La tragedia de la cultura moderna
En un siglo no pobre, sin duda, en fil¨®sofos epocales -de Wingenstein a Heidegger, de Russell a Sartre-, Gy?rgy Luk¨¢cs brilla, ciertamente, con luz propia. Tampoco habr¨ªa que justificarlo demasiado, a pesar de ciertos desv¨ªos previsibles. Y comprensibles. Desde su condici¨®n de te¨®rico tan conflictivo como central, durante seis d¨¦cadas cruciales, de la tradici¨®n emancipatoria inaugurada por Marx hasta la nada com¨²n polifon¨ªa de su discurso inagotable -el del ¨²ltimo prolih¨ªstor de la gran tradici¨®n cl¨¢sica-, todo habla, con la seguridad del t¨®pico, a favor de ello. Como lo hace tambi¨¦n, m¨¢s all¨¢ de la desmemoria de tanta urgencia posmoderna y al hilo de apariencias ¨²ltimas m¨¢s exaltadas, tal vez que sometidas a la lupa implacable del an¨¢lisis, su significativa lejan¨ªa: la de la vasta corriente de cr¨ªtica de la cultura moderna coagulada en torno a Max Weber en el Heidelberg anterior a la primera gran guerra, a los diferentes vitalismos y a la galaxia organicista, en fin, de las ciencias del esp¨ªritu en que, m¨¢s all¨¢ incluso de la propia univocidad marxista -o enriqueci¨¦ndola a su manera desde todos esos supuestos-, se inserta y a la que por derecho propio y con peculiar protagonismo pertenece.Es posible, en efecto, que la, por lo dem¨¢s nada homog¨¦nea, actitud neorrom¨¢ntica de los cr¨ªticos del (supuesto) proceso de autodestrucci¨®n de la Ilustraci¨®n -o de la Modernidad, si se prefiere- por la v¨ªa de su consumaci¨®n unilateral desmesurada, de T?nnies a Simmel y del joven Luk¨¢cs a la teor¨ªa cr¨ªtica de Adorno y Horkheimer, no sea ya la nuestra, como viene subrayando ¨²ltimamente, con su habitual gesto de albacea testamentario de la Escuela de Francfort finalmente decidido a caminar por la v¨ªa de la positividad reconciliada, J¨¹rgen Habermas. Pero tambi¨¦n lo es, como no deja de reconocer asimismo el neoilustrado autor de la Teor¨ªa de la acci¨®n comunicativa, lo contrario. Habermas apunta, claro es, simplemente -acentuando as¨ª a contrario la significatividad del silencio ¨²ltimo sobre Luk¨¢cs- a desarrollos posestructuralistas en boga desde hace algunos a?os o a determinadas relecturas de Nietzsche. Tal vez no resulte, pues, del todo in¨²til tematizarse, en esta saz¨®n del centenario, y por avanzar un poco contra corriente, el dilema a prop¨®sito de esa brillante s¨ªntesis, nada mec¨¢nica ni repetitiva, de motivos weberianos, fichteanos, hegelianos y marxistas que es Historia y consciencia de clase, una s¨ªntesis que marca un punto de inflexi¨®n decisivo en la evoluci¨®n del propio Luk¨¢cs y sin la que posiblemente ni el concepto francfortiano de raz¨®n instrumental ni la filosof¨ªa de la historia desarrollada en la Dial¨¦ctica de la Ilustraci¨®n, de Adorno y Horkheimer, resultar¨ªan, como tantas veces se ha sugerido ya, hist¨®ricamente comprensibles. (Como tampoco lo resultar¨ªan, dicho sea de paso, los aspectos de la anal¨ªtica existencial de Ser y tiempo sobre los que ha llamado la atenci¨®n, en este sentido, Lucien Goldmann, ni la nostalgia heideggeriana por un pensar esencial ajeno a la escisi¨®n entre el sujeto y el objeto con que supuestamente se abrir¨ªa la Modernidad, ni, en fin, la Krisis, del viejo Husserl, en plena revisi¨®n de su inveterado optimismo racionalista-ilustrado.)
Habermas ha preferido sobrevolar, ciertamente, la cuesti¨®n en su ¨²ltima gran, obra, centr¨¢ndose, no sin cierta raz¨®n gen¨¦tica parcial, desde luego, en la deuda de todas esas corrientes con la influyente teorizaci¨®n weberiana del proceso de construcci¨®n de la Modernidad occidental como proceso de racionalizaci¨®n sui g¨¦neris. S¨®lo que con ello la cuesti¨®n -que es, en definitiva, la de la cr¨ªtica ¨¦tica radical de las formas de vida universalizadas por el capitalismo industrial moderno- ha venido a quedar sesgada. O al menos eso quisi¨¦ramos sugerir aqu¨ª.
La era de la pecaminosidad consumada
Ya en su Historia evolutiva del drama moderno (obra escrita en h¨²ngaro en 1908 y publicada en 1911) laten y operan todos los motivos centrales de la cr¨ªtica de la artificiosidad creciente de la civilizaci¨®n capitalista desarrollados por T?nnies y Simmel: desde la llamada de atenci¨®n sobre la oposici¨®n entre el car¨¢cter org¨¢nico, moralmente integrado, de la vida comunitaria de las ¨¦pocas precapitalistas y el car¨¢cter mec¨¢nico, abstracto y fragmentado de la existencia en las grandes urbes crecidas al calor de la industria moderna hasta la denuncia del dominio aplastante de lo cuantitativo y del mero valor de cambio por obra de la conversi¨®n de todo en mercanc¨ªa bajo el universal imperio de un dinero en el que Simmel percib¨ªa "algo de la esencia de la prostituci¨®n".
Si en esta obra Luk¨¢cs explicaba, en orden a la citada tensi¨®n, la diferencia entre el car¨¢cter cada vez m¨¢s conflictivo del drama moderno y la ingenuidad o la organicidad del drama antiguo, en El alma y las formas -obra que vio la luz, en alem¨¢n, en 1911- ven¨ªa a desarrollar una muy singular apolog¨ªa de la tragedia. Para este Luk¨¢cs juvenil, inspirador de algunos pasos c¨¦lebres de las Consideraciones de un apol¨ªtico, de Thomas Mann, en la tragedia tomaba cuerpo formal paradigm¨¢tico la vida
La tragedia de la cultura moderna
esencializada o verdadera, una vida que no dudaba en oponer con todas sus fuerzas a la trivialidad de la vida cotidiana, devaluada por el relativismo, el compromiso y los mil y un mecanismos de acomodaci¨®n forzosa. Con el consiguiente elogio, claro es, de la existencia tr¨¢gica como manifestaci¨®n de un modo de existencia aut¨¦ntico opuesto a la ¨¢rida racionalidad de la vida corriente o a las usuales aspiraciones a la seguridad, consideradas -mucho antes de que viniera a hacerlo Heidegger con el lenguaje de su anal¨ªtica existencial- como modos de la impropiedad vital...Modelo de est¨¦tica filos¨®fica
En esta metaf¨ªsica de la tragedia, de tantas connotaciones kantianas, el conflicto entre los valores aut¨¦nticos y el mundo inaut¨¦ntico, entre el yo emp¨ªrico de la vida cotidiana y el yo inteligible representado por la verdadera obra de arte y su horizonte absoluto, era vivido, ciertamente como insoluble. Y, en cierto modo, como esencial. En la obra llamada a consumar la versi¨®n lukacsiana del usual paso de toda esa generaci¨®n de Kant a Hegel, la Teor¨ªa de la novela -obra publicada en 1920, en la que Adorno a¨²n percib¨ªa en 1958 un "modelo de est¨¦tica filos¨®fica" de "valor vigente"-, la historicidad concreta pasaba, en cambio, a dibujar ya su presencia. En sus penetrantes an¨¢lisis de la epopeya hom¨¦rica como fruto de un mundo de perfecta armon¨ªa entre objetividad y subjetividad, y de la novela moderna como fruto, a su vez, de la escisi¨®n que late en sus or¨ªgenes, esa escisi¨®n que abre un escenario trascendental en el que, consumada la ruptura entre la acci¨®n y la interioridad, el individuo busca un obligado refugio en los ideales y en la esfera subjetiva, esta presencia se ve debilitada a¨²n, sin duda, por esa tendencia a operar con esquemas abstractos tan caracter¨ªstica de la metodolog¨ªa de las ciencias del esp¨ªritu. Pero el ahondamiento en los rasgos materiales definitorios del mundo inarm¨®nico del que la novela ven¨ªa a ser expresi¨®n literaria -y en las l¨ªneas de su posible superaci¨®n en un estadio civilizatorio m¨¢s elevado- que tomar¨ªa cuerpo definitivo en Historia y consciencia de clase quedaba ya, en cualquier caso, anunciado: "La novela es la forma de la ¨¦poca de la pecaminosidad consumada", seg¨²n la palabra de Fichte, y tiene que seguir siendo forma dominante mientras el mundo siga bajo el dominio de esa constelaci¨®n."
El paso del idealismo ¨¦tico, en un marco t¨ªpico de anticapitalismo rom¨¢ntico y de visi¨®n tr¨¢gica del mundo, a una esfera pol¨ªtica y filos¨®fica de intencionalidad, alcance y compromiso epocales nuevos que Luk¨¢cs consuma, de acuerdo con el com¨²n juicio de sus estudiosos, al hilo de la Revoluci¨®n de Octubre y de Historia y consciencia de clase es, de todos modos, en sus registros resolutivos b¨¢sicos, perfectamente conocido. Dif¨ªcilmente podr¨ªamos ahondar aqu¨ª, por lo dem¨¢s, en su caracterizaci¨®n del capitalismo como hogar de la cosificaci¨®n y del devorador dominio de la raz¨®n instrumental, en su concepto de consciencia de clase posible o atribuida, en su llamada a favor de una dominaci¨®n racional de los hombres sobre el proceso de producci¨®n que a la vez que lo ponga al servicio de "necesidades y valores aut¨¦nticamente humanos" abra el "reino de la libertad", en su mesianismo revolucionario o en su no menos debatida recusaci¨®n de la dial¨¦ctica de la naturaleza...
Que Luk¨¢cs haya vivido, hasta su muerte a los 86 a?os, sus sucesivas autocr¨ªticas, as¨ª como el buscado sacrificiuum intellectus de El asalto a la raz¨®n o su silenciosa coexistencia con el estalinismo como hitos necesarios de su nada f¨¢cil compromiso militante con el movimiento obrero revolucionario en a?os de oscuridad y que Adorno los haya interpretado, desde su dial¨¦ctica de la negatividad pura, como ejemplo paradigm¨¢tico de "reconciliaci¨®n forzada", no es cosa que a nadie medianamente decidido a aplicar su imaginaci¨®n dial¨¦ctica a esta ¨¦poca tan rica en otras reconciliaciones deba extra?arle demasiado. La coherencia tiene, sin duda, sus niveles. Y su l¨®gica propia, muchas veces no primariamente evidente. Como tambi¨¦n la propia reconciliaci¨®n, por lo dem¨¢s. Luk¨¢cs muri¨® creyendo, en definitiva, que se adecuaba al sentido en que -equivocado o no- ve¨ªa discurrir las cosas a escala hist¨®rica universal. Habermas, a su vez -y por ejemplificar con su nombre algo m¨¢s que un te¨®rico influyente del momento-, acaba de subrayar lo que hay de definitivamente caduco en la teor¨ªa cr¨ªtica: sus fundamentos normativos, su aspiraci¨®n a una verdad enf¨¢tica y su desprecio de las tradiciones e instituciones de los "Estados democr¨¢ticos de derecho".
Pero tampoco es cosa de ponerse a contrastar ahora grados de lucidez... Es posible que Luk¨¢cs se equivocara y que, como acaba de subrayar Popper, la nuestra sea la mejor de las ¨¦pocas hist¨®ricamente conocidas. Pero tambi¨¦n parece ser algo m¨¢s que una declaraci¨®n de buenas intenciones lo que en ocasi¨®n similar a ¨¦sta recordaba Gerard Vilar. Sencillamente, que los hombres van y vienen, pero la idea de un mundo m¨¢s humano, en el sentido apuntado por algunos de ellos -entre los que, sin duda, hay que situar a Luk¨¢cs-, permanece.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.