P¨¢ginas de vidrio
"Era estupendo quemar", dec¨ªa Montag, bombero quemalibros de Farenheit 451, "la temperatura a la que el papel se inflama y arde". La Biblioteca de Alejandr¨ªa tambi¨¦n se chamusc¨®, y a¨²n leemos, incluso con gusto, peri¨®dicos y libros hechos con ese material que, desde siglos, es condenado a una hoguera, y que tambi¨¦n desde siempre, cual ave f¨¦nix, resurge. Cada ma?ana en forma tabloide: el diario no ha muerto por el telediario ni el diario hablado. Y cada tanto, en forma de libro, cuyas pastas siguen tercamente guard¨¢ndonos las m¨²ltiples sorpresas de la escritura, m¨¢s all¨¢ de cuanto nunca podr¨¢n hacer las p¨¢ginas de vidrio de un ordenador.Los profetas pronosticaron la muerte del papel. Pero qui¨¦n se ha criado entre cuartillas, folios, holandesas; qui¨¦n ama el papel de barba; qui¨¦n, incluso, hace caso a Juan Ram¨®n: "Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado". Otros, en un momento dado, pueden tener un arrebato a lo Hemingway, escritor en servilletas de bar, o de Burroughs, para quien no ser¨ªa imprudente escribir en papel higi¨¦nico. Existen hasta los que aprovecharon el papel de estraza, no para envolver criadillas, sino paquetes contra el editor, o hasta para poemas a una novia, no lo suficientemente altanera para escarmentar de un novio con misivas que ol¨ªan a bacalao. Otros han penetrado en la enorme espesura de un papel cebolla, al que incautamente se denomina fino, o bien, ya viajeros, han corrido sus plumas por el sat¨¦n de los papeles de arroz de China o Jap¨®n. Pues entonces, todos esos, que somos muchos de nosotros, no querremos ser derrotados por la m¨¢quina ni el vidrio.
Convivir, eso s¨ª, es necesario. Si el papel, cual kamikaze, intentase una lucha frontral contra el v¨ªdeo y la computadora, ver¨ªa, como lo vio Sancho, la fragilidad de sus costillas. Un papel no es un ¨¢rbol, aunque del ¨¢rbol sale el papel, como de la uva, el vino. El vidrio digital es ¨ªnfido, con su cara fr¨ªa, glacial m¨¢scara. El tacto mismo de una computadora no es igual que el de una m¨¢quina de escribir corriente, donde las letras brotan como arrancadas de la tierra, rumorosas y dionis¨ªacas. Aunque s¨®lo sea para escribir la finta genial de un acabamiento, tipo Cioran, para quien existir es indignante.
No, indignante es lo de ciertos ordenadores personales. Son tiranos: you are wrong, te corrigen con desprecio. Claro que estamos equivocados. De ra¨ªz. No hemos aprendido vasco, nos llevaremos a lo mejor esa espina al hoyo, y debemos correr a aprender basie. La lengua del futuro, pero que, por no tener, carece hasta de nombre, mera sigla construida con las iniciales, nada inici¨¢ticas, de: Beguinners Allpurpose Symbolic Instruction Code. As¨ª habla el ordenador, t¨¦rmino tajante que, en Espa?a, por fuerza, se ha impuesto sobre los m¨¢s hip¨®critas computer, computador o computadora.
Bueno, aprendamos basic y logo, pascal, ram y rom. Cualquier esfuerzo no nos ser¨¢ premiado. Todo ser¨¢ vano, pero nuevo, absolutamente necesario, ya que el mundo, como es sabido, marcha a mucha m¨¢s velocidad que nuestros deseos.
Bien por los adelantos, pero, ?y por los engendros? Y nosotros, quietos todos, arriba las manos, los presenciamos desde el papel le¨ªdo en la ma?ana. A un ni?o le han puesto coraz¨®n de mandril, se arriendan los ¨²teros y a una viuda le han inseminado de un esperma cari?oso, pero con ciertas caracter¨ªsticas de cuv¨¦e del a?o setenta, a la que son muy dados los galos.
Nos colocan v¨¢lvulas de cerdo, corazones de mono, ¨®vulos de otras se?oras, espermas de muertos, ri?ones de vivos, no nos alivian el hambre de Etiop¨ªa, ni siquiera el de Marinaleda, y encima, la culpa no la tiene toda Felipe Gonz¨¢lez. Es muy desalentador. Pero la indignaci¨®n, sin llegar a c¨®smica o cioranesca, es nuestro recurso. Y as¨ª, al menos uno se indigna ante el anuncio que lee, en un diario italiano, de "los libros electr¨®nicos", tambi¨¦n llamados en la publicidad "libros del ma?ana'.
Para leer estos libros no s¨®lo es menester eso que ya tanto nos falta, tiempo holgado, migoso, como el de anta?o; y un par de buenos ojos, y no ser mancos de entendederas ni falanges, sino un personal computer. Hay que leer a la orden del ordenador, pues "el libro electr¨®nico se compone de una cassette con el software". Algunos t¨ªtulos son: Mi primer libro electr¨®nico de Basic, El libro de casa electr¨®nico, Mi primer diccionario electr¨®nico de ordenador. Bueno, hasta ah¨ª la m¨¢quina se come sus propias entra?as, su propio rabo, su feedback est¨¦ril. Pero, un momento, ya anuncian tambi¨¦n: El poeta electr¨®nico (los 24.000 millones de 'haik¨²'. Y eso s¨ª que no.
Para indignarse no s¨®lo hay que estar del lado del papel, sino del lado del haik¨². Leves poemas, que Matsuo Basho hizo volar a alturas literarias maravillosas en Sendas de Oku. Esa magia astutamente c¨¢ndida, que encant¨® incluso a Antonio Machado, que no parece nada: "?La nieve que cae / es otra / este a?o?".
El libro electr¨®nico de los haik¨² ense?a a hacerlos, miles de millones. Su aparente sencillez, su parad¨®jico descoyuntamiento sem¨¢ntico, su enga?osa brevedad, han propiciado que el ordenador se ensa?e con el g¨¦nero. Hay que protestar. Para jugar con las palabras jam¨¢s se debe
Pasa a la p¨¢gina 12
Viene de la p¨¢gina 11
pasar de un nivel trivial. Para escribir como Basho: "Paulonias / murmullo de codorniz / tras la valla", o bien, "Tregua de vidrio: / el son de la cigarra / taladra rocas", se requiere haber excavado en la profunda raz¨®n del ser, y se requiere haber acopiado tantas armas literarias para reducir y licuar lo que normalmente llevatanto espacio, que trivializarlo con la m¨¢quina es un anatema.
Imitar un haik¨² es ciertamente f¨¢cil. A ver si se atreven con Don Quijote. Y ah¨ª est¨¢ la verdadera enga?ifa. El ordenador toma lo breve por lo f¨¢cil, ama la literatura a pildorazos, y somete la poes¨ªa como cuesti¨®n de azarosos aparcamientos de vocablos.
Algunos escritores, como Garc¨ªa M¨¢rquez o Frank Yerby, se declaran, sin embargo, satisfechos de la ayuda de los "procesadores de palabras" en sus trabajos literarios. Los periodistas del futuro, o sea de anteayer, ya los usan. ?Querr¨¢ decir esto que, tras los usos por tenderos y amas de casa, tambi¨¦n caer¨¢ en el copo electr¨®nico la escritura? ?Peri¨®dicos y libros de vidrio? Pues s¨ª, si admitimos como Cioran que cada uno es su sentimiento de la muerte, y otros alegres pron¨®sticos. Pero nosotros queremos seguir vivos, incluso hasta apuntarnos a un curso de basic. Sin de ninguna manera tolerar, entonces ya nos habr¨ªamos ahorcado con nuestras propias manos, libros como El poeta electr¨®nico, con el que se pueden agotar todas las met¨¢foras, todas las metonimias, todas las palabras, y una vez arrasada la expresi¨®n por la maldad infinita de las combinaciones, estrujados hasta la ¨²ltima imagen los recovecos de los sintagmas, llegar a construir un nuevo Farenheit 451.
Y todav¨ªa m¨¢s refinado. El desierto de las palabras. Todas ya fueron usadas, yuxtapuestas y fornicadas. Nos habr¨ªamos quedado no muertos, pero s¨ª algo peor, ?nudos y mancos de escritura. ?grafos, no como los yanomamis o los pap¨²es, sino due?os por fin, interminablemente se?ores, del orgullo de nuestra era. Esa que se llamaba at¨®mica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.