La picaresca de la inform¨¢tica
HAY POCAS dudas de que la inform¨¢tica es un fragmento ineludible del futuro. En Espa?a ha entrado en tromba. Una tromba desordenada, pueril y picaresca. Dentro de esa picaresca est¨¢ la proliferaci¨®n de una falsa ense?anza. Aparte de la facultativa, o de la que dan algunos colegios profesionales o algunas escuelas especiales como complemento para su formaci¨®n, han brotado en las ciudades centenares de supuestas academias que especulan con la angustia del paro juvenil, con la necesidad de no perder el tren del futuro y con la ignorancia b¨¢sica. Cobran, contra todo derecho, matr¨ªculas de inscripci¨®n y tarifas elevadas por imaginarios cursillos m¨¢s o menos intensivos, que al final se revelan in¨²tiles o insuficientes y producen corrientes de alumnos hacia otras academias y hacia nuevos pagos de matr¨ªcula. La instalaci¨®n en un piso cualquiera de unos ordenadores simples y anticuados y la presencia de unos profesores generalmente ignorantes resulta bastante para el nuevo negocio. Parece que el imprescindible trato con el ordenador deber¨ªa ya estar programado en los planes oficiales de ense?anza y que las academias fantasmas tendr¨ªan que estar vigiladas, tanto en sus tarifas como en la realidad de sus promesas. Por ahora hay, sobre todo, un autodidactismo bastante fecundo, una forma vertiginosa de familiaridad de los muy j¨®venes con la programaci¨®n y una falta de aprovechamiento en la direcci¨®n de estas facultades de los ni?os-prodigio.La misma idea del ordenador dom¨¦stico o personal est¨¢ penetrando por unas v¨ªas en las que tambi¨¦n hay promesas que no se pueden cumplir. El inocente que mete en su casa un teclado para manejar las cuentas de la casa, sus relaciones con el banco o su agenda telef¨®nica entra de pronto en un v¨¦rtigo de adquisiciones. El gritito de entusiasmo que da cuando ve aparecer en la pantalla de su televisor los primeros signos y alg¨²n peque?o programa se ve amargado pronto por su insignificancia: necesita software. Una casete le calmar¨¢ algo, pero pronto la ver¨¢ demasiado lenta; tendr¨¢ que comprar ampliaciones de memoria, conexiones, unidad de diskette, impresora, nuevas conexiones y un monitor que deje libre el televisor familiar. Descubrir¨¢ entonces que no sabe: fasc¨ªculos, libros y revistas le ir¨¢n mostrando que su ignorancia es excesiva. Solamente saber el basic equivale a aprender un idioma. Pero hay otros idiomas para la m¨¢quina, que no trabaja sola. Si quiere ir m¨¢s all¨¢ de los juegos de marcianos tendr¨¢ que buscar una academia. Y entonces... A la largu¨ªsima lista de espa?oles que pasan su vida intentando aprender ingl¨¦s se suma ya la de quienes est¨¢n siempre intentando aprender el basic.
Parte de esta picaresca est¨¢ en las tiendas improvisadas. Los vendedores pueden ocultar al comprador ignorante el verdadero alcance de lo que compran y los complementos que va a necesitar y los precios en los interfaces y las conexiones. Pero tambi¨¦n pueden ignorarlo ellos mismos: antiguos dependientes de m¨¢quinas de escribir mec¨¢nicas o de electrodom¨¦sticos se ven convertidos en vendedores de microelectr¨®nica, mal reciclados a veces en cursillos que les cuestan sudores de muerte; son incapaces de hacer demostraciones reales o de dar informaci¨®n suficiente. Tambi¨¦n ejecutivos improvisados o una burocracia ignorante producen importaciones incompletas: parte del software imprescindible, incluso muy menor -papel t¨¦rmico o casetes para impresoras-, no se trae o no llega en meses, y dejan m¨¢quinas caras completamente paralizadas. Y en la picaresca puede entrar que grandes y modernas empresas multinacionales, representadas por viejos chapuceros, se nieguen a, vender los complementos que mejorar¨ªan un ordenador con la esperanza de que el usuario decida cambiarlo por un modelo superior, a veces con millones de pesetas de diferencia que se pagan en lugar del diskette de programaci¨®n. Queda fuera de esta diatriba la gran parte seria de la inform¨¢tica: la infinitud de sus posibilidades, su profesionalizaci¨®n, la ense?anza real no s¨®lo de la alta teor¨ªa, sino de la aplicaci¨®n pr¨¢ctica inmediata, los comerciantes honestos y los fabricantes bien representados. A todos ellos es a quienes m¨¢s da?a ese entorno p¨ªcaro que utiliza la propaganda de una realidad para practicar el enga?o y prometer puestos de trabajo o ascensos, que explota la ignorancia y la pobreza. Cualquier control de consumo es ya dif¨ªcil, y sobre todo en estas materias, de las que se sabe, en realidad, tan poco; pero se hace imprescindible que los organismos oficiales, las asociaciones de consumidores y los propios productores e importadores de inform¨¢tica entren de lleno en este cap¨ªtulo.
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