El silencio rebelde
Matilde Urrutia ten¨ªa la mirada larga, azul y c¨¢lida del mar de Isla Negra, desde la que dirig¨ªa toda la emoci¨®n de una existencia rebelde y apasionada. Miraba a Pablo Neruda desde el fondo de una ternura que parec¨ªa una mano llegando sin tocar a la cara risue?a del poeta. Ella permanec¨ªa en silencio, con sus dedos largos y fr¨¢giles enfundados en unas manos antiguas y morenas como un poema elemental. Eran los suyos unos ojos de agua blanca tra¨ªda de alg¨²n oc¨¦ano, conservada como el alcanfor en la concha de los sue?os que Pablo Neruda y ella llevaban como hijos desconocidos en todos los barcos en que vivieron.Una vez pas¨® por Tenerife, a bordo del Verdi, donde la conoc¨ª, y tra¨ªa en sus labios un color que en la memoria me parece violeta. Ella era el silencio rebelde o la lluvia de miradas y Pablo Neruda la sab¨ªa presente como quien sabe que en el fondo del mar que precisa est¨¢n los peces que han de acariciarle el pelo al poeta que se queda solo.
No dijo m¨¢s de cuatro palabras, pero luego, al cabo de los a?os, se pobl¨® de vida, confes¨® que hab¨ªa vivido la tragedia m¨¢s feroz que un pueblo puede sufrir y dej¨® sobre la superficie de su tierra el ejemplo de la solidaridad que s¨®lo proviene de la mirada de los tiernos. Era fuerte, como un ¨¢rbol de Isla Negra, y de sus ojos azules sal¨ªa al final de su vida el entusiasmo tel¨²rico que tuvo por la libertad. La suya no es la muerte de un soneto ni el final de una vida porque esos rostros sin fin que pueblan los versos de los poetas se quedan entre nosotros como una figura enamorada. Matilde Urrutia no es hoy un recuerdo ni el verso veloz de Pablo Neruda. Fue una ciudadana que vivi¨® de pie sobre la arena movediza de un pa¨ªs atormentado en el que en un tiempo florecieron las canciones que le dedic¨® el compa?ero que con ella profes¨® la fe sonora de la libertad. Muri¨® sin volver a ver la libertad, como Pablo Neruda.
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