'Nevermore'
Diez a?os despu¨¦s del ¨²ltimo d¨ªa de abril de 1975, fecha en la que los funcionarios norteamericanos abandonaron definitivamente el edificio de su embajada en Saig¨®n, los murmullos de la alta pol¨ªtica parecen cantar un ¨²nico estribillo: Nevermore. Se trata de un bord¨®n literario capaz por s¨ª solo de identificar la obra que con m¨¢s holgada raz¨®n pudiera aspirar a ser el primero y famos¨ªsimo y nunca suficientemente alabado poema en lengua inglesa, si los ingleses acertasen a renunciar al agobiador recuerdo de Shakespeare. El graznido del cuervo de Poe recordaba a un amante desesperado la doble y cruel verdad de que las voluntades nunca pueden enderezar el curso de los acontecimientos ni las ilusiones llegan jam¨¢s a combatir con ¨¦xito el peso del destino. Poe, pese a lo que de ¨¦l se dice, era un optimista. Nevermore, en la garganta de un cuervo, resulta un hallazgo po¨¦tico afortunado, pero los an¨¢logos augurios entonados ante el coro de los parlamentos no parecen garantizar suficientemente la resignaci¨®n de los protagonistas. Diez a?os despu¨¦s, el nevermore suena reverenciosamente parecido a los exorcismos incapaces de ocultar el p¨¢nico ante un retorno .quiz¨¢ inevitable. Diez a?os despu¨¦s, el nevermore debe necesariamente ser traducido al espa?ol para que pueda entenderse mejor desde Managua.Vivimos un tiempo dif¨ªcil para las guerras coloniales tal como fueron entendidas por las tres o cuatro ¨²ltimas generaciones, contadas desde antes de la m¨ªa propia. En el Vietnam no solamente se perdi¨® una guerra, ya que con sus acaeceres se fue por la borda toda una teor¨ªa de la contienda militar, entendida como relaci¨®n entre fuertes y d¨¦biles, que hab¨ªa empezado a tambalearse sin duda en Balaclava, pero que a¨²n manten¨ªa, quiz¨¢ a trancas y barrancas, la confianza en los signos del imperio. Diez a?os despu¨¦s de la nunca aceptada derrota, otra retirada m¨¢s modesta y menos espectacular, pero igualmente significativa, la de Israel de la ciudad de Tiro, parece confirmar el curso de la historia. Es cierto que quedan a¨²n conflictos b¨¦licos bastantes como para advertir a los ingenuos acerca de lo que verdaderamente significa el final de las guerras coloniales, pero ni los esfuerzos vietnamitas en el Oriente Pr¨®ximo, ni las guerras del petr¨®leo, ni las interminables escaramuzas en los desiertos del ?frica oriental pueden significar en modo alguno lo mismo. El concepto de la guerra como instrumento de deportivo se?or¨ªo ha quedado probablemente anticuado en un mundo en el que los dominios toman el lenguaje de la inform¨¢tica e invaden el terreno de las balanzas de pago. De repente descubrimos que es m¨¢s caro y tambi¨¦n m¨¢s enojoso e inc¨®modo ganar una guerra, e incluso no m¨¢s que iniciarla, que cambiar los consejos de administraci¨®n de las empresas claves en el pool de turno o decretar un embargo comercial. ?Se trata de una mera frivolidad en el an¨¢lisis? La ¨²nica verdad que conocemos es que tan s¨®lo el tiempo dar¨¢ la raz¨®n a quien la tuviere. Pero ahora mismo ya podemos intentar comprender por qu¨¦ los dolorosos lances del Vietnam, 10 a?os despu¨¦s de haber acontecido, todav¨ªa no han comenzado a repetirse de nuevo, y ahora en lengua espa?ola con cadencioso deje americano.
Los motivos escapan, claro es, a un an¨¢lisis apresurado y a la fuerza breve. Cuando hoy se pretende simular la situaci¨®n econ¨®mica, pol¨ªtica y militar por medio de la teor¨ªa de juegos y el uso de las computadoras, los programas de an¨¢lisis ocupan los afanes de toda una brigada de expertos. Pero hay sin duda un paquete de intuiciones que resulta dif¨ªcilmente silenciable. Si el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo tiene que sujetar sus voluntades ante lo que considera una amenaza dentro de su m¨¢s cercana ¨¢rea de influencia y se limita a bloquear las costas y fronteras con la esperanza de producir la asfixia econ¨®mica del presunto posible enemigo es que algo muy grave est¨¢ sucediendo. ?Acaso tal actitud no es sino la expresi¨®n personal de la voluntad de un presidente en declive, como se ha llegado a sostener? ?O ser¨¢ tal vez el miedo a los bordones literarios, a los estribillos po¨¦ticos, el que sujeta en tierra los helic¨®pteros del moderno Apocalipsis?
Me gustar¨ªa pensar que no es ni el miedo a la historia reciente ni el asalto pol¨ªtico al poder de la Casa Blanca lo que mantiene todav¨ªa el nevermore, y quisiera creer que el episodio de Granada fue la primera demostraci¨®n de una impotencia que s¨®lo puede manifestarse a trav¨¦s de la parodia. Para ello bastar¨ªa con resucitar a Hegel, con semirresucitar o no m¨¢s que resucitar levemente a Hegel, e invocar la presencia del sutil esp¨ªritu de los pueblos que va enrosc¨¢ndose en el devenir hist¨®rico y que caracolea por un camino del que no se conoce recodo alguno que permita la maniobra de la marcha atr¨¢s. Ese esp¨ªritu susurrar¨ªa hoy un estribillo algo distinto al del cuervo literario: forever.
Cuando las lecciones no se olvidan, siempre quedan personas capaces de darse cuenta de las ventajas del escarmiento en cabeza ajena y carne de los dem¨¢s. Y si las lecciones se repasan con puntualidad y atenci¨®n, los escarmientos se sienten todav¨ªa en cabeza propia y carne de uno mismo y ense?an mejor su moraleja. Nicaragua est¨¢ mucho m¨¢s cerca de las fronteras de R¨ªo Grande, carece de ventajas estrat¨¦gicas y de amigos cercanos y dif¨ªcilmente puede confiar en la ayuda climatol¨®gica de los monzones. Tan s¨®lo la raz¨®n permanente de quienes ven en la historia una v¨ªa imposible de repetir puede evitar los nuevos errores, pero para eso se necesita una memoria privilegida. Confiemos en que siempre haya un cuervo a mano capaz de recordar la oportuna palabra de un verso clave: nevermore.
Copyright Camilo Jos¨¦ Cela, 1985.
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