La c¨¢lida placidez de las academias
Dif¨ªcil supervivencia para unas instituciones cada d¨ªa m¨¢s cuestionadas
Ancladas en solemnes mansiones, celosas de su independencia, conservadoras por naturaleza, las academias languidecen, acuciadas por problemas econ¨®micos, con sus ritos y ceremonias. Entre el relumbr¨®n, el faj¨ªn y el espad¨ªn, emprenden reformas para que su v¨ªnculo con la sociedad no se rompa, para no quedarse flotando, aisladas, a la deriva. La de Bellas Artes pone en pie la segunda pinacoteca de Espa?a y no puede inaugurarla por falta de celadores. La Espa?ola elige a Jes¨²s Aguirre para el sill¨®n f y se entabla la pol¨¦mica. Tras leer el discurso de ingreso, se accede a un nuevo ciclo vital, la vida acad¨¦mica, que conlleva un puesto entre los inmortales.
A las siete de la tarde, di¨® comienzo anteayer, en su sede de la calle Le¨®n 2 1, de Madrid, el pleno de la Real Academia de la Historia. Como todos los viernes, la sesi¨®n se abre y se cierra con el rezo de unas preces -ya resumidas y extractadas en una carpeta estampada color burdeos que reposa sobre el escritorio presidencial- por parte del director, Diego Angulo. Se da paso a la lectura del acta de la sesi¨®n anterior y despu¨¦s al orden del d¨ªa.Los acad¨¦micos estudian, en primer lugar, las solicitudes de copia de manuscritos de su fondo bibliogr¨¢fico, as¨ª como la autorizaci¨®n para reproducir fotogr¨¢ficamente el disco de Teodosio y otros tesoros que all¨ª se custodian. Despu¨¦s se leen los informes preparados por los miembros, en relaci¨®n con la conservaci¨®n de monumentos, ya que es preceptivo, aunque no vinculante, el informe de la Academia de la Historia, y los expedientes de creaci¨®n de escudos de ayuntamientos, de cambio de nombre de calles, de nuevas banderas u otros similares.
La segunda parte de la sesi¨®n consiste en la exposici¨®n por parte de un acad¨¦mico de un tema de actualidad o el comentario sobre un libro de pr¨®xima publicaci¨®n. Antes de cada pleno, los miembros de n¨²mero se re¨²nen en una sala contigua, donde charlan en improvisada tertulia al tiempo que comparten una botella de vino y unas pastas. A la misma hora y casi en la misma manzana, Emilio Arag¨®n ha saltado a la pista para recrear una tarde m¨¢s a su personaje, Barnum. Del otro lado, los bares que se api?an en la calle Fluertas reciben a los primeros clientes.
Reuni¨®n semanal
Con ligeras modificaciones -el rezo de las preces en la Academia de la Lengua se cede al cardenal Vicente Enrique y Taranc¨®n-, y, evidentemente, distintos contenidos, se re¨²nen semanalmente las otras siete academias de ¨¢mbito nacional, a las que ha, que a?adir cerca de una treintena m¨¢s, de ¨¢mbito provincial o auton¨®mico, que sobreviven con subvenciones que s¨®lo en dos casos superan las 500.000 pesetas anuales: la de Ciencias y Artes de Barcelona (1.200.000) y la de Ciencias Exactas, F¨ªsico-Qu¨ªmicas y Naturales de Zaragoza (1.000.00). Las que menos dinero obtienen del Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia, del que dependen las subvenciones, son la de Buenas Letras de Barcelona y la de Ciencias Econ¨®micas de la misma ciudad, que recibieron, en 1984, 100.000 pesetas cada tina.
Dalmiro de la V¨¢lgoma, secretar¨ªo perpetuo de la Real Academia de la Historia, muestra el sal¨®n de plenos decorado con obras de Goya. Se detiene ante uno de ellos y, cuenta que el miembro de n¨²mero inmortalizado en la tela le pregunt¨® a Goya por el precio del retrato y, como le pareci¨® excesivo, adujo en su favor los pobres recursos econ¨®micos con que contaba la academia. El pintor le replic¨® que pod¨ªa hacerlo m¨¢s barato, pero que entonces ten¨ªa que ser sin manos, con lo que el acad¨¦mico pas¨® a la historia con una mano oculta en su levita y la otra tras su espalda.
Esta situaci¨®n de indigencia, que se esconde tras la pomposidad de salones y despachos, parece perseguir a las academias desde que Felipe V concediera la aprobaci¨®n real, a principios del siglo XVIII, a las tres pioneras: Espa?ola de la Lengua, Historia y Bellas Artes. La Espa?ola, como se dice en lenguaje acad¨¦mico, cuenta con una subvenci¨®n fija de 32.000.000 de pesetas, a los que el a?o pasado se a?adieron cerca de siete millones m¨¢s por diversos conceptos, sin contar con los 10.1000.000 que, como otras academias, recibe en transferencias de capital para obras de restauraci¨®n de los edificios.
Alonso Zamora Vicente, su secretario perpetuo, esta empe?ado desde hace a?os en crear una empresa "de la vieja estructura patriarcal" de la instituci¨®n. Con esta cantidad se mantiene una- plantilla de -algo m¨¢s de 50 personas, entre empleadas de limpieza, oficina y administraci¨®n, as¨ª como el personal que trabaja en los distintos diccionarios.
A estos gastos, que se repiten en el resto de las academias -las plantillas no suelen superan la docena de personas-, hay que unir los cuidados que requieren los enormes caserones en los que se asientan. Es f¨¢cil advertir en la sala presidida por la mesa que perteneci¨® a un ilustre presidente, un desconch¨®n detr¨¢s de una cortina o un agujero en el techo de la habitaci¨®n contigua que "no se usa", seg¨²n comenta el conserje.
Otro problema importante, se?alado por varias academias, es el de la renovaci¨®n de todos los materiales combustibles que en gran medida abundan en los edificios. "Esto supone adem¨¢s un riesgo", se?ala Zamora Vicente, "y lo vamos haciendo poco a poco, porque es costos¨ªsimo cambiar, por ejemplo, todos los z¨®calos de la casa".
Las aportaciones de car¨¢cter privado que se reciben son, generalmente, archivos, bibliotecas u obras de arte que poco a?aden a las "cantidades irrisorias" que ingresan. Los presidentes, directores y secretarios se?alan que las subvenciones deber¨ªan aumentar, aunque se muestran muy cautos si este aumento supone una mayor intervenci¨®n del Estado.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, seg¨²n Luis Blanco Soler, su director, "ha iniciado en los ¨²ltimos a?os una importante renovaci¨®n y tiene el deseo de no permanecer en el inmovilismo de que ha estado te?ida". En los ¨²ltimos tiempos, desde que la academia se ha instalado en su nueva sede de la calle Alcal¨¢, se han puesto en marcha la calcograf¨ªa nacional, "que nos deja unos peque?¨ªsimos ingresos", una sala de conciertos, otra de exposiciones temporales, as¨ª como el museo, considerado como el segundo de Espa?a despu¨¦s del Prado y cuya apertura esta pendiente "de que nos concedan 15 o 20 celadores que no tenemos".
Tambi¨¦n se han iniciado reformas en el reglamento, como el nombramiento de supernumerario a los acad¨¦micos que no acudan con regularidad a los plenos -para que dejen as¨ª su plaza vacante a un nuevo miembro-, o la edad de retiro para los presidentes. Este tipo de reformas, sin embargo, ha llegado a muy pocas academias y Fernando Chueca, presidente del Instituto de Espa?a, organismo que tiene como misi¨®n principal la coordinaci¨®n de las ocho grandes, considera que no es conveniente unificar las medidas en todas ellas, "porque cada una tiene sus especificidades y se debe respetar su independencia".
A pesar del esp¨ªritu reformista, algunas academias conservan nombres vinculados al pasado. En la de Ciencias Morales y Pol¨ªticas, una cuarta parte de sus miembros pertenecieron a las Cortes franquistas: ?ngel Gonz¨¢lez ?lvarez, Manuel Fraga, Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, Laureano L¨®pez Rod¨®, Jose Mar¨ªa de Oriol y Urquijo, Alfonso Garc¨ªa Valdecasas, Manuel D¨ªez Alegr¨ªa y Jes¨²s Fueyo.
Culpa del candidato
Los acad¨¦micos no tienen sueldo fijo y s¨®lo reciben cantidades simb¨®licas -Zamora Vicente comenta con humor las 93,75 pesetas al trimestre "a las que me conden¨® Isabel II"- aunque "es evidente que ser acad¨¦mico debe satisfacer la vanidad", afirma el secretario de la Espa?ola. "Yo he visto grandes desastres en las elecciones y muchas veces, si algo sale mal, es por culpa del candidato, que comenta cosas que no debe o no hace otras que deber¨ªa".
Para Dalmiro de la V¨¢lgoma, que lleva 17 a?os en la instituci¨®n, "ser acad¨¦mico es lo m¨¢ximo a lo que pod¨ªa aspirar". "Desde que estaba haciendo el doctorado y asist¨ªa a las sesiones p¨²blicas, siempre me atrajo mucho esta instituci¨®n". Para Zamora Vicente, la academia supone "la satisfacci¨®n de hallarme donde estaban mis grandes maestros, aunque tambi¨¦n ha conllevado el aniquilamiento de mis tareas personales".
Luis Blanco jam¨¢s pens¨® ser acad¨¦mico. "Yo hab¨ªa cultivado dentro de la arquitectura una tendencia mas bien avanzada". Se encontr¨® designado casi en contra de su deseo, cuando hab¨ªa cerrado su estudio "buscando un poco de paz", que ahora ha perdido con la responsabilidad del cargo. Fernando Chueca, miembro de la Historia y de Bellas Artes adem¨¢s de presidente del Instituto de Espa?a, no debe creer demasiado en el apelativo de inmortales con que se designa a los acad¨¦micos o, al menos, se inclina m¨¢s por otro tipo de inmortalidad: "Yo hubiera preferido terminar la catedral de la Almudena a ser acad¨¦mico".
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