'La dulce mirada'
La loca geograf¨ªa, como llam¨® a la curiosa configuraci¨®n del pa¨ªs Benjam¨ªn Subercaseaux, result¨® la loca historia entre dos de mis visitas. En la primera gobernaba Allende, acosado por la oposici¨®n y arropado por la masa obrera y la pensionista. "Nos subi¨® la jubilaci¨®n un ciento por ciento", me alababa un anciano en la plaza de Armas de Punta Arenas, la ciudad m¨¢s meridional del mundo. "Es el padre de los pobres". Es "el padre de la revoluci¨®n", me dec¨ªa la aterrada burgues¨ªa de Santiago una semana despu¨¦s. "?Sabe usted que tenemos que patrullar toda la noche por nuestras tierras para que unos desharrapados no levanten una choza, tras de lo cual adquieren derechos y no podemos echarles?".Pudieron echarles definitivamente cuando el golpe de Estado. No volvieron a molestar. Consegu¨ª por entonces entrar a ver la huella del magnicidio en el interior del Palacio de la Moneda, desventrado por las bombas. La reparaci¨®n se hac¨ªa lentamente, como si el nuevo Gobierno quisiera que ese da?o, esa ruina, sirviera de advertencia a los posibles revolucionarios. El salto hab¨ªa sido impresionante. Ret¨®rica anterior: "El pa¨ªs entero exigir¨¢ que la Bastilla reaccionaria del Congreso, v¨ªctima de una toma parlamentarista manejada por el momiaje, sea aventada de una vez por todas". Lo dec¨ªa Clar¨ªn en 1972.
Ret¨®rica posterior: "Cuando m¨¢s oscuro nos parec¨ªa el porvenir en medio de los brotes an¨¢rquicos, la historia nos depar¨® estadistas capaces de interpretar el permanente anhelo de autoridad y orden que ha imperado entre nosotros". Lo dec¨ªa El Mercurio en 1982.
Porque para entonces el momiaje, es decir, las momias que para el progresista significaban los conservadores, estaba en el poder exultante. Me encontr¨¦ de nuevo en esa ocasi¨®n con quienes ya no ten¨ªan que vigilar sus tierras contra la ocupaci¨®n simb¨®lica y permanente. Estaban tan contentos por la recuperaci¨®n del status natural que incluso los inconvenientes del Estado de sitio les parec¨ªan nimios.
-Pero... Eso del toque de queda... ?Sab¨¦is que ¨¦ste es el ¨²nico pa¨ªs del mundo donde existe sin una guerra declarada?
-?Si no importa nada.? Al contrario. La gente (los chilenos pronuncian giente) est¨¢ encantada con esa disposici¨®n. F¨ªjate: antes los invitados se quedaban en casa tras la cena hasta qui¨¦n sabe la hora. Una lata. Ahora, en cambio, a las 11.30 se despiden todos porque tienen que estar en su domicilio antes de la medianoche. Fenomenal, chico. Regio.
S¨ª, la alegria del desquite era extremada. Todo iba bien. Incluso... En una comida alguien mencion¨® la dulce mirada. Yo interrump¨ª:
-Perd¨®n, ha debido de cambiar la conversaci¨®n mientras yo estaba distra¨ªdo. Cre¨ª que habl¨¢bamos del general Pinochet.
-?Claro! De ¨¦l habl¨¢bamos.
Mi sorpresa le pudo a la cortes¨ªa de un extranjero que debe de respetar la sociedad a la que est¨¢ invitado.
-?Pinochet tiene una mirada dulce?
-Dulc¨ªsima. ?Se asombra usted? ?Lo conoce personalmente?
-Pues... La verdad, no.... pero...
-?Ah, ya! Lo ha visto s¨®lo en revistas europeas, ?verdad? Es que all¨ª retocan siempre sus fotografias para hacerle parecer m¨¢s duro.
Impresionante. Los retocadores que siempre hab¨ªa cre¨ªdo s¨®lo est¨¦ticos resulta ban ahora animados de intenciones pol¨ªticas, destruyendo la imagen del enemigo. Ni con Franco hab¨ªa o¨ªdo algo igual. Curioso c¨®mo la historia se repet¨ªa ante mis ojos con 10 a?os de diferencia. La crisis econ¨®mica que derrib¨¦ a Allende estaba amenazando a Pinochet; la insatisfacci¨®n que lanz¨® a las masas al retumbar de las cacerolas, ese tan-tan moderno y occidental que eriza el cabello del enemigo con su mensaje colectivo y que llev¨® a la cumbre a Pinochet, est¨¢ ahora en manos de sus rivales, porque el dictador no puede ya ofrecer, a cambio de la libertad perdida, la despensa colinada. La dictadura con abundancia es soportable. Dictadura y escasez, es decir, falta de libertad y de alimentos, son demasiadas ausencias juntas. Pero "ahora tenemos paz", recuerda el general sacando las tropas a la calle. Curiosas tropas ¨¦stas. El ¨²ltimo ej¨¦rcito prusiano del mundo, me dec¨ªan all¨ª, un ej¨¦rcito que nunca cuestiona las ¨®rdenes que recibe de sus jefes naturales. Y, as¨ª, cuando ¨¦stos le pidieron que protegiese la libertad, lo hizo sin pesta?ear durante muchos a?os, constituy¨¦ndose en la salvaguardia de la democracia chilena; y ahora, con la misma disciplina, la golpea r¨ªtmicamente con sus botas por las calles del pa¨ªs. En vano retumban las cacerolas... y las campanas. La Iglesia se aleja del r¨¦gimen, como hizo en los ¨²ltimos tiempos de Per¨¢n y de Franco: una ominosa se?al, aunque lejana, todav¨ªa muy lenta para producir efecto. Nuestra experiencia espa?ola nos ense?¨® que una de las frases m¨¢s alejadas de lairealidad que existe es ¨¦sta: "Esto no aguanta ni un par de meses m¨¢s. No tiene m¨¢s remedio que marcharse". Pues s¨ª; al parecer, les quedan siempre muchos remedios para quedarse.
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