Ceil¨¢n/ Sri Lanka
Me lo tem¨ªa... Tanto, que en un art¨ªculo que publiqu¨¦ por entonces llamaba a esa isla la del para¨ªso... y la serpiente. El para¨ªso surg¨ªa en la imaginaci¨®n de forma obligada ante la impresionante riqueza vegetal a ambos lados de la carretera que conduce desde ,Colombo a Candy. Plantaciones de t¨¦, caf¨¦, mangos, cocoteros (el coco amarillo, para beber; el verde, para comer), arrozales, pi?a, y la complet¨ªsima palmera, de la que el ind¨ªgena saca comida, bebida, medicina, az¨²car, aceite, jab¨®n, polvo para limpiar los dientes, cuerda, tejado, madera para edificar y madera para quemar en la cocina y hasta un licor de fuerte graduaci¨®n. Todo ello cabalgaba sobre valles y dulces colinas. De cuando en cuando el camino se asomaba al r¨ªo, un r¨ªo tan atractivo que fue elegido por el director de El puente sobre el r¨ªo Kwai, la famosa pel¨ªcula en la que la obsesi¨®n de la "obra bien hecha" en un oficial brit¨¢nico le llevaba incluso a ayudar al enemigo mortal de su patria, el japon¨¦s, creando y aun defendiendo de saboteadores brit¨¢nicos y americanos el enlace entre las dos riberas. Bella historia para un bell¨ªsimo marco. El para¨ªso continuaba en el aspecto del ind¨ªgena. Las mujeres, destocadas, de breve cintura y sari de color vivaz, y ellos, esbeltos y ¨¢giles, a los que sorprend¨ªamos a veces en el camino quit¨¢ndose el turbante negro o rojo y el sarong para verterse encima parte del agua que llevaban en el jarr¨®n mantenido hasta entonces sobre sus cabezas. Al sorprender nuestro asombro sonre¨ªan con un rel¨¢mpago de blancura sobre la tez aceitunada, se reajustaban de nuevo el sarong sin necesidad de cintur¨®n alguno y prosegu¨ªan su camino con la vasija oscilando sobre la cabeza. Vi a varios as¨ª y jam¨¢s logr¨¦ que me explicaran c¨®mo pod¨ªa consumirse durante el camino el producto que al parecer transportaban de un lugar a otro.El ch¨®fer que me llevaba tampoco pudo aclararme el enigma, pero s¨ª lo intent¨® con otro: el de la transmigraci¨®n, que me explicaba pacientemente como a un ni?o (y yo, por europeo, lo era ante su mundo espiritual). S¨ª, su futuro tras la muerte depend¨ªa de c¨®mo se hubiera portado en la vida. Pod¨ªa reencarnar en un hombre rico y noble, en un mancebo gallardo y fuerte, pero si hab¨ªa sido malvado, era f¨¢cil que volviese a ver la luz de su nueva vida transformado en un jorobado, un mendigo o incluso, si sus pecados eran muchos, en un perro.
-Ya -coment¨¦- ?Y en una mujer?
Nunca lo hubiera dicho. La posibilidad le dio tal ataque de risa que perdi¨® el dominio del volante y casi nos hizo chocar con una carreta.
-?Una mujer! - lo absurdo de la idea le desconcertaba- ?Una mujer! No, claro que no -y segu¨ªa ri¨¦ndose.
S¨ª, as¨ª era el para¨ªso. Pero ya entonces se notaba un malestar flotando en el aire, la presencia de la serpiente que era la pol¨ªtica. Gobernaba entonces la se?ora Bandaranaike, que hab¨ªa heredado de su marido dinero y mando, y como en el caso de sus colegas Golda Meir, Indira Gandhi, Margaret Thatcher, manifestaba la condici¨®n femenina en la simpat¨ªa personal, pero no en el momento de las decisiones, que eran de una energ¨ªa muy por encima de las que pod¨ªan guiar los actos de sus colegas masculinos; esa energ¨ªa la puso al servicio de una idea nacionalista e izquierdista, azuzando el sentimiento de desquite contra la vieja metr¨®poli, nacionalizando los bienes brit¨¢nicos y sustituyendo los t¨ªtulos p¨²blicos en ingl¨¦s por los escritos en idioma cingal¨¦s. Ello produjo el resentimiento de la minor¨ªa tamil, la primera de la isla, con dos millones de indios llegados del continente a primeros de siglo y que a su diferencia racial un¨ªan la religiosa, siguiendo la doctrina hind¨² mientras los cinco millones de cingaleses son budistas. Para los tamiles era inaceptable que el ingl¨¦s tolerado por tradici¨®n y prestigio fuera sustituido por el idioma de sus rivales en la isla, y la guerra empez¨® como tantas otras contiendas civiles, a golpe de brocha. Los tamiles tachaban el letrero en cingal¨¦s y lo reescrib¨ªan en tamal, y los cingaleses, ayudados por los monjes budistas pelados y con t¨²nica color azafr¨¢n, realizaban la operaci¨®n contraria en los comercios enemigos. El Gobierno de Bandaranaike ces¨®, pero la semilla del odio hab¨ªa ya germinado entre los dos pueblos que comparten la isla, situaci¨®n agravada porque, en este caso, la minor¨ªa que se consideraba oprimida ten¨ªa y tiene a 20 millones de gente de su raza y religi¨®n a pocos kil¨®metros de distancia en la punta de la pen¨ªnsula Indica, lo que significa que una radio tamil se esfuerza todo el tiempo en hacer llegar a sus hermanos separados la seguridad de su solidaridad y apoyo, d¨¢ndoles la esperanza de la uni¨®n con ellos o al menos de un Estado independiente dentro de la isla. Hoy, seg¨²n las agencias, los tambores de la guerra resuenan en los f¨¦rtiles valles. El auxilio de los tamiles de la India ya no se limita a la propaganda, sino que se concreta en barcos fletados para llevarles la ayuda militar y humana. Ceil¨¢n, que adopt¨® el mucho menos euf¨®nico nombre de Sri Lanka, enseria el rostro de sus habitantes y cierra con alambradas uno de los paisajes m¨¢s atractivos del mundo. La serpiente de la pol¨ªtica ha conseguido hacer inc¨®modo el para¨ªso.
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