'Punk'
La palabra lleva mucho tiempo entre nosotros. Para Shakespeare un punk era una prostituta. En Estados Unidos se produjo un cambio de sexo y un punk se convirti¨® en un joven vicioso y despreciable ("llevaos ese punk de aqu¨ª"), o, como adjetivo, se empleaba para describir un estado de salud, como en la expresi¨®n "me siento algo punk hoy". Desde aproximadamente 1977, en una Inglaterra muy diferente a la de Shakesperare, el t¨¦rmino est¨¢ monopolizado por un movimiento juvenil notable por lo extra?o de su vestido, peinado y m¨²sica preferida. Cuando Estados Unidos reconoci¨® el fen¨®meno, algunos periodistas r¨¢pidamente me consideraron uno de sus padrinos, probablemente bas¨¢ndose en el testimonio de una pel¨ªcula titulada La naranja mec¨¢nica, en la que un sector exclusivo y, seg¨²n cre¨ªa yo, poco representativo de la juventud brit¨¢nica, presentaba unas ropas extra?as, un lenguaje raro y una conducta antisocial. La mayor¨ªa pens¨¢bamos que los punks seguir¨ªan la suerte de los teddy boys, los mods, los rockers y los skinheads con sus enormes botas y su costumbre de dar palizas a emigrantes paquistan¨ªes, pero el nuevo culto ha demostrado ser extraordinariamente resistente.
Un aspecto muy brit¨¢nico del movimiento es el orgullo que declaran sentir por su inferioridad social. El Kaiser llam¨® a las tropas brit¨¢nicas en Flandes "un peque?o ej¨¦rcito despreciable", y el t¨¦rmino "los viejos despreciables" se convirti¨® en un apodo honorable. En la Segunda Guerra Mundial hab¨ªa incluso una canci¨®n titulada Somos los hijos de los viejos despreciables. Un ministro socialista brit¨¢nico calific¨® a los conservadores de par¨¢sitos, y los conservadores empezaron a llevar, orgullosos, unas insignias con tres piojos sobre campo plateado. Cuando surgi¨® el rock punk en el Reino Unido, sus exegetas y admiradores estaban siguiendo una antigua tradici¨®n. Estaban convirtiendo los atributos del rechazo social en virtudes positivas, lo cual, en la pr¨¢ctica, supon¨ªa convertirlas en arte. Hubo un grupo punk conocido por el nombre de los Sex Pistols, que crearon una especie de estilo de vida arrojando excrementos p¨²blicamente sobre el retrato de la reina, vomitando sobre las c¨¢maras de la Prensa y utilizando en todo momento un lenguaje gratuitamente sucio. Grabaron discos que fueron inmediatamente prohibidos por su contenido obsceno; tal rechazo estaba ya previsto e incluso era acogido como prueba de que lo punk era genuinamente punk. Los Sex Pistols se convirtieron en el grupo de rock m¨¢s famoso del Reino Unido antes de disparar un solo tiro.
Acabo de realizar una de mis poco frecuentes visitas al Reino Unido, mi tierra natal, y he observado detenidamente algunos punks londinenses de ambos sexos. Hacen cosas extra?as con su pelo, se lo ti?en de verde y naranja y se lo ponen de punta con pegamento de tal forma que se parecen a Jerry Cruncher en Leyenda de dos ciudades, o se lo cortan al rape, a excepci¨®n de una alta cresta en el centro; se decoran los ojos como Alex en La naranja mec¨¢nica (la pel¨ªcula, no la novela), y, en general, agotan toda su imaginaci¨®n, reservando poca para dedicar a su ropa, que rechaza toda elegancia, siendo un vivo ejemplo la falta de gracia y color. A pesar de ser uno de sus padrinos, me consideraban demasiado viejo para hablar conmigo, aunque no ten¨ªan mucho que decirme. Su acento era subest¨¢ndar; su vocabulario, escaso y obsceno en su mayor¨ªa, aunque se mov¨ªan con un semblante general de resentimiento que no requer¨ªa un lenguaje articulado. Se supone, por su mero aspecto, que representan la furia contra el sistema de clases brit¨¢nico y la desesperaci¨®n por no tener un futuro econ¨®mico claro. Pero sobre todo son un vac¨ªo a llenar con m¨²sica rock bien fuerte.
Desaf¨ªan a la sociedad, pero ?qu¨¦ significa sociedad en el Reino Unido? Significa vagamente una estructura de dominio, privilegio y gusto con sede en el sur de Inglaterra o, m¨¢s espec¨ªficamente, en la regi¨®n donde se encuentran las grandes metr¨®polis y los antiguos centros del saber. La familia real es un buen ejemplo de la tan ansiada vida de los patricios o de la clase dirigente. Se espera que la reina coma roast beef y pastel de Yorkshire cuando no tiene a su alcance cocina francesa, pero jam¨¢s salchichas, arenques, morcillas, ni siquiera hamburguesas. Se puede dormir durante una ¨®pera (con el consorte murmurando indulgentemente: "Despierta, cari?ito", seg¨²n se acerca el final), pero no durante un concierto de la banda de la Guardia de Granaderos; le puede gustar una obra de Terence Rattigan, pero no una de Samuel Beckett; puede que lea una novela de Agatha Christie tras el peri¨®dico de carreras de caballos, pero no debe saber qui¨¦n es Jorge Luis Borges (o, por poner otro ejemplo, Anthony Burgess). En general, sus gustos toleran lo cursi, pero rechazan lo violento. Representa cierto tipo de acento ingl¨¦s, los deportes de campo, la misa en domingo, la reserva y las costumbres decentes. Es todo lo que los j¨®venes contestatarios brit¨¢nicos tienen que despreciar.
El problema que tienen las posturas de desaf¨ªo en el Reino Unido es que no esperan tener eficacia. No expresan un deseo aut¨¦nticamente revolucionario. No intentan sustituir el orden existente por algo nuevo; simplemente desprecian el orden existente y ese desprecio es en realidad la expresi¨®n de un deseo profundo, no siempre consciente, de ser aceptados por aqu¨¦l. La historia de todo el arte y subarte de provocaci¨®n que comenz¨® en la d¨¦cada de los cincuenta ha sido la misma. John Osborne escribi¨® Mirando hacia atr¨¢s con ira (que, ir¨®nicamente, fue estrenada en el Royal Court Theatre de Londres) en 1956. Era un grito contra el establishment, pero la clase dirigente, lenta y suavemente, lo acogi¨® en su seno: resalta hasta posible imaginar a la reina durante una representaci¨®n, exclamando al final: "Es encantadora". El loco que grita contra el orden establecido se convierte en un buf¨®n de la corte. Todos los j¨®venes airados de los cincuenta se convirtieron en pilares de la sociedad, intentando comportarse como el irascible Evelyn Waugh, que ansi¨® un t¨ªtulo durante toda su vida sin conseguirlo. Los Beatles comenzaron siendo cuatro rudas voces de Liverpool, exigiendo que se prestara la misma atenci¨®n a su lejana ciudad que a Londres. Gradualmente se fueron suavizando, se hicieron no s¨®lo respetables, sino cultos, fueron recibidos por su majestad y se les concedi¨® la Orden del Imperio Brit¨¢nico (por su contribuci¨®n a la exportaci¨®n, no por su arte). La minifalda naci¨® como un acto de desafio, pero se convirti¨® igualmente en algo simplemente encantador, epiceno m¨¢s que un reto a la fr¨ªa sexualidad del orden establecido, y las minifaldas m¨¢s deliciosas fueron exhibidas en el recinto real en Ascot. Mary Quant, la madre de la minifalda, recibi¨® un t¨ªtulo nobiliario, al igual que: los Beatles, y se convirti¨® en un ¨¢rbitro de la moda de la clase media. Puede que los Rolling Stones hayan sido quienes se hayan mantenido firmes por m¨¢s tiempo contra los acogedores brazos de las clases dirigentes, pero son muy ricos, y no hay ricos rebeldes.
Cuando aparecieron los Sex Pistols, a las ¨®rdenes de su desarmado l¨ªder, Johnny Rotten, despreciaron, como era natural, a aquellos desactivados contestatarios de los sesenta y principios de los setenta. El punto central de lo punk, tanto en la m¨²sica como en su decoraci¨®n, ha sido siempre el ser una cultura de los despose¨ªdos. Sus primeros exegetas utilizaron el viejo argumento de la clase trabajadora brit¨¢nica de que no se puede tener educaci¨®n sin dinero. Eso supon¨ªa, con grupos como los Sex Pistols, que no se pod¨ªan permitir coqueteos con Stockhausen, a la manera de los Beatles, ni con la costosa tecnolog¨ªa que acompa?aba las canciones de David Bowie ni, en sus letras, el menor asombro literario (el t¨ªpico error de la clase trabajadora). El dinero lo puede comprar todo, incluyendo un acento fino y la capacidad de decir una frase sin ning¨²n error gramatical, con claridad y cierto grado de encanto. El encanto es, tambi¨¦n, una propiedad de los ricos. Las canciones que exig¨ªa el culto punk ten¨ªan que ser est¨¦ticamente pobres para encajar, mediante una t¨ªpica analog¨ªa falsa, en la pobreza de las vidas de sus seguidores. Pero la pobreza en el sentido tercermundista, que es el ¨²nico que cuenta hoy en d¨ªa, es algo que ellos no han conocido jam¨¢s. Puede que el Reino Unido est¨¦ atravesando una recesi¨®n econ¨®mica, y puede que a quienes m¨¢s afecta sea a los j¨®venes, pero, de acuerdo con los niveles de Etiop¨ªa y Nicaragua, estos j¨®venes son ricos. Sus gestos de pobreza son, en realidad, un tipo perverso de elegancia.
Recuerdo que los punks empezaron con el pelo a cepillo porque el pelo largo ten¨ªa piojos. El peinado punk era anteriormente indiferenciable del de los skinheads, el movimiento contestatario menos atractivo de los setenta, con sus peleas, obscenidades y agresiones racistas. Pero ahora el cabello de los punks est¨¢ cuidado con sofisticaci¨®n, y eso cuesta dinero. Se pod¨ªa observar la misma hipocres¨ªa en sus ropas rotas, cuyos agujeros no estaban remendados, sino sujetos mediante imperdibles. Unas ropas remendadas hubieran denunciado cierta habilidad y un deseo de querer ser pobres respetables. El culto de los vaqueros h¨¢bilmente rotos, dise?ados por modistos caros, no es un monopolio de los punks, sino que se encuentran por todas partes en el mundo de los ricos como signo de una perversa adopci¨®n del aspecto de pobreza franciscana sin la incomodidad de lo real. Aparecieron en Par¨ªs imperdibles de oro, al igual que los amuletos de hojas de afeitar de plata, que contribuyeron a convertir lo punk en alta elegancia. Evidentemente, la cosa no va bien cuando los j¨®venes reconocen la existencia de una aut¨¦ntica pobreza burl¨¢ndose de ella.
Jam¨¢s habr¨¢ una aut¨¦ntica revoluci¨®n social en el Reino Unido. Todo gesto de ira contra la desigualdad, con el tiempo, se somete con cari?o a la c¨®moda mitolog¨ªa del orden establecido. O bien todo el mundo acaba llevando camisa y corbata, o bien aquellos que tradicionalmente han llevado camisa y corbata consideran graciosa y elegante su eliminaci¨®n. El pr¨ªncipe Andr¨¦s, el hijo menor de la reina, ha aprendido ¨¦l solo un interesante acento sint¨¦tico de las clases bajas. Ello deber¨ªa suponer que desde?a las tonalidades aristocr¨¢ticas de su clase, pero lo que sucede en realidad es que, en su caso, s¨®lo en su caso, el falso acento punk es elevado al nivel de los patricios. Nada es jam¨¢s simple en la sociedad brit¨¢nica y, sin embargo, todo es al mismo tiempo extremadamente simple. La estructura es imperturbable y lo puede absorber todo. Es una tela de ara?a extremadamente el¨¢stica, aunque hecha de acero, de Sheffield.
Supongo que una de las razones por las que ya no vivo en Inglaterra, un pa¨ªs bastante afable, sin duda, sustentado por una graciosa tolerancia y una gran variedad de quesos, es que nunca pude encajar en el sistema de clases. De origen trabajador y cat¨®lico de Lancashire, no me resultaba dif¨ªcil emular el acento de mis superiores o manipular la multiplicidad de cubiertos en las cenas de la aristocracia, pero, como escritor, sent¨ªa que hab¨ªa abandonado la clase de los trabajadores industriales sin haber encontrado un nicho en la de los rentistas. Escribir no es un arte burgu¨¦s, y tampoco es proletario. Eso fue lo que descubri¨® D. H. Lawrence. A ¨¦l (como a m¨ª) le resultaba m¨¢s f¨¢cil hacerse con una arist¨®crata extranjera que, por el acto denominado hipergamia, pasar a formar parte por matrimonio de la clase media alta. Era, pues, natural vivir en el extranjero y, en pa¨ªses en los que la estructura de clase no era fuerte, que te aceptaran como lo que se denomina, aunque no mucho en el Reino Unido, un intelectual. En Par¨ªs existe un Club des Intellectuels, en el que los socios entran sin verg¨¹enza y con las cabezas bien altas. En Londres la existencia de un club de tal tipo no ser¨ªa posible. Pero George Orwell vio muy claramente, en 1984, que la ¨²nica revoluci¨®n posible en el Reino Unido ser¨ªa la de los intelectuales descontentos, quienes, al no tener un lugar en el sistema de clases, derribar¨ªan toda la estructura e impondr¨ªan un sistema metaf¨ªsico que no tendr¨ªa nada que ver con los privilegios heredados. Es posible, pero improbable. ?C¨®mo conseguir¨ªan los intelectuales que los proletarios se pusieran de su lado? ?Colaborar¨ªan los punks? Por supuesto que no. Es t¨ªpico de los movimientos de disidencia juveniles brit¨¢nicos que la ¨²nica justificaci¨®n del griter¨ªo que tanto les gusta es el mantenimiento del sistema contra el que gritan. La voz de la rebeli¨®n brit¨¢nica es tambi¨¦n la canci¨®n de su estabilidad social.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.