Un recuerdo
A mis 17 a?os le¨ª con extra?a fascinaci¨®n Let¨ªzia, de Salvador Espriu. Aquello semejaba una puerta que se abr¨ªa a largos y misteriosos pasadizos, un tanto suntuosos y sombr¨ªos, de una literatura que no se parec¨ªa a ninguna otra. Viv¨ª con la obsesi¨®n del mundo creado por Espriu (de quien hab¨ªa le¨ªdo entre tanto sus restantes libros) todos m¨ªs a?os de aprendizaje, que fueron los de mi paso por la Universidad, hasta que, salido de ella, un d¨ªa le conoc¨ª. Me dio cita en su casa, y reencontr¨¦, como en un sue?o, los largos pasillos y los suntuosos salones que a?os atr¨¢s hab¨ªa entrevisto en su Let¨ªzia y en su Fedra. Al final del laberinto, en una rotonda de mullidos sillones y con relojes de p¨¦ndulo a la que me condujo la doncella, me esperaba, circunspecto, irreprochable y atento, Salvador Espriu. Desde los balcones pod¨ªa yo ver hacia abajo la arboleda del paseo de Gr¨¢cia. Aqu¨ª empez¨® nuestra amistad. Hablaba con una precisi¨®n absoluta, arrastrando unas pausas que raramente quebraba, a no ser por impulsos de indignaci¨®n o regocijo, que eran muy raros. Yo contemplaba al maestro de una prosa rarifica da, tensa y dificil; era, para m¨ª, la punta avanzada de la literatura catalana hacia Europa. Le le¨ªa mis cuartillas. Me sonre¨ªa. En una ocasi¨®n me comunic¨® su deseo de que le escribiera un pr¨®logo para su libro Les can?ons d'Ariadna (1949). Lo hice, sacando fuerzas de mi flaqueza, declarando mi familiaridad libresca con las Xis dames en noire, con los Orlandis, con Teresa Orfila y Secundina, que entresacaba del retablillo de personajes de Espriu. Dije que lo grotesco hab¨ªa alcanza do las m¨¢ximas posibilidades con la utilizaci¨®n de dialectalismos y cacofon¨ªas. Despu¨¦s anunci¨¦ que Ariadna, rom¨¢ntica y educada en Alemania, sent¨ªa de cuando en cuando el paso del tiempo y la gravitaci¨®n inexorable del destino. Por eso, su voz, en las tardes tibias de Sinera, se hac¨ªa espectral y tr¨¦mula, deslizante y fun¨¢mbula, germ¨¢nica y crepuscular, "rera el guany impossible d'aquella aigua de plata". Hubo luego un malentendido. Dejamos de vemos asiduamente. Siento por ello un cierto remordimiento, a pesar de mi mantenida y creciente admiraci¨®n. Seguimos escribi¨¦ndonos (¨¦l, con su letra microsc¨®pica), pero de hecho apenas nos vimos ya. En una de sus cartas (que ahora estoy descifrando) me dec¨ªa: "Estoy literalmente entusiasmado por la obra que est¨¢ usted escribiendo. Seguro que ser¨¢ una maravilla, y me gustar¨ªa ya verla acabada". Le agradec¨ªa yo estas amables frases, dichas sinceramente, y pensaba c¨®mo corresponder a su entusiasmo, que sol¨ªa repetirse. Acababa por mandarle casi siempre un libro de un poeta antiguo con mi tarjeta.Espriu acab¨® convirti¨¦ndose en una de las m¨¢ximas figuras de la literatura catalana. Hace unos a?os me honr¨¦ figurando como uno de los tres proponentes del ingreso de Salvador Espriu en el seno de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. Finalmente, el d¨ªa 6 de este mes le¨ªa su discurso de ingreso sobre Rossell¨® P¨®rcel. Lo encontr¨¦ muy acabado. Nos abrazamos al finalizar el acto.
Ahora, la muerte le ha arrebatado de entre nosotros. Su muerte representa un aut¨¦ntico luto para sus lectores, para el pa¨ªs; es decir, una aut¨¦ntica desgracia para Catalu?a.
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