El ama de casa y su salario o de ad¨®nde conduce el amor

Yo quer¨ªa escribir un art¨ªculo serio y documentado sobre el tema que propone el t¨ªtulo. Para ello poseo decenas de cifras de varios pa¨ªses sobre la jornada laboral de las amas de casa, las soluciones propuestas por partidos y grupos feministas y las seudosoluciones adoptadas por algunos Gobiernos y Estados, algunos de los cuales -los m¨¢s civilizados, claro- est¨¢n pagando ya salario a las amas de casa. Pero cuando me pon¨ªa a la tarea, alentada por la ins¨®lita presentaci¨®n de una querella criminal por un grupo de desmelenadas mujeres -supuestamente amas de casa- contra el ¨²ltimo programa de TVE sobre este tema, en el que la participaci¨®n de Carmen Sarmiento aument¨® el frens¨ª hist¨¦rico de las querellantes, tropec¨¦ con un anuncio televisivo que ha cambiado el enfoque de mi art¨ªculo y qui¨¦n sabe cu¨¢ntas cosas m¨¢s en el futuro de mi vida.El anuncio exhibe la imagen de un guapo y joven marido, sentado en el living de su casa leyendo el peri¨®dico, que, de pronto, oye a su esposa con voz meliflua recit¨¢ndole a alguien desconocido una arrebatada declaraci¨®n amorosa. El marido, alarmado ante aquel supuesto indicio de infidelidad, se acerca de puntillas hasta la puerta de la cocina y all¨ª descubre -?oh tranquilidad!- que las palabras amorosas y casi po¨¦ticas de su cast¨ªsima esposa est¨¢n dedicadas a... un estropajo. S¨ª, por favor, quienes no lo hayan visto, cr¨¦anme. Es la primera vez en mi vida, por lo menos que yo me entere, que un objeto como ese es digno de una larga endecha de pasi¨®n, emotividad, ternura y su aquel si no es calentura sexual.

Tanto en la vida cotidiana como en la literatura hemos conocido ejemplos de desiguales y extra?as pasiones amorosas que por ello mismo conclu¨ªan en total fracaso o en ascensi¨®n a los cielos. Desde el desorbitado amor de do?a In¨¦s por el chulo don Juan al encantamiento que obliga a Titania a enamorarse del -aldeano al que Pirck ha pegado la cabeza de burro de cart¨®n, pasando por tantos y tantos casos de jovencitas coladas por machos borrachos mujeriegos y jugadores, y de viejos inservibles empecinados en funcionar con ni?as de 12 a?os a las que acaban matando, rabiosos por su propia impotencia, la variedad de los objetos de la pasi¨®n amorosa me parec¨ªa, por m¨¢s m¨²ltiple, extra?a e irracional que fuese, tan conocida que ning¨²n otro ejemplo podr¨ªa sorprenderme.

Un estropajo como objeto de impulsos amorosos, de fren¨¦tica obsesi¨®n de posesi¨®n, como receptor de un dulce y tierno poema de amor, nunca lo hubiera imaginado. Precisamente por ello, creo que es bueno detenerse a analizar cu¨¢l ha sido la intenci¨®n del publicitario -que se sentir¨¢ genial despu¨¦s de esta muestra de su imaginaci¨®n-, el contenido del mensaje y lo que es peor, como siempre, la indiferencia con que las y los telespectadores han mirado -no s¨¦ si visto- el anuncio.

Naturalmente, el sujeto activo en esta extra?a liaison es una mujer. A nadie se le hubiera ocurrido -ni siquiera a un publicitario- que un hombre le cantase un madrigal a un estropajo. Porque este objeto, duro, formado por una sustancia rasposa que pincha como los cardos, resulta para su amada de m¨¢s utilidad que su marido. La ayuda a arrancar la suciedad de platos y cazuelas, de sartenes y de cubiertos, de fuentes y de m¨¢rmoles, de w¨¢teres y de ba?eras, de suelos y de paredes, y como la enamorada dedica todo su tiempo a tales menesteres, ?c¨®mo no querer a quien le hace la vida m¨¢s grata, la salva de la situaciones dif¨ªciles y la protege, al igual que un moderno Lohengrin, de los rega?os que le ocasionar¨ªa no haber realizado la limpieza en su momento!

Pensando as¨ª, resulta bastante m¨¢s sensato escribirle poes¨ªas de amor a un estropajo que a un marido apaleador, a un novio desconsiderado o a un macarra explotador. Y si a la pasi¨®n por el estropajo se a?ade un buen pasar con un compa?ero soportable, entonces pueden darse por buenos todos los sarampiones del ni?o, las toses del abuelo, las coladas de las cacas, las esperas en el supermercado y otras muchas peplas que conlleva el oficio de ama de casa. Y sumando tanto amor, ¨¦stas puedan darse por bien pagadas con obtener un nuevo estropajo cada vez que el otro se encuentre tan maltrecho que no pueda cumplir con las expectativas de su due?a. Hace ya mucho tiempo que llevo diciendo que el oficio de ama de casa se paga s¨®lo con amor, as¨ª como las mujeres aman para poder trabajar. Pero me refer¨ªa, como ustedes habr¨¢n comprendido, al simple y vulgar amor que la novia espera hallar en su prometido, y en el que est¨¢ segura que le dar¨¢n, para toda la vida, su marido y sus hijos. Ahora acabo de descubrir que el ama de casa cobra mucho m¨¢s amor por su trabajo. Algunos indicios de tales pasiones ya se detectan a diario en la televisi¨®n, desde hace muchos a?os, en las expresiones embelesadas ,que les provoca a las mujeres la visi¨®n de un jab¨®n para lavar la ropa, un spray para quitar el polvo a los muebles, una botella de lej¨ªa o un limpiatodo con el que pueden frotar horas y horas m¨¢rmoles, paredes y suelos. Pero tales sentimientos no se hab¨ªan traducido todav¨ªa en palabras de amor tan apasionadas como las de la protagonista de ese anuncio a su estropajo. Y aqu¨ª est¨¢ la clave de todo.

Capaces de enamorarse

Mientras las mujeres sean capaces de enamorarse, no ya de un macho rijoso, desconsiderado y hasta apaleador, sino tambi¨¦n de estropajos, lej¨ªas y jabones de lavar la ropa, ?para qu¨¦ van a querer cobrar por su trabajo? El amor lo cura todo, y ya se sabe que, en cuanto se trata del trabajo de las mujeres, tambi¨¦n lo paga todo.

Solamente los hombres tienen derecho a cobrar por trabajar. Los hombres libres, se entiende, que la esclavitud fue -y es- un buen invento para obligar a trabajar a la gente s¨®lo por la comida. Las amas de casa -y el 99% de las mujeres lo son, aunque a la vez cumplan con un trabajo asalariado- trabajan por la comida, la casa y su lugar en la mitad del lecho conyugal, cuando el marido en un momento de enfado no las tira al suelo de un empuj¨®n.

En pa¨ªses donde estas cosas se calculan, aunque no se cambien, se sabe que la jornada laboral de un ama de casa oscila entre 25 y 90 horas semanales, seg¨²n el n¨²mero de hijos. En todas partes. Precisamente en Mosc¨² nos contaba un miembro del PCUS, especialmente designado para ello, que mientras los hombres no pueden trabajar m¨¢s de 40 horas semanales, por imperio de la ley, las mujeres trabajan 80, porque despu¨¦s de su jornada legal y pagada tienen que comprar y lavar y atender a los ni?os y fregar. Lo que no supe es si las sovi¨¦ticas aman a sus estropajos tanto como las espa?olas.

Si a las conocidas y pedestres tareas dom¨¦sticas sumamos el cuidado de los enfermos de laf¨¢milia, de los ancianos que chochean, de los j¨®venes que se pican o de los dementes que ning¨²n manicomio quiere, resulta que las amas de casa trabajan m¨¢s horas que ning¨²n otro trabajador del mundo, compensadas por la moneda m¨¢s invisible, perecedera, voluble y abstracta del mundio: el amor. Claro que, si es cierto que se puede sentir una pasi¨®n por los estropajos, quiz¨¢ la caca del beb¨¦, los mocos del ni?o, los gargajos del viejo, el mono del yonqui, los ataques del psic¨®pata y los palos del marido est¨¦n suficientemente pagadas con la apasionada relaci¨®n que el ama de casa establece con la lej¨ªas, los sprays limpiarnuebles y las aspiradoras del polvo.

En total, que, si hace unos momentos pensaba que las amas de casa, como trabajadoras que son, que producen riqueza aunque no se contabilice en el producto nacional bruto, imprescindibles socialmente para mantener este mundo con un poco menos de mierda de la que tendr¨ªa si declararan la huelga que todav¨ªa no han comenzado, deben cobrar un salario por su trabajo como todo trabajador libre, ahora ya no estoy tan segura de que lo necesiten. Puesto que por amor cualquiera es capaz de los mayores desatinos.

Quiz¨¢, quiz¨¢ sea cierto que las amas de casa, cuando ya no las compensa el amor de un marido apaleador ni los desdenes de hijos adultos que ni las visitan en Navidad, ni los padres que las fastidiaron toda la vida, derivan su pasi¨®n hacia los estropajos, y la sensaci¨®n de abarcar con la mano esa materia rasposa para frotar y frotar cazuelas y m¨¢rmoles y suelos resulta tan er¨®tica, tan afectiva, tan comunicativa que las compensa sobradamente de las 45 horas de trabajo semanales, sin horario fijo, sin vacaciones, sin seguro por accidentes de trabajo ni enfermedad profesional, sin sindicatos, sin jubilaci¨®n, sin descanso y sin futuro. Que el amor lo puede todo, sobre todo si es por los estropajos.

Esquemas demag¨®gicos

Y que nadie me confunda -aunque ya ser¨ªa curioso que a estas fechas todav¨ªa hubiese quien me confundiera- con los demag¨®gicos esquemas fascistas del sindicato de amas de casa propugnado por Falange. Porque t¨ªpicos ejemplos de esa misma demagogia han sido los sindicatos verticales y amarillos, la Seguridad Social franquista, las magistraturas de trabajo y otros ingeniosos inventos destinados a confundir a los trabajadores sobre sus verdaderos y aut¨¦nticos intereses de clase. Y no por ello ning¨²n sindicalista reniega de su organizaci¨®n y del movimiento obrero, o renuncia a exigir aumentos de salarios y ventajas varias en su vida laboral.

Estas est¨²pidas comparaciones ¨²nicamente sirven para embrollar m¨¢s la ya desorientada cabeza de las mujeres, que entre una y otras consignas: "?Que si no hay que cobrar nada porque haremos la revoluci¨®n y entonces todo se arreglar¨¢; y no pid¨¢is salario ni sindicato porque eso es fascista; y, si cobr¨¢is, entonces no querr¨¦is salir de casa a trabajar en ese puesto de trabajo que est¨¢ ah¨ª, a la vuelta de la esquina, esper¨¢ndoos, y al que despreci¨¢is por vagas y est¨²pidas ¨²nicamente!"; consignas gritadas por quienes apenas han ejercido de amas de casa y que sobre todo consiguen grandes compensaciones a las congojas que conlleva tal oficio, tales como escribir, discutir en el Parlamento, viajar por ex¨®ticos e interesantes pa¨ªses extranjeros y otorgar conferencias de prensa, compensaciones que ninguna de los 10 millones de mujeres que no tienen otra calificaci¨®n profesional que sus labores obtienen ni obtendr¨¢n nunca en su vida, y que, por tanto, acaban -como sospecha con buen tino el publicitario en cuesti¨®n- enamor¨¢ndose de su estropajo.