Apertura en un 'apartheid'
Me resulta imprescindible comenzar este art¨ªculo con el recuerdo de un cuento de Andreiev, el gran escritor ruso muerto en la revoluci¨®n del 17, tal vez por el pecado de ser socialista y no bolchevique.Su grandeza literaria era dudosa para mi amigo Bergam¨ªn y mucho dedicamos a discutirla en nuestras comidas montevideanas. Todos hemos le¨ªdo Sacha Yegulef, admirable descripci¨®n de la corrupci¨®n de una guerrilla revolucionaria que se va convirtiendo, para terrible desencanto de Sacha, en un conjunto de bandidos. Este libro inspir¨® un cari?oso poema a la marquesa de Foronda, entonces adolescente y muy alejada del t¨ªtulo nobiliario.
Tambi¨¦n escribi¨® Andreiev cuentos admirables. Uno de ellos, El abismo, se ha publicado muchas veces en Hispanoam¨¦rica y en Espa?a. Adecuado al lector medio porque su tema es el de una muchacha violada con reiteraci¨®n. Personalmente, recuerdo sobre todos uno que estremece por su contenido de misterio y poes¨ªa titulado Desde la oscura lejan¨ªa. All¨ª no hay lo que llamamos sucesos; y juro que no hacen falta para que este relato sea un modelo de belleza. Y no olvidemos aquella obra maestra llamada Los siete ahorcados. Con perd¨®n del invariable comunista Bergam¨ªn que me est¨¢ mirando desde el cielo. ?l tambi¨¦n era cat¨®lico invariable y nos dej¨® una frase: "Soy comunista hasta la muerte, pero ni un paso m¨¢s all¨¢", que luego de mucho buscar el elogioso adjetivo adecuado descubro que es sencillamente bergaminesca.
Pero estoy trabajando y mi buena conciencia me obliga a recordar la frase literaria del mentido disc¨ªpulo de Juan de Mairena: "Lo que pasa en la calle". Lo que ocurre en las calles de un mundo cuyos pobladores han sido hechos para la ambici¨®n y la rapi?a. Todos, con excepci¨®n de los que satisfagan o coincidan con la moral del posible lector.
Y este ruido de calles no demasiado lejanas me impone rememorar otro cuento de Andreiev. No recuerdo el t¨ªtulo con que lo bautiz¨® la editorial, traductora y no tengo a mano el libro. Es que como en general la gente va perdiendo ilusiones a medida que avanza en la vida, yo he ido perdiendo bibliotecas. Pero el t¨ªtulo no importa. Se trata de un personaje que en una de esas poco sufribles reuniones de compa?eros de oficina toma unas copas y queriendo ¨¦l tambi¨¦n salir del an¨®nimo declara que le gustan las negras. Asombro, incredulidad. Pero el hombre se mantiene firme; a ¨¦l le gustan las negras aunque tengan el cuerpo protegido con sebo, como los esquimales para resistir el fr¨ªo de Rusia. Y como el cuento tiene que seguir, aparece en la ciudad un circo o music hall integrado por tres negras. En la necesidad de mantener el prestigio que le dio su mentida preferencia, el personaje se deja impulsar hasta el casamiento con la m¨¢s fea, retinta y engrasada de las tres que le eran ofrecidas. Se cas¨® con dolor, vivi¨® tambi¨¦n as¨ª y muri¨® inconsolado. En v¨ªsperas de tales desgracias sus queridos amiguitos bromearon y apostaron sobre el resultado de la cruza. Alguno predec¨ªa un ni?o listado, de piel con alternadas franjas blancas y negras, como las cebras. Sospecho la existencia de otro que augur¨® un hermoso tablero de ajedrez.
Ahora me despido de mi admirable Andreiev y de su cuento barato que la historia ha transformado en una descomunal broma o tragedia. Gracias a mi cultura period¨ªstico-telegr¨¢fica me entero que el gran patr¨®n surafricano, el se?or Botha, cuyo origen racial desconozco, ha dado relativa v¨ªa libre a un pecado que hasta hoy era mortal en esa enorme tierra donde la negritud es explotada y hecha carne de masacre por la civilizaci¨®n de los hombres blancos. En cuanto al pecado mortal, no se paga en el infierno inventado por los colonizadores o sus mil veces tatarabuelos, infierno que ellos no creen merecer: es mortal aqu¨ª mismo, ignoro si con ayuda de fusiles, horcas o pestes.
La brev¨ªsima resurrecci¨®n de Le¨®nidas Andreiev fue provocada por la noticia de que los blancos, que son rid¨ªculamente menos numerosos que los negros pero tienen, y cada vez m¨¢s, ametralladoras, ca?ones, morteros y aviones armados, han resuelto, permitir matrimonios bicolores y despenalizar los ayuntamientos de blancas con negras y de negras con blancos.
Como todas las decisiones pol¨ªticas creo indudable que esta doble apertura es resultado de presiones. Ambos colores desearon que se hicieran algunas fisuras en la segregaci¨®n; tal vez la m¨¢s brutal y sostenida con las mayores de las brutalidades de todas las que a¨²n existen en el mundo. Pero esta anunciada apertura casamentera tiene su control y su limitaci¨®n. Puede haber matrimonios bendecidos por las leyes surafricanas y por alg¨²n sacerdote no se sabe de qu¨¦ rito. Pero no se permite ni un poco m¨¢s. El negro o la negra se casa con blanco o blanca pero debe volver a su reducci¨®n, don
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de se le encierra y se le trata como a un mam¨ªfero de dos patas. Y aqu¨ª se imponen muchas dudas fr¨ªvolas. La pluma avanza cautelosa sobre arenas movedizas. Porque es inevitable hacer o hacerse preguntas.
Seg¨²n leo, la negra o el negro son escogidos por un blanco o una blanca. Elecci¨®n que me recuerda la vez que tuve que elegir un perro entre unos 50 que ladraban, aullaban, gem¨ªan, se trepaban en las puertas de alambre pidiendo ser liberados. Las leyes que inventa e impone el presidente Botha para que Louis le Grange las haga cumplir muestran ahora esta curiosa permisividad. Negros y blancos pueden casarse, pero el apartheid, repudiado por todo el resto del mundo, obliga al negro, macho o hembra, a vivir en la escandalosa miseria y humillaci¨®n de las reducciones. Que no s¨®lo existen en Sur¨¢frica.
Tal como est¨¢n las cosas parece forzoso que sean los blancos, machos o hembras, los que se acerquen a las alambradas, observen, calculen, elijan y digan, se?alando con un dedo: esto. De esa manera compr¨¦ mi perro.
Pero uno imagina que hasta en Sur¨¢frica un matrimonio implica derechos y deberes. Tal vez la mitad negra de la pareja no est¨¦ obligada a decir "hasta que mi muerte nos separe" y quien sabe qu¨¦ iglesia consagra y bendice a los c¨®nyuges. Pero ?y ahora qu¨¦?, como se preguntaba un conocido revolucionario.
Porque el matrimonio debe consumarse o no es. Tal la doctrina de la Iglesia del Vaticano. Pero si la negritud debe volver a la impuesta condici¨®n de animal encerrado ?cu¨¢nto tiempo de uni¨®n toleran y cu¨¢ntos abrazos, diurnos o nocturnos? Tal vez ya se empleen taxibesos, made in USA o Jap¨®n. Todo grotesco como corresponde.
Y para terminar recuerdo que Dios no es racista; tal vez nos desconcierte a veces, pero tengo pruebas de que es imparcial cuando reparte la tilinguer¨ªa entre los mortales. Un blanco y un negro declaran convicciones ante la prensa, la radio, la televisi¨®n, es decir ante todo el mundo. Se trata de un cantor con voce perduta y de un hombre que supo jugar al f¨²tbol. Y uno, el blanco o el negro, afirma: "Me considero m¨¢s intelectual que todos los intelectuales de mi pa¨ªs". El otro dice: "No me interesa ser diputado o senador. Me preparo para la presidencia de mi pa¨ªs".
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