Y es de Cartagena
FERIA DE SAN ISIDROC¨®mo tore¨® Ortega Cano al cuarto toro. ?C¨®mo lo tore¨®!. Cualquiera que estuviese en la plaza y no conociera la biograf¨ªa del torero, habr¨ªa jurado que es de Ronda y se llama Cayetano. Y no: es de Cartagena y se llama Jos¨¦. ?Hay arte taurino en Cartagena? En Cartagena, est¨¢ demostrado, hay tanto arte taurino como les falta a ciertos toreros sevillanos, que parecen oriundos del norte de Noruega.El arte de torear es, tambi¨¦n, como lo cre¨® Ortega Cano ayer en el cuarto toro. Est¨¢ convenido por ah¨ª, naturalmente entre taurinos, que el arte s¨®lo es "de pellizco", seg¨²n definen muy gr¨¢ficamente de Despe?aperros para abajo, y como la creaci¨®n del diestro cartagenero no recog¨ªa esta caracter¨ªstica, a lo mejor le ponen en entredicho.
Plaza de Las Ventas
24 de mayo. Und¨¦cima corrida de feria.Cinco toros de Ram¨®n S¨¢nchez, desiguales de trap¨ªo, inv¨¢lidos. Cuarto, sobrero de Martinez Benavides, con poder y boyante. Ortega Cano: pinchazo, media perdiendo la muleta y descabello (silencio); media baja tendida a un tiempo (oreja y clamorosa vuelta al ruedo). Tom¨¢s Campuzano: estocada ca¨ªda (silencio); pinchazo, otro hondo -aviso- y cinco descabellos (silencio). Yiyo: dos pinchazos y estocada ca¨ªda (silencio)pinchazo hondo y descabello (silencio)
Pero el arte no admite dogmatismos ni conoce limites. El arte es una creaci¨®n libre y en toreo puede abarcar desde la sutilidad del lance alado a la solemnidad abacial de un muleteo hondo. Caramba qu¨¦ cosas puede abarcar el arte taurino. Y si vale, es necesario a?adir que de todo ello hubo en el toreo de Ortega Cano al cuarto toro de ayer.
Era un toro de una vez, contra p¨ªo, muy serio y agresivo de pitones adem¨¢s poderoso. Es decir, un toro importante. Lleg¨® noble y encastado al ¨²ltimo tercio y admit¨ªa faena, como luego se vio, pero hab¨ªa que hac¨¦rsela. Hab¨ªa que plantearla en el terreno preciso y cogerle el ritmo, que es el temple del toreo. El terreno lo fij¨® Ortega Cano en los medios y el ritmo fue suyo en cuanto le embarc¨® en una tanda de redondos, de asombrosa ejecuci¨®n.
La plaza ya se desbordaba en entusiasmo cuando Ortega Cano cuaj¨® esos redondos y loquita la volvi¨® al recrear el toreo al natural en su versi¨®n m¨¢s pura. ?Loquito estaba el p¨²blico? Pues m¨¢s fuera de s¨ª lo puso el artista cartagenero con los muletazos con que devolvi¨® el toro al tercio, y all¨ª, con otra serie de redondos, cruz¨¢ndose en el cite, parando en el embroque; mandando en el semic¨ªrculo del viaje, vaciando detr¨¢s de la cadera para ligar, apenas sin soluci¨®n de continuidad, el siguiente muletazo, que a¨²n era mejor. Despu¨¦s, se dobl¨® por bajo a dos manos y ese toreo tambi¨¦n fue de alta escuela.
Faena grande la de Ortega Cano; faena concebida e interpretada con autoridad y categor¨ªa propias de una figura del toreo. S¨®lo le quedaba coronarla con la estocada por el hoyo de las agujas, seg¨²n mandan los c¨¢nones, y eso fue lo que falt¨®, qu¨¦ l¨¢stima torero, por que el estoque entr¨® abajo y tendido. Era el momento de disimular y disimulamos todos. La obra art¨ªstica, con tanta grandeza concebida no pod¨ªa desmerecer por un error mec¨¢nico de ¨²ltima hora. La oreja estaba ganada y el diestro cartagenero dio la vuelta al ruedo bajo un aut¨¦ntico clamor. El p¨²blico se romp¨ªa las manos de aplaudir.
Parec¨ªa mentira que ese torero fuera el mismo que le hab¨ªa dados pases mediocres al primer torillo de la tarde. La inspiraci¨®n es as¨ª de caprichosa. O quiz¨¢ se trataba de que ese torillo, insignificante e inv¨¢lido, no le inspiraba la torer¨ªa. Hasta con las banderillas estuvo mejor en el toro serio que en el de risa. El toro primero, en efecto, hab¨ªa sido de risa, y as¨ª salieron otros. En todo lo que llevamos de feria, no hab¨ªan salido por los chiqueros tantos tullidos. Con ellos estuvieron muy vulgares Tom¨¢s Campuzano y Yiyo, que segura mente tambi¨¦n son oriundos del norte de Noruega.- Tuvieron que aparecer los sobreros, cojos y todo, para que volviera la seriedad a la plaza. El primer sobrero derrib¨¦ a un caballo, le sac¨® las tripas y lo mat¨®. El segundo sobrero derrib¨® tambi¨¦n, y El Pimpi, que es ¨¦l contratista de la cuadra, le ech¨® una bronca al picador, que se hab¨ªa pegado una costalada de abrigo. Porrazo y encima gritos; hay d¨ªas en que debiera uno quedarse en la cama.
Amostazada la afici¨®n con tanto cojo, la que ocupa el tendido del 7 hab¨ªa protestado a ese segundo sobrero, que sali¨® acalambrado. Y como despu¨¦s exhibi¨® fortaleza y dio juego, la masa que ocupa el tendido 6 emprendi¨® una pelea dial¨¦ctica con los vecinos. El 6 contra el 7, qu¨¦ situaci¨®n. Los del 6 voceaban mortificantes frases a los del 7, con intolerables acusaciones a sus ancestros, en tanto los del 7 les respond¨ªan "ignorantes", que en una plaza de toros es grav¨ªsima acusaci¨®n, la peor de todas, y hasta puede provocar duelos en el campo del honor. El guirigay sub¨ªa de tono y por los altos del 8 surgieron otros beligerantes espectadores, que se pon¨ªan del lado de los del 6. Sitiados los del 7, braceaban en todas direcciones y les faltaban palabras para replicar a tanto chill¨®n.
Pero en esto se ilumin¨® el ruedo y surgi¨® la faena cumbre de un artista genial, y en cuanto empez¨® a crearla, ya estaban todos de acuerdo. El toreo puro obr¨® el prodigio de llevar la concordia al acalorado tendido, y cuando acab¨® la corrida los antes enemigos irreconciliables pegaban la hebra y se daban tabaco. Naturalmente, la afici¨®n sesuda ilustraba con datos a la desinformada: "Que s¨ª, le juro a usted, por mis hijos, que es de Cartagena ?qu¨¦ quiere que yo le haga?".
Babelia
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