Una peque?a obra maestra

Una delle ultime sere di carnevale es la despedida del veneciano Carlo Goldoni de su ciudad, pocos d¨ªas antes de salir hacia Par¨ªs (1762). La acci¨®n transcurre en casa de maestro tejedor Zamaria. Los personajes, tejedores, un dibujante una bordadora, gentes del oficio o relacionados con ¨¦l, acompa?ados de sus familiares, van llegando a la casa del sior Zamaria, donde est¨¢ prevista una cena y luego un baile. Llegan a la casa, se sientan, charlan entre ellos. Poco a poco vamos conoci¨¦ndolos. Son burgueses, gente sin demasiado atractivo (aparentemente, claro), m¨¢s bien vulgares, exponentess, de la nueva comedia, criaturas de la gran apuesta galdosiana, en cuyas fisonom¨ªas, en cuyo lenguaje, en cuyos gestos todav¨ªa se aprecia a medio borrar la etiqueta de la Commedia dell'arte.

Los personajes charlan entre s¨ª juegan a las cartas, a la meneghella -un juego veneciano que se juega por parejas-, cenan unos raviolis y unos capones, siguen charlando gast¨¢ndose bromas, al tiempo que se va tejiendo una intriga amorosa que ha de desembocar en la uni¨®n del sior M¨®molo y la siora Pol¨°nia del sior Zamaria y madama Gatteau, del sior Anzoletto y la siora Domenica. La pieza termina, pues, felizmente, con un baile.

M¨¢s que un Goldoni -el Goldoni que aqu¨ª se conoce- dir¨ªase de Una delle ultime sere... que se trata de un Chejov. La misma importancia del ritmo, decisivo, la misma estructura musical. Una vez se ha dado con ese ritmo, la partitura, de voces y gestos nuevos y viejos a la vez puede convertirse en una maravilla. El texto, aparentemente insignificante en su lectura, da pie a un espect¨¢culo fascinante, a una peque?a obra maestra.

Eso lo ha conseguido plenamente Llu¨ªs Pasqual. Su montaje es una gran lecci¨®n de teatro a la que por desgracia no estamos demasiado habituados. Lecci¨®n que se produce, claro, en el Lliure, con la gente del Lliure, lo cual no es casual. Hace falta una formaci¨®n con el rigor y la disciplina del Lliure, conoci¨¦ndose como se conocen entre ellos, para que se produzca el milagro. Todos y cada uno de los int¨¦rpretes son excelentes. Pero dentro de esta envidiable calidad me parece justo destacar la interpretaci¨®n de Teresa Lozano en la siora Marta, una caracter¨ªstica de la gran escuela, que coloca sus frases con rara precisi¨®n apoy¨¢ndose en una m¨ªmica no menos precisa, instintiva, como si se tratase de una garza, as¨ª como la de Carlota Soldevila, una madama Gatteau francamente estupenda.

Un trabajo, en definitiva, cosido a mano, con la marca del Lliure, del mejor Lliure; un espect¨¢culo divertid¨ªsimo en el que int¨¦rpretes y director nos muestran un nuevo Goldoni al tiempo que nos ofrecen, insisto, una gran lecci¨®n de teatro.