Italia gira en torno a la Democracia Cristiana
Las elecciones han fotografiado a Italia despu¨¦s de cuarenta a?os de democracia. Es comprensible la excitaci¨®n por los resultados, pero hay que decir que el paisaje pol¨ªtico es el mismo de siempre. En primer lugar, s¨®lo un 65% de los italianos vota democristiano y comunista. En segundo lugar, un 13% vota social¨ªsta. En tercer lugar, un 10% vota laico en las variantes republicana, liberal, socialdem¨®crata. Por ¨²ltimo, el eterno 12% de votos diversos y de la extrema derecha.La fotograf¨ªa de familia es la misma desde hace 40 a?os, salvo la excepci¨®n de 1948 y salvo las aproximaciones y los c¨¢lculos impl¨ªcitos en estas simplificaciones. Han ocurrido ciertos cambios en la composici¨®n del 65% dominante, m¨¢s comunistas unas veces, m¨¢s,democristianos otras. Se han producido variaciones en la relaci¨®n laico-socialista, o en el interior del grupo laico, pero las cifras han creado constantes mientras pasaban los lustros y se suced¨ªan las generaciones.
Los amantes de las citas cl¨¢sicas pueden recordar la flecha de Zen¨®n D'Elea, que vuela, pero no se mueve: porque el movimiento est¨¢ compuesto de tantas inmutabilidades y el cambio es una suces¨ª¨®n de estados est¨¢ticos. Efectivamente, la Italia pol¨ªtica es una obra maestra de movimiento sin desplazamiento, una trayectoria sin flecha, una flecha sin trayectoria.
Es justo decir que las votaciones han expresado esta vez una elecci¨®n por la estabilidad. Es justo, pero insuficiente. Es necesario agregar que se insertan de una vocaci¨®n al estatismo que dura desde hace cuarenta a?os, y que no tiene parang¨®n en Europa. En el mismo per¨ªodo de tiempo los ingleses han cambiado muchas veces a los laboristas o conservadores, los alemanes han liquidado muchas coaliciones, los franceses han terminado con la IV Rep¨²blica. Pero hay que agregar que esta primac¨ªa de la inmovilidad no se realiza por culpa de las elites, de las maquinac¨ªones minoritarias, de los papas. Somos los europeos que m¨¢s acuden a las urnas, ostentanto r¨¦cords que oscilan entre el 89% y el 93% de participaci¨®n. Votamos con pasi¨®n, masivamente, repet¨ªdas veces, siempre m¨¢s amantes de una democracia donde nada cambia. Nada es m¨¢s falso que el describir como impuesto este inmovilismo consensual y de masa.
Por el contrario, es verdad que somos un caso europeo realmente excepcional. Por un lado, la sociedad m¨¢s vital, fren¨¦tica, epil¨¦ptica, llena de movimientos. Por otro, la estructura pol¨ªtica m¨¢s r¨ªgida, m¨¢s petrificada. Ser¨ªa justificado hablar m¨¢s bien de democracia bloqueada, pero esta expresi¨®n comporta la idea de un bloqueo que proviene del exterior o de una coacci¨®n interna al sistema. En nuestro caso es la sociedad la que bloquea voluntariamente la demo cracia, la quiere as¨ª y la mantiene votando. En el trasfondo de estos cuarenta, a?os hasta las variaciones m¨¢s importantes aparecen como peque?as ondas que encres pan el estanque y despu¨¦s se anu lan rec¨ªprocamente. La misma a?adidura de los votos j¨®venes, siempre temida o deseada, no cambia nada. Se confirman s¨®lo los n¨²meros de oro pitag¨®ricos 65, 13, 10 y todas las variaciones ocu rren dentro de estas cifras, que en s¨ª mismas liquidan cualquier variabilidad.
La democracia bloqueada es fisiol¨®gica, no es una enfermedad. Si la gente pensase que fuese una enfermedad, la habr¨ªan desbloqueado desde hace tiempo. El inmovilismo de cuarenta a?os es curiosamente fruto de un movimiento: del movimiento democristiano. La Democracia Cristiana (DC) es como un astro que sabe moverse en el espacio, aproxim¨¢ndose a los sat¨¦lites que le sirven, atray¨¦ndolos o rechaz¨¢ndolos.
Hasta 1962 giraba con tres sat¨¦lites: el liberal, el socialdem¨®crata, el republicano. Algunas veces atrae a uno, o a dos, o a los tres a la vez. Otras veces los deja fuera de ¨®rbita, formando Gobiernos monocolores. Despu¨¦s de 1963 comenz¨® a girar con cuatro sat¨¦lites, habi¨¦ndose agregado al partido socialista, que se hab¨ªa separado de la ¨®rbita comunista.
En los a?os de la solidaridad nacional supo utilizar hasta la rotaci¨®n del planeta comunista y despu¨¦s volvi¨® al movimiento cl¨¢sico, con cuatro sat¨¦lites, y supo consolidarlo de forma que se produjesen rotaciones menos desarm¨®nicas. No hay duda de que el actual pentapartido significa un planeta donde el astro y los sat¨¦lites son m¨¢s homog¨¦neos y donde se producen menos crisis de Gobierno.
La Democracia Cristiana puede no gustar, pero es necesario reconocerle esta capacidad de hacer y de destruir alianzas, es decir, de moverse en su propio cielo. Podr¨ªamos decir una paradoja: la Democracia Cristiana es el ¨²nico partido italiano que parece haber le¨ªdo a Gramsci. De hecho, sabe formar su bloque hist¨®rico, variable, pero siempre mayoritario.
El problema del PCI
Llegados a este punto, debemos hablar del Partido Comunista italiano (PCI): astro que no encuentra sat¨¦lites, aliados, aunque objetivamente cambie de dimensiones, aumentando o disminuyendo, estanc¨¢ndose, pero creciendo en modo suficiente para interrumpir el movimiento de la Democracia Cristiana y de sus sat¨¦lites.
Es verdad que el inmovilismo italiano, fruto del movimiento democristiano, se apoya tambi¨¦n en el Partido Comunista italiano, pero esta consideraci¨®n tiene valor s¨®lo si se agrega que el Partido Comunista Italiano, en cuanto partido de movimiento, din¨¢mico, que avanza y retrocede, cambia y se arranca, pero no sabe generar, como la Democracia Cristiana, rotaciones, atracciones, magnetismos capaces de procurarle un campo de fuerza que le permita vastas alianzas similares a las de la DC.
Hay que decir que los otros mantienen al Partido Comunista italiano en el aislamiento. Pero hay que constatar que el PCI, despu¨¦s de 40 a?os, contin¨²a aislado y es incapaz de escapar al aislamiento. Tambi¨¦n sin quererlo el PCI es uno de los pilares del sistema inmovilista del que habl¨¢bamos, funcionando con el movimiento rotatorio democristiano.
Habiendo perdido votos, el PCI recibe en estos d¨ªas muchas reprimendas y muchos consejos. Ciertamente este partido ha cometido errores, pero tampoco se puede exagerar aconsej¨¢ndole lo que debe hacer. Mucho m¨¢s importante es preguntalle c¨®mo ha sido siempre incapaz de salir del aislamiento, de formar ese. bloque hist¨®rico que cree que puede hacer en vez de ser planeta pol¨ªtico como lo es de la Democracia Cristiana. De hecho es justo que este partido se discrimine a s¨ª mismo, autoconfin¨¢ndose en la diversidad, en la espl¨¦ndida soledad de una tercera v¨ªa, que en el sistema italiano aparece siempre m¨¢s abstracto, insistiendo en considerarse diverso, en el deducir que los otros son partidos inferiores, porque despu¨¦s de todo este partido hace el juego de los que no quieren estar perpetuamente discriminados. En el peor de los casos, todav¨ªa no entra en la l¨®gica de las atracciones, de las rotaciones, de los magnetismos que domina la DC.
Dejemos a los comunistas establecer por qu¨¦ se produce el error de su diversidad. Si porque arrastran, despu¨¦s de haberse separado de la onda sovietizante, o porque carecen de democracia interna, o porque no encuentran la nueva identidad del partido reformista reformador, o porque cultivan la diversidad como mito poniendo en movimiento los mecanismos de la autodiscriminaci¨®n, o porque viven de abstracciones en vez de pragm¨¢ticas adaptaciones a la sociedad que cambia.
Pero cuando lamentan la p¨¦rdida de votos, digamos, sin embargo, que el problema no es tanto de votos (que por otra parte tienen en abundancia), sino el de saber abrir un proceso pol¨ªtico nuevo en relaci¨®n a los otros partidos. Se trata de un proceso largo, complejo. Pero el error es hacer revoluciones copernicanas s¨®lo al nivel de la tierra para lograr uniones que despu¨¦s se pierden. Cop¨¦rnico funciona comenzando por el cielo.
Si este proceso no se lleva a cabo es dif¨ªcil que la democracia bloqueada consensual pueda transformarse en una democracia cl¨¢sica, hecha de alternativas. El 65% de los italianos que vota democristiano y comunista tiene las llaves del futuro.
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