Exilio interior del hombre
Cuando escribo unas emocionadas -y apresuradas- l¨ªneas en esta cr¨ªtica circunstancia de Vicente Aleixandre -siempre se produce en los casos de verbo eminente, con el ocaso corporal, la aurora, apenas renacida, de poderosas y trascendentales vibraciones l¨ªricas- no puedo por menos que retrotraerme en la memoria, que no es "memoria rota" seg¨²n la certera caracterizaci¨®n reparadora de Carlos Gurm¨¦ndez, de nuestros idos tiempos del transtierro mexicano los sentimientos, que entonces y all¨ª, y en po¨¦tico rango, por ¨¦l a la saz¨®n alentado, nos animaran.Ve¨ªamos -y creo reflejar una actitud colectiva, humana, literaria y espa?ola- a Aleixandre como un constituyente de nosotros mismos, quiz¨¢ el m¨¢s entra?able, por fueros de afinidad, de la llamada generaci¨®n del 27 (Le¨®n Felipe y Rafael Alberti, sendos misrocosmos de resonancia directamente popular). A nuestra vera estuvieron Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas y Jorge Guill¨¦n, Luis Cernuda y Pedro Garfias. Desde su peculiaridad excepcional oteaba ese panorama Jos¨¦ Bergam¨ªn y no lejos se hallaba Herrera Petere; incorporados a la nost¨¢lgica atm¨®sfera, Francisco Giner de los R¨ªos y Juan Rejano. Y en terreno propio, Juan Jos¨¦ Domenchina y Ernestina de Champourcin. Conjunto en el que se nos antojaba vislumbrar el distante y esquematizado perfil de Aleixandre, sombra que ocupaba, doblemente melanc¨®lica, el "lugar vac¨ªo" que con toda justicia se le hab¨ªa reservado. Y que emparejaba con el conocido dibujo de Manuel de Falla.
En Aleixandre, los signos de la fr¨¢gil salud que gracias al templado esp¨ªritu se mantienen en obra impar y comportamiento inequ¨ªvoco. Adem¨¢s, ¨¦l encarnaba uno de los nexos m¨¢s preclaros y fecundos del exilio y de la Espa?a a su pesar permanecida, pero que se manifest¨® en silencios enconados y en simb¨®licos, alusivos dejos.
Hablo de una conciencia y sensibilidad del pasado que me parece amenazador presente. No poco coadyuv¨® insula a establecer un nexo casi umbilical con la rigurosa tarea y el indicativo retiro de Aleixandre. Se unieron evocaci¨®n en lo extremo, los valoradores considerandos y el profundo respeto que inspiraba el pr¨®jimo y semejante. Era una vinculaci¨®n generalizada que empezaba a irradiar basada en los leales c¨ªrculos minoritarios.
La personalidad y los temas y estilos -versos a trav¨¦s- de Aleixandre, reafirmados y surgidos aqu¨ª contra viento y marea, tambi¨¦n nos representaban. No ser¨ªa pertinente reproducir, previa prescindencia de citas y juicios a pie de p¨¢gina, las palpitantes palabras nuestras que con Aleixandre nos hermanaron.
Y no me refiero s¨®lo a los grandes poetas de su coetaneidad, sino a sus leg¨ªtimos herederos. Por orden de edades, Tom¨¢s Segovia, Luis Rius, Enrique de Rivas, la italianizada Paquita Perujo y un sonoro etc¨¦tera que no soslaya las dificultades y los germinales alcances de un mestizaje cultural todav¨ªa en el ruedo ib¨¦rico inadvertido. Pues son en buena porci¨®n directos hijos de la limpidez de su canto y de su perdurable afecto.
Sevillano, malague?o, madrile?o, Vicente Alexaindre .No sali¨® de sus l¨ªmites y fronteras. Viajero sin pasaporte hacia la imaginaci¨®n y la belleza. As¨ª lo divis¨¢bamos. Elementos, los antedichos, de su particular universalidad. Vicente Aleixandre fija nuestro rememorar, al ubicarlo nosotros en la meseta mexicana. Graves horas, hoy, las que nos corresponde convivir y conmorir para que el mensaje acreciente su ingr¨¢vida y pertinaz naturaleza.
Si la concesi¨®n del Premio Nobel a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez signific¨® para nuestros amigos y afines, en Espa?a, un timbre acusatorio de la gloria expatriada, cuando se le otorg¨® a Vicente Aleixandre, el exilio entero, reincidente o reincorporado, o en cr¨ªa de malvas, percibi¨® que se distingu¨ªa a uno de sus m¨¢s altos agonistas.
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