An¨¦cdotas de un viaje papal
El viaje del papa Juan Pablo II a Latinoam¨¦rica, que finaliz¨® el pasado mi¨¦rcoles, estuvo cargado, como todos los efectuados por ¨¦l, de numerosas an¨¦cdotas, esa historia que raramente aparece en la cr¨®nica apretada de los actos oficiales de cada d¨ªa.Durante su visita a Ayacucho, ciudad peruana militarizada como consecuencia de la actividad de la guerrilla izquierdista de Sendero Luminoso, una mujer intent¨® avanzar hacia el aeropuerto -donde estaba previsto celebrar la ceremonia papal- vestida de negro y con una gran cruz de madera a cuestas.
La mujer llevaba en el bolsillo una carta secreta para el Papa en nombre de las madres de los desaparecidos de aquella ciudad. Los militares quisieron registrarla pero ella se neg¨® y no pudo llegar hasta el Papa. Mientras tanto, en la tribuna faltaba una autoridad importante: la alcaldesa de la ciudad. Era la mujer con la cruz a cuestas detenida por la polic¨ªa. La carta lleg¨® s¨®lo a una agencia period¨ªstica.
Tambi¨¦n en Ayacucho hubo un momento de p¨¢nico para el grupo de periodistas que acompa?aba al Papa en el avi¨®n. Hab¨ªa acabado la ceremonia. Juan Pablo II y su s¨¦quito estaban ya en el avi¨®n para volver a Lima pero faltaban los periodistas. Se produjo un revuelo entre los guardias de seguridad del Vaticano.. ?Qu¨¦ hab¨ªa ocurrido? Un soldadito de marcados rasgos incas los hab¨ªa detenido en el aeropuerto amenaz¨¢ndolos con el fusil. El organizador, desesperado, al no conseguir convencerle por las buenas, intent¨® forzar la puerta; pero el soldado, r¨¢pido como un gato mont¨¦s, carg¨® el fusil ante sus ojos y todo el grupo dio tres pasos atr¨¢s estremecido. Por fin lleg¨® un militar superior, abri¨® las puertas, y los periodistas corrieron como locos por todo el aeropuerto y como escaladores treparon por las escalerillas, del avi¨®n.
En Lima, la capital peruana, dos j¨®venes, que se hicieron pasar por periodistas, consiguieron situarse en la puerta de la nunciatura en el momento en que el Papa sal¨ªa de la misma y, seg¨²n cont¨® un diario de la ciudad: "En el cl¨ªmax de su ¨¦xtasis, causaron rasgu?os en la mano derecha del Papa como si quisieran quitarle un pedazo de piel para recuerdo. El Papa dio un grito de dolor y, llev¨¢ndose la mano a la boca, exclam¨®: "No, no, no". Un soldado empeor¨® el asunto dando un manotazo a las manos de las j¨®venes, que repercuti¨® sobre la mano ya herida del Papa.
En Lima se suele llamar sencillamente hostia a la sagrada part¨ªcula de la comuni¨®n. Para los espa?oles que escuchaban la radio resultaba incre¨ªble o¨ªr al locutor que dec¨ªa con gran fervor: "El Papa sigue repartiendo hostias". O bien: "Qu¨¦ alegr¨ªa ser¨ªa si el Papa nos diera tambi¨¦n a nosotros una hostia". O: "Las autoridades han permitido a las monjas repartir hoy las hostias". Y una locutora: "Acabo de venir de recibir la hostia de madre Carmela".
Zacar¨ªas Torres Alor es el ch¨®fer de un autob¨²s de Lima que, sin querer, pasar¨¢ a la historia de aquel pa¨ªs. Todos quieren entrevistarlo, porque un d¨ªa el Papa decidi¨® dejar el papam¨®vi/ y subirse a un autob¨²s al lado del ch¨®fer porque la avalancha de gente no dejaba andar al coche blindado. Ahora la gente para a Zacar¨ªas por la calle. "Todos quieren besarme las manos, hasta rnis compa?eros de trabajo". Y todos quieren subirse a su autob¨²s porque lo consideran bendito". Con mucha probabilidad el autob¨²s acabar¨¢ en un museo. Las grandes cadena,s de televisi¨®n de EE UU se gastaron esta vez m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares (unos 180 millones de pesetas) para cubrir el viaje del Papa.
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