F¨¢bula de los peces, o los modelos de televisi¨®n
Hab¨ªa una vez un capit¨¢n de barco que navegaba siempre con varias peceras llenas de peces de distintos tama?os. "Aqu¨ª est¨¢n m¨¢s seguros y son m¨¢s felices que en el mar, dec¨ªa, y tambi¨¦n m¨¢s ¨²tiles". Un d¨ªa, un pasajero rico y poderoso le convenci¨®, para que le cediera algunas peceras. "As¨ª ser¨¢n m¨¢s libres, arguy¨® en sustancia, pues que unos estar¨¢n en sus peceras y otros en las m¨ªas. Adem¨¢s yo no les impondr¨¦ ning¨²n tipo de comida sino que les dejar¨¦ elegir libremente la que haya en las peceras". "Justa idea, coment¨® el capit¨¢n, y muy econ¨®mica". Antes de acabar el viaje, en cada pecera quedaba s¨®lo un pez: el m¨¢s gordo.Denis Bredin -jurista eminente y pol¨ªtico de zonas templadas, un pie en el liberalismo y otro en la socialdemocracia- acaba de presentar oficialmente el informe sobre la creaci¨®n de televisiones privadas que el presidente de la Rep¨²blica Francesa le encarg¨® el pasado enero.
Sus 357 p¨¢ginas parten de las tres cadenas nacionales existentes m¨¢s Canal Plus; prev¨¦n la posible creaci¨®n de otras dos, tambi¨¦n de ¨¢mbito nacional, pero de car¨¢cter privado, y aconsejan la concesi¨®n, por per¨ªodos de cinco a?os, de hasta 62 estaciones locales, igualmente privadas, otorgadas a trav¨¦s de la alta autoridad audiovisual, que podr¨¢n emitir s¨®lo durante el d¨ªa, concretamente desde las 9.00 a las 19.30. De forma vergonzantemente autoexculpatoria, recuerda el informe que el espacio herciano es un bien escaso; la televisi¨®n, una actividad de costes elevados, y la publicidad un fil¨®n de recursos limitados, por lo que es inevitable alg¨²n tipo de reglas para la distribuci¨®n de aqu¨¦l y el acceso a ¨¦stos.
Las modosas obviedades del informe han relanzado de nuevo en Francia el debate sobre los modelos de televisi¨®n, cuya versi¨®n m¨¢s socorrida, es el antagonismo televisi¨®n p¨²blica-televisi¨®n privada. Debate simulado que opone falsamente monopolio p¨²blico frente a libertad privada, pero cuya continua reemergencia se explica como la de todos los tongos, por la funci¨®n diversora que en cuanto espect¨¢culo cumplen. En nuestro caso, escamotear la condici¨®n unidireccional -de emisor a consumidor- del proceso televisivo y servir de coartada al hecho de que la propiedad en televisi¨®n. es siempre cosa de pocos, siendo irrelevante su condici¨®n pol¨ªtica o empresarial. Funci¨®n que beneficia, por ende, tanto a los Gobiernos como a los propietarios de las cadenas privadas, y que se ejerce a expensas de los profesionales del medio, y sobre todo de sus usuarios.
Porque, seamos serios: si desde una consideraci¨®n te¨®rica, en un sistema democr¨¢tico, pluralista y parlamentario, cualquier tipo de monopolio comunicativo es pol¨ªticamente indefendible el m¨¢s somero an¨¢lisis de los 40 a?os que llevamos de pr¨¢ctica de la televisi¨®n en el mundo nos muestran que la estructura de la propiedad televisiva en todas las sociedades de consumo es, en cuanto al control del mercado y a la patrimonializaci¨®n de las audiencias, tan oligop¨®lica que casi nada, la diferencia, en la realidad de su ejercicio, del funcionamiento del r¨¦gimen de monopolio.
S¨®lo dos ejemplos. En Italia, la esperanzadora eclosi¨®n de televisiones privadas -m¨¢s de 600-, tras la sentencia del Tribunal Constitucional de 1978 que puso fin al monopolio televisivo de la RAI, se ha traducido, apenas siete a?os despu¨¦s, mediante un complejo proceso de compras, integraciones, afiliaciones y sindicaciones de peque?as y grandes emisoras, en el poderoso imperio televisivo de Berluschoni, que, conjuntamente con la RAI, constituye un r¨ªgido duopolio, orientado, seg¨²n las fuentes m¨¢s fiables, por el pugnaz empresario milan¨¦s.
En 1984, en Estados Unidos, a pesar de que existen m¨¢s de 30 cadenas privadas, tres grandes cadenas comerciales -los networks NBC, CBS, ABC-, entre las emisoras propias y las afiliadas representan m¨¢s del 80% de los programas emitidos y superan el 84% de la audiencia comercializada. Frente a ellas, tanto las emisoras locales como las de pretensi¨®n nacional, tanto privadas como p¨²blicas, en nada afectan su potencia y eficacia oligop¨®licas. Digamos que el conjunto de estaciones p¨²blicas agrupadas en el Servicio de Televisi¨®n P¨²blica (PBS) apenas alcanza el 5% de la audiencia. (El pez gordo se come a los peces chicos).
Aritm¨¦tica infantil
Y plante¨¦monos, para cerrar esta reflexi¨®n, un problema de aritm¨¦tica infantil. Si el montaje en Francia de una cadena nacional cuesta 1.000 millones de francos y sus gastos de funcionamiento anual algo m¨¢s de esa cantidad, ?cu¨¢ntas cadenas podr¨¢n financiarse con los 1.000 millones de demanda de publicidad no satisfecha hoy o con los 2.500 millones de demanda potencial para ma?ana con que, seg¨²n los m¨¢s optimistas, cuenta el mercado franc¨¦s? Se entender¨¢ que Denis Bredin recomiende que Canal Plus viva s¨®lo de las tasas de abono y' renuncie a la publicidad, como condici¨®n necesaria para la exigencia de las otras dos cadenas propuestas. A este inescapable destino oligop¨®lico, los privatistas responden con la panacea del mercado que el p¨²blico decida, que el mejor gane. (En la pecera, cada pez es libre y puede ocupar el espacio que quiere).
Puesto que la televisi¨®n han de hac¨¦rnosla siempre unos pocos, sustraigamos su selecci¨®n a la arbitrariedad y al secreto del poder pol¨ªtico y confi¨¦mosla a aquellos a quienes est¨¢n destinados sus, productos: los consumidores. ?stos, en un espacio libre, neutral y p¨²blico (el mercado) ejercitar¨¢n sus preferencias y elegir¨¢n a su trav¨¦s aquellas emisoras cuyos programas respondan m¨¢s adecuadamente a sus necesidades y deseos. Pero justamente lo propio de una situaci¨®n de oligopolio es que hace imposible ese- p¨®stulado comportamiento democratizador del mercado. Y por ello, la identificaci¨®n de consumidor con p¨²blico y de p¨²blico con mercado, que debe traducirse en una multiplicaci¨®n de la oferta televisiva, produce los efectos contrarios. Y as¨ª, los an¨¢lisis de que disponemos de la programaci¨®n televisiva en Italia prueban que el pluralismo ideol¨®gico, comprobable en el n¨²mero de opciones pol¨ªticas presentadas de manera favorable, es mayor en la RAI -donde la primera cadena es de orientaci¨®n democristiana; la segunda, socialista, y la tercera, m¨¢s bien comunista- que en las emisoras controladas por Berluschoni. De igual manera, la ruptura del monopolio de la RAI no ha tenido como consecuencia una mayor pluralidad de productos televisivos, sino, al contrario, una reducci¨®n del espectro de g¨¦neros programados.
Tal vez por esta raz¨®n, la ¨²ltima l¨ªnea de ataque de los defensores de la televisi¨®n privada sea, dentro de la l¨®gica del mercado, la exaltaci¨®n de la demanda frente al, seg¨²n ellos, despilfarrador voluntarismo de la oferta. En el libro de Wolton y Missika La fol¨ªe du logis se hace una brillante y vigorosa exposici¨®n de esta postura. Hay que acabar, se nos dice, con la l¨®gica del servicio p¨²blico, contraria a la libertad del consumidor y responsable de tantos desmanes televisivos.
La demanda del p¨²blico
Frente al proyecto pedag¨®gico y adoctrinador que subyace en toda televisi¨®n de Estado, la tele visi¨®n de sociedad no tiene m¨¢s proyecto que satisfacer las peticiones del p¨²blico, su demanda. Este seductor alegato s¨®lo tiene en su contra que es falso, pues, reiterando lo sabido, la demanda en t¨¦rminos econ¨®micos y de mercado no surge por generaci¨®n espont¨¢nea ni es el mecanismo privilegiado de expresi¨®n de las necesidades individuales y colectivas. Sin necesidad de compartir plenamente las afirmaciones de Stuart Ewen en Publicidad y ra¨ª ces sociales de la sociedad de consumo, no es discutible que toda demanda es en bastante medida suscitada y mantenida por la publicidad en funci¨®n de consideraciones que poco tienen que ver con los intereses sociales, ni de los individuos, ni de los grupos, y s¨ª mucho con la maximizaci¨®n de los beneficios de las empresas productoras.
No estoy defendiendo la televisi¨®n p¨²blica ni atacando la privada, simplemente confrontando la ret¨®rica milagrera de los privatistas con la pr¨¢ctica efectiva de los procesos televisivos p¨²blicos y privados. Porque no se trata tampoco de querer imponer una aburrida televisi¨®n de informaci¨®n y de formaci¨®n frente a una divertida televisi¨®n de espect¨¢culo y entretenimiento. Al contrario, la especificidad de la relaci¨®n televisiva exige la espectacularidad y el impacto visual, ya que de otro modo no se ve aunque se mire. Por lo dem¨¢s, el consumo de masas se establece siempre a los niveles de menor exigencia, y la predilecci¨®n por el estereotipo, por la recepci¨®n pasiva se constituye en criterios dominantes, aunque afortunadamente no ¨²nicos. Entre 1980 y 1984 el volumen horario de series y telefilmes transnacionales ha aumentado en Francia el 70% y en Italia m¨¢s del 800%, y dentro de muy poco tiempo no podr¨¢n cubrirse las necesidades de las cadenas actuales y, especialmente, futuras.
Resumo. Las servidumbres f¨ªsicas y las exigencias financieras imponen hacer posible la libertad si se quiere evitar la pecera pantof¨¢gica. Sobre todo cuando se ha comprobado que la multiplicaci¨®n de canales y de emisoras no multiplica la oferta televisiva, sino que, parad¨®jicamente, parece que tiende a reducirla, que la pluralidad de veh¨ªculos de emisi¨®n y de transmisi¨®n no pluraliza por s¨ª misma el espectro ideol¨®gico ofrecido y que la producci¨®n de programas pierde terreno. (La ampliaci¨®n del n¨²mero de peceras, ni aumenta el n¨²mero de peces ni el n¨²mero de colores; s¨®lo les cansa a fuerza de pasar de una pecera a otra).
Y concluyo. M¨¢s all¨¢ de los falsos debates y de los falsos problemas que he ido enumerando, la gran cuesti¨®n pendiente en todos los modelos de televisi¨®n es la de la organizaci¨®n de la libertad de sus principales protagonistas, es decir, la de la compatibilidad de sus distintas libertades: libertad de los propietarios, s¨ª, pero tambi¨¦n de los creadores, de los actores, de los t¨¦cnicos y, seg¨²n mi opci¨®n, sobre todo de los usuarios. Libertad que exige. el incremento y la diversidad de programas que intenten responder a la fragmentaci¨®n y variedad de intereses existentes en cada grupo social y que garanticen una oferta ideol¨®gicamente plural, propia de la previsible pluralidad ideol¨®gica de quienes lo forman. Incremento y garant¨ªa que piden una participaci¨®n del usuario, que no se limite a las entrevistas a los notables y a los expertos ni tampoco a los premios en los concursos y en los juegos para los ciudadanos de a pie, sino que los instale en el centro mismo del proceso televisivo. Pues seguir¨¢n siendo consumidores gozosamente consumidos. (El pez gordo se los comer¨¢, en defensa de la libertad de consumo, en la pecera).
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