Felipe II, sin competencia en el 'Don Carlo'
Una de las causas que impidieron a Don Carlo la difusi¨®n que merece fue la necesidad de contar, como principio, con seis protagonistas de gran categor¨ªa. Como en la representaci¨®n del teatro de la Zarzuela no los hubo, las cosas no fueron demasiado bien, y a ratos dignos de aplauso segu¨ªan otros m¨¢s bien enojosos. Y eso que se contaba con una batuta musical ciento por ciento capaz de lograr de la Orquesta Sinf¨®nica un repertorio de matices tan rico y contrastado como demanda el pensamiento verdiano en esta obra que representa -como escribe Espl¨¢- "el progreso m¨¢s importante hacia la fase definitiva del compositor", por una serie de procedimientos y sobre todo "por la calidad de la savia musical". (Entre par¨¦ntesis: en la sumaria y un tanto caprichosa bibliograf¨ªa que se incluye en programa faltan, entre otras cosas, los espl¨¦ndidos ensayos de ?scar Espl¨¢ y de Adolfo Salazar).Hubo un excelente Felipe II: el conocido y prestigiado bajo b¨²lgaro Nicola Ghiuselev. La belleza de su voz, sustancialmente l¨ªrica como su grave expresividad, humanizan cualquier personaje, y en el caso del rey Felipe se acent¨²a la interpretaci¨®n verdiana de alguien que le parec¨ªa tremendo y cuya magna obra del Escorial no le gust¨® nada cuando la visit¨® cuando vino a Espa?a para el estreno de Don ?lvaro. La genial meditaci¨®n del acto tercero -uno de los m¨¢s altos momentos de la invenci¨®n verdiana- y el siguiente d¨²o con el Gran Inquisidor, cuya aparici¨®n en escena se anuncia con un brochazo sonoro digno de Goya, calentaron los ¨¢nimos del auditorio, que, a¨²n prudente, exterioriz¨® su desagrado al final de la representaci¨®n cuando salud¨® alguna de las figuras protagonistas, de modo particular la americana Katherine Ciesinski. Si su voz es atractiva y consistente, no est¨¢ manejada hoy por hoy con la agilidad que requiere el personaje de la Princesa de ?boli.
Don Carlo
Autores: Joseph M¨¦ry y Camille du Locle, bas¨¢ndose en Schiller. M¨²sica de Giuseppe Verdi. Int¨¦rpretes: Nicola Ghiuselev, Kaludi Kalodov, Richard Stilwell, Jaako Ryh¨¢nen, Alfonso Echevarr¨ªa, Ruth Falcone, Katherine Ciesinski, Mary ?ngeles Rodr¨ªguez, Elena Alted, Rafael M. Lled¨®, Angel Gonzalo y Alicia Barrenechea. Atrezzo: Mateos. Escenarios y figurines: Fabi¨¢ Puigserver. Director del coro: Jos¨¦ Perera. Direcci¨®n musical: Antoni Ros Marb¨¢. Direcci¨®n esc¨¦nica: Llu¨ªs Pascual. Temporada oficial del teatro de la Zarzuela. Madrid, 21 de mayo.
Aun con ciertas desigualdades, la soprano de Nueva Orleans, Ruth Falcone, defendi¨® mejor a Isabel de Valois gracias a una expresividad incisiva y tierna que conjug¨® bien con la de su supuesto enamorado, el Pr¨ªncipe Don Carlos, un tenor b¨²lgaro tendente a lo heroico que inici¨® su actuaci¨®n con acusados defectos de afinaci¨®n (no s¨¦ si se trataba de una falta de escucha de la orquesta, dada la ac¨²stica de la Zarzuela y la matizada sonoridad impuesta por Ros Marb¨¢, tan enemigo de excesos en el foso que, sin embargo, con frecuencia resultan ¨²tiles a los cantantes), pero que a lo largo de la noche fue capaz de hacer cosas muy bellas.
Quiz¨¢, despu¨¦s de Ghiuselev, quien atin¨® mejor con su personaje fue el bar¨ªtono de San Luis Richard Stilwell, al lograr -en l¨ªneas generales- un Marqu¨¦s de Posa justo de intenci¨®n y de medios. Este personaje, que como se?ala Mila es de los m¨¢s interesantes de la obra por la complejidad de su psicolog¨ªa, precisa de gran penetraci¨®n interpretativa. Posa, en s¨ª mismo y en sus relaciones con el rey, suma, de un lado, la personalidad amiga y entusiasta de las actitudes de Don Carlos, pero al mismo tiempo siente ante Felipe II un algo de devoci¨®n, h¨¢bito de lealtad o admiraci¨®n equilibrada con la que el monarca parece apuntar hacia el idealismo, la humanidad y la conducta del ¨²nico que se adelanta a desarmar a su amigo el pr¨ªncipe cuando desenvaina la espada ante el todopoderoso rey de Espa?a.
Inquisidor de calidad
En fin, el bajo finland¨¦s Jaakko Ry?nen compuso un Gran Inquisidor de calidad, menos terrible y convencional de lo que suele practicarse en quien representa el poder de la Iglesia frente al del Estado en una oposici¨®n o presi¨®n de razones definidoras, en buena parte, del fondo ideol¨®gico de la pieza de Schiller.Como en tantas ocasiones, Verdi asume en su m¨²sica los grandes emblemas del romanticismo a trav¨¦s de sus m¨¢s representativos autores: Victor Hugo, Schiller o los espa?oles; al fin de sus d¨ªas los sublimar¨¢ en la gran fuente shakespeariana, con Otelo, claramente anticipador de Don Carlo y el tan diverso Falstaff. El valor radical de la m¨²sica para el gran cap¨ªtulo de la leyenda negra espa?ola, alimentada como es tradicional por los espa?oles con piezas teatrales como las de Jim¨¦nez de Enciso, V¨¦lez de Guevara y P¨¦rez de Montalv¨¢n, en los siglos XVI-XVII, es la asunci¨®n por Verdi del "mundo ¨¦tico y el pathos" schillerianos tan queridos por la Italia del risorgimento, como indica Virginia Cisotti en su Schiller y el melodramma di Verdi (Firenze, 1975), olvidada en la nota bibliogr¨¢fica, al igual que los trabajos de Ezio Levi y el volumen dedicado a Don Carlo en 1971 por el Instituto de Estudios Verdianos, que incluye un trabajo de Mar¨ªa Rosa Alonso.
Vale la pena aludir a dos precisas notas: la de ?ngel Fern¨¢ndez-Santos (El pr¨ªncipe y el bandido) y la creativa de Alvaro del Amo (Camafeo), lo mejor del tan bien presentado programa, sin olvidar la versi¨®n espa?ola del texto procedente del Equipo M¨²sica Mundana, que dirige Antonio Gallego.
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