Primavera enrejada
Los reclusos de Carabanchel han celebrado la Regada del buen tiempo con una semana cultural
Rafael Alberti recibi¨® una llamada telef¨®nica en su apartamento de la calle de la Princesa. "Oiga, le llamo desde el interior de la prisi¨®n de Carabanchel; soy Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa, un preso, y quer¨ªa pedirle un favor". Alberti escuch¨® con atenci¨®n, y, sin que Jos¨¦ Manuel tuviera que repetirlo, acept¨® encantado que la asociaci¨®n cultural que los presos de Carabanchel estaban creando adoptara su nombre. Eso ocurri¨® a comienzos del pasado invierno.El pasado lunes, unos 800 presos aclamaban al poeta, con el grito de "eres el mejor", en el patio de la tercera galer¨ªa de la prisi¨®n madrile?a. Alberti, gorra sobre su melena blanca, bufanda al cuello y libro de la colecci¨®n Austral en la mano, hab¨ªa terminado la lectura del Prendimiento de Anto?ito el Camborio, de Federico Garc¨ªa Lorca. El escenario del recitado era uno de los m¨¢s ins¨®litos que el poeta haya podido tener en su larga y aventurera vida.
Alberti estaba sobre unas tarimas adosadas a un muro de ladrillo visto, cinco alturas y multitud de peque?as ventanas enrejadas. En ese muro, una pancarta de la Asociaci¨®n Cultural Rafael Alberti donde se le¨ªa: "Fiesta de la Primavera. La cultura, un camino hacia la libertad". Cuando levantaba la mirada de sus papeles, el poeta ve¨ªa a un mont¨®n de gente sentada en sillas met¨¢licas, una colecci¨®n de personajes que disparar¨ªa los peores temores de un peque?o comerciante; tipos tatuados, cubiertos de cicatrices, con miradas de lobo solitario, que han pasado la mayor parte de su vida adulta intentado sobrevivir en el trullo. Y alrededor de ellos, tres muros de ladrillos, rematados por alambradas; y en una esquina, una torreta circular con focos, c¨¢mara de televisi¨®n y tres guardias civiles que no se perd¨ªan palabra.
Cientos de espa?oles, y tambi¨¦n un buen pu?ado de suramericanos, norteafricanos y negros, concentrados a las cinco de la tarde en punto para celebrar con poes¨ªas la llegada de la primavera, en un patio donde el sol -un sol que en estas fechas se oculta a las siete menos cuarto tras unos espinos met¨¢licos, la peor puesta de sol del mundo- apenas caldea lo que alcanza. Un fr¨ªo patio carcelario con un chiringuito a la derecha del improvisado escenario, una ventana con barrotes, tras la cual un par de presos expenden caf¨¦s a cinco duros.
-?Qu¨¦ es eso?
El interpelado mira de arriba abajo al sujeto que hace una pregunta tan tonta, y responde: "Eso, chaval, es el economato de la tercera, la cocinilla". No hay bebidas alcoh¨®licas en el chiringuito, prohibido emborracharse en la c¨¢rcel, que cada cual alimente sus vicios como pueda.
A la izquierda del patio, seg¨²n se mira a Alberti, est¨¢ el ¨²ltimo rinc¨®n soleado, y all¨ª unas docenas de sujetos que pasan de poes¨ªas, que fuman sentados y solos, juegan a los dados en peque?os grupos, o caminan en parejas, con ese andar carcelario de pasos firmes, decididos, r¨ªgidos, que s¨®lo llevan a una pared, media vuelta, y otra pared.
Pues bien, para que Alberti pudiera leer el romance de Lorca y otros versos suyos en ese patio hab¨ªan sido precisas no pocas gestiones. Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa, 29 a?os ex funcionario de la Diputaci¨®n de Madrid, una larga condena sobre sus espaldas, de la que cumplido 21 meses, realiz¨® un buen n¨²mero, de ellas. Una vez constituida la Asociaci¨®n Cultura? Rafael Alberti, iniciativa de reclusos apoyada por educadores y asistentes sociales de la prisi¨®n, decidi¨® presentarse en la sociedad carcelaria con una celebraci¨®n del renacer de la vida en primavera.
Problemas organizativos
S¨®lo hab¨ªa que dise?ar el programa de fiestas, y aqu¨ª empezaron los problemas. Para empezar, Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa no lograba encontrar de nuevo a Alberti. En el apartamento de Princesa respond¨ªa siempre un contestador autom¨¢tico. Entonces tuvo la s¨²bita inspiraci¨®n de telefonear a Juan Antonio Bardem, a quien hab¨ªa conocido a?os atr¨¢s. Bardem le dijo que en fechas pr¨®ximas iba a comer con Alberti, en el teatro Mar¨ªa Guerrero, y que le transmitir¨ªa el mensaje. Una vez que supo que le buscaban para abrir los festejos carcelarios, todo march¨® como la seda con el poeta.Nuevos problemas aparecieron con las atracciones que Daniel Vel¨¢zquez hab¨ªa prometido llevar al patio de la tercera los pasados martes y mi¨¦rcoles. El promotor de espect¨¢culos hab¨ªa asegurado la presencia de algunos artistas que ¨¦l representa, hab¨ªa mencionado los nombres de Moncho Borrajo, Tr¨®pico de C¨¢ncer y Los Elegantes, pero el martes y mi¨¦rcoles los reclusos tuvieron que montarse la fiesta solos, con cuatro guitarras y m¨²sicos de andar por casa.
El jueves s¨ª que se cumpli¨® el programa; los chicos y chicas del Centro Social y Cultural Joan Mir¨®, de M¨®stoles, aficionados de menos de 20 a?os, se atrevieron con Dios, una pieza teatral de Woody Allen.
-?Woody Allen?
-S¨ª, hombre; aquel que en una pel¨ªcula se escapaba del talego con una pistola de jab¨®n pintada de negro, y, cuando ya estaba en el patio, llov¨ªa y se quedaba con el culo al aire. La cara de pringao que pon¨ªa el t¨ªo.
El susto vino esta vez por las tensiones entre funcionarios y presos, que vinieron a recordar que el patio de la tercera no es un local de Broadway. Un funcionario present¨® el espect¨¢culo con una frase desafortunada: "Quien quiera ver la obra, que se ponga enfrente. Y si no, a las galer¨ªas". El subsiguiente broncazo amenaz¨® con llevar al traste el trabajo de meses, as¨ª que uno de los presos de la asociaci¨®n se subi¨® al escenario, dijo que las palabras del funcionario no eran el modo de decir las cosas, y solt¨®: "Por favor, enrollaos y sentarse en las sillas los que quer¨¢is ver la obra de teatro". La calma lleg¨® al patio, y luego las risas.
Acabadas las risas, hacia las siete de la tarde, regresaron las tensiones. Los funcionarios apremiaron a la gente para que volviera a sus galer¨ªas, que iba a haber recuento, y luego cena, y a las diez de la noche hay que estar chapados, cada cual en su chabolo, con la puerta bien cerradita. Un recluso se neg¨® a apresurarse, quer¨ªa ver de cerca a las actrices; un funcionario le empuj¨®, y, en un abrir y cerrar de ojos, hubo en el centro del patio un remolino de 40 personas, presos y funcionarios, los ¨²ltimos apenas distinguibles por sus chaquetas azules. La cosa no pas¨® de gritos y achuchones.
Todos estos d¨ªas pasados, a las siete de la tarde, se terminaba la ilusi¨®n vivida durante dos horas. Los presos se quedaban dentro. Int¨¦rpretes e invitados dejaban Carabanchel. Al emprender el regreso a la calle, estos ¨²ltimos atravesaban la tercera galer¨ªa. All¨ª se deten¨ªan asombrados unos instantes y escuchaban el piar de muchos p¨¢jaros, cientos de ellos. Los p¨¢jaros son la primavera de Carabanchel.
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