªa de las lenguas no tiene hoy, a lo que piensa Bad¨ªa Margarit, sino dos alternativas: normalizaci¨®n o sustituci¨®n. Rep¨¢rese en que las lenguas en uso ensayan, con harta frecuencia, una violent¨ªsima fricci¨®n pol¨ªtica que parece impulsada, ?todav¨ªa!, por la h¨¦lice de Nebrija cuando pregonaba que siempre fue la lengua la compa?era del imperio. Pero esa actitud ya no funciona, aunque no pocos prefieren esconder la cabeza debajo del ala, porque sus supuestos previos han enmohecido.
Hace a¨²n poco tiempo le expresaba a mi amigo Domingo Garc¨ªa Sabell, en conversaci¨®n recogida en alg¨²n lado, que, a mi juicio, la dialectolog¨ªa es disciplina que est¨¢ agonizando y va camino de confundirse con el folclor, pozo sin fondo en el que ya han ca¨ªdo la paremiolog¨ªa y la dictadolog¨ªa, al tiempo que el estudio de los metaplasmos va siendo barrido por la estandarizaci¨®n que recorre el mundo, queramos o no queramos (y yo estoy entre los que no quisieran que tal aconteciese). Cuanto queda dicho lo saben, o al menos lo adivinan, los ling¨¹istas, los gram¨¢ticos y los fil¨®sofos de la historia y de la lengua, pero lo ignoran, o al menos no lo entienden, los pol¨ªticos, y esto es grave.
Lo m¨¢s prudente ser¨ªa, claro es, descifrar la clave del peligro actual y obrar en consecuencia. Bad¨ªa Margarit identifica la desaparici¨®n de la lengua catalana con la ausencia de una estructura estatal. Ser¨¢ prudente esperar al ensayo que nos anuncia sobre el tema para comprender los matices de la tesis y su alcance ¨²ltimo, aunque pienso que, al menos inicialmente, pueden ofrecerse ya algunas ideas acerca de la teor¨ªa de la rotura de la lengua por causas pol¨ªticas (o impol¨ªticas).
El argumento inverso parece impecable: al disponer de una estructura de Estado a su servicio, una lengua tan marginal como el fin¨¦s, por ejemplo, puede sobrevivir en condiciones aceptables. No sirve cualquier Estado, sin embargo, ni tampoco cualquier lengua (obs¨¦rvese el caso del ga¨¦lico). La protecci¨®n pol¨ªtica s¨®lo garantiza la lozan¨ªa de la lengua si se ejerce con prop¨®sito
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intervencionista, ya que, al fin y al cabo, a la lengua la mantiene la sociedad civil, y el Estado tan s¨®lo puede aportar el aparato de poder en su ayuda. Ignoro si tal supuesto es suficiente, ya que lo que me preocupa es si resulta necesario o no.
Si admitimos que la existencia y la presencia del Estado es condici¨®n inexcusable para la buena salud de la lengua, debemos entender que no pocas de las lenguas del mundo est¨¢n amenazadas de ra¨ªz. Y ¨¦sta no es una raz¨®n en contra de la tesis de Bad¨ªa, sino un escueto e inmediato lamento pragm¨¢tico. La eventualidad de un Estado catal¨¢n, otro gallego y otro vasco se me antoja un tanto inviable, pero quiz¨¢s el necesario apoyo institucional no precise, para manifestarse eficaz, de unas estructuras en todo id¨¦nticas a las aludidas, ya que bien pudiera aprovecharse y nutrirse de soluciones en las que una determinada parte de los usos administrativos, culturales y pol¨ªticos descansasen en otros ¨®rganos diferentes a los del Estado monol¨ªtico y centralizado. ?Ser¨¢ bastante la Espa?a de, las autonom¨ªas para propiciar ese apoyo capaz de detener la innecesaria -e inconveniente- desaparici¨®n de las lenguas?
Si la respuesta es afirmativa, el toque de atenci¨®n de Bad¨ªa Margarit deber¨¢ entenderse de forma muy diferente a la conclusi¨®n a la que habr¨ªa de llevarnos el supuesto contrario, esto es, a la duda ante la eficacia de las autonom¨ªas como poderes estatales en materia ling¨¹¨ªstica. El catal¨¢n ha sobrevivido a reg¨ªmenes mucho menos proclives a su causa que el actual, evidencia que -en el supuesto de que la ¨²nica amenaza fuese la pol¨ªtica- me induce a manifestar un esperanzado y liviano optimismo. Pero me preocupa el pensar que, adem¨¢s de los peligros expresados por Bad¨ªa Margarit, puedan existir otros derivados de la pr¨¢ctica pol¨ªtica en la sociedad civil y no en el aparato del Estado, que obren en contra del catal¨¢n y, por extensi¨®n, tambi¨¦n de las dem¨¢s lenguas no comunes de Espa?a. Mucho me temo que la traslaci¨®n espuria del problema pol¨ªtico al campo del enfrentamiento entre comunidades y lenguas puede hacer m¨¢s por la desaparici¨®n del catal¨¢n que cualquier otra iniciativa -incluyendo la persecuci¨®n directa-, cuyos frutos podemos contemplar sin m¨¢s que volver la vista al inmediato pasado. El problema del biling¨¹ismo en los ¨¢mbitos de habla catalana, o en cualquier otro donde hubiera de producirse, tan s¨®lo podr¨¢ resolverse con buena voluntad por parte de todos y olvidando la trampa absurda de la confrontaci¨®n directa entre las lenguas, en este caso -que es el que a nosotros hoy nos importa- entre el catal¨¢n y el castellano. Nadie olvide que en una guerra de ese tipo hay muchas probabilidades de que cualquiera de las dos lenguas en liza acabe desapareciendo de alg¨²n marco: quiz¨¢s el castellano o quiz¨¢s el catal¨¢n. En cualquier supuesto, todos saldr¨ªamos perdiendo.
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