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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ?POCA
Tribuna
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La pobreza y la abundancia

Existen ciertas creencias que resultan tremendamente obligatorias en nuestra ¨¦poca: una de ellas es la de que la pobreza es una caracter¨ªstica inaceptable de nuestra vida social. Por supuesto que a¨²n hay pobreza. De acuerdo con su definici¨®n estad¨ªstica, no va en disminuci¨®n. Pero tenemos que estar de acuerdo con que en un pa¨ªs rico como Estados Unidos no deber¨ªa existir. Vivimos tambi¨¦n con la idea general, no reconocida expl¨ªcitamente, de que de alguna forma, alg¨²n d¨ªa, la pobreza disminuir¨¢ o desaparecer¨¢, que el proceso es, con toda certeza, pol¨ªticamente inevitable. En ¨²ltima instancia, el sistema es benigno. Para todos. Y los pobres constituyen una fuerza social y pol¨ªtica. Al igual que lo es, espero, la compasi¨®n que intenta poner fin a las privaciones. Todas estas influencias se unir¨¢n para mantener los efectos mitigantes y correctores del welfare state. Existe cierta preocupaci¨®n porque este proceso mitigador progrese con demasiada rapidez, que suponga una carga indebida sobre la econom¨ªa que lo sustenta, que tenga un efecto regresivo sobre la motivaci¨®n de las personas que se amparan en ¨¦l y que sea contraproducente. Pero la discusi¨®n gira ¨²nicamente sobre la forma de reducir al m¨ªnimo o eliminar las privaciones. Jam¨¢s se ha puesto en duda la idea de que la pobreza deber¨ªa desaparecer. Nadie en las elecciones celebradas en Estados Unidos este oto?o, por muy ardientemente que defienda el pensamiento econ¨®mico de Herbert Spencer, William McKinley, Calvin Coolidge o del senador Jesse Helms, ha dicho que siempre habr¨¢ pobres en nuestra rep¨²blica.Puedo a?adir que yo siempre he pensado as¨ª. Esta fe data de hace m¨¢s de un cuarto de siglo, de cuando trat¨¦ el tema en el libro que, tras varios cambios de t¨ªtulo, el primero de los cuales fue Por qu¨¦ es pobre la gente, se convirti¨® finalmente en La sociedad opulenta. En los pr¨®ximos meses debe aparecer una nueva edici¨®n del libro, y se me ha pedido que reeval¨²e las opiniones y las esperanzas de aquella ¨¦poca anterior. No soy ni la mitad de optimista de lo que era entonces. Winston Churchill dijo en cierta ocasi¨®n que se hab¨ªa tenido que comer muchas veces sus palabras y que hab¨ªa des cubierto que eran una dieta muy sana. Pero es un alimento al que prefiero renunciar.

Al revisar mis esperanzas (y advertencias) de una era de abundancia, no me sent¨ª totalmente afligido. Por ejemplo, en aquel lejano pasado abogaba por una mayor preocupaci¨®n por el medio ambiente, por la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica y de las aguas, por la colocaci¨®n de arte comercial en las autopistas, por la protecci¨®n al consumidor y por el campo en retroceso. Y aunque haya sido de forma irregular, ha habido m¨¢s avances de lo que yo esperaba. La lluvia ¨¢cida cae por igual no s¨®lo sobre el justo y el injusto, sino tambi¨¦n sobre el rico y el pobre, y ahora todos ellos expresan su preocupaci¨®n. En aquel entonces pensaba que la inflaci¨®n ser¨ªa un mal end¨¦mico de la sociedad de la abundancia y que la tentaci¨®n de querer solucionarla mediante medidas monetarias sencillas resultar¨ªa irresistible un d¨ªa, con las dolorosas consecuencias de la re cesi¨®n. Y as¨ª ha sido.

Pero resulta indudablemente m¨¢s saludable, y puede que mejor para la propia estima, el que uno mismo examine sus fallos. Es de destacar que yo no ve¨ªa c¨®mo con la abundancia reaccionar¨ªamos ante la mala situaci¨®n de quienes no la compart¨ªan. Deber¨ªa haber me dado cuenta de que con el bienestar general reaccionar¨ªamos siguiendo la tradici¨®n m¨¢s antigua, si bien no precisamente la m¨¢s admirable, de quien se siente seguro econ¨®micamente. Tal tradici¨®n indica que la gente, en cuanto est¨¢ razonablemente acomodada, busca motivos cre¨ªbles o, m¨¢s frecuentemente, altamente improbables para librarse de la molestia de tener que preocupar se por los pobres. Y si, como su cede cuando la abundancia est¨¢ muy extendida, los pobres constituyen una minor¨ªa pol¨ªtica, las voces que piden preocupaci¨®n, atenci¨®n y socorro se ven dolorosamente silenciadas.

Arrojar a los pobres de las conciencias

La comprensi¨®n del problema comienza por apreciar c¨®mo, a trav¨¦s de los siglos, los afortunados se las han ingeniado para arrojar de sus pensamientos y de su conciencia a los pobres. En muy pocos temas se ha mostrado la mente humana tan ingeniosa. Tal comportamiento puede, incluso, encontrar cierto grado de apoyo en las Escrituras. Los pobres, tras su breve y desgraciada vida, entran f¨¢cilmente en el reino de los cielos, a diferencia de los ricos. All¨ª no se conocen las privaciones. Todo lo que tiene uno que hacer, si es bueno y devoto, es tener paciencia. M¨¢s com¨²nmente, a trav¨¦s de los siglos, a quienes se dice que les ha sonre¨ªdo la fortuna se les consideraba los beneficiarios naturales de su superior inteligencia, diligencia, previsi¨®n, energ¨ªa, tono moral o ricos antepasados, con las implicaciones que ello conllevaba, en este ¨²ltimo caso, de una personalidad y cualidades heredadas superiores. Los pobres eran las v¨ªctimas naturales de su propia pereza, de su irreflexi¨®n o de sus capacidades inferiores. O prefer¨ªan un modo de vida pobre, m¨®vil o despreocupado.; eran m¨¢s felices durmiendo bajo un puente, in derecho tanto de pobres como de ricos, o en las alcantarillas, tal como no hace mucho Ronald Reagan dijo que algunos prefer¨ªan.

El siglo pasado, la era del naciente capitalismo, fue especialmente fruct¨ªfero en sus formas para mantener a los pobres alejados de la conciencia p¨²blica, y algunas de esas excusas han resultado ser maravillosamente duraderas. El sistema competitivo ego¨ªsta, de Adam Smith era, en cierto sentido, ¨®ptimo. No era perfecto; era simplemente el mejor en un mundo imperfecto. Si pensamiento tiene a¨²n resonancia. David Ricardo y Thomas Robert Malthus, que siguieron y, en gran medida, refinaron las ideas de Smith, recalcaron el compromiso de la gente sencilla a una procreaci¨®n incontrolada que, al absorber todas las mejoras de bienestar, lo reduc¨ªan todo a un nivel muerto de subsistencia, Walthus propuso que se advirtiera a las masas implacablemente prol¨ªficas, en la ceremonia de la boda, contra esta tendencia y que se les ordenara que practicaran cierto control. Pero tal m¨¦todo no logr¨® consolidarse como un * a forma eficaz de control de la natalidad. A un nivel de sofisticaci¨®n mayor, los darwinistas sociales, notablemente influyentes en Esta los Unidos en las ¨²ltimas d¨¦cada las del siglo XIX, recomendaban encarecidamente la tesis, excepcionalmente conveniente, de que a pobreza es el agente terap¨¦utico social que elimina a los menos aptos. Una vez profundamente refinada, esta tesis defend¨ªa que la caridad, al mitigar el proceso, deb¨ªa evitarse, si bien una opini¨®n contraria defend¨ªa que tal prohiici¨®n reduc¨ªa injustamente la libertad del donante. Se produjo un tenso debate sobre la cuesti¨®n. Actualmente quedan ciertos restos de instinto socialdarwinista en el sentimiento de que las donaciones a los pobres que no se las merecen, incluso a parientes indigentes, son, en cierta medida, perjudiciales para su fortaleza moral.

El socialdarwinismo tiene tambi¨¦n una c¨®moda asociaci¨®n con una rama de la teolog¨ªa fundamentalista que defiende que la propiedad expresa la aprobaci¨®n natural de los dignos por parte de Dios. Los textos pertinentes se pueden conseguir escuchando a los locutores religiosos y a los portavoces de la mayor¨ªa moral.

A estas racionalizaciones de la pobreza y de la desgracia se ha puesto, en el reciente pasado, en las sociedades democr¨¢ticas, la necesidad, con la llegada del sufragio universal, de granjearse los votos de los pobres y de quienes, por su experiencia o por la observaci¨®n, temen verse reducidos a pobreza. Pues mientras los pobres fueran numerosos y el miedo era urgente, las invocaciones a estas gentes resultaban eficaces. De aqu¨ª -y tambi¨¦n de la compasi¨®n y de la precauci¨®n de un sector inteligente de los ricos, que se daba cuenta de la situaci¨®n- surgi¨® el moderno welfare state, que aseguraba unos ingresos m¨ªnimos, adem¨¢s de los servicios p¨²blicos esenciales para todos, con estructura adicional de la seguridad social. Conjuntamente con todo esto estaba la promesa de una gesti¨®n global o macroecon¨®mica de la econom¨ªa que asegurar¨ªa un nivel de comportamiento econ¨®mico razonablemente suficiente, un pleno empleo casi total, precios agr¨ªcolas e ingresos razonablemente seguros para los agricultores, adem¨¢s de una demanda plena y creciente de los productos industriales. Tal era la corriente pol¨ªtica, que se asociaba, en el Reino Unido, con Lloyd George, los fabianos, el Partido Laborista y John Maynard Keynes; en Est, Unidos, con Franklin D. Roosevelt, el new deal y tambi¨¦n con Keynes, y en el resto d los pa¨ªses industriales, con ir fluencias semejantes: en t¨¦rminos generales, con la socialdemocracia y la izquierda social.

En Estados Unidos, y en menor grado en el resto del mundo, la gran depresi¨®n fue un factor catalizador especial. Trajo el miedo, la inseguridad y aut¨¦nticas privaciones a obreros, agricultores y la clase media urbana, que hasta entonces hab¨ªa ocupado posiciones m¨¢s acomodadas. De acuerdo con esto, durante toda la generaci¨®n subsiguiente a Franklin D. Roosevelt se dec¨ªa que los defensores liberales del welfare state segu¨ªan enfrent¨¢ndose a Herber Hoover y la depresi¨®n, oponentes que aseguraban su ¨¦xito pol¨ªtico. Puede que tampoco resulte sorprendente que el ¨¦xito fuera tal que en las mentes de todos los afectados se considerase una revoluci¨®n permanente. Se supon¨ªa que asegurar¨ªa a sus progenitores el poder -o casi el poder- para siempre.

En realidad, dado el aumento de la riqueza, fue, en muchos sentidos, un movimiento pol¨ªtico que destru¨ªa a s¨ª mismo, tal como muchos de los que participaron en ¨¦l, entre los que me contaba yo, pueden haber visto. Con el aumento del bienestar eran cada vez m¨¢s las personas que se sent¨ªan c¨®modamente satisfechas de su situaci¨®n econ¨®mica. Una vez bendecidos por la riqueza, encuentran, como en el pasado, motivos suficientemente persuasivos para alejarse y alejar sus concienias de la pobreza a¨²n existente entre los pobres actuales, relativamente menos numerosos. La capacidad de racionalizaci¨®n -que tan bien ha servido, en el pasado, a la indiferencia, al desinter¨¦s o a otras formas de negaci¨®n de la pobreza- sigue estando plenamente a nuestro alcance. Quienes se encuentran seguros econ¨®micamente son, desde hace mucho, quienes m¨¢s probablemente acudir¨¢n a votar en unas lecciones y quienes tienen actualmente m¨¢s capacidad para contribuir al elevado coste, sobre todo en Estados Unidos, de las campa?as pol¨ªticas modernas. Con tales medios se encuentran en una buena posici¨®n para expulsar del poder, con sus votos, quienes hicieron la revoluci¨®n e nombre de los inseguros y de Ios pobres, y que continuar¨ªan trabajando en nombre del peque?o ni mero de desamparados que queda.

Una de las ideas, no expresad expl¨ªcitamente, de los liberales norteamericanos, as¨ª como de los socialdem¨®cratas de otros pa¨ªses, fue que los nuevos ricos, los trabajadores manuales con ingresos de clase media, la nueva clase profesional -muy ampliada-, la moderna y relativamente bien pagada burocracia de cuello blanco todos aquellos protegidos de la tribulaciones del desempleo, de la vejez y de la enfermedad, como muestra de gratitud, tendr¨ªan un actitud pol¨ªtica diferente a la de los viejos ricos. E igualmente -era de suponer- suceder¨ªa con su descendencia, a¨²n m¨¢s afortunada. Pero los liberales se equivocaban. A la luz de la historia resulta mucho m¨¢s probable que quienes introdujeron los programas de seguridad y abundancia actuales estuvieran preparando su propia ca¨ªda pol¨ªtica.

Pobreza y abstenci¨®n

Existen explicaciones, amplia mente diversas, de la revoluci¨®n Reagan en Estados Unidos, como la de Thatcher en el Reino Unidos y la de los movimientos menos claros en Alemania y otros pa¨ªses Se suele mencionar frecuentemente la cuesti¨®n de la personalidad, aunque ¨¦sta suele ser la explicaci¨®n predilecta de la vulnerablemente televisiva. En Estados Unidos se ha hablado muchos de los fracasos del presidente Carter en pol¨ªtica exterior y sobre todo de la crisis de los rehenes de Ia Embajada norteamericana en Ir¨¢n. No hay tampoco la menor duda de que Carter fue, inoportunamente, vulnerable a los economistas, que le convencieron de mantener una pol¨ªtica monetaria dura que consigui¨® aunar una inflaci¨®n grave y un desempleo importante con la fecha de las elecciones de 1980. Los economistas, tal como he se?alado en otros art¨ªculos, hacen algunas cosas con bastante precisi¨®n. Pero la explicac¨ª¨®n m¨¢s profunda y de mas peso es que en la econom¨ªa norteamericana moderna quienes se sienten econ¨®micamente seguros tienen mayor¨ªa de voto o, para ser m¨¢s exactos, mayor¨ªa de quienes acuden a votar. Su tendencia pol¨ªtica es la de los ricos del pasado. Refleja la capacidad milenaria de ignorar o racionalizar la fortuna diferente de los ricos y los pobres. Nadie que piense en experiencias anteriores debe sorprenderse.

Al llegar a la presidencia, en 1981, el presidente Reagan restringi¨® o recort¨® los servicios sociales que afectaban principalmente a los pobres. Y redujo los impuestos por los ingresos de las personas fisicas y de las empresas, beneficiando mayormente a los m¨¢s ricos. La justificaci¨®n -que los ricos no trabajaban ni invert¨ªan porque ten¨ªan demasiado poco dinero y que los pobres no trabajaban porque, en forma de subsidios gubernamentales, te

John Kenneth Galbraith es economista, profesor en la universidad de Harvard. Entre otros libros, ha publicado La sociedad opulenta, El capitalismo americano, El nuevo Estado industrial y Anatom¨ªa del poder.

La pobreza y la abundancia

n¨ªan demasiado- no resultaba intr¨ªnsecamente persuasiva. Como tampoco lo eran otras justificaciones, incluyendo el argumento de que los beneficios a los ricos constituyen, indirectamente, el socorro de los pobres. Este efecto de goteo -la met¨¢fora del caballo y el gorri¨®n, seg¨²n la cual si al caballo se le da avena suficiente algo caer¨¢ para los gorriones- ha sido siempre recibido con risas atenuadas. De la misma forma, la mayor¨ªa de norteamericanos mentalmente aptos, cuando oyen hablar de la necesidad de "mayores incentivos", sacan la conclusi¨®n, d¨¢ndolo por sentado, de que alguna persona, grupo o empresa quiere conseguir mayores ingresos netos. Como tampoco suponen, necesariamente, que la intervenci¨®n del Gobierno en nombre de los pobres sea intr¨ªnsecamente incompetente. Sin embargo, tal como se ha visto, la justificaci¨®n de la riqueza de los ricos frente a la pobreza no tiene por qu¨¦ ser intelectualmente convincente. Es suficiente con que no haya una admisi¨®n abierta de que se est¨¢ legislando para los ricos. Se sabe que Reagan lleg¨® a la presidencia con el apoyo entusiasta del sector m¨¢s acomodado del electorado norteamericano, y en una democracia resulta normal hacer algo por quienes nos han apoyado. De esta manera, resultaba l¨®gico, e incluso previsible, que recompensara a quienes le hab¨ªan votado y le hab¨ªan proporcionado los considerables fondos que necesitaba para su campa?a. Ninguna otra recompensa ser¨ªa tan adecuada o tan bien recibida como las reducciones fiscales, que ten¨ªan sus mayores efectos sobre los sectores m¨¢s altos de la escala salarial y una econom¨ªa a tono en cuanto a los desembolsos para los sectores de menos recursos. Pero en la sociedad de la abundancia, la decencia exige no decirlo abiertamente. Casi todo el mundo se qued¨® sorprendido en el oto?o de 1981 cuando David Stockman reconoci¨® que la econom¨ªa de la oferta era una tapadera para devolver m¨¢s recursos a los ricos. Era cierto, aunque supon¨ªa una ruptura importante con el decoro pol¨ªtico.Indiferencia ante el Tercer Mundo

No estar¨ªa de m¨¢s se?alar que el ¨²ltimo libro de Thomas Byrne Edsall, La nueva pol¨ªtica de la desigualdad (Nueva York, Norton, 1984), llega a las mismas conclusiones que el presente art¨ªculo, document¨¢ndolas de manera convincente. En palabras que me hubiera sentido feliz de escribir, concluye que "en la ¨²ltima d¨¦cada [yo hubiera dicho durante varias d¨¦cadas] los cambios del proceso pol¨ªtico han reforzado el poder de los ricos y erosionado el de los pobres, la clase trabajadora y la clase media baja. Tales cambios, a su vez, han dado como resultado la adopci¨®n de medidas econ¨®micas altamente beneficiosas para los ricos, penalizando a los pobres y dejando a la mayor¨ªa de la clase trabajadora y de la clase med¨ªa con mayores cargas fiscales".

La tendencia de que a medida que haya m¨¢s gente rica ir¨¢ aumentando la indiferencia a los pobres no es exclusivamente nacional de Estados Unidos; tiene tambi¨¦n fuertes manifestaciones internacionales. En los a?os que siguieron a la II Guerra Mundial se dio una aut¨¦ntica preocupaci¨®n en Estados Unidos, al igual que en el resto de pa¨ªses industrializados, por las privaciones y la pobreza de sus antiguas colonias, el Tercer Mundo. La preocupaci¨®n por la pobreza de sus pa¨ªses se convirti¨® en una preocupaci¨®n por la pobreza en todos los pa¨ªses donde se diera, lo cual se vio respaldado por un flujo importante de recursos para ayuda alimentaria y desarrollo econ¨®mico. A medida que aument¨® la riqueza, se pod¨ªa haber esperado que tal ayuda aumentar¨ªa a partir de la existencia de recursos cada vez m¨¢s abundantes. Pero he aqu¨ª que ha disminuido la preocupaci¨®n por los pobres tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo rico. La ayuda, lejos de mantenerse al ritmo de la mayor capacidad existente para darla, en realidad se ha mantenido al mismo nivel que antes o, en algunos aspectos, ha disminuido. Y el apoyo pol¨ªtico a tales medidas ha disminuido a¨²n m¨¢s radicalmente.

Pero, nuevamente, son varias las razones de este cambio. La inestabilidad pol¨ªtica de muchos de los nuevos pa¨ªses ha supuesto un factor de freno, al igual que la aparici¨®n de Gobiernos poco atractivos o ineficaces, tanto de derechas como de izquierdas. Se ha descubierto tambi¨¦n que el desarrollo econ¨®mico es un proceso mucho m¨¢s pesado de lo que se supon¨ªa en los a?os de optimismo que siguieron a la II Guerra Mundial. El progreso es especialmente desalentador cuando se intenta conseguir el desarrollo econ¨®mico antes que la educaci¨®n, que, por un lado, rompe la cultura milenaria de la pobreza a la que la gente se ha adaptado, y por otro, proporciona los recursos humanos esenciales para el progreso econ¨®mico. Pero resulta tambi¨¦n indudable que en estos pa¨ªses, junto con el aumento de la riqueza, apareci¨® la capacidad anteriormente mencionada de negaci¨®n psicol¨®gica que hace que la mente, al contemplar la posibilidad de la muerte o la devastaci¨®n nuclear, elimine todos los hechos profundamente desagradables. De esta manera impedimos que tanto el hambriento africano o la m¨®rbida existencia del indio que habita en las calles de Calcuta, como los pobres de nuestros propios pa¨ªses, invadan nuestro confort.

No resulta nada atractiva la conclusi¨®n de que la situaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de los pobres, en nuestro pa¨ªs y en el resto del mundo, empeora con el aumento de la riqueza. Puede que sea posible albergar alguna esperanza en el hecho del reconocimiento de esta tendencia. En los pa¨ªses industriales sigue habiendo algunas personas cuya compasi¨®n y compromiso pol¨ªtico resultante sobreviven a su buena fortuna personal. En cualquier caso, deseo ardientemente que el tema del debate se discuta con m¨¢s inter¨¦s.

En los pr¨®ximos a?os podr¨ªa darse en Estados Unidos cierta mejora en la situaci¨®n pol¨ªtica de los pobres a ra¨ªz del aumento de su participaci¨®n en las elecciones. En el pasado, los pobres, y de manera especial los pobres de las minor¨ªas, no han votado. Los negros, a los que se neg¨® el voto en un principio, no lo han usado. Si los pobres acudieran a las urnas tal como hacen los ricos, el efecto pol¨ªtico podr¨ªa ser significativo, incluso sorprendente. Tanto en la pol¨ªtica municipal como en la nacional, los dirigentes negros est¨¢n moviendo a sus electores pobres y negros para que participen en la actividad pol¨ªtica como nunca. Ya es algo com¨²n tener un alcalde negro en las, grandes ciudades: Chicago, Filadelfia, Los ?ngeles, Detroit. Por primera vez hemos tenido en Jesse Jackson un candidato negro claro para la nominaci¨®n como candidato a la presidencia. Si esta tendencia se mantuviera, el atractivo que ello supondr¨ªa para que los negros y otras minor¨ªas votara podr¨ªa, al menos durante cierto tiempo, reavivar la preocupaci¨®n pol¨ªtica por la situaci¨®n econ¨®mica de los pobres.

Liberalismo e intervencionismo

Existe adem¨¢s la posibilidad, quiz¨¢ incluso la probabilidad, de que la gesti¨®n global de la econom¨ªa moderna por los ricos para los ricos fracasase, de que se pudiera repetir, en su versi¨®n moderna, el desastre de las administraciones Coolidge y Hoover. Esta gesti¨®n supone una contradicci¨®n b¨¢sica entre, por un lado, el compromiso de los conservadores con la libre empresa, con la ilusi¨®n monetarista y con un sistema fiscal dise?ado especialmente para los ricos, y por otro, la dura realidad de que s¨®lo es posible evitar la inflaci¨®n, la recesi¨®n y la depresi¨®n, en la econom¨ªa moderna, mediante la intervenci¨®n global, con una preocupaci¨®n social, del Estado. De manera espec¨ªfica, si no se pone veto a la inflaci¨®n mediante una pol¨ªtica de rentas impuesta por el desempleo, la desindustrializaci¨®n y el resto de manifestaciones dolorosas de la recesi¨®n y la depresi¨®n, siendo as¨ª como funciona la pol¨ªtica monetaria, hay que, hacerlo mediante un sistema fiscal que regule la demanda y limite los d¨¦ficit, y mediante la intervenci¨®n directa del Gobierno y las negociaciones para controlar la espiral salarios / precios. ?stas son las ¨²nicas alternativas, por mucho que los conservadores lo lamenten o lo nieguen. La pol¨ªtica econ¨®mica, como siempre, es una elecci¨®n entre algo nada grato y el desastre. En los ¨²ltimos a?os, la gesti¨®n de los ricos ha optado por el monetarismo y la recesi¨®n. Las otras posibilidades son intolerables ideol¨®gicamente. El monetarismo, con su recurso a unos tipos de inter¨¦s elevados, no se muestra tampoco contrario al bienestar de quienes tienen dinero para prestar. Quienes est¨¢n en esta situaci¨®n suelen ser m¨¢s ricos que quienes no pueden prestar o quienes est¨¢n dispuestos u obligados a pedir prestado. Uno de los errores m¨¢s notables de la ciencia econ¨®mica es suponer que la pol¨ªtica monetaria es socialmente neutral.

De aqu¨ª se deduce que un fracaso de la econom¨ªa podr¨ªa poner a tanta gente en peligro que se viera amenazada la felicidad econ¨®mica procedente de la abundancia y cambiaran con ello las actitudes pol¨ªticas. Pero puede que todo esto se adentre excesivamente en el reino de las especulaciones futuristas, algo contra lo que est¨¢n justamente prevenidos todos aquellos que tropiezan con predicciones pol¨ªticas y econ¨®micas. Lo que no se pone en duda es que la abundancia da?a nuestra capacidad de compasi¨®n ilustrada. Y m¨¢s vale reconocerlo.

No estoy prediciendo que con el aumento de la riqueza vaya a haber siempre Gobiernos conservadores en el poder. Hay otros elementos m¨¢s que deciden las elecciones, incluyendo la afluencia de votantes anteriormente mencionada, los intereses diferentes de las mujeres, la sospecha difundida de aventuras en el exterior, as¨ª como el temor, m¨¢s convincente, a una guerra nuclear. Lo que s¨ª sugiero es que uno de los efectos de la abundancia es una continua tendencia conservadora en pol¨ªtica, y que quienes rechazan los movimientos en favor de los ricos de estos ¨²ltimos a?os como un alejamiento temporal de una norma de preocupaci¨®n social se equivocan totalmente.

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