Un barco s¨®lo 'para ir'...
Con la primavera empiezan a salir en los peri¨®dicos anuncios de viajes mar¨ªtimos, esos cruceros que prometen maravillas del pasado egipcio, griego, turco, tunecino, siciliano desde el confort de un barco moderno. Nunca ha habido m¨¢s gente que viajara por mar, nunca ha habido m¨¢s descubridores del horizonte marino a la puesta del sol y de la gracia relajante de un d¨ªa en alta mar.Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en que se viajaba no s¨®lo como par¨¦ntesis entre puerto y puerto, sino para trasladarse. Cuando el barco, adem¨¢s de veh¨ªculo de placer y de cultura, lo era de transporte, cuando -los j¨®venes se asombrar¨¢nuno prefer¨ªa, y digo prefer¨ªa porque ya pod¨ªa elegirse, cinco o seis d¨ªas de buque a nueve o diez horas de avi¨®n.
Hab¨ªa barcos gigantes como mundos flotantes: eran el Queen Elizabeth o el Queen Mary; el primero ten¨ªa 83.000 toneladas de desplazamiento; el segundo, 8 1.000. Para apreciar estas cifras recu¨¦rdese que un barco de cerca de 18.000 toneladas es ya id¨®neo para los cruceros y que el mayor de los que hoy existen, el Queen Elizabeth II (Queen two para los habitu¨¦s) tiene s¨®lo 66.000 toneladas.
El impresionante Queen Mary fue mi hotel al realizar mi primer viaje desde Nueva York a El Havre en 1951, el viaje que ten¨ªa que convertirme en barcoadicto. Todav¨ªa viajaba en ¨¦l un mundo que periclitaba, un mundo de incre¨ªbles diferencias sociales. Conservo a¨²n la lista de pasajeros, con datos como ¨¦stos: "Lord Spencer and valet; Lady Spencer and maid". Es decir, el ayuda de c¨¢mara y la doncella no ten¨ªan personalidad de seres humanos. Exist¨ªan s¨®lo en cuanto estaban incorporados a una personalidad ilustre.
Leyendo a?os despu¨¦s la Prensa he recordado a aquella gente, y en algunos casos, temido por su suerte ulterior, como aquella familia cubana a la que imagino deshar¨ªa el vendaval castrista, con un jefe patriarca que nos imploraba en las fiestas, con el dulce tono habanero: "Dejadme pagar, por favor, soy el m¨¢s viejo".
Y aparte de: los que estaban all¨ª porque hab¨ªan nacido ricos o nobles, estaban los que se hab¨ªan encaramado. por su triunfo en la pol¨ªtica y, el espect¨¢culo. As¨ª ve¨ªamos pasar por el incre¨ªble calidoscopio que es el puente de sol a un Ben Gurion siempre con sus guardaespaldas, a un Noel Coward que confirmaba su afici¨®n a navegar a la que ha aludido repetidas veces en sus obras o a Charles Boyer volviendo a su tierra natal despu¨¦s de haber triunfado en Hollywood. Todos eran iguales a la imagen que yo ten¨ªa de ellos, con la excepci¨®n de Agnes Moorehead, la famosa, dura, turbadora ama de llaves de Rebeca; a ¨¦sa no la descubr¨ª hasta que vi su foto expuesta, como se hace habitualmente tras la fiesta a fin de que los pasajeros puedan encargar las copias que prueben a los amigos que dejaron en tierra que efectivamente estuvieron all¨ª... La gran actriz tuvo que presentarse en su imagen t¨ªpica para que pudiera identificarla al natural.
S¨ª, me hice barcoadicto. Aprovechando que mi trabajo de entonces estaba en las universidades estadounidenses y mi familia en Espa?a, repet¨ª a menudo la experiencia. Los barcos dejaron de ser tan grandes como los brit¨¢nicos se?alados; los gastos de petr¨®leo y de servicio empezaban a resultar prohibitivos, y se busc¨® un equilibrio de espacio y coste en los que iban desde las 30.000 a las 40.000 toneladas. Fue la gran ¨¦poca de la naviera italiana: el Michelangelo, el Rafaello, el Leonardo da Vinci, el Crist¨®foro Colombo, a los que se uni¨® alg¨²n holand¨¦s, como el New Arnsterdam, todos hoy desaparecidos, tristemente desguazados...
Coincid¨ªan todos en el impecable servicio y en la cantidad de comida incapaz de devorar por el m¨¢s glot¨®n de los pasajeros. En una tradici¨®n que si, remonta probablemente a las angustias que exper¨ªmentaron los navegantes de otra ¨¦poca con el m¨ªsero bizcocho y el agua racionada, la cocina de esos restaurantes flotantes estaba siempre dispuesta a calmar el est¨®mago m¨¢s voraz. He aqu¨ª las series de actividades gastron¨®micas de cualquiera de esos barcos: desayuno corripleto a primera hora; caldo con galletas servido en el puente, a las once de la ma?ana; almuerzo con carta larga y variada, donde el pasajero pod¨ªa pasar el dedo de arriba abajo sobre el nombre de los platos y decir: "De todos", sin que el camarero pesta?eara; t¨¦ con pastas en los salones a las cinco de la tarde; cena igual de abundante que el almuerzo, y, por si alguno se quedaba con hambre, a las doce de la noche abr¨ªan un buf¨¦ junto al sal¨®n de baile... Aparte de lo cual, naturalmente, se pod¨ªa llamar al camarero nocturno a las tres de la madrugada para que le sirviese una raci¨®n de jam¨®n en el camarote... Por eso cuando alguien se asombraba de mi elecci¨®n de transporte: "Pero si en el avi¨®n sale mucho m¨¢s barato", yo le recordaba que el billete del barco conllevaba casi una semana de hotel de m¨¢ximo lujo, con una habitaci¨®n, eso s¨ª, m¨¢s peque?a, pero que estaba compensada por el tama?o de un men¨² que pod¨ªa iniciarse con caviar o salm¨®n ahumado. Sin olvidar que los productos no comprendidos -whisky, ginebra, vino de marca- llegaban a la mesa a precios m¨ªnimos, al no estar gravados por impuesto alguno, exenci¨®n que tambi¨¦n alcanzaba a las mercanc¨ªas de los comercios de a bordo.
Gratuita la comida y gratuita la diversi¨®n. En el precio se incluian el baile y el volley ball, el concierto a la hora del t¨¦, la piscina y el espect¨¢culo de variedades y finalmente el cine, con pel¨ªcula distinta todos los d¨ªas.
Hay que advertir que esa abundancia de actos se debe a la necesidad psicol¨®gica de cortar continuamente la monoton¨ªa de una jornada l¨®gicamente larga. Dado que en un barco todo est¨¢ vecino -el dormitorio, la calle, el comercio, el restaurante, la biblioteca, el estadio, el cine-, queda tiempo para todo, incluso para aburrirse. Contra este problema lucha la organizaci¨®n del barco preconizando adem¨¢s el cambio continuo de ropa, desde el short de la ma?ana al esmoquin, que en la mayor¨ªa de barcos era obligatorio para las cenas, con la excepci¨®n -l¨®gica- de dos veladas: la primera (el esmoquin no hab¨ªa salido a¨²n de la maleta) y la ¨²ltima, antes de llegar a destino (estaba ya guardado).
D¨ªas de vino y rosas. Y adem¨¢s os llevaban a donde ibais para empezar una nueva vida en lugar de la peque?a frustraci¨®n del crucero, que os devuelve a donde lo empezasteis. Yo soy muy poco amigo del triste recuerdo que, m¨¢s que del ambiente ido, se lamenta del yo joven y fuerte que fue. No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero en este caso preciso, y a pesar de los avances de la ciencia, apenas perceptibles en la navegaci¨®n de hoy, s¨ª creo que "cualquier barco pasado fue mejor".
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