Narciso busca el sentido de la vida
Desde que Narciso lee en el peri¨®dico que se ha suicidado un ni?o, comienza a preguntarse por el sentido de la vida. Esta cuesti¨®n no le hab¨ªa inquietado nunca antes, quiz¨¢ por la suprema y permanente juventud de Narciso, o por su candidez (que algunos -no consider¨¢ndola por ello menos grata- tienen por bober¨ªa) o puede que por su tendencia a la distracci¨®n. Narciso vive distra¨ªdo, y por eso, frecuentemente, descuidado. No es hombre advertido este Narciso, no tiene facilidad ni gusto para advertir por s¨ª mismo y rara vez escucha lo mejor de las advertencias ajenas. Aunque suele esforzarse cort¨¦smente en dejarse prevenir, amonestar, informar o disuadir, pero s¨®lo por dar gusto a las personas que: se interesan por ¨¦l. A Narciso le encanta que se interesen por ¨¦l y tiene un ego agradecido. Sin embargo, en el sentido de la vida no hab¨ªa reparado nunca antes ni nadie le hab¨ªa hecho hincapi¨¦ con suficiente vehemencia en tal cuesti¨®n. Para Narciso, hasta como quien dice ayer, la vida pudiera no tener sentido y el sentido carecer de vida que llevarse a la pregnancia. De este desprendimiento no se enorgullec¨ªa Narciso, porque ni siquiera se daba cuenta del vac¨ªo metaf¨ªsico en que retozaba. Alguien se lo hubiese afeado y probablemente ¨¦l habr¨ªa sido sensible a la reconvenci¨®n. Pero no fue as¨ª o no fue de un modo lo bastante atractivo como para empujarle en pos del grandioso enigma. Aunque saber que se trata de un grandioso enigma hubiera contribuido quiz¨¢ a desanimarle: le habr¨ªa hecho refugiarse de nuevo en su distracci¨®n. Pero las cosas vinieron de un modo m¨¢s inexorable cuando Narciso ley¨® en el peri¨®dico la noticia del suicidio infantil.El suceso ha ocurrido en un pueblo de Andaluc¨ªa y el ni?o suicida ten¨ªa 12 a?os. Cuando terminaron las vacaciones navide?as decidi¨® no volver al colegio. Ni al colegio ni a ning¨²n otro sitio: decidi¨® simplemente no volver. La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos para no volver jam¨¢s. Se despidi¨® sobriamente de sus amigos, despu¨¦s de jugar con ellos la ¨²ltima tarde como una tarde cualquiera. Subi¨® a la azotea -"en las cumbres es la paz", nos asegur¨® un gran poeta alem¨¢n- y se apoy¨® en el pecho una escopeta de dos ca?ones cuyos gatillos iba a accionar con unos cables atados a sus pies. En el primer intento el arma se movi¨® y el tiro sali¨® alto, contra el cielo, contra la alturas donde acecha, implacable, la paz. En el piso de abajo, la madre se sobresalt¨®: "?Qu¨¦ ha sido eso?". Y el ni?o -?qu¨¦ suerte, qu¨¦ inmenso privilegio poder seguir llam¨¢ndole a¨²n as¨ª, en lugar de Cat¨®n o Juan Belmonte o Larra!- repuso con serenidad gloriosa: "No es nada, mam¨¢". Un personaje de Conrad muere en la selva balbuciendo: "?El horror, el horror!", y el amigo que escucha estas ¨²ltimas palabras asegura a la mujer abandonada largo tiempo atr¨¢s: "Muri¨® pronunciando su nombre, se?ora". En el terrado de aquella casa andaluza, a la segunda fue la vencida, no, la victoria. No ftie nada, pero el segundo disparo dio en el blanco.
Narciso ha quedado bastante impresionado por la historia. No se trata, desde luego, de compasi¨®n, porque este chico es muy poco compasivo; m¨¢s bien al contrario, le parece que casi todo el que no es ¨¦l tiene algo de envidiable. Para compadecer a los dem¨¢s hay que haber renunciado a envidiarles, sentirse de una u otra forma mejor instalado que ellos: para compadecer a un muerto, por ejemplo, hay que estar confortablemente convencido de que uno est¨¢ vivo o de que -vivo o no vivo- se est¨¢ en cualquier caso mejor que el muerto. Aunque, ?c¨®mo puede nadie saber que est¨¢ mejor que quien no est¨¢? Tambi¨¦n resulta que Narciso comprende mal el dolor, no sabe paladearlo, no entiende de dolores. Hay quien es experto en dolores como si fuera entendido en vinos. A Narciso de los dolores ajenos le impresiona ante todo lo espectacular, la sensaci¨®n de intensidad y verosimilitud que presta el sufirimiento al m¨¢s irreal de los cuidados de los dolores propios, suele chocarle lo atropellado y lo oscuro. No, Narciso no sinti¨® compasi¨®n por el ni?o muerto, sino que m¨¢s bien presinti¨® que su gesto fue la demostraci¨®n de algo. Pero qu¨¦ demuestra ese suicidio es algo que Narciso no acierta a discernir por s¨ª mismo.
Habla de ello con su amigo Jacinto y con su seminovia Peon¨ªa.-?Por qu¨¦ raz¨®n cre¨¦is vosotros que se habr¨¢ suicidado ese cr¨ªo?
-?Y por qu¨¦ no preguntas m¨¢s bien qu¨¦ raz¨®n impide suicidarse a los dem¨¢s? -contesta truculentamente Jacinto, que tiene una tarde terrible.
-Los peri¨®dicos dicen no s¨¦ qu¨¦ del fracaso escolar. Por lo visto, le hab¨ªan puesto malas notas en el colegio. Los pedagogos ya hablan de la quiebra del sistema de calificaciones competitivas... -informa Peon¨ªa, que a veces parece m¨¢s tonta de lo que parece.
Jacinto r¨ªe, cavernoso, casi cavern¨ªcola.
-?El fracaso escolar! ?La competici¨®n por el n¨²mero uno en geografia! ?Por qu¨¦ no le echan la culpa a la crisis o a la reconversi¨®n industrial?
-Pues alguien tendr¨¢ la culpa, digo yo, porque los chavales no se van suicidando as¨ª como as¨ª...
-?Y por qu¨¦ demonios hay que echarle la culpa a alguien de lo que un se?or, o un ni?o, tanto da, hace porque le da la gana? La gente no se suicida as¨ª como as¨ª, pero se suicida a veces, ?sabes? Y siempre los que est¨¢n cerca buscan alguien o algo a quien cargarle el muerto. Los griegos le echaron la culpa al fil¨®sofo Hegesias; los rom¨¢nticos, al Werther, de Goethe, y nuestros padres, la existencialismo de Sartre. Y desde luego, todo el mundo a la sociedad.
-Pero es que... ?mira que es mala la sociedad!
-Mal¨ªsima. Siempre lo ha sido. No imagino c¨®mo podr¨ªa dejar de serlo. A lo mejor, con suerte o genio colectivo, se resuelven algunos de los peores problemas que hoy tenemos. Me refiero a problemas concretos, no s¨¦, el hambre o el robo de la plusval¨ªa. Pero no dudes que la sociedad seguir¨¢ siendo muy mala y tendr¨¢ a m¨¢s no poder culpa de todas nuestras desdichas.
-Si se acabaran las guerras y se solucionara lo del.hambre y...
-Nada. Que no, que da igual. Mientras lo esperemos todo de la sociedad, de todo lo que nos falte le echaremos culpa a la sociedad; como nos hemos acostumbrado a pensar que todo lo que nos ocurre es social, en cuanto algo nos vaya mal (y siempre nos ir¨¢n muchas cosas, las fundamentales, mal) se lo reprocharemos a la sociedad. Claro que a lo mejor para eso es para lo que queremos a la sociedad, para tener una firma m¨¢s o menos an¨®nima a la que achacarle la imposibilidad de la dicha. Yo, francamente, preferir¨ªa que volvi¨¦semos a echarle la culpa al de antes, a Dios.
-?Adi¨®s, muy buenas! No empieces con teolog¨ªas, t¨ªo. A lo que est¨¢bamos: se ha suicidado un ni?o. Y yo pregunto -Peon¨ªa se esponja tribunicia, majestuosa-: ?no tenemos un poco la culpa todos y todas?
Jacinto, morboso, se encoge de hombros.
-All¨¢ cada cual con las responsabilidades que quiera atribuirse de los males de este mundo. Yo, desde luego, no tengo ninguna culpa en tal suicidio, ni acepto que me la echen. ?Por qu¨¦ pu?etas tenemos que ser todos culpables de todo, en lugar de cargar cada uno con las consecuencias de su libertad? Lo ¨²nico que te dir¨¦ es que admiro m¨¢s a ese ni?o que a la mayor¨ªa de mis contempor¨¢neos.
-Vas a conseguir asustar a Narciso -se inquieta Peon¨ªa, a la que disgustan hasta los m¨¢s leves atisbos de escenas hist¨¦ricas.
-Pues lo siento, pero ya es mayorcito -sentencia Jacinto,con expresi¨®n sombr¨ªa directa'mente tomada de Laurence Olivier en Cumbres borrascosas.
Narciso se alegra de que vuelvan a hacerle caso, porque lleva un rato sin saber qu¨¦ decir y empezaba a temer que los otros dos se olvidaran definitivamente de su presencia. Aprovecha la ocasi¨®n para hacerse notar discretamente y, aunque no est¨¢ nada asustado ni se imagina por qu¨¦ debiera estarlo, el papel sugerido por Peon¨ªa le parece en principio ¨²til, as¨ª que pone un cierto temblorcillo en la voz.
-Oye, Jacinto, ?a ti no te parece raro que la vida le pueda resultar a uno tan mala como para preferir matarse?
-?Raro? ?Por el contrario! Mira a tu alrededor, criatura: desenga?o, enfermedad, vileza, fanatismo... Y sobre todo, peor que todo lo dem¨¢s: vulgaridad. Ya lo dijo Mallarm¨¦: "En este mundo huele a cocina".
-?Pues yo no te he visto nunca rechazar lo que se guisa en las malolientes cocinas! -estall¨® con coraje Peon¨ªa- Cre¨ª que te gustaba el olor a cocina, que era tu aroma predilecto... Vamos, Narciso, no le hagas caso. No hay nada tan.vulgar.como quejarse de la vulgaridad.
-En eso hay algo de verdad, Jacinto -observ¨® Narciso con timidez, aunque sol¨ªa tener por incontrovertibles las opiniones de su an-¨²go-. Es natural que la mayor parte de la vida corriente sea m¨¢s bien vulgar, ?no? Decir que lo cotidiano es vulgar no es m¨¢s que repetir dos veces que es cotidiano. ?Por qu¨¦ te parece mal que lo cotidiano sea cotidiano, Jacinto?
Cambi¨® en su voz el temblorcillo de antes por un tr¨¦molo ansiosamente indagatorio, pero ya no obtuvo respuesta. Su amigo se encapot¨® bajo una mueca dolorida y sarc¨¢stica, dando por finiquitada la charla. Que Narciso concediera la raz¨®n a Peon¨ªa, aun siquiera parcial y cautelosamente, le hab¨ªa herido en lo m¨¢s tiernecito de su alma. Jacinto, como es l¨®gico, amaba con callada y por tanto impune locura a Narciso, detestando en directa proporci¨®n a Peon¨ªa. No es que le importase que Narciso tuviera novia, eso no, porque Narciso deb¨ªa ser perfecto y completo, el ¨¢ngel total de la juventud, y ni siquiera su vulgar Peon¨ªa hab¨ªa de faltarle. Pero que Peon¨ªa adoctr¨ªnase a Narciso, que le dirigiera, que le defendiera contra ¨¦l, contra su mentor y pedagogo, y -a¨²n peor- que lograse recabar a veces su noble e ingenua aquiescencia, todo esto a Jacinto le atormentaba como s¨®lo algunos de ustedes y yo sabemos que tales cosas atormentan. Incluso el alma de los c¨ªnicos es un mar rom¨¢nticamente atribulado.
Narciso sigue perplejo y preocupado, aunque por fuera se comporta con delicada normalidad. Una vez partido Jacinto, Peon¨ªa remacha docentemente su d¨¦bil ¨¦xito con una m¨¢xima universal:
-Si empiezas a negarlo todo, al final la vida no tiene sentido.
?sta es una de esas frases que se dicen sin pensar en nada especial, como quien silba, pero a Narciso le resulta de lo m¨¢s turbadora. Si se niega lodo, la vida no tiene sentido: ?quiere ello decir que si se afirma todo, la vida tendr¨¢ sent¨ªdo? ?O que al menos hay que afirmar unas cuantas cosas -diez, digamos, o incluso cincopara que la vida no se quede sin sentido? ?Depende entonces el sentido de la vida de que neguemos o afirmemos en variable proporci¨®n? ?Es el sentido una cosa que la vida tiene ya de por s¨ª y que podemos terminar por echar a perder, a fuerza de negaciones, o es algo que hay que conquistar a base de afirmaciones h¨¢bil y en¨¦rgicamente dosificadas? Si la vida no tuviera sentido, ?ser¨ªa esto una gran p¨¦rdida, como por ejemplo no tener calefacci¨®n un d¨ªa crudo de invierno o carecer de la dosis suficiente cuando amenaza el mono? ?Puede tener la vida varios sentidos, incluso opuestos, o es una v¨ªa de direcci¨®n ¨²nica? ?Cu¨¢nto tiempo tiene uno para encontrarle el sentido adecuado a la vida antes de que los efectos de la carencia de sentido se hagan irreversibles?, etc¨¦tera.
M¨¢s tarde Peon¨ªa vuelve con unas rayitas de coca y hace breve pero enjundiosamente el amor y se toman una pizza napolitana congelada que los dioses han suministrado con oportunidad. Despu¨¦s, en la discoteca, Narciso baila con elegante dejadez y entre tanto medita. Por un momento vislumbra que el sentido de la vida oscila entre el sacrificio y el placer. Al sentido por el sacrificio o al sentido por el placer. Pero casi todos los ejemplos de sacrificio que consigue recordar se le vuelven a fin de cuentas placenteros, mientras que los placeres que conoce resultan a la larga demasiado sacrificados. No debe ser eso, pues. Peon¨ªa quiere una cerveza y va a busc¨¢rsela a la barra. Siente una ligereza resignada, aunque por supuesto ignora hasta que tales dos palabras puedan ir juntas. En la gran pantalla de v¨ªdeo, el negro hermoso de ojos salvajes se transforma en bestia feroz y recorre ululante una noche americana llena de fofos muertos vivientes.
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