No se trata de una partici¨®n eterna
La conferencia celebrada en Yalta hace 40 a?os no es ¨²nicamente una fecha hist¨®rica. Las interpretaciones de lo que sucedi¨® en aquella reuni¨®n de los grandes vencedores en las postrimer¨ªas de la guerra se engarzan de forma casi mec¨¢nica con las distintas posiciones existentes actualmente a un lado y a otro de la frontera que separa a Europa sobre el futuro del continente. Desde el punto de vista norteamericano, en aquella conferencia se hizo un reparto que debe ser objeto de urgente revisi¨®n y de superaci¨®n. Desde el punto de vista sovi¨¦tico, la fuente de problemas fue precisamente la ruptura del equilibrio europeo posterior a Yalta, y no la conferencia misma. En cualquier caso, interpretar lo que sucedi¨® en Yalta hace 40 a?os no es una tarea acad¨¦mica y erudita, sino hablar todav¨ªa del presente y del futuro de los europeos.
?Qu¨¦ es lo que queda de esa Conferencia de Crimea, impropiamente llamada de Yalta puesto que en realidad se desarroll¨® en la localidad vecina de Livadia, donde, este 4 de febrero, se celebr¨® el cuadrag¨¦simo aniversario?Nada, o casi nada, si se toma en consideraci¨®n su objetivo principal, objetivo que los participantes, al irse de all¨ª, se imaginaban haber alcanzado plenamente: el mantenimiento ad vitam aeternam, una vez retornada la paz, de la entente entre los vencedores de la Alemania nazi. Todo, si a la realidad de un abrumador fracaso se prefiere la fuerza incomparable del mito. Por m¨¢s que lo contrario haya sido cien, mil veces demostrado, todo el mundo, ya sea simple ciudadano o jefe de Estado, persiste en creer, y no solamente en Francia, que tres ancianos, reunidos a la orilla del mar Negro, se repartieron el mundo una buena ma?ana y que, por alguna misteriosa raz¨®n, su acuerdo ha escapado a la regla que consagra a la precariedad los tratados m¨¢s solemnes.
Pues bien, con los acuerdos de Yalta ocurre como con los dem¨¢s acuerdos: apenas se hab¨ªa secado la tinta y ya hab¨ªan sido violados. No hay m¨¢s que prestar atenci¨®n, a prop¨®sito de ello, al cambio de tono de Churchill: "Traigo de Crimea", declara el 27 de febrero de 1945 en los Comunes, "la impresi¨®n de que el mariscal Stalin y los dirigentes sovi¨¦ticos desean vivir con los dem¨®cratas occidentales en una amistad y una igualdad honorables. Creo tambi¨¦n que no tienen m¨¢s que una palabra". No ser¨¢n necesarios m¨¢s que 15 d¨ªas para cambiar de tono. "Nos encontramos", escribe el 13 de marzo a Roosevelt, "en presencia de un inmenso fracaso, de un completo derrumbamiento de lo que se hab¨ªa convenido en Yalta".
El propio Roosevelt, que tantas esperanzas hab¨ªa puesto en Yalta, iba a cablegrafiar a Stalin el 1? de abril, pocos d¨ªas antes de morir, que "toda soluci¨®n que acabara en una reconducci¨®n apenas enmascarada del actual r¨¦gimen de Varsovia [dominado por los comunistas] ser¨ªa inaceptable y conducir¨ªa al pueblo de Estados Unidos a consideriar el acuerdo de Yalta como un fracaso".
?Inaceptable? Eso es, sin embargo, lo que pr¨¢cticamente iba a aceptar, en el mes de mayo siguiente, Harry Hopkins, la eminencia gris de Roosevelt, enviado a Mosc¨² por el nuevo presidente, Harry Truman, para tratar de resolver definitivamente con Stalin las cuestiones que quedaron pendientes en Yalta, entre ellas la de Polonia. Despu¨¦s de haber resuelto, a satisfacci¨®n del Kremlin, la cuesti¨®n de la frontera oriental, los tres hab¨ªan afirmado su voluntad de ver el restablecimiento de una Polonia "fuerte, libre, independiente y democr¨¢tica". Y Roosevelt hab¨ªa proclamado que las elecciones polacas deb¨ªan ser "como la mujer del C¨¦sar: que no pudieran inspirar la m¨¢s m¨ªnima sospecha". Pero las palabras no le costaban caras a aquel a quien Roosevelt y Churchill llamaban entre ellos T¨ªo Jo. Como ¨¦ste iba a decir a Tito en abril de 1945: "Esta guerra no se parece a las del pasado: cualquiera que ocupe un territorio impone en ¨¦l su propio sistema social. Todo el mundo impone su sistema tan lejos como puede llegar en su avance. No podr¨ªa ser de otra manera".
Estaba bien decidido, en todo caso, a que Polonia no escapara a la regla: Mikolajczyk, el jefe del Gobierno en el exilio en Londres, se convirti¨®, ciertarnente, despu¨¦s del viaje de Hopkins, en vicepresidente del Gobierno de Varsovia. Pero las elecciones que siguieron se desarrollaron en tales condiciones que no tuvo m¨¢s remedio, algunos meses m¨¢s tarde, que volver a tomar el camino del exilio.
Por otra parte, el 27 de febrero, es decir, el mismo d¨ªa en que el premier (primer ministro) brit¨¢nico afirm¨®, con un candor desacostumbrado, su fe en la sinceridad del general¨ªsimo, ¨¦ste envi¨® a Bucarest a su lugarteniente Vychinski con la misi¨®n de obligar al joven rey Miguel a nombrar un Gobierno cuya lista le llevaba a todos los fines oportunos.
Esferas de influencia
Se dir¨¢ que Churchill s¨®lo pod¨ªa culparse a s¨ª mismo: para obtener las manos libres en Grecia, hab¨ªa llegado, en octubre del a?o anterior, a un acuerdo con Stalin poe el que pr¨¢cticamente abandonaba a ¨¦ste Ruman¨ªa y Bulgaria, por lo dem¨¢s ya ocupadas por el Ej¨¦rcito Rojo. En Hungr¨ªa y en Yugoslavia se hab¨ªa convenido que la influencia de los dos pa¨ªses se ejercer¨ªa fifty-fifty. Estados Unidos, que pr¨¢cticamente no fue consultado, no tuvo responsabilidad en esto.
Si hubo reparto, ¨¦ste se hizo en ese momento y no en Yalta, que en realidad fue una tentativa para sustituir por un orden mundial pac¨ªfico el sistema de esferas de influencia, del que, algunos meses antes, Roosevelt hab¨ªa asegurado ante las C¨¢maras del Congreso reunidas que "nunca se dar¨ªa". De ah¨ª esa Organizaci¨®n de las Naciones Unidas -cuyo nombre dice bastante de esa ambici¨®n- que la conferencia de Crimea decidi¨® crear. Se supon¨ªa que la ONU, gracias a unas instituciones m¨¢s fuertes que las de la difunta Sociedad de Naciones, tendr¨ªa ¨¦xito all¨ª donde ¨¦sta hab¨ªa fracasado. Hoy d¨ªa vemos lo que es de ella.
In¨²til decir que, en el esp¨ªritu de su presidente, Estados Unidos ocupar¨ªa una posici¨®n dominante en el seno de esta organizaci¨®n. Con toda sencillez, seg¨²n sus confidencias a su hijo Elliott, ve¨ªa a su pa¨ªs desempe?ando el papel de mediador "entre los ingleses, que piensan imperio, y los rusos, que piensan comunismo". Por lo dem¨¢s, no estaba lejos de creer que, sucumbiendo a su bien conocido encanto, Stalin estaba a punto de convertirse a la verdadera democracia. De lo contrario, ?c¨®mo hubiera podido tomar en serio la firma que el general¨ªsimo iba a otorgar a la declaraci¨®n sobre la turopa liberada o al p¨¢rrafo sobre la Polonia libre, independiente y democr¨¢tica? ?C¨®mo, sobre todo, hubiera podido declarar, como ya lo hag¨ªa hecho en 1943 en Teher¨¢n, que una vez acabada la guerra, las tropas estadounidens¨¦s ser¨ªan r¨¢pidamente retiradas de Europa?
Jruschov iba a recordar esta promesa a Kennedy cuando se encontraron en Viena a comienzos de junio de 1961, en plena crisis de Berl¨ªn. Hab¨ªa sido hecha con seriedad: el pueblo estadounidense ten¨ªa prisa por ver el regreso al pa¨ªs de los boys. Es, por otra parte, una de las razones por las que Churchill impuls¨® tanto en. Yalta la restauraci¨®n de Francia en su posici¨®n de gran potencia que llegara a contar con un ej¨¦rcito importante.
Ya se sabe que una constante de la pol¨ªtica brit¨¢nica es no dejar en ning¨²n caso que se consolide una hegemon¨ªa continental; y el heredero de los Marl-borough ten¨ªa un miedo cerval a que, una vez que los estadounidenses partieran, los sovi¨¦ticos trataran de extender su influencia hasta el canal de la Mancha y el Atl¨¢ntico.
De Yalta a Hiroshima
Lo que justamente se puede reprochar a Roosevelt con respecto a Yalta no es, pues, el haber repartido Europa con Stalin, sino mucho m¨¢s el haber considerado, a la ligera, dejar el conjunto del continente pr¨¢cticamente sin defensa frente a un Ej¨¦rcito Rojo entonces en la cima de su poder¨ªo. Si las cosas se han desarrollado de otra manera ha sido porque Hiroshima iba a dar a su sucesor, de la noche a la ma?ana, los medios para resistir sin grandes riesgos durante a?os a todas las presiones sovi¨¦ticas. Lo que ha dividido a Alemania, a Europa y al mundo no es, pues, la voluntad de tres hombres: es la espada de Damocles del peligro nuclear.
En realidad, la ¨²nica partici¨®n que tuvo lugar en Yalta es la referente al Extremo Oriente. Se trataba de asegurar la participaci¨®n de la URSS en la fase final de la guerra contra Jap¨®n. Y es as¨ª como Stalin, no contento con recuperar las tierras que el Imperio del Sol Naciente hab¨ªa arrebatado a Rusia en 1904, se hizo ceder algunos trozos de China, sin que ¨¦sta fuera consultada en lo m¨¢s m¨ªnimo. Todo esto, a fin de cuentas, para nada, puesto que cuando el Ej¨¦rcito Rojo se puso en marcha para ajustar sus propias cuentas con Jap¨®n, tres meses despu¨¦s de la capitulaci¨®n del Reich, conforme a los acuerdos concluidos, Hiroshima, desde la v¨ªspera, ya no era m¨¢s que un mont¨®n de cenizas. De aliado indispensable, de la noche a la maf¨ªana la bomba hab¨ªa hecho de la URSS, para Estados Unidos, un compa?ero inc¨®modo, destinado a convertirse en un rival.
No se trata de una partici¨®n eterna
Pero, ?por qu¨¦ entonces ese mito de Yalta-partici¨®n del mundo? ?La culpa recae, como se ha dicho muy a menudo, en De Gaulle? Cuando se releen sus Memorias de guerra m¨¢s bien se sorprende uno de su discreci¨®n sobre el tema. Ciertamente, estaba furioso porque Francia, en su persona, no hubiera sido invitada a la conferencia; no ten¨ªa la menor duda de que las cosas se hubiesen desarrollado mejor si ¨¦l hubiese estado all¨ª. Pero tampoco pod¨ªa olvidar que fue en Yalta donde Francia recibi¨® un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y una zona de ocupaci¨®n en Alemania, lo que le devolv¨ªa el estatuto de gran potencia que ¨¦l tan vivamente deseaba.De hecho, es sensiblemente m¨¢s tarde cuando se ha acreditado en Francia la leyenda de la partici¨®n deliberada, habi¨¦ndose alcanzado el colmo del absurdo y de la falta de verdad con ocasi¨®n de la invasi¨®n de Checoslovaquia en 1968, complacientemente explicado por Yalta, cuando en ning¨²n momento se hab¨ªa tratado all¨ª de este pa¨ªs. ?No se hab¨ªa vanagloriado imprudentemente, dos a?os antes, el presidente Ben¨¨s, de haber acordado la suerte del mismo con Stalin, "en unas condiciones", iba a decir a De Gaulle a su vuelta a Londres, "que no hipotecan nuestra independencia"?
M¨¢s que en Francia, es en Estados Unidos donde naci¨® el mito de Yalta. Millones de electores estadounidenses son originario de Europa oriental: soportaban mal el hecho de ver caer del lado sovi¨¦tico a sus hermanos que hab¨ªan permanecido en los distintos pa¨ªses. Resultaba tentador para el Partido Republicano hacer recae sobre Roosevelt, y por consiguiente sobre los dem¨®cratas, la responsabilidad del abandono de esos pa¨ªses, en las garras del oso sovi¨¦tico, y no se privaron de ello; lo que, por otra parte, llev¨® a Truman a hacer publicar las actas de la conferencia de Crimea. Pero, ?qui¨¦n tiene el valor de leerse ese interminable documento?
De todas maneras, basta con recorrer la cr¨®nica de los a?os de la guerra fr¨ªa y de la pretendida distensi¨®n para darse cuenta de que, si hubo partici¨®n, ¨¦sta no ha dejado de ser puesta en cuesti¨®n. Como dec¨ªa Jruschov con su habitual franqueza, para la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en efecto, el statu quo no podr¨ªa ser concebido m¨¢s que como una forma din¨¢mica, puesto que, como tambi¨¦n dec¨ªa, la historia ha inscrito desde siempre en su programa el triunfo final del socialismo. Lo que Kennedy deb¨ªa resumir en una f¨®rmula sobrecogedora: "Lo que es m¨ªo es m¨ªo; lo que es tuyo es negociable".
?C¨®mo imaginar, por otra parte, que una Uni¨®n Sovi¨¦tica salida de la guerra totalmente desangrada, arruinada y todav¨ªa plenamente alimentada de su fe bolchevique iba a concurrir gentilmente -como en el fondo le exig¨ªa Roosevelt- a la consolidaci¨®n de un orden mundial dominado por unos Estados Unidos convertidos, en gran parte gracias a la guerra, en el pa¨ªs m¨¢s rico y m¨¢s poderoso de todos los tiempos?
La bestia dormida
No existe ejemplo alguno de una alianza que sobreviva mucho tiempo al peligro contra el cual se constituy¨®. En el momento de Yalta, Alemania ya estaba invadida, su capitulaci¨®n no era m¨¢s que una cuesti¨®n de meses. Pero la preocupaci¨®n principal sigue siendo todav¨ªa la de impedir a la bestia que se despierte, desmilitarizarla, ponerla definitivamente fuera del estado en que pueda causar da?o. El d¨ªa en que nos demos cuenta de que la derrota la ha vacunado para mucho tiempo contra el esp¨ªritu de conquista y que el revanchismo de que se le acusa f¨¢cilmente en Mosc¨² no existe m¨¢s que en una muy peque la minor¨ªa de la poblaci¨®n, ese d¨ªa se demostrar¨¢ que la guerra fr¨ªa ha tomado el relevo de la guerra pura y simple.
De ah¨ª las m¨²ltiples crisis e incluso los m¨²ltiples conflictos armados de que est¨¢ jalonada la historia de la posguerra. A fin de cuentas, el ¨²nico continente en el que, dejando aparte el doble cisma yugoslavo y alban¨¦s, no se ha movido la l¨ªnea de demarcaci¨®n entre el Este y el Oeste, a pesar de las dos crisis de Berl¨ªn, a pesar d las tentativas comunistas en Por tugal despu¨¦s de la revoluci¨®n de los claveles, es el nuestro, es Europa. Y es un hecho que en el curso de los a?os se ha establedido sobre este punto una especie de acuerdo t¨¢cito. Todo pasa como si, con la ayuda de la disuasi¨®n mutua, cada uno de los dos campos hubiera hecho suya la doctrina estadounidense de la contenci¨®n (containment) elaborada en 1947 por George Kennan, en nombre de la cual conviene oponerse, si es preciso por la fuerza, a todo avance del adversario.
?Durar¨¢ eternamente esta situaci¨®n? ?Habr¨¢ siempre soldados del Oeste y del Pacto de Varsovia frente a frente a lo largo de un eterno tel¨®n de acero, de un eterno muro de Berl¨ªn? Resulta dificil creerlo, aunque no fuera m¨¢s que porque la historia, por definici¨®n, es cambio. Como lo ha dicho de una vez por todas Lenin, toda partici¨®n resulta de una relaci¨®n de fuerzas, y la modificaci¨®n de esa relaci¨®n de fuerzas conduce, m¨¢s pronto o m¨¢s tarde, a una puesta en cuesti¨®n de la partici¨®n. ?C¨®mo se producir¨¢ esta puesta en cuesti¨®n? ?En el estruendo del apocalipsis nuclear? ?Por el debilitamiento progresivo de las potencias imperiales, o de una u otra de ellas? ?Por deslizamiento de Alemania hacia el neutralismo?
El tiempo que vivimos no es el de los grandes profetas: no tenemos un Napole¨®n, un Tocqueville, un Trotski o un De Gaulle, esos hombres "para los que nuestros destinos", seg¨²n Corneille, "son libros abiertos". Los previsionistas yerran a menudo, y en la grandiosa paleta de Solyenitsin faltan los colores de la ni?a Esperanza. Pero si existe una evidencia que d¨¦ testimonio de todo, es la de que el siniestro tel¨®n que corta Europa en dos nunca ha sido tan per¨ªneable a las ideas, a las palabras y ahora a las im¨¢genes que, si los veh¨ªculos blindados no se encargan antes de ello, alg¨²n d¨ªa lo reducir¨¢n a polvo.
es director del diario franc¨¦s Le Monde.
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