La libertad regalada /y 3
Fue en el transcurso de los a?os cincuenta -despu¨¦s de que se hab¨ªa levantado un monumento a los propios a?os cincuenta con la construcci¨®n del muro de Berl¨ªn cuando aquellas fuerzas pol¨ªticas que m¨¢s que formar hab¨ªan so?ado con una Alemania distinta, empezaron a tener una importancia considerable, sobretodo en la Rep¨²blica Federal de Alemania (RFA). Este proceso, marcado por retrocesos, experiment¨® un cierto auge a finales de los a?os 60, con las protestas estudiantiles y los posteriores movimientos ciudadanos y todav¨ªa se mantiene, aunque debilitado. La coalici¨®n social-Iiberal, por su parte, intentaba aprovechar, con su escasa mayor¨ªa, el deseo universal de distensi¨®n y tomar en serio en su pol¨ªtica alemana las realidades que hoy como antes se correspond¨ªan con la capitulaci¨®n incondicional, a pesar de que hab¨ªan sido reprimidas durante dos d¨¦cadas.Yo particip¨¦ activamente en pol¨ªtica en este per¨ªodo, ya que mis experiencias en la m¨¢s reciente historia alemana no me permit¨ªan la reclusi¨®n en los c¨ªrculos reservados a las artes y a los artistas. Desde entonces conozco las penalidades del trabajo pol¨ªtico cotidiano. Experiment¨¦ la necesidad y el desgaste de las campa?as electorales. Era la utilizaci¨®n de la libertad regalada. Era la obligaci¨®n de abrir la boca para decir s¨ª o para decir no, es decir, para implicarse en la realidad. Por esto Siegfried Lenz y yo estuvimos en Varsovia, en diciembre de 1970, cuando Willy Brandt firm¨® el acuerdo germano-polaco. Conscientes de la p¨¦rdida, tanto el prusiano del este como el ciudadano de Danzig aprobaron el reconocimiento de la frontera oeste de Polonia. Es necesario subrayar esto, porque al actual canciller de la Rep¨²blica Federal se le ocurri¨® recientemente poner de nuevo en entredicho el acuerdo con Polonia; por una est¨²pida astucia se congraci¨® con los funcionarios de los refugiados y perdi¨® as¨ª toda credibilidad. A ello siguieron otros ejemplos de sus artes de estadista: su viaje a Israel ha quedado en el recuerdo como un hecho penoso; en su trato con el presidente americano se le ocurri¨® organizar un embrollo de celebraci¨®n hist¨®rica para el 8 de mayo que, con la colaboraci¨®n de los medios de comunicaci¨®n, consigui¨® herir simult¨¢neamente a judios, americanos y alemanes. Por si no soport¨¢bamos suficiente peso, Kohl ha resultado un peso adicional para la historia alemana; peso este lastre tambi¨¦n nos lo hemos merecido.
En otras palabras: la preocupaci¨®n por la realidad pol¨ªtica del Gobierno Brandt-Scheel y su intento de percibir y deshacer algunas de las consecuencias del per¨ªodo fatal entre 1933 y 1945, dej¨® de ser urgente, mientras que la coalici¨®n social-liberal bajo Schmidt a¨²n cre¨ªa ser activa. Cuando desapareci¨® esta urgencia, el ambiente intelectual para el cambio proclamado volvi¨® su rostro hacia el pasado.
Actualmente existe un equilibrio obligado que impide toda disputa intelectual. La libertad regalada est¨¢ sometida a la censura intelectual, tantas veces evocada. El ego¨ªsmo de grupo de la sociedad pluralista act¨²a con toda tranquilidad. Es decir, un uso desvergonzado del abrirse paso a codazos a tenor de un libre darwinismo vulgar; desinter¨¦s absoluto por parte de los econ¨®micamente pudientes con respecto al incremento actual de la miseria social; y en las artes, el movimiento hacia la actual pero repetida falta de compromiso ofrecida impertinentemente como novedad. R¨¢pidamente surgen frases que se pueden intercambiar y que se pueden resumir de la siguiente manera: la innovaci¨®n multimedial de la nueva corporeidad se produce como mito escenificado de la autorrealizaci¨®n en escenas alternativas y bajo la marca de la posmodernidad neoliberal. Arquitectos que anteayer le atribuyeron calidad est¨¦tica al hormig¨®n visible, de repente se ofrecen a restaurar fachadas, y veteranos de la revoluci¨®n de 1968 murmullan como finos oradores en los programas de los terceros canales de televisi¨®n. ?S¨®lo porque en el largo recorrido del racionalismo se impidi¨® todo progreso hay que tirar por la borda a un Adorno, a un Bloch, etc¨¦tera? ?Para qu¨¦ queremos intelecto si ya tenemos suficientes poetas que se van por los cerros de ?beda? ?Qu¨¦ puede significar para nosotros el 8 de mayo si tantos datos de la historia alemana merecen ser piezas de museo? ?Dios sabe que aqu¨ª, en Berl¨ªn, y en otras partes no nos faltan cimientos saturados de historia!.
?Todav¨ªa m¨¢s derrotismo? ?No se puede hacer ninguna balanza sobre ¨¦xitos obtenidos ni aqu¨ª ni all¨¢? Seguro que las virtudes secundarias que sobrevivieron el 8 de mayo, sobre todo la aplicaci¨®n y el orden, han logrado cosas admirables. Los vencedores de entonces pudieron ver asombrados c¨®mo aquel disc¨ªpulo dividido empez¨® a crecer con su libertad regalada. Tanto la ley fundamental aqu¨ª, como la Constituci¨®n all¨ª son bien presentables. Vale la pena tomar sus textos al pie de la letra.
Diez millones de expulsados emigrantes encontraron trabajo en los dos Estados, dieron impulso a los motores -m¨¢s o menos fuertes- de la reconstrucci¨®n, que aqu¨ª fue precipitada, all¨ª, algo de morada. Las brechas causadas por la guerra en la industria y el desmantelamiento consiguiente fueron superados con rapidez en la RFA y con retraso en la RDA; pero en cualquiera de los casos, con ayuda de instalaciones de la t¨¦cnica moderna. En los a?os sesenta, los dos Estados ya pudieron considerarse potencias econ¨®micas, cada una dentro de su sistema de alianzas.
La exclamaci¨®n del canciller Erhard "volvemos a ser alguien se refiri¨® a las dos Alemanias. Tambi¨¦n en el campo de la cultura se trabaj¨® duramente: ¨®peras y teatros surgieron como si fueran irrevocables. No faltaba el hormig¨®n.
El hecho de qye en los dos Estados se destruyeran m¨¢s edificios antiguos de valor que durante la guerra disminuye el m¨¦rito de la reconstrucci¨®n. Se podr¨ªa hacer un balance de todo aquello que fue construido, almacenado, conseguido, duplicado y triplicado, y estoy seguro de que estos ¨¦xitos, cada uno tomado por su lado, son presentados en otra parte. ?Qui¨¦n quiso poner en duda que los dos Estados alemanes y sus ciudadanos eran de nuevo presentables 40 a?os m¨¢s tarde? Y no,obstante, a pesar de todo el. esfuerzo, se puede ver traslucir la insatisfacci¨®n. Es como si la maldici¨®n de las v¨ªctimas pesara sobre los alemanes. Seg¨²n el Antiguo Testamento, la mancha permanecehasta la tercera o cuarta generaci¨®n, hagamos lo que hagamos. Tomo como ejemplo un territorio que no s¨®lo est¨¢ ligado por el trabajo de archivo a este lugar de ceremonia: el de la literatura de exilio.
La literatura del exilio
Lentamente, pero de forma continuada, se ha intentado hasta la actualidad volver a imprimir, al menos en parte, los libros prohibidos y quemados de aquellos autores que despu¨¦s de 1933 fueron obligados a emigrar. Tanto las grandes editoriales como las de menos renombre se esforzaron. Exposiciones y documentaciones ser¨ªan una ayuda. El Estado estaba dispuesto a fomentarlo. Y no obstante, no podemos decir que la literatura de exilio haya vuelto, que haya sido aceptada, que el hueco haya sido cerrado. Naturalmente, leemos a un Thomas y Heinrich Mann. Con empe?o se escenific¨® a un Brecht. Anna Seghers tiene su p¨²blico. De D?blin se sabe, al fin y al cabo, que hubo una serie televisiva sobre una de sus novelas. Pero esta gran parte de la literatura parece estar expuesta en vitrinas, lejos, fuera; ha continuado siendo literatura de exilio. Si se hablara sobre los intentos vanos de algunos autores de regresar a casa, de echar ra¨ªces, las conclusiones ser¨ªan vergonzosas. No hablemos de la miseria de los libros de lectura escolares, del permanente intento en la RFA de volver a encerrar la literatura de exilio y de reservar el sitio a la "literatura nacional". Y lo que todav¨ªa es lo fundamental es que la literatura en lengua alemana de la posguerra no ha conseguido construir el puente hacia el exilio. Como mucho, se han puesto, por inter¨¦s individual, algunos acentos. Quiz¨¢ se tem¨ªa, o todav¨ªa se teme, a la norma. Pero lo m¨¢s probable es que esta ruptura permanezca. Tambi¨¦n ¨¦sta nos recuerda al 8 de mayo y a la visi¨®n de la "Alemania distinta", que no tard¨® en decaer.
El corte. S¨®lo a partir de esta'fccha se: puede ver, valorar, dar m¨¦rito o condenar todo aquello que surgi¨® desde entonces. Quiz¨¢ haya sido flivorable que la b¨²squeda de la libertad bajo los escombros se haya interpuesto durante 40 a?os, a la tendencia a reprimir todo. Nuestros hijos hacen preguntas. En casa no se acepta el silencio. Las mentiras oficiales del Gobierno,se topan con resistencias.
En este sentido, quiero -para finalizar- hablar de uty esfuerzo que fuede m¨¢xima trascendencia para los alemanes. Afecta a los dos Estados. Otra vez, este esfuerzo, por ser sobrehumano, queda sometido a una l¨®gica que convierte la renuncia como sacrificio en virtud. Un ej¨¦rcito que venci¨®, m¨¢s all¨¢ de Polonia, hasta el cabo Norte, a trav¨¦s de Holanda y B¨¦lgica, por Francia, los Balcanes, hasta el norte de ?frica, hasta cerca de Mosc¨², Leningrado, al C¨¢ucaso y, por fin, hasta Stalingrado; una potencia militar cuyo radio de acci¨®n cont¨® con m¨¢s de 50 millones de muertos; un coloso mortal que acab¨® destrozado, comienza nuevamente a surgir tan s¨®lo unos a?os despu¨¦s, dividido en dos Estados, o sea, dirigido contra s¨ª mismo. Al principio lenta, despu¨¦s r¨¢pidamente, hasta formar ej¨¦rcitos, cuyos potenciales acumulados se encuentran encajados en bloques que se amenazan e intimidan mutuamente en suelo alem¨¢n, donde, m¨¢s que en ning¨²n otro sitio, la mayor acumulaci¨®n de sistemas de armamento y destrucci¨®n ha encontrado casa y aceptaci¨®n; una locura que gusta llamarse perfecta.
La lecci¨®n de la derrota
Esta decisi¨®n y logro de las dos Alemanias no quiso entender la lecci¨®n de la capitulaci¨®n sin condiciones. ?Los vencedores tienen la culpa! Es la explicaci¨®n. Puede ser o aparentar ser cierto que los vencedores fracasaron bajo el peso de la responsabilidad que les dio la victoria. Pero los perdedores, lbs alemanes vencidos, tendr¨ªan que haber sacado otro provecho de la derrota que el de la repetici¨®n de los hechos: ?el rearme por partida doble?
El camino de las dos Alemanias en direcci¨®n catastr¨®fica pesa justificadamente m¨¢s sobre los ciudadanos de la RFA, ya que la libertad regalada occidental les habr¨ªa permitido un no en varias ocasiones. Pero ellos siempre dieron su s¨ª. El terrible m¨¦rito de ser el sat¨¦lite m¨¢s fiable de la potencia superior.respectiva desacredita el prop¨®sito de la frase "desde suelo alem¨¢n, jam¨¢s debe de volver a empezar una guerra". A no ser que estuvi¨¦ramos dispuestos a tomarlo al pie de la letra.
Quien haya visto en la antesala de la Academias de las Artes los dibujos sobre los ni?os en Leningrado en tiempos de la ocupaci¨®n, quien haya reconocido la guerra en estas im¨¢genes urgentes, quien quiera recordar el 8 de mayo -o sea, el favor de una derrota-, no s¨®lo oprimido, sino dispuesto a mostrarlo activamente como ¨²ltima lecci¨®n, tendr¨¢ que rechazar todas las decisiones que conviertan a Alemania en un arsenal del terror, que la han convertido, en un lugar en donde la autodestrucci¨®n de la humanidad puede ocurrir ma?ana.
S¨¦ cu¨¢ntos expertos est¨¢n preparados para relativizar este conocimiento, que llega tarde, quiz¨¢ de masiado tarde. No obstante, queda en pie: despu¨¦s de haber sido vencidos y desarmados hace 40 a?os, nos lleg¨® a los alemanes la hora de reflexionar sobre la supuesta hora cero, y esta vez, de forma voluntaria, desarinarnos paso a paso. Fuimos y seguimos siendo temidos. Nos temimos a nosotros mismos. Si nuestros vecinos, tambi¨¦n la Uni¨®n Sovi¨¦tica, todos v¨ªctimas de la agresi¨®n y el crimen alemanes, recuerdan hoy el 8 de mayo, dirigir¨¢n por encima de las fronteras la vista hacia nosotros. Tenemos que desearles tanto a ellos como a nosotros, alemanes, que no quieran . propagar el miedo y est¨¦n dispuestos a abandonar las armas antes que los otros pueblos.
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